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Héctor Hernández Montecinos | Autores |




 




MISIÓN Y PORVENIR DE LAS VANGUARDIAS LATINOAMERICANAS
Presentación de Infrarrealistas en Chile: ecos de las imágenes de una vanguardia chilanga
(Diplomacia Cultural Mexicana: Ciudad de México, 2023) de Rafael Toriz

Héctor Hernández Montecinos


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Pensar en la poesía latinoamericana es ya casi un sinónimo de apuntar a sus vanguardias. Sus pulsiones y repulsiones, sus avanzadas y retrocohetes, su hiperbólica presencia o las razones de su abandono. Delirio, locura, disparate, se suelen entender también como un símil. No obstante, una lectura de estas poéticas en los años veinte o treinta nos acercan interesantemente a cuestiones que hoy llamaríamos algo así como biopolíticas, necropolíticas, ecopolíticas: cuerpos indóciles de “negros e indios”, vidas de mestizos y proletarios, su inscripción fuera de la ciudad letrada y más cerca de los paisajes amazónicos, altiplánicos, periféricos que tensionaron la relación entre tipografía y topografía. En síntesis, se trató de cómo ciertos cuerpos, sus hablas coloquiales y lenguas originarias, sus tonos de voz y de piel, se convirtieron en un corpus que abrió una pregunta de lo que era la literatura hasta ese momento, cuáles eran sus límites, pero sobre todo qué era su afuera y cómo ese afuera mediante el propio gesto vanguardista podía también tener un desde dentro, un hábitat no excluido: ser una intro/misión.  

Esta misión ha tenido éxito. Los estudios sobre las vanguardias siguen creciendo y, sobre todo, en recuperaciones, nuevas ediciones, ampliación del archivo para que siga abierto a nuevas exigencias. En efecto, pareciera que asistimos a una segunda etapa que nos conmina ya no solo a completar ese corpus sino también a singularizarlo con nuevas formas de interpelación, esto es, modos vanguardistas de trabajar con dicha literatura. Por ejemplo, lecturas del poema en que sus materiales, sangrías, mayúsculas, interespaciados, expresen, sean y funcionen como una idea. Lecturas conceptuales en que se lea un libro de poesía como una teoría sobre algo. O lecturas en que esas teorías conformen una poética que permita leer una obra en igualdad de condiciones a géneros documentales como entrevistas, diarios, autobiografías. En sí, volver al objeto de lenguaje y seguir las condiciones de su paso a conformarse en una obra literaria y consignar las operaciones que allí se realizan. No se trata de una teoría más de la vanguardia sino de teorías de los cuerpos sin lenguaje como en Brasil o del lenguaje en estado natural en Bolivia, teorías de los campos semánticos en Chile y los campos culturales en México, teorías del espaciado en Argentina o del soporte del libro vanguardista en Perú.  

 

 


La extro/misión, en este contexto, sería que estos nuevos estudios sobre las vanguardias ampliaran su espectro a otros dispositivos y diagramas no solo en el marco temporal que son las primeras décadas del siglo XX sino también a las de su final. Es aquí que entra en escena una necesidad inherente a toda esta cuestión, es decir, el modo en que podemos recorrer, y ya no tan solo recuperar, las llamadas neovanguardias latinoamericanas que conforman las obras y prácticas, entre otras, del concretismo brasileño, los tzántzicos de Ecuador, el nadaísmo colombiano, lo relacionado a la revista Techo de la ballena en Venezuela, la Tribu No y la Escena de Avanzada en Chile, Hora Zero en Perú o lo que significa hoy el infrarrealismo desde México. No se trata de un remedo ni un remedio histórico al contagio vanguardista sino, por el contrario, tiene que ver con la renovación de sus operaciones ya no tan solo de la imagen al objeto sino más bien del objeto a la subjetividad, la ampliación de la idea de obra a la de proyecto, la reconsideración visual del libro mismo. Nuevos cuerpos entran en juego como las mujeres y las diversidades, nuevos sentidos de lo latinoamericano en medio de la globalización económica de la guerra, nuevas territorialidades que cruzan desde la calle hasta el museo y viceversa, desde la contracultura a la intervención pública, desde la jerga y el desecho hasta la institucionalidad. Anochece.

Posiblemente un tercer giro desde las vanguardias se esté dando en este comienzo del siglo XXI. A cien años de su comienzo y a doscientos de antecedentes tanto o más innovadores como la obra de Simón Rodríguez. Esta hipótesis se desprende, por ejemplo, de la organización de festivales que concentran las nuevas prácticas de ruptura literaria, las discusiones sobre su singularidad en los diversos campos culturales, la edición independiente como las cartoneras, las antologías que registran las actuales anomalías poéticas, o los nódulos de fuerza desde lo neobarroco, los nuevos géneros literarios y sexuales, la mirada por fin a Centroamérica y el Caribe, una nueva experimentalidad con y contra lo digital, la valoración definitiva de autorías postergadas como Gamaliel Churata en Perú, Arturo Borda en Bolivia, Aurora Estrada y Ayala en Ecuador y, más adelante, Marosa di Giorgio, Roberto Piva, Manuel Capetillo o la consagración a nivel global de Raúl Zurita. Todas ellas poéticas en estado de excepción.

Pachakuti, concepto andino que significa “vuelta de mundo” es, justamente, la normalización del estado de excepción, es decir, la inversión total del sistema de valores, la validación del caos sobre el cosmos. Ese es el escenario que le ha correspondido a lo que llevamos de siglo XXI. La oscuridad del poder y el poder de la oscuridad en todos los ámbitos. La superposición de un inframundo en este, los dioses ctónicos sobre los del Olimpo, los de la Tierra sobre los del Cielo. Las puertas abiertas del Mictlán, que es el mundo de los muertos según los mexicas, es hacia donde miramos el porvenir. La poesía latinoamericana vio en su momento este posible término de algo y toda la vanguardia de comienzos del siglo XX fue una admonición. A las neovanguardias le correspondió ser parte del inicio del fin y de ahí en adelante los y las poetas son, somos, psicopomposos, estrellas de la tarde guiados por Xólotl, protagonistas agónicos de un atlas que está por escribirse en la realización que es América de la Atlántida.

 

 

En una semana exacta salgo a Quito. Una de las razones de mi viaje es seguir los rastros de la vanguardia allá en los años veinte y treinta, pero también lo que fueron los tzántzicos en los sesenta que son posiblemente el secreto mejor guardado de la poesía ecuatoriana contemporánea. Algunos de sus autores aún viven y me siento un detective salvaje en esta nueva misión. En efecto, una de las maravillas de la novela referida y del infrarrealismo en general es recordarnos que la poesía es siempre la búsqueda de un algo, de alguien, de alguna parte. Un extraño y excitante quehacer. Siempre algo falta y la aventura es arrojarse a saberlo por más que no se logre nunca. Lo infrarrealista le da vida a ese imaginario de novela desde la poesía y en esa juntura crea un pacto sin retorno entre ambos géneros. Efectivamente, estamos pensando en Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro, más allá Bruno Montané, Piel Divina y varios nombres que se van haciendo cada vez menos conocidos, más misteriosos, en consecuencia, más infrarrealistas. Siempre se trató de una constelación de personalidades, muchas de ellas retratadas y sobrerretratadas en Los detectives salvajes pero también de anonimatos y silencios. De hecho, no son muchos los libros que se podían conseguir de ellos hasta que Ediciones Sin Fin desde Barcelona, Correspondencia infra en México o Ediciones norteadas en Estados Unidos se pusieron en la labor de irlos reeditando; o que se hicieran trabajos de recuperación y ampliación como Infrarrealistas en Chile: ecos de las imágenes de una vanguardia chilanga de Rafael Toriz que además, por cierto, es el traductor, editor y prologuista de Resaca Tropical (México: Alias, 2022) que está compuesto por Paulicea desvariada (1922) de Mário de Andrade y Pau Brasil (1925) de Oswald de Andrade. Ambas obras fundacionales de la Antropofagia, la vanguardia brasileña, que presentamos, ciertamente, en estas mismas fechas en Madrid hace un año en lo que fue el encuentro Siglo de oro de la poesía latinoamericana. 

Infrarrealistas en Chile es un catálogo y una exposición curada por Toriz. Ese hecho es ya un gesto que vale considerarse. La posición excéntrica de una obra y una órbita literaria. Uno de los gestos clave de la vanguardia es su propia Teoría de la ruina, es decir, la celebración de la eternidad de todo monumento en su caída. Los infrarrealistas fueron poetas muy de su época, con plena conciencia de la Guerra Fría, tal como pasó con el resto de las neovanguardias. De allí su carácter espectral sobre todo por el imaginario de fracaso que encarnan sus utopías no tan solo políticas sino que estéticas y éticas sobre todo. No obstante, eso no les clausura sino que por el contrario, abre la cortina de hierro de lo que serán las antipolíticas de derecha e izquierda hasta el día de hoy, las retroeconomías del capital, la poscultura mediática, la neosociedad mundializada. No vivieron el infierno como pasó en Chile, Argentina o Uruguay con las dictaduras, pero sí pudieron llevar un poco de él al milagro de México del boom petrolero. En efecto, los infrarrealistas remolcaron Latinoamérica a México, sobre todo a los peruanos de Hora Zero, pero también le dieron al resto del continente las señales de lo que sería la llamada última vanguardia mexicana del siglo XX desde el estridentismo. En conjunto, la vida y obra de Bolaño fue un miniboom en sí mismo a nivel global. Su ingreso en Estados Unidos y Europa fue también el ingreso de sus fantasmas. Ese es el imaginario. Una poesía eternamente joven que en su fotografía nos hace sentir ya viejos. Han pasado 20 años de la muerte de Bolaño, 25 de Los detectives salvajes y tendría hoy recién 70. Después de todo lo sucedido y lo que no, la sensación es que a los propios infrarrealistas se les vino encima el mundo del que siempre desconfiaron: la academia, editores mercanchifles, especialistas en la nada, traductores de sí mismos, lectores sobreactuados, poetas fanáticos, etc. Chingada madre.

Sea como sea, la imagen que tenemos de los infrarrealistas es la de terroristas y en eso se adelantan a nuestro presente entendido como Hiperdictadura o quizá ya como hiperdemocracias. Un terrorismo de la pasión literaria, pero también del amor. Creen en él como los “perros románticos” que fueron. Se quiere ser un héroe, uno en contra, pero héroe al fin y al cabo de las luchas que ya saben perdidas. Se enfrentaron a una Corporación Literaria tan omnipotente, omnipresente y omnisciente que en tiempos de barbarie como hoy no lo parece tanto. Los poderes totales son de otros menos de la literatura. El ingreso crítico de la cultura de masas, la publicidad, la música, la prensa y la protesta en las operaciones textuales del infrarrealismo, como se señala en el catálogo, dialoga sobre todo con el Situacionismo, tan mal leído hoy y tan bien asimilado en aquella época en bastante de la neovanguardia latinoamericana. Más que una estética o una política, lo que conmueve del infrarrealismo es su ética alerta a la transformación del campo cultural en un mercado literario y esa es otra de sus preclaras advertencias. La ética es una transformación de sí, un autoconocimiento mediante diversas prácticas, tecnologías, ejercicios. Unir literatura y vida, leer y escribir para reconocerse y liberarse era el mandato de estoicos, epicúreos y sobre todo cínicos en Grecia y Roma que la (neo)vanguardia toma, no crea. El infrarrealismo, finalmente, no derribó nada del aparato cultural mexicano. Octavio Paz siguió siendo Octavio Paz. El imperio cultural que es, o que fue hasta hace un tiempo, es visto hoy hasta casi con nostalgia. Las prioridades del Estado son otras y colectivos incendiarios como Mancha o personajes como Marco Fonz ya no existen. La Red de los Poetas Salvajes que también fue heredera del infrarrealismo y del estridentismo tampoco. Raúl Silva señala que “un escritor es un extraño guerrero que desde el silencio se asoma al mundo para intentar atraparlo”. Así es, anómalos, patéticos y hermosos paladines.

El catálogo incluye material de archivo, los artículos de Toriz, Silva y Rubén Medina quien además hace una selección de poesía infrarrealista que puede leerse como una síntesis de Perros habitados por las voces del desierto: poesía infrarrealista entre dos siglos, del mismo Medina que me tocó presentar el 2018 en la Feria del Libro de Santiago. En su ensayo se extiende en el nacimiento, pasión y resurrección del movimiento infrarrealista. Desde un Mario Santiago de 19 años que publica una revista llamada Zarazo en enero de 1974 invitando a formar un grupo de ruptura que tendrá entre sus filas al año siguiente a Bolaño que es el que toma el nombre del relato “Infra Draconis” de Giorgij Guverich, escritor soviético de ciencia ficción, el cual habla de los infrasoles que son las estrellas invisibles, es decir, ellos mismos. También el concepto hace referencia al inframundo que es una metáfora de la contracultura y sin saberlo de su propia obra y figura póstuma. Que yo sepa este es el primer reconocimiento a Bolaño por su aniversario luctuoso hasta ahora. Son 55 años de su partida de Chile a México. Yo sé lo que es irse allá por amor y volver por el amor a ese mismo amor. Allá no aprendí la lucha literaria como Bolaño sino que la dejé. No obstante, celebrarlo, abrazarlo, darle las gracias es también una ofrenda como la que nos traen estos amigos mexicanos con este catálogo y esta exposición. Salud cabrones!

 



 

 

 



 

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