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UMBRAL
Prólogo al fanzine “Escrituras del Desastre: Extensión 4.0” del taller homónimo dirigido por
Héctor Hernández Montecinos en Balmaceda Arte Joven. Invierno de 2013
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Hace mucho que venía pensando en este taller. Desde que comenzaba a terminar mi vida en México. Lo veía y creía en él. Lo primero que les voy a decir es que no me interesan los poemas. Les diré que el taller consiste en mostrarles sus propias herramientas de trabajo. Entusiasmarlos de tal modo que ese ‘diosadentro’ vuelva a ser el niño eterno que es la misma poesía. Niño bastardo de algún modo, pero también niño dios. Así lo hice. Hablamos, hablamos mucho no sólo de poesía sino de las conexiones que ésta tiene con su ‘diosafuera’, con ese simulacro de realidad que es la realidad. Ciertamente, el taller mismo fue una experiencia de indagación e inquietud, de explosión colectiva para que luego cada cual implosionara en la soledad de su propio mundo poético, donde ese archimanido ‘yo’ se veía enfrentado a un ‘nosotros’ que es el modo en que nos gusta decirle al universo.
“Escrituras del Desastre” fue el nombre de este taller, siguiendo una consigna blanchotiana, y creyendo firmemente que el ‘desastre’ como su etimología lo indica es no obedecer el veredicto de los astros, pues en la poesía todo brilla, todo vibra, todo refulge y todo está muerto: esa es su luz pero al mismo tiempo su eternidad. Nos juntamos cada lunes y miércoles de este invierno. Éramos la mayor parte de las veces casi una veintena de hombres y mujeres, en todas sus diversidades, reunidos alrededor de un fuego invisible que estaba en el centro de una sala también imaginaria. Tomamos café y vino. Nos emocionamos y nos peleamos. Invitamos a poetas chilenos y extranjeros. Recitamos. Hasta hicimos una electrocompletada bailable. Fuimos felices y no tenemos vergüenza de aquello.
Este fanzine recoge parte del trabajo que los y las poetas del taller hicieron con respecto a la rescritura, interescritura y transescritura, que son tres modos de escribir desde ese desastre que implica desobedecer al yo. En las mismas sesiones los escribieron, bajo el abrupto llamado de que la poesía es ahora y siempre. No hay inspiración, sino vidas inspiradas, y digo inspiradas en la propia vida que es como la poesía se puede mirar a sí misma. El lenguaje es la materia prima para los poemas, pero no para la poesía. Eso siempre lo tuvimos claro. Esto no es una cosa de vida o muerte, sino de vida y resurrección. Esa es su belleza, su eternidad y su destino. Toda la rabia y la ternura tienen que ver con eso, o como se dijo en la última sesión: la poesía es la más alta expresión del resentimiento. Eso es, sentir dos veces, destruir, pero luego crear, o crear para luego destruir. En eso dios, el universo y la poesía se parecen. En eso de que cada génesis es a a la vez un apocalipsis, que cada big bang es uno entre tantos millones de big bang que luego mueren, que cada poema escrito destruye a la literatura pero le da vida a la poesía. Sí y no. Ese fue nuestro mantra cuántico cuando todo es partícula y onda a la vez, cuando todo es político y al mismo tiempo no, cuando se ama y se odia, cuando Chile es nuestro país y el país de los muertos, cuando pensamos en obras más que en poemas o libritos. La paradoja.
Hace casi quince años yo escribí mis primeras cosas en estas mismas salas, bajé las mismas escaleras junto a Paula Ilabaca, quien generosamente por cierto me suplió cuando tuve que estar en el Ecuador, y decidí consagrar mi vida a la poesía. Siento que estos y estas jóvenes también lo hicieron a su modo. Aun es posible la poesía, es posible la rebelión y es posible el porvenir. De hecho significan lo mismo: el modo en que el ser humano es menos ser y más humanidad. Estamos poblados de nosotros mismos. Esa es la idea de fondo de un taller. Llegar a la casa, escribir, cerrar el cuaderno y decir ‘somos legión’.
HH
Octubre, MMXIII