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TRANSAMERICANO HÉROE DE UN EL VIAJE
Presentación de Ojo del testimonio (Ciudad de México, Aldus, 2011) de Jerome Rothenberg

Por Héctor Hernández Montecinos


 

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La primera señal del libro la da el propio Rothenberg en la solapa que abre Ojo del testimonio: Escritos selectos 1951-2010: “Mi obra publicada abarca un periodo de más de cuarenta años, casi un centenar de libros y una gama de otros escritos y publicaciones”. Luego el autor agrega: “También he estado actualmente involucrado como traductor y compilador de antologías, que he abordado como amplios ensamblajes de obras provenientes de áreas de composición y performance”. Rothenberg nos ha hecho parte de su ficción.

Tenemos así un contexto de autoría metalingüístico, una voz que ex libris, desde el locus paratextual, nos habla de sí proponiéndonos la primera ficción. Una ficción de escritura, pero a la vez una ficción de lectura e inclusive una ficción de autoría. No es acaso la noción de ensamblaje la que nos permite reconstruir estos fragmentos, estos cuerpos ininteligibles, es decir, la posibilidad de encajar estos tres modos de ficción que se preguntan por la veracidad de su ojo y la irradiación de su testimonio.

Una vez dentro, en el umbral, es que Heriberto Yépez, compilador y traductor de esta obra, llama la atención sobre la importancia de los prefacios para Rothenberg, “literalmente pre-rostros, ante-cara”, que él mismo sortea y logra con brillantez. Prefacios a libros que el propio Rothenberg ha compilado, prefacios a libros que no existen o quizá aún en su pulsión. Manifiestos del libro por venir diciendo con Blanchot. Pre textos para hablar de otra cosa, para hablar de lo que aún no se ha escrito pero sí se intuye, pues no olvidemos que Rothenberg ha sido de los pioneros en cuanto a la visión del poeta que mira sus orígenes atravesando las líneas imaginarias del tiempo hasta llegar al fuego, al momento en que un grupo de nómades hace una fogata para calentarse y eliminar la humedad de la cueva. Allí está Rothenberg, en ese chamán que ha iniciado un cántico que narra sus sueños con computadoras, revistas y noches en que leer y escribir han sido celebrar un rito contemporáneo.

Dividido en cuatro ensamblajes el libro, que a su vez es la periodización que nos presenta Yépez, se nos muestra como la máquina Rothenberg dispersa la unidad cósmica de su pensamiento a través de esta selección de prosas epistolares, críticas, reseñísticas, poéticas, prologales, etc. Siempre como un suplemento que desencaja por su coeficiente propositivo y que de algún modo a lo big bang convierte todo en una poética viva, en un ars viviendi.

La primera de ellas, “El joven Rothenberg”, es una reunión parcial de cartas que le envió a su amigo, también escritor, Seymour Faust entre los años 1951 y 1955. Aquí el autor a los veintitantos años expone sus ideas literarias iniciales, variaciones sobre una escritura social que, visionariamente, nos cuestiona hoy como escritores de herramienta social. No obstante su juventud sorprende la profundidad y sensibilidad con la cual confronta al oficio literario con su contingencia exhibiendo una ética irrestricta en los intersticios que hay entre lo escrito y el mundo, entendiendo al primero como un modo de verdad y al segundo como la representación de un espectáculo prepotente de la realidad . Cito parte de una carta fechada el 2 de enero de 1952:

La verdad de todo esto es que sólo viviendo como una persona más o menos de la misma forma que el dentista y el mecánico lo hacen, puede el poeta conseguir la integridad de la visión que convertiría a su poema en algo “social”. (p. 41)

“La imagen honda” es el ensamblaje siguiente, se entiende como una noción que  radicaliza la pregunta por lo social pero mirando al propio sistema, capitalista y moderno, desde un enfrentamiento profundo con su propio miedo, su naturaleza deviniendo animal. El propio Rothenberg señala que el concepto de ‘imagen honda’ se escapa a cualquier tentativa definición y que tiene que ver más bien con “una cualidad de ciertos poemas que de un programa para la acción literaria” (p. 73).

Esta idea y varias otras que aparecen en esta parte del libro, como por ejemplo en un par de cartas a Robert Creeley o en unos poemas o ensayos breves sobre el tema durante los años sesenta es que me llevan a pensar en paralelo con el trabajo de la antipoesía de Parra, la cual se propone un desmontaje de la voz lírica en su grado profesional acercándola más al oficio, a la manualidad de la ruptura que va más allá de estilos y que tiene que ver con la única revolución literaria posible: nuevas formas de lectura. Intervenir y desajustar las expectativas del género lírico, de ese lector total, y burgués, que se esconde en la historia moderna de la literatura. De algún modo, la poesía beat también paralela a la imagen honda y a la antipoesía comparten un espíritu reivindicativo, una fe negativa, una vocación de inutilidad.

El tercer ensamblaje es el de las “Etnopoéticas”, quizá su más conocida contribución a la actualización del pensamiento poético desde sus exterioridades. Aquí es imperdonable no destacar el hito que significó Technicians of the sacred (1968), pues si de afueras de un centro imaginario se trata, Rothenberg monta esta antología con un corpus poético de los cinco continentes casi como si fueran los cinco sentidos anulando, en plena Guerra Fría, los límites de Primer y Tercer Mundo. Retorna a una posibilidad de un origen, que a la vez es una posibilidad de destino.

El fenómeno del rito, la estructura del mito, la visión del sueño se traducen en un lenguaje poético que había sido negado y censurado por la ciencia literaria, la cual sólo leyó mitologías y leyendas, pero no las escuchó. De esta condición de posibilidad del chamán que reúne en sí las siete personas gramaticales es que la performance como actualización de un rito Rothenberg tensiona hacia la anulación de la escritura que ha borroneado todo el saber del espíritu de la palabra y evoca una nueva oralidad, oralidad desde el silencio del cuerpo en movimiento, en acción. Pienso en el trabajo de Cecilia Vicuña y googleo su nombre junto al de Rothenberg y me encuentro con una visita de ambos a Nicanor Parra hecha en octubre de 2004[1]. El oráculo virtual, la intuición de un internet orgánico.

El cuarto y último ensamblaje es “Testimonios, poéticas y polémicas para el nuevo milenio”. Recapitulemos. Si en los cincuenta Rothenberg buscaba una salida a la trampa de la representación, en los sesenta halló un punto de fuga en el inconsciente de la sociedad capitalista, pero no le bastó y hasta fines de los ochenta indagó en estas poéticas del chamanismo, de manera diametral a Mircea Eliade, convirtiéndose en un pionero en el cruce del arte y la imaginación chamánica.

Hasta aquí hemos visto a grandes rasgos líneas de sentido en el trabajo de Rothenberg, líneas fracturadas por una vocación global antes de la globalización, una vocación indigenista antes del mercado etnocultural, una vocación ética antes que los discursos libertarios de moda. Quizá por eso que en esta parte final del libro Rothenberg pareciera despertar de un largo trance y volver, como al inicio del libro, a preguntarse por la realidad de la realidad pero esta vez como si de un intenso viaje de retorno se tratara, como el héroe mítico con su elixir, posibilitando soluciones y respuestas a preguntas que tardíamente nos estamos haciendo. De algún modo es el testimonio de un incansable viajero, de un testigo, que repasa la tradición poética norteamericana, los movimientos de vanguardia literarios y antropológicos, a María Sabina y Harold Bloom, el internet, el futuro y un largo ouroboros.

Hablando a nivel personal puedo decir que sólo tenía referencias un tanto oraculares de Rothenberg, del aura que rodea su persona y su obra, no obstante ahora que he podido indagar en este brillante y genial libro siento que estoy ante una obra total, imprescindible y que se da la mano en su regreso al pasado más pasado con el futuro más futuro. No sé cuántos poetas puedan ofrecer una visión de mundo como ésta, la de un mundo cambiante, patético y onírico, pero casi con la misma intensidad creo que Jerome Rothenberg es el Nicanor Parra de la lengua inglesa tanto por la envergadura de su obra como por la hermosa simpleza de su enorme revolución que es a la vez un paso más en nuestra evolución.

Ciudad de México, 6 de octubre de 2011

 

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[1] http://www.youtube.com/watch?v=YV77uldGSUM

 

 

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