ESE LIBRO NO ES UN LIBRO
A propósito de La Divina Revelación (Ciudad de México: Aldus, 2011) de Héctor Hernández Montecinos
Por Christian Mendoza
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En octubre del 2011 se presentó, ante unas decenas de personas, el libro La Divina Revelación (Aldus) del chileno Héctor Hernández Montecinos en el marco del Festival de Poesía Iberoamericana “El Vértigo de Los Aires”, evento que confirma la presencia (de ninguna manera adscrita meramente a lo cultural y exótico: es necesario elaborar nuevos acercamientos al quehacer artístico joven, es preciso señalar lo angustiante y lo violento que gran parte de la producción emergente está articulando) la presencia literaria de Sudamérica en la ciudad de México. A pesar del abundante número de autores invitados entre los que se encontraban personajes tan importantes como el también chileno Diego Maquieira o el cubano José Kozer, la lectura en voz alta de algunos de los poemas de LDR por parte del mismo Héctor en la Hostería La Bota, fue lo que me confirmó la existencia de una literatura que borra sus perímetros para convertirse en un mero cuerpo, en una escritura.
En términos simples, la discusión general tanto de artistas como de espectadores gira en torno a la idea de que es necesaria una regeneración drástica de las antiguas formas. El propósito es loable, aunque las formas de aproximación han sido erróneas: se piensa de adentro hacia afuera, se piensa que es en la confrontación directa con quien mira o escucha o lee donde reside el avance hacia “las vanguardias”. La forma de solucionar este problema (que en lo personal, no tendría que ser considerada la situación en esas proporciones: existe literatura convencional que resulta igualmente significativa que las nuevas miradas al vacío de parte de algunos de los autores más arriesgados) es más sencilla de lo que parece: si el arte necesita de nuevas pieles, quiere decir que el arte mismo es el virus, y mirando más allá, en el virus se encuentra el antídoto.
La Divina Revelación es un libro que ataca directamente todas las superficies que encajonan la labor de escribir. Hay que olvidarnos, en primera instancia, de que se está haciendo arte. Después, olvidarnos de que estamos escribiendo un libro y tercero, de nuestro papel como escritores. ¿Esto es consecuencia de las ideas anquilosadas? La crítica a un stablishment es demasiado sencilla, e irónicamente, bastante anticuada. Para Héctor Hernández Montecinos, la literatura continúa siendo literatura, por lo que debe destruirla con el fin de devolverle otro rostro.
En 785 páginas, HH reescribe a los 4 autores más importantes de su nación (Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Gabriela Mistral); a través de poemas mínimos, hilarantes y grotescos elabora una interpretación sobre la dictadura chilena, sobre el significante teológico que contiene la homosexualidad y sobre la violencia que significa escribir:
“Una vez me llevaron al estadio
en ese tiempo jugaban la locura y el odio
los hombres no pudieron gritarme pornografía
porque estaban siendo asesinados
yo me salvé porque era una estrella”.
Del verdadero delirio, de la violencia y la risa, se pasa la sublimidad del desgarriamiento. Montecinos reflexiona sobre los sacrificios que se toman en la escritura, tales como la soledad perpetua, el desarrollo de un tercer ojo que no adivina sino corrobora la existencia de una miseria.
Atacar a la literatura misma para hacer literatura es un acto conmovedor y macabro, que más que hablar de una esperanza para el arte comunica una desesperación ante la obsolescencia de la palabra:
“Nosotros rompimos las venas
que nos ataban a cualquier genealogía mamífera
nosotros nacimos bajo uniformes cielos de papel de regalo
y pasajes llenos de polvo y biblia
vimos los aviones arrasar nuestras casitas de madera
pegadas al suelo con cadenas y balas
vivimos la pobreza de la ley
nos enfermamos a caballo desde el frío en cada hoja que respiraba]
cayendo desde la necesidad
para convertirla en una búsqueda de una lengua
y fue así como comenzamos a escribir”.