El poeta barroco
y atrevido del mundo cotidiano
................................... más
oscuro que el común de los poetas
Por José
Ignacio Silva A.
www.plagio.cl
Héctor Hernández
Montecinos
“El barro lírico de los mundos interiores más oscuros
que la luz”
Contrabando del bando en contra, Santiago, 2003, X págs.
Una buena forma (si no
la mejor) de encarar una crítica literaria es hablar con franqueza.
Sería de bastante mal gusto que tras leer un libro y no haber
captado su contenido a la perfección, el que escribe estas
líneas empezara a mandarse a las partes y a esbozar juicios,
echando mano a cuanta referencia
literatosa se relacione con el libro en cuestión.
En el caso de “El barro lírico de los mundos interiores
más oscuros que la luz” (Contrabando del bando en contra,
2003), el asunto es más o menos similar. La experiencia de
acercarse a esta lectura es intensa y a ratos delirante. La capacidad
poética de Héctor Hernández Montecinos (Santiago,
1979) es sorprendente, porque rellenar todo este volumen no es poca
labor, y ciertamente que no pudo haber sido emprendida por un aficionado.
Pero habremos de partir por algo más simple, pero no por ello
menos importante. La edición es desordenada, y dentro de este
desorden hay un yerro bastante lamentable y que le hace un muy flaco
favor al libro, el que sus páginas no estén numeradas.
Dicho sea de paso, están apareciendo ediciones poéticas
sin numerar, con páginas en blanco a diestra y siniestra, lo
que denota flojera de los autores o los diagramadores. En este caso
se hace particularmente molesto este error, pues al ser un libro tan
grueso, cuesta muchísimo ubicar poemas o textos dentro del
libro. Si hubiese sido un libro de 30 páginas o una plaquette,
pase, pero no con un libro cuyo grosor es bastante mayor que los que
comúnmente se publican en poesía. Si fue flojera del
diagramador o un gesto del autor, no lo sabemos, pero lo correspondiente
son las páginas numeradas, más aún en estos tiempos
cuando los computadores podrían realizar este trabajo en un
tris.
Ahora, yendo al texto, Héctor Hernández presenta un
abanico poético que demuestra que al autor no le vienen con
chicas. Esto es, Hernández no es un primerizo, sino un experimentado,
que se ha embarcado en su propuesta poética propia (con editorial
y todo), apostando por su poesía y la de otros. No por nada
la Revista de Libros del diario El Mercurio lo instaló (si
bien no en la oncena titular, sino que en la banca), en la “selección
sub-30” de poetas chilenos, en la que participaron: “escritores, además
de talleristas, antologadores y críticos. Concretamente, encuestamos
a Pía Barros, Luis López-Aliaga, Sergio Parra, Matías
Rivas, Bruno Cuneo, Juan Cameron, Armando Roa, Elvira Hernández,
Francisco Véjar, Carmen García e Ignacio Arnold, editores
estos últimos de la revista Plagio (y jefes directos de quien
escribe estas líneas), vitrina privilegiada de las nuevas tendencias”.
Flores y publicidades aparte y volviendo a la crítica, en el
sentido de la propuesta propia, en este libro y en los anteriores,
especialmente en “Este libro se llama como el que yo una vez escribí”,
la palabra se mueve a sus anchas, sin ambages ni tapujos, y muestra
a un poeta desinhibido y arrojado.
De la contratapa del libro rescato una frase sobre “No!”, que
señala que la poesía de Hernández se escapa a
todo intento de categorización. De aquí la franqueza
a la que apelé al comenzar este escrito. Es de suyo peliagudo
categorizar un trabajo donde campean las citas literarias que hacen
referencia al libro y las formas de leer (Deleuze), frases comerciales,
abundante lenguaje “soez” (no es crítica, ojo, sólo
mención), recursos de imagen, plásticas disposiciones
de texto, desarmaduría de la palabra, juego, intimidad, tensión,
estiramiento del elástico, -y el dolor en los dedos al soltarlo-,
el horror del incesto, la violación, la sexualidad, y así.
Hernández es verdaderamente un poeta infrecuente, lo que escribe
no se parece a nada (o casi nada) de lo que se haya visto. No es un
aparecido, y traslada con una sinceridad inclaudicable y singularísima,
todo su bagaje de vida, de estudios, vivencias, pensamientos. Por
lo mismo, una prenda de garantía en este y en los otros libros
de Héctor Hernández, el autor no nos va a vender gato
por liebre. Sin embargo, el antes mencionado grosor del libro no debería
ser tal, pues no todo pasa limpio. La poda es necesaria, ya que da
la impresión de que el autor simplemente escribe y traspasa,
sin editar o discriminar, no hay cedazo, privilegio propio de quien
maneja un proyecto editorial propio, y no tiene que rendir cuentas
a nadie. Con todo, es deseable un poco más de edición,
por último por motivos prácticos, pues con poda se hacen
libros más cortos y se gasta menos plata.
No es una lectura fácil para cualquiera, pero creo que no puede
faltar, si la idea es conocer o trazar un mapa de la poesía
chilena joven, en la cual Héctor Hernández se ha hecho
un nombre propio, a punta de poema golpeador, verborreico, barroco,
delirante, inaprensible. El libro ofrece una combinación copiosa
de lenguajes, que pasan por el collage, la descomposición del
idioma, pero también momentos de aquello que se puede llamar
“alto vuelo poético”, en los que Hernández demuestra
que es un poeta tanto de versos recios y atrevidos, así como
de experimentos variopintos e intrépidos. Da lugar al horror
y a la ternura, da lugar a la poesía en sus múltiples
vertientes.
Según se cuenta, queda una “tercera patita” de la odisea poética
de Héctor Hernández, la esperaremos, y veremos qué
sorpresas nos tiene reservadas el autor para el futuro.