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Coma:
la conciencia poética de un "yo" organizado y caótico
Héctor Hernández Montecinos. LOM, 2014, 244 páginas
Por
Claudio Maldonado
"Queda bastante
claro que la literatura Chilena en los 90 fue una evasión aconchada en
la academia de la avestruz, con estructuras muchas veces archimanidas y una falta
de humor que no logró ser aplacado con la exploración de sicopatías,
patologías, y paisajes urbanos taquillas y de impostada identidad universal
(somos indios, pero igual tomamos Coca y nos Deprimimos en Mac Ondo)."
Para
partir hablando de [coma], me es preciso hablar de un reconocimiento de
ese panorama literario chileno, una manicomia aburrida y desgarrada
de todo colectivo social: la casa de la noche habitada por un hablante que construye
en soledad un mundo prolífico en fábulas, propias de un creacionista
infantil, despejado de toda intención formal por destruir la sintaxis (pues
este niño hablante sabe que su lenguaje es sólo el soporte para
seguir imaginando y buscando alguna respuesta que como buen ente "bolañesco"
sabe que nunca tendrá).
A través de lo lúdico, el Jardín
Codificado se configura como un espacio "real" donde el niño
hablante comienza a transformarse en una suerte de Zaratustra que no quiere bajar
de su montaña, pues desde las alturas cree ser el profeta iluminado de
la nueva poesía chilena. Lo interesante, de este clásico deseo de
refundar, es que se hace con una ironía sutil, intensa, sin gravedades
pomposas lo que hace que la "quebradura" de la sintaxis (esta vez más
notoria pachahamm……) recorra las múltiples visones del hablante que notoriamente
se perfila como un conservador de las formas por cambiar.
La poesía
chilena soy yo. En la mitad del recorrido poético el profeta ya ha construido
su bestiario y habla con los niños menores que precederán la marcha.
Una dulzura de padre doliente que profetiza un orden (descubro: político
y contingente) donde los espacios de la libertad creativa son cada vez más
cerrados por las panderetas de las formas establecidas. [coma] refresca
el deseo de construir a partir de la creación misma, un caos profético
que castiga a los infelices que lloran por ver a un hablante feliz que en sí
no es feliz sino más bien danza no en la evasión de lo que duele
sino en la evasión de las panderetas socioliterarias.