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Entrevista a Héctor Hernández Montecinos
Centroamérica es un lugar que alucina

Por Jacinta Escudos
Fotografía de Óscar Leiva

La Prensa Gráfica. El Salvador. Domingo, 16 mayo 2010.

Sus críticos lo definen como el poeta más representativo de esta generación en Chile. Su obra poética es calificada como vanguardista, de la que explota los convencionalismos. Descubrió su talento cuando era un adolescente y a los 20 años le llegó su primer libro. Héctor Hernández Montecinos recibió en 2009 el Premio de Poesía Pablo Neruda.

 

Como suele ser común en estos tiempos, el chileno Héctor Hernández Montecinos y yo nos contactamos primero por Facebook. No recuerdo ahora qué circunstancia particular me hizo solicitar su “amistad” en la mencionada red social, pero creo que se trató de la lectura de algunos de sus poemas. Versos con sustancia, textos que decían mucho y no simples malabares de palabras o fríos, limpios y secos despliegues de técnicas literarias.

En noviembre del año pasado, la Fundación Pablo Neruda de Chile le otorgó el Premio de Poesía Pablo Neruda, que se entrega anualmente desde 1987 a poetas no mayores de 40 años, por el conjunto de su obra y el aporte de la misma a la poesía de aquel país. “En razón de su profusa obra poética experimental y vanguardista, su aporte a la poesía y teoría chilena, y a la escritura nacional” son los argumentos desplegados en el acta de premiación. No son pocos los que señalan a Hernández Montecinos como el poeta más influyente de esta generación en Chile.

Por medio de la misma red social pude acceder a su discurso de aceptación del premio, o más bien, al antidiscurso: una especie de diario de lo que había ocurrido entre el momento en que le fue notificado el otorgamiento del premio hasta su viaje a Chile para recibirlo.

Cuando le fue notificado el premio, Hernández Montecinos vivía en el Distrito Federal de México, tenía pareja y el aparentemente claro plan de permanecer allá. Pero la vida, tan llena de sorpresas y ciclos que cierran y empiezan, le hizo en ese momento tomar algunas decisiones que cambiarán la panorámica de su vida en los próximos meses.

Mientras tanto, invitado a participar en el Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, en Guatemala, y gracias a contactos previos con algunos poetas salvadoreños, como Pablo Benítez de la Cátedra Libre Roque Dalton, contamos con la visita de Héctor en El Salvador en los primeros días de mayo. Participó en varias lecturas y en un conversatorio organizado en coordinación con la embajada de Chile en el Museo Nacional de Antropología.

Es precisamente por medio de la embajada y de Benítez que finalmente accedo a conocerlo en persona y a conversar un par de horas con Héctor, para conocer un poco más de sus orígenes como poeta, su trabajo literario y su percepción actual de Chile.

- ¿Cuándo comenzaste a escribir?
- Comencé a escribir en 1999, en el mes de julio, la primera semana...

- ¿Y cómo es que te acordás tan claramente de la fecha?
- Me acuerdo porque en esa época entré a la universidad. Lo que quería hacer era estudiar teatro, había hecho teatro escolar, pero entonces pregunté qué hacía uno para escribir teatro, porque actuar, hacer malabarismos, eso nunca me funcionó bien. “Estudia literatura”, me dijeron. Así llegué a la facultad de literatura. Y si la poesía estaba agonizando, el teatro no existía prácticamente por ningún lado. Una amiga que conocía, Paula Ilabaca, me pidió que la acompañara a un taller de poesía, “estudia eso mejor, ahí hay fiestas, hay chicos”. Sergio Parra, quien daba el taller, me preguntó qué escribía y le dije que no escribía poesía, que estaba ahí acompañando a mi amiga nomás. Pero Parra me dijo que para estar ahí tenía que escribir poesía. Me hizo que escribiera algo y a todos les gustó, y en el ejercicio pensé que no estaba tan mal la poesía. Además, durante el taller me sentí parte de algo porque yo estaba muy solo, estaba así como desconectado de todo el universo, me sentí querido y parte de algo. El centro cultural donde estábamos era para chicos de escasos recursos y todos llegamos con muchas corazas, en una actitud muy radical, desconfiados de todo, de las instituciones...

- ¿De dónde venías? ¿De Santiago?
- Sí, vivía en Santiago, en el norte, en la periferia... Veníamos en plan rebelde, y llegamos y fue como que todos nos sacamos las caretas. Éramos adolescentes que buscábamos excusas para hacer las cosas bien. Y el taller nos ayudó a eso. Comencé a leer a poetas y escritores que no tenía idea que existían. Tenía 19 años y me gustó el mundillo ese, porque la Universidad Católica es la universidad más pirula, más pituca. Yo quería que un escritor me hablara de literatura, pero no los conocí en la universidad, sino en el centro cultural. Ahí pasaban escritores como Pedro Lemebel, Carmen Berenguer y otros más, y me decía: “Guau, aquí pasa todo esto”. Es lo que yo quería, escucharlos, verlos, tomarme unas chelas con ellos. Me encantó estar ahí. El caso es que pasé dos años aprendiendo colectivamente. La universidad fue un trámite de pasar los exámenes y listo, pero mi corazón estaba allí, en Balmaceda 1215.

- Conociste a más autores en el taller que en la universidad, ¿como cuáles?
- Un día nos llevaron una fotocopia del poema “Aullido”, de Allen Gingsberg. A cada uno nos tocó leer un párrafo en voz alta, jamás había leído eso, y todos estábamos alucinando. Terminamos todos diciendo: “Guaaaa, yo quiero escribir este tipo de poesía, no sobre mariposas verdes o azules”. Lo que aprendí fue que se puede hablar de la vida, de la violencia y de lo cotidiano en un poema, y pensé que eso era hermoso, se podía encausar lo que estaba viendo y viviendo. Era finales de 1990, ya había terminado la dictadura, comenzaba la transición democrática que abre el TLC, entran las compañías de teléfonos celulares, internet, y de pronto todo mundo está preocupado por las marcas, la televisión se convierte en televisión basura...

- ¿Eso es lo que en Chile llamaron el boom económico?
- Eso, pero era una mierda, nadie de la gente de la cultura se estaba dando cuenta de eso. El tema de la dictadura se blanqueó, nadie hablaba de los muertos, de las desapariciones, de lo que había pasado porque el pacto de la transición fue eso, soltamos la dictadura pero aquí se acaba el tema, los militares tienen amnistía.

Empieza un nuevo país, una nueva reconstrucción y todo el drama se olvidó. Ahora viene un tiempo de alegría y ese fue el eslogan del gobierno de transición de Patricio Aylwin: “La alegría ya viene”. Todo mundo se endeudó, usó tarjetas de crédito, de allí a 2000 todo mundo empezó a vender lo que tenía. Vino la crisis y vimos que no era un boom económico sino un bang económico, era una bomba de tiempo lo que estaba pasando. Y empezamos a hablar sobre eso, hicimos preguntas, no fuimos parte de eso, de la dictadura, pero guardo recuerdos feos de aquel tiempo.

- ¿Qué recuerdos feos tenés?
- Recuerdo allanamientos de los militares. Recuerdo estar en la calle con mi papá y que un milico me puso la bayoneta en la cabeza (y señala su frente, los dedos haciendo la forma de una pistola).

- ¿Te amenazó con una bayoneta?
- Sí, sí, recuerdo a mi mamá desesperada, mi papá llorando, no había qué comer, no había ropa, con 10 años lo recuerdo. Fue una época muy dura. Entonces ya en los noventa uno se hace muchas preguntas. Uno pregunta por qué la gente que estuvo en la dictadura está en el gobierno nuevamente; o sea, yo no me explico cómo la misma gente que fue subsecretaria o ministro de Pinochet está ahora en el gobierno. Y me pregunto qué pasó, en qué momento me lo perdí.

- ¿No será que te lo perdiste cuando estuvo fuera del país? Porque vos ha viajado mucho...
- No, no, ellos perdieron el camino, perdieron el rumbo. El objetivo de centroizquierda es de bien social, de bien comunitario, pero se convirtió en un afán por mantener el puesto, el cargo y se olvidó de lo principal. Por eso la gente votó por lo que votó ahora, fue un voto de castigo. Comenzamos a vivir esto además con un terremoto encima. Si ya había ruinas políticas, morales y sociales, ahora somos la ruina física y concreta de un país.

- ¿Cómo ves la relación de la sociedad chilena con la cultura, juega la cultura un papel en la sociedad? ¿Le da Gobierno la debida importancia?
- Ha sido un movimiento importante desde la dictadura. Los grandes movimientos de oposición fueron de los artistas y esa oposición se hizo desde la cultura y el arte. Se escribió teatro, libros, hubo colectivos de arte. Hay un agradecimiento hacia todos ellos en el sentido de que esta gente sí se la jugó, gente como Raúl Zurita o Pedro Lemebel y otro montón de gente que hizo cosas muy valientes durante la dictadura. Hay un valor a su trabajo como artistas, activistas y sujetos políticos de aquella época.

Luego los gobiernos de transición convirtieron a esos artistas en una especie de objeto consumible; o sea, a todo gobierno le conviene tener un grupo de artistas visibles que represente un poco los objetivos que ellos no logran cumplir. Violeta Parra, Víctor Jara eran la resistencia real y todos saben lo que les pasó. El arte fue más transgresor que la misma política, se ve desde ese prisma, el arte fue valiente. Pero la sociedad de mercado ha blanqueado eso. Ahora se les ve como “bestsellers” o como artistas oficiales, pero en general, la gente siente aprecio por la cultura. Por ejemplo, la misma Violeta Parra o Víctor Jara: se hacen covers de sus canciones por otros grupos, y todos saben que existieron pero no sé si alguien los escucha. No sé decirte si ellos son parte todavía de una cultura real. Pero esos son los juegos peligrosos del libre mercado. Son íconos culturales, son objetos fetiche, están ahí pero no se consumen, no son cultura viva.

- ¿Cómo llegaste a lo que escribís ahora?
- En el taller empecé a escribir lo que me salía, a escribir, escribir, escribir. Para mediados de 2001 tenía ya unas 2,000 páginas de poemas. Raúl Zurita me pidió que se las enseñara y cuando se las llevé me dijo que estaba loco (risas), pero que tenía que publicar algo, así es que él se encargó de todo. Nunca soñé tener un libro. Él me dijo que se encargaba de todo porque nadie le iba a publicar a un niño de 20 años. Corté todo para que pudiera ser un libro normal.

- ¿Pero cómo llegás a lo de hoy, porque en tu poesía hay una fusión de muchas cosas: versos, aforismos, personajes, escenas oníricas, prosa, hasta dibujos? ¿Lo conceptuás como poesía o es nada más escritura?
- Fue muy intuitivo. Me largué a escribir y pasaba el día escribiendo. Escribía en todas partes, en todo papel que encontraba. Era un desborde creativo. Y como te dije, nunca pensé en escribir un libro como tal. Fue muy ingenuo mi comienzo. Nunca me planteé un género específico de escritura y ahora que ha pasado el tiempo, veo que es una ficción. Quiero pensarlo como una ficción, una síntesis de novela, obra dramática y lo resumo en la ficción. Incluso puede abarcar la poesía misma. Me gusta moverme en ese concepto de que en la vida todo es ficción, todo es poesía. Se me dio así desde el comienzo porque en el taller que me vi con gente y comencé a tener amigos, y eso fue un renacimiento para mí como persona y autor. Dentro de lo que escribo pienso que 99% puede ser barro, lodo, pero puede haber una pepita de oro y con eso me basta. Hay poetas que quieren hacer joyas, pero me basta con esa pepita en medio del lodo.

- ¿Y a quién le toca descubrir esa pepita: al lector o al escritor?
- Creo que a los dos, pero al escribir los libros me divierto más que nadie, me entretengo porque calculo el libro, sumo, resto y tengo mis chistes propios cuando escribo. Puedo tener un poema muy dramático pero también puedo hacer un chiste. Me puedo estar riendo de las personas, son como chistes secretos cuando escribo. Es como la comedia, me gusta mucho reírme de todo, me encanta porque la risa te hace sentir que estás vivo. Leo esto (y hojea uno de sus libros) y me estoy cagando de la risa mentalmente y recuerdo a qué hago alusión. Es la trama maligna de un poema y eso me entretiene. Pueden amarlo u odiarlo, pero yo me desentiendo de eso. Alguien puede pensar que es asqueroso lo que escribo, pero a mí no me complica.

- ¿Y cómo fuiste a parar a México?
- Empecé a viajar en 2004. Fui a Perú, Argentina, Uruguay. Hubo un movimiento de festivales en Suramérica muy importante: en Perú el Novísima Verba, en Chile el Poquita Fe, en Argentina Salida al Mar, en Brasil el Festival Flap y el Tordecilla... Los festivales sirvieron para conocernos entre nosotros, los poetas del sur, para armar proyectos editoriales. Fue un momento en que nos conocimos todos y por eso mismo ya no son tan necesarios ahora.

- Y fuiste a parar a México
- Hubo un festival llamado Vértigo de los Aires. Fue muy interesante. Fui una semana y me quedé un mes, y empecé a pensar en quedarme. Entonces conocí a Yaxkin Melchy y fuimos pareja. Para mí esa fue la señal para quedarme. Ya en México empecé a viajar a Centroamérica, porque desde Chile no podía hacerse, y me sorprendió que está lleno de poesía y de cosas alucinantes. Centroamérica es un lugar que alucina. Cada día descubro más y más cosas y me va a faltar vida para conocer autores y obra. Aquí están construyendo el mundo, se están juntando fuerzas, se están acomodando y de repente, ¡bam!, surge la vida y es el momento que está pasando ahora.

- Por tus comentarios en Facebook, veo que Guatemala te impactó mucho...
- Lo veo como Bolivia. Son países que congregan centros energéticos de cosas muy importantes. No sé si es por la cosa maya o inca o indígena que me alucina mucho, pero creo que se están reconfigurando mapas ancestrales. En Guatemala se está recuperando el arte en las zonas marginadas. Hay arte comunitario que está sanando heridas profundas, algo que ni en Chile ni acá en El Salvador está pasando.

- ¿Los viajes nutren tu escritura?
- “Debajo de la lengua” es una bitácora de viaje. Son poemas de viaje, diálogos poéticos con poetas de otros países. Es producto de esta vida nómada. Eso me hizo feliz pero luego empecé a darme cuenta de que cuando transformas tu vida en un viaje no sabes que también todo lo que amas hace su viaje y la gente que conoces también comienza a hacer su viaje y toma su propio camino. Eso no lo sabía hasta que la gente que amaba y amo empieza su propio viaje y dije: “Guau, creo que es momento de regresar a casa”. Uno reclama por qué todos se van, pero no reclames si tú también andas de viaje. Fue un martillazo que me pegué hace dos semanas, así es que ahora quiero regresar a mi casa en Chile, estar un rato ahí y después quizás iré a Bolivia a trabajar en arte comunitario. En “Debajo de la lengua” jugué con el lector ofreciéndole un libro que sé nadie va a leer, porque es demasiado grueso, 420 páginas, la idea es desarmar la tradición. Pero ahora que veo este libro y lo siento distante a mí. No me arrepiento de haberlo escrito y solo me ha pasado con este libro porque es muy personal. Nunca le había hecho poemas a la gente que quiero, a mi madre, a mi hermana, a Yaxkin... Ahora estoy en un momento extraño de mi vida, miro para atrás y no sé si hice bien...

- ¿En publicar tu libro?
- En toda mi vida poética.

- ¿Esto es publicable, porque parece que entramos en la fase de las confesiones íntimas?
- Todo es publicable. Es que quise pensar mi vida a través de los poemas, quise llenar mi vida con ellos pero no estaba haciendo mucho por mi vida personal, quise llenar hoyos de mi vida y mi corazón con ellos y quizás no era así.

- ¿Quisiste vivir en tu ficción la vida que no estabas viviendo en la realidad?
- Algo así. Sentí que estaba sanando mis heridas pero a la distancia veo que en realidad no. Ahora estoy pensando otras cosas; por ejemplo, en hacer arte comunitario, hacer trabajo social, compartir con personas, con niños, con mujeres. Miro para atrás estas columnas de Hércules que he escrito y me pregunto qué bien le hizo al mundo. Pienso que era intentar llenar las heridas que había en mí. Veo miles de páginas y no me veo allí. Siento que fue otra vida que yo viví, como que desperté de algo. Quizás fue el quiebre con Yaxkin que fue fuerte. Repensé todo lo que había hecho. Ahora estoy escribiendo poemas más cortos. Son de otro tono, es una visión más serena de un hombre cansado. (Para demostrármelo, lee un par de esos poemas que, ciertamente, tienen un tono más meditativo, menos acelerado que su trabajo anterior).

- ¿Te sentís cansado a los 30 años?
- Es como que Odiseo salió, y creo que la versión real es que nunca volvió a casa. Se quedó allá o volvió a Ítaca, pero no halló a nadie, quizás solo al perro. Penélope se había ido, también Telémaco y la gente que lo amaba también tomó su viaje. Nadie tiene por qué esperarte. Es un poco la imagen que tengo ahora. Estoy volviendo de un viaje y me doy cuenta de que todos se fueron. Mientras más voy llegando más me doy cuenta de que todos se fueron. Entonces estos poemas son más melancólicos. No puedo reclamar porque yo era parte de la vida de alguien y me fui, y no puedo reclamarle a la gente que no me esté esperando. No puedo reclamar porque yo lo hice.

- ¿Para qué te sirve entonces la escritura o la poesía?
- En este momento para nada. Ni como tablita de salvación. Ese libro (“Debajo de la lengua”) me salvó. Pero un libro solo te salva una vez, no dos veces.

- ¿Entonces tu identidad como ser humano no parte de la escritura?
- De eso me di cuenta ahorita. Empecé con la poesía sin premeditación. Mi vida social real partió con eso, con los poemas; pero los poemas pasan y tienen su camino y yo tengo otro. Los poemas no me hacen más feliz que otra cosa, son poemas. Son buenos o malos pero la felicidad en mi vida no va a estar con los poemas sino con lo que yo pueda hacer para que otros puedan escribir sus poemas. Quizás ahí me puedo reencontrar, pero cuando veo esta torre de marfil siento que no son míos, que me estanqué. La labor de uno como poeta en esta sociedad de hipermercado en que estamos en una guerra no declarada es esa, ayudar a otros a escribir y conocer la poesía. Mi visión cambió profundamente y siento que por ahí la poesía puede volver a encantarme, porque ya no me encanta.

- Pero procesos como el que me estás contando parecen saludables para no estancarse...
- Pues sí, me siento cómodo con esta sencillez de los nuevos poemas, con esta austeridad y que ya no hay vanguardia ni experimentación ni búsqueda.

Cae el sol sobre San Salvador cuando apagamos la grabadora. Héctor toma fotos del atardecer. Un anaranjado fosforescente emite destellos que delinean las curvas de las nubes.

Y mientras Héctor toma fotos, admiramos la belleza del momento, tan contrastante con el otro paisaje, el urbano, el de anuncios comerciales, alambrado público, casas y edificios que también vemos desde aquella ventana. Resuena todavía en mis oídos su voz, la melancolía del viajero que está a punto de iniciar el regreso a Ítaca.

* * *

La llegada de los extraterrestres

Un libro es una suerte de corazón artificial
lleno de noches y voces que se resistieron a morir,
nada más,
pero uno se pregunta qué es el libro,
qué es una obra
cuando todas esas cientos y cientos de páginas
se pueden resumir en una sola, quizá dos.

Todos esos poemas que escribí
se los robé a la gente,
a los muchachos de las escuelas,
a las dueñas de casa,
a los malos hijos,
a los buenos padres,
a los viajeros,
a los que querían morirse de pena,
a los que amaron pero a ellos no,
a los que veían en cada ciudad un lugarcito para ser feliz.

Quise agarrar la flecha del tiempo
que volaba a mi lado
para que no me diera tan pronto
en el blanco de mi mente
y escribí a la velocidad de la noche
porque en la noche no se ve
lo que yo tampoco quiero ver.

 


El verdadero amor

Ya pusiste en su corazón una semilla
ahora debes dejar que madure.

Él debe aprender solo
a recibir la luz del imponente sol; tú no eres el sol,
la suavidad del agua; tú no eres el agua,
la transparencia fresca del aire; tú no eres el aire,
la luz y el calor de las estrellas.

Mañana verás un árbol y debajo de él
podrás reposar tus huesos cansados
y tus ojos casi ciegos.

Morirás feliz. Nunca morirás.

 



El fin del tiempo

Escribo cada palabra como si fuera un oráculo
una predicción para el Libro de los Muertos
o para un capítulo de la Biblia
que no hable de asesinatos e idolatría
de algún modo el Laberinto es también
un libro cuya entrada es la misma salida
y descifrar su secreto es quedarse a vivir all í
como si se tratase del cuerpo del amado
antes de matarlo con el filo de una mirada
y no arrepentirse

Leer ahora a Homero por ejemplo
es ver una película que nunca se acabe
ciudades vueltas polvo y ceniza
amores y sus criminales coitos
miedo y dolor pues
todo mito es un lugar común el día de hoy
y los lugares comunes son una forma de hablar
de la muerte pero sin nombrarla
por eso todo cementerio es un libro y un laberinto
tal como lo es el océano el cielo
y el cuerpo hermoso del amigo antes de la traición
que significa enamorarse
pues allí ya no hay nada más que las ganas de
morirse juntos
como si acaso ese efímero adversario no fuera más que uno mismo

Beberé todo el día y al anochecer
saldré a cambiar los poemas escritos por botellas de cerveza
que también quedarán inéditas porque ya no las recordaré
se esfumarán como un espejismo
en un baño húmedo y sucio
donde un muchacho te guiñará un ojo
y no querrá saber nunca cuál es tu nombre
más tarde las estrellas veremos por última vez
y habrá que seguir olvidando

Los poemas desean al cuerpo de su arte
necesitan esta vida
que se escapa sorbo a sorbo
noche a noche incontables
y más allá de estos instantes que no volverán
se presiente el fin
como un recuerdo para después de mi tiempo
este poema.

 

 

 

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Centroamérica es un lugar que alucina.
Entrevista a Héctor Hernández Montecinos.
Por Jacinta Escudos.
La Prensa Gráfica. El Salvador. Domingo, 16 mayo 2010