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ALGUNOS ESCRITORES LATINOAMERICANOS OPINAN SOBRE LA OBRA DE HERNÁN LAVÍN CERDA
(Material que aparece en el volumen LA SONRISA DEL LOBO SAPIENS, antología poética editada
por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1995)




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LSeñor Hernán Lavín Cerda  (1)
Querido compañero y amigo:

Muchas gracias por tu carta, tu libro Neuropoemas y los ejemplares de Punto Final y Arúspice. Vaya regalo que me has hecho, y ahora vas a ver qué mal pagador es este argentino. Pero primero y ante todo, dos palabras sobre tu libro. En este tiempo en que más que nunca me dedico a leer poesía, recibir una serie de poemas como los tuyos es una alta recompensa. Soy parco en elogios (y en denuestos). Si te digo que tu libro me parece muy bello, tómalo en la más estricta acepción de la palabra. Tienes un acento, un ritmo extraordinariamente personales, que dan a tus poemas ese impulso que los clava para siempre en la memoria. Has evitado la facilidad, ese bichito que se come a tantos “comprometidos” de nuestras literaturas; lo que tienes que decir lo dices siempre alto, y el que pueda que estire el brazo y se coma la manzana. Se ve que no estás dispuesto a dársela a la altura de la boca. Tu poesía me hizo pensar en algunos libros que leí hace unos meses en Cuba, no por semejanzas formales sino por esa misma exigencia sin la cual todo poema se convierte en un caramelo con versitos. Pienso sobre todo en poemas de Luis Suardíaz y de César López. Alguna vez, si nos vemos o nos escribimos, me dirás si los conoces y qué te parecen.

Ahora voy mal al pago de tus regalos. No estoy para responder cuestionarios, y no te lo responderé. Este año ha sido insoportable desde ese punto de vista, pues nada más que en Cuba me vi precisado a responder a ocho o diez entrevistas. No soy un improvisador, y necesito pensar mucho cada pregunta para que la respuesta no sea un mero salir del paso como en la mayoría de los cuestionarios. Estoy trabajando en un libro que me come las tripas, estoy cansado y no demasiado contento, y por todo eso, cronopio, me perdonarás pero te quedas sin las respuestas. Contestarlas, lo sé, me llevaría muchas horas (las preguntas son importantes y han sido muy bien pensadas por ti), y te repito que la sola idea de responder a otro cuestionario después de todos los de este año, me resulta impensable. No te pido que me disculpes, pero sí que trates de comprender. Ya estoy viejo, tengo mucho que trabajar en lo mío, y cada vez me resulta más difícil hacer frente a las exigencias que yo mismo me impongo en materia literaria.

Te agradezco otra vez tu generosidad, y siempre leeré con una gran alegría tus poemas, si me los envías cuando aparezcan…

Hasta siempre, con un abrazo de tu amigo

Julio Cortázar


1) Esta carta fue escrita en Saignon (Vaucluse), Francia, el 6 de septiembre de 1967.

 

 

Sabiduría en las visiones de Hernán Lavín Cerda  (2)

Nos conocemos poco en Latinoamérica y, lo que es peor, nos conocemos mal. He leído y estudiado las antologías más recientes que nos dan pistas; raras veces nos dan revelaciones.

Yo percibo influencias considerables, dentro de la poesía continental, de la poesía que casi es prosa eléctrica de algunos de los poetas de los Estados Unidos; es tan fuerte tal presencia que sin alta categoría es poca cosa. Dentro de la sencillez, de lo conversatorio, de lo suavemente confidencial, no debe faltar nunca la tensión que nace de la riqueza, la economía y la exactitud; siento una mezcla de esta influencia sobre todo en lo más coloquial que proviene de Jules Laforgue, cuyo centenario de su muerte se recordó vagamente.

No hicieron caso alguno de Laforgue los surrealistas franceses, quienes descubrieron y situaron a Lautréamont más que a Rimbaud. Vislumbro que el tono clownesco fue antagónico a esa seriedad que hay en la dolorosa burla, en el horror, en el vómito, en el hastío del dadaísmo; todas esas marejadas pasaron, convertidas en gravedad imprevista y en estudiosa trascendencia revolucionaria, a lo más impaciente y admirable del surrealismo admirable. Se sigue leyendo, con el fervor que merecen, a los románticos alemanes, esos grandes precursores. Poco nos hablan los ensayistas de dos influencias que advierto en mis lecturas: René Char y Francis Ponge.

Diría que el carácter arbitrario de las antologías es una de sus virtudes. Después de las innovaciones formales de Vallejo y Neruda, sobre todo de Vallejo que se inventó un idioma, se ha ahondado no tanto en experimentación formal cuanto en la expresividad y en la desnudez, en lo que imaginamos la especificidad poética que siempre es un milagro del lenguaje. Y esa misteriosa esencia delicadísima la vivimos también en formas tradicionales en las cuales se expresan voces maravillosas.

Ahora tengo en mis manos, de Hernán Lavín Cerda, un libro que me ha interesado y no sé por dónde comenzar a decir que Adiós a las nodrizas o el asombro de vivir me atrae por varios motivos y situaciones: lo leí abriendo aquí y allá y una y otra vez encontré un poema, o si no un poema, encontré una prosa imprevista. Después de repetir tal proceder me decidí por la lectura rigurosa con la certidumbre de que su ordenamiento contenía sentido.

El libro es suave, a veces, y todo oculto: lo leo poco a poco porque me va cautivando su escritura, la brisa que cruza por sus ramas, en la cual se mezcla el ingenio con el canto, dentro de un tono de sencillez aparente.

La poesía no se lee; la poesía se relee siempre. Profundidad, como escondida, de escritura pirógena. ¿Logra expresar lo que quiere expresar? A veces los que confiamos en las potencias oscuras conseguimos cosas mejores que aquellas que anhelábamos decir, exaltados por la lucidez y la ebriedad del lenguaje.

En esa forma en donde parecería que no hay nada, se siente un perfume, como diría Eliseo Diego, un sonido negro, el caudal de esa nada que deja su huella espléndida; y releo y me conmueve porque aquel conjunto de logros es dueño de profundidad emotiva manifestada con llaneza, como por casualidad que se vuelve tan constante que el libro suele iluminarse con estupores: este azar puntual constituye la unidad de sus cimas.

Su poesía pensativa avanza lúdicamente con asociaciones inesperadas que producen accidentes que son felicidad. En su apariencia de juego, en su juego de apariencias, nunca falta lo insólito y el sobresalto ante el mundo que despertaron mi curiosidad; no sé en dónde arranca esta súbita poesía y menos sé adónde va. Si lo supiera, ¿para qué leerla?

Hay una irrisión y un elogio de la vida. A veces percibo que se halla dotado para asombrarse con cualquier cosa sin ser por ello infantil: es un poeta con gran sabiduría y de visiones personalísimas.

No es su oscuridad la que nos perturba sino su lucidez.

Lo siento colmado de relaciones vitales y librescas; las librescas son también relaciones vitales e invencibles como las relaciones del destino.

Hernán Lavín Cerda: gusto de tu estilo de tejer el alba.

Luis Cardoza y Aragón

(2) Este texto, escrito el 7 de diciembre de 1988, es el prólogo de Adiós a las nodrizas o el asombro de vivir. Obras casi escogidas, de Hernán Lavín Cerda, que editó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en 1992. Luis Cardoza y Aragón no alcanzó a verlo publicado en México.

 

 

Lo posible y lo imposible  (3)
La felicidad y otras complicaciones

Como aquel que, abierto sobre el microscopio, se asoma a juzgar en la gota de agua de charco la danza idiota de los monstruos unicelulares, Hernán Lavín Cerda se pone a la tarea de considerar el mundo; ese mundo que, en última instancia, es él mismo.

En el punto exacto de reunión de un tiempo de relojes arrítmicos y un espacio de reglas sin números, mira el enredijo de las acciones y las criaturas, y lo traduce en palabras precisas como puentes.

Todo lo que es posible está en este libro. Y están en él también muchas cosas imposibles. Aquí las arañas y los caballos y las serpientes y los fantasmas y las cucarachas y los hombres, en traje de amos o esclavos, de víctimas o victimarios, representan incesantemente sus papeles sin sentido, y aman y matan y comen y se disuelven. Camiones y calles, alas y barcos, intercambian señales incomprensibles. Y las edades, y las miserias obscenas, y las cópulas tristes, ilustran las historias de la ciencia y el arte y la filosofía.

De pronto, Hernán Lavín Cerda descubre: “La muerte es el único camino”. Y no es capaz de llorar ni reírse, porque al punto conoce la falsedad de ese descubrimiento. Sabe que, al fin de cuentas, lo único que responde por él no es la muerte, sino la palabra que él escribe; esa palabra testimonio de libertad y bandera de señorío humano. Y aun comprendiendo que comete crimen al escribir, se entrega desvergonzado a la perversidad erótica de formular libremente el discurso de sus propios funerales.

Rubén Bonifaz Nuño

(3)  Este texto es el prólogo del libro La felicidad y otras provocaciones, de Hernán Lavín Cerda, que publicó la Universidad Nacional Autónoma de México en 1988.

                                                                        

 

Querido Hernán:  (4)

Me he traído tu Metafísica de la fábula a mi refugio provenzal donde paso estas vacaciones  de pascuas (a punto de florecer). Cesados el ajetreo y la tensión parisinas, entro aquí en un mundo sosegado y paso a ser poblado por los ecos, por las llamadas en sordina, y por los pasajes de ida y vuelta entre una memoria ensoñadora y un presente contemplativo. Hallo ahora el tiempo propicio al encuentro dialogado, al comercio atento y fecundante con tu sugestivo libro. Lo descubro conmovedoramente próximo, intenso, ingenioso y complejo. Me gusta ese humor sinuoso y seductor que amaga angustias, que hace fintas a los agujeros, a los atisbos abisales, a las precariedades fundadoras de toda palabra valedera. Gozo con esa reflexión que marida concepto e imagen para acrecentar su alcance, para impulsar al verso a sobrepasarse, a proyectarse hacia lo que precede y sucede a toda instalación mental por medio del lenguaje.

Celebro esa prosa cuya sensualidad jugosa colinda siempre con la carencia y la vacancia. Como comprenderás, me siento muy cerca de tu registro, y los parangones que tu Metafísica de la fábula me evocan son para mí de la mejor estirpe: El Gay Saber de Nietzsche, los apócrifos de Antonio Machado y, sobre todo, La tumba sin sosiego, de Cyril Connolly, que sigue siendo, desde que lo descubrí deslumbrado, un libro de cabecera (es decir, mi altar de la identificación). Te agradezco mucho el haberme procurado tanto placer. Espero tener de nuevo, y con una complicidad que se acrecienta, la ocasión de verte. Entretanto me declaro tu admirado lector. Un abrazo fraterno,

Saúl Yurkievich

(4) Esta carta del poeta, ensayista y profesor de la Universidad de París, fue escrita en Saignon (Vaucluse), Francia, el 30 de marzo de 1982.                                                                 

                                                                   

 

La felicidad y otras complicaciones (5)
Un libro magnífico    

El ensayo, por desgracia, se ha convertido actualmente en una monografía académica, sin la frescura de la imaginación ficticia. Pero el ensayo es un fenómeno distinto. Es, sobre todo, una reflexión filosófica. Aún se conserva vivo en algunos países como Inglaterra, donde pudo brillar con Francis Bacon; también se cultivó en la Francia del siglo XVI, y no sólo del siglo XVI, con Michel de Montaigne.

Ahora les quiero recomendar este libro magnífico, con prólogo de Rubén Bonifaz Nuño, que se titula La felicidad y otras complicaciones, y que fue publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1988. Su autor es Hernán Lavín Cerda, un gran poeta y ensayista; además de ello, un ser profundamente humano: lo conozco desde hace mucho tiempo. Lean ensayos, acérquense al ensayo. También les recomiendo a otro escritor muy importante: Gilbert Keith Chesterton. Ya nadie lo recuerda en Londres; allí estuve durante un tiempo y me dolió mucho comprobar que la Inglaterra mía ya estaba muerta desde hace más de sesenta años. Pero ahora permítanme hacer un pequeño homenaje a Lavín Cerda leyendo para ustedes su texto Las trompetas, del libro al que me referí; es una página magistral, simplemente:

“Hasta donde sabemos, la vida es la única enfermedad mortal. Esta certidumbre debiera ser un alivio. Sin embargo, sobrevivimos en el miedo de los inmortales y no sabremos qué hacer cuando llegue el día de cerrar los ojos y colgar la máscara. Mientras tanto, uno debe reírse como si estuviera observando a una mujer muy gorda que de pronto decide estornudar delante de un enano, sin medir las consecuencias.

“El enano puede ser usted, mi estimado lector, o cualquiera de nosotros. El enano es otra máscara que ahora sonríe con dificultad. A lo lejos se oyen las trompetas del carnaval y nuestra alegría es indescriptible: algo así como el equilibrio de un pájaro en el aire que transcurre sin movimiento alguno”.

Eliseo Diego

(5) Estas palabras fueron pronunciadas por el poeta Eliseo Diego en octubre de 1993, durante el curso 50 años de poesía, que impartió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dentro del ciclo de cátedras “Maestros del exilio español”.

 

 

Decálogo incompleto del hernanismo  (6)

Las clases que Hernán Lavín Cerda impartía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM no se parecían a ninguna. Quienes ingenuamente creíamos llegar a un laboratorio de creación literaria donde se nos iban a dar, para memorizarlos, ingredientes y fórmulas que nos permitieran corporificar nuestros propios monstruos, nos encontrábamos con un joven profesor que se entretenía y gozaba al hacernos subir serpientes y escaleras para convencernos de la falta de respeto que es preciso tenerle a la vida para mejor respetarla, y concretarla, de ser posible, en hecho literario.

Hernán Lavín Cerda nos enseñó, primero como profesor, después como maestro en los dominios más vastos y generosos de su escritura, que cuando recién se inician las lides para desentrañar el idioma del mundo, existen dos caminos fundamentales: uno que nos permite ignorar la tradición y fracasar, tras los primeros pasos; otro que nos obliga a conocer la herencia y a transformarla. Esto lo hemos entendido con el paso del tiempo. Pero en aquellas sesiones memorables, Hernán siempre nos deparaba una sorpresa: descubría que el antecedente de nuestros textos era la odisea interior de Jean Santeuil, o nos contaba sus experiencias nerudianas. Cuando buscábamos el nombre para una nueva revista, consultábamos con él los probables títulos. Con el Anciano del Mar pesándonos sobre los hombros, proyectábamos un nuevo galope del Caballo verde nerudiano, mientras Héctor Carreto buscaba la fundación de otra Zona que resucitara, por si fuera necesario, al siempre vivo Guillaume Apollinaire. Hernán nos dijo, con la exquisitez y la dulzura que aumenta la eficacia de su terrible agudeza: “Son nombres muy serios. ¿Por qué no le ponen algo así como La mantequillera de terciopelo?” Bien leída, la sugerencia de Hernán es como una poética que anima la totalidad de su obra: el encuentro fortuito de materiales que en apariencia no guardan relación entre sí, y por eso crean mundos autónomos y sorprendentes. El mismo desconcierto deliberado, que a la larga nos dejaría las mejores lecciones, es patente en el proyecto de escritura de Hernán, y en particular en la Historia de Beppo el Inmóvil que hoy nos reúne bajo el ala del Hijo del Cuervo.

Y como en Hernán Lavín Cerda todo es invitación al juego, permítaseme adivinar, a riesgo de pensar por mis amigos, los motivos por los cuales precisamente nosotros, Hugo Hiriart, Hernán Lara Zavala y Vicente Quirarte, somos los invitados a esta ceremonia de armar caballero a Beppo. Me descuento yo, pues ya expliqué mi calidad de deudor y discípulo de mi siempre maestro. Me atrevo a aventurar que Hugo Hiriart se encuentra aquí porque, a semejanza de Hernán Lavín, es un niño que no acaba ni acabará de crecer. Sus lúcidas y lúdicas Disertaciones sobre la telaraña, su impecable Galaor, su alucinante Minotastás, son hermanas de los textos extraños, ilógicos pero coherentes, que acompañan a Beppo: ensayos que se convierten en cuentos, poemas en prosa que devienen historias extraordinarias, vidas imaginarias que se vuelven biografías de seres palpables.

En esta mesa se halla, asimismo, Hernán. Y aquí empiezan los problemas, pues se trata no de este Hernán sino del otro. Esta crisis del doble, que más allá de un fenómeno literario, es palpable e inmediata, como ustedes podrán darse cuenta, ya dio pie a un jocoso texto en que Hernán Lavín Cerda cuestiona su identidad. Nadie discute la calidad narrativa de Hernán Lara Zavala y, menos aún, su mirada crítica educada en la mejor escuela de habla inglesa. Pero creo que su presencia esta noche obedece fundamentalmente a que Hernán Lavín Cerda quiso hacer una demostración concreta del doble, del otro, del doppelganger que aparece obsesivamente en su obra. Bajo el nombre de Beppo, Onésimo, Luis Abundio Martínez, palpita siempre la sombra de William Wilson, inseparable y antagónica, necesaria y permanente.

Hay libros que se llevan en el maletín o en la bolsa del saco. Hay otros que, no obstante sus pequeñas dimensiones físicas, no tienen cabida porque son como los baúles que cargan las artistas. El nombre de estos baúles, si mal no recuerdo, es mundo, porque en ellos cabe, efectivamente, no un mundo sino el mundo. Tal es el caso de Historia de Beppo el Inmóvil, un libro-mundo que guarda en su interior textos que se niegan a respetar un género que no sea el de la escritura colocada en medio de dos espejos que la duplican hasta el infinito. Y aunque es más o menos fácil establecer la genealogía de la escritura Albiñana --¿o habrá que decir carlavinesca?--, en los momentos actuales su estilo es inconfundible y originalísimo. Primo de Macedonio Fernández , puede guiñarle un ojo a Ramón Gómez de la Serna, pedir prestada su bicicleta a Julio Torri, o una desvencijada silla austriaca del ajuar de Felisberto Hernández, que naturalmente no utilizará para sentarse. Acepta recibir lecciones del torturador chino de Salvador Elizondo, o manda pedir por correo un laberinto para armar, modelo José Lezama Lima.

Por todo lo anterior, Historia de Beppo el Inmóvil es un libro extraño, pero explicable dentro de la aventura heterodoxa emprendida por Lavín Cerda desde sus primeros textos. Y si Ramón Gómez de la Serna tuvo la osadía de fundar el Ramonismo, digamos que Hernán Lavín Cerda en fundador del Hernanismo. Propongo arriesgar un decálogo --de nueve mandamientos-- que nos permita, con la venia de Su Majestad la Historia de la Literatura, registrar en sus anales el Primer Gran Manifiesto Hernanista—Laviniano. Para ello me valgo estrictamente, hasta donde un Ismo acepta corsés y limitaciones, de palabras y recuerdos de mi maestro:

          1. Aceptar todas las influencias. La lectura del Eclesiastés y la contemplación mística del trasero de una niñita en el Desierto de los Leones, son experiencias místicas análogas e influencias recomendables.

            2. No creer nunca en que las cosas son. Las cosas deben ser porque el autor lo quiere.   

            3. Creer en la lengua de los niños. “A estas alturas, es la única que se mantiene invicta, siempre y cuando no caiga en la trampa del uso de la razón”.

            4. Conjurar siempre a Lautréamont. Los encuentros fortuitos entre máquinas de coser y paraguas, pueden tener lugar lo mismo bajo las arcadas de Morelia que en la neblina de los Cárpatos.

            5. A modo de un Mercado Común de la Literatura, abolir las leyes que reglamentan la distinción genérica. Todo lo que es escritura debe salir de la chistera del mago, se trate del verdadero retrato del conde Drácula o de la amorosa muerte del capitán Carlos García del Postigo. Para decirlo con palabras del nunca suficientemente llorado Reinaldo Arenas: La Historia que el Hernanismo recrea a través de sus historias, es como el Hernanismo sabe que fue, como imagina que fue, como a él se le antoja que sea.

            6. Otro chileno, antipoeta y mago, declaró, categórico: “El poeta es un pequeño Dios.” Más respetuoso de lo que no conoce, el Hernanismo afirma: “Dios es un poeta de vanguardia, pero lo ignora”.

            7. Mirar la realidad tan obsesivamente, que nos convenzamos de que todo es irreal. La irrealidad es la única conducta posible para convencernos de la realidad.

            8. Eliminar del diccionario y de la memoria colectiva las palabras anécdota, trama, personajes, y todo el demás instrumental quirúrgico que la enseñanza media forja para que odiemos a la literatura. Cuanto el Hernanismo pone por escrito es nada más eso, y más: es lo que pone por escrito.

            9. Y último, porque los múltiplos del tres son perversos y edificantes: el Hernanismo tiene fórmula y sus ingredientes son, en desorden riguroso: palabras domadas hasta que entreguen todo, un sentido del humor dulce y amargo, como las instrucciones para mascar vidrios sin sangre. El Hernanismo daña. El Hernanismo muerde. Igual que Sofía Loren, los vampiros y la gloria.

Vicente Quirarte

(6)  Este ensayo fue leído por su autor durante la presentación del libro Historia de Beppo el Inmóvil, de Hernán Lavín Cerda (editorial Joaquín Mortiz—Planeta, México, 1990), el 16 de abril de 1991, en el espacio cultural El Hijo del Cuervo. Después se publicó en Sábado, suplemento cultural del diario Unomásuno, México, el 7 de septiembre de 1991.



 

 

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ALGUNOS ESCRITORES LATINOAMERICANOS OPINAN SOBRE LA OBRA DE HERNÁN LAVÍN CERDA
(Material que aparece en el volumen LA SONRISA DEL LOBO SAPIENS,
antología poética editada por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1995)