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NICANOR PARRA CUMPLIO 100 AÑOS
CON UNA SONRISA INDOMABLE
Hernán Lavín Cerda
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UNO
“La verdad es que mi sonrisa, cuando aparece, es un fenómeno más bien melancólico”, dice Nicanor Parra en su antigua casa de La Reina, donde todo parece un prodigio de la Cordillera de los Andes, allá en Santiago de Chile. El antipoeta va transcurriendo sin prisa por sus 100 años de edad. Se acuerda de San Fabián de Alico, allá en el sur, sí, en Chillán, donde nació aquel 5 de septiembre de 1914. Alguien pudiera decir a media voz: “Sus primeros 100 años en este mundo hermoso y cruel donde el todo y la nada se han vuelto cada vez más contradictorios”. En su Discurso del teatro Caupolicán, que también se conoce como Happy Birthday”, en 1993, el autor dice textualmente: “Algo huele muy mal en Dinamarca lo sé/ Ya cruzamos el umbral del Apocalipsis/ Aseguran los + pesimistas/ El problema no tiene solución/ Es de mal tono hablar de estas cosas/ El smog/ el ozono/ el consumismo suicida/ Lo sentimos muchísimo/ No depende de nuestra voluntad/ El teatro del mundo se acaba/ Nos hundimos irremisiblemente en la nada/ ¿Con la bandera al tope?/ ¡Tanto peor!/ Aquí no se respeta ni la ley de la selva”.
Así transcurre el tono parriano más reciente. El antipoeta está siempre con las antenas muy despiertas. Es una especie de francotirador que escucha y observa no sólo el paso del tiempo a lo largo de los tiempos crueles que van y vienen por el mundo. Nada se le escapa. Dichos estímulos provocan en él la carcajada o algún toque de melancolía que también posee la virtud de burlarse de sí misma. Es un cronista que no escribe desde un pedestal. “Los poetas bajaron del Olimpo”, dijo hace más de medio siglo, para sumergirse en el ser humano desde el mundanal ruido. La verdad es que el tono viene ya en su obra de fundación, Poemas y antipoemas, que es de 1954. Desde hace un buen tiempo, se declara en libre plática para advertirnos que ya cruzamos el umbral del Apocalipsis. “El error consistió en creer/ que la tierra era nuestra/ cuando la verdad de las cosas/ es que nosotros somos de la tierra”. Así lo señala en uno de sus artefactos, como él llama a sus aforismos o antiaforismos. “De congreso en congreso de poesía, de una punta a la otra del mundo, el ecopoeta recita los derechos del hombre. Por ejemplo, el derecho a respirar. Derecho que no se puede ejercer en Santiago de Chile”. Acá en la Ciudad de México no cantamos mal las rancheras. No nos dejarán mentir los señores, las señoras o más bien las señoritas que se dedican pacientemente a medir la contaminación nuestra de cada día. ¡No respiren! Si dejan de respirar, aunque sea durante algunos minutos, le harán un bien no sólo a México sino a toda la humanidad. ¡No respiremos, por el amor de Dios, no respiremos, aunque pretendan dorarnos la píldora con golosinas transfiguradas en buenas intenciones!
Hay otros tonos en su propuesta escritural, como dirían los técnicos que de improviso lo saben todo, casi. ¿Horror de horrores? Ahí están algunos epitafios cuyo fin principal es darle júbilo a la fiesta de cada día, donde casi todos los invitados (así como los no invitados), van amándose y odiándose a través de una simulación muy difícil de igualar, más bien insuperable. ¿Horror o más bien honor a quien horror merece? ¡Vaya uno a saber, cuando no es imposible que ya nadie sepa lo que sabe! ¿Se entiende, oh amigos míos, o ya no se entiende? Tal vez no sea tan importante aquel fenómeno cognoscitivo de saber si se entiende o ya no se entiende. ¿Estamos de acuerdo? ¿Vamos bien, vamos mal, mucho muy, o todo lo contrario? En el caso de que la humanidad no vaya por muy buen camino, existe siempre la oportunidad de que vaya mucho peor, paso a paso, o a una velocidad supersónica.
El 24 de junio del año 2001, Rodrigo Barría Reyes lo entrevistó en el diario El Mercurio, de Santiago de Chile. Casi al final de dicho diálogo, el periodista puso en el aire el tema femenino: “Pero de que sabe de mujeres, usted sabe. Algo podrá comentar de ellas”. Parra se lleva la mano izquierda al mentón, un mentón no muy bien afeitado, sí, una especie de anti-mentón, y dice con algo de melancolía. “Para ello me remito a un aforismo: matrimonio entre los 20 y 30, útil y necesario. Entre los 30 y 40, puede que útil pero no necesariamente necesario. Y después de los 40, a menudo pernicioso y conduce a la decadencia espiritual del hombre, a lo que agrego ‘cosa que no tolera la mujer’. La mujer puede tolerar la decadencia física del hombre, pero no la espiritual”. “¿Le interesan esos temas a usted?” Y Parra sonríe con algo de melancolía al observar la punta de sus zapatos, allí donde el lodo es una realidad casi permanente: “No estoy en contra de esos temas. Lo que pasa es que se pueden tratar bien, regular o mal. Cualquier tema es digno de ser considerado. Tal vez lo que predomina es la chabacanería, pero eso no significa que los temas que se analizan no sean importantes. Ningún tema es chabacano. El problema es cómo se trata. Es lo mismo que las palabras para un escritor: no hay ninguna que esté prohibida de antemano. Antes no se podía utilizar la palabra mierda en una poesía. “¡Silencio, mierda, que con dos mil años de mentiras basta!”. ¿Podemos cambiarla por un “por favor”? No pues. Pierde fuerza y contundencia”. “Aclárenos: ¿hasta cuándo tenemos Parra?” “Una vez el Ángel, hijo de la Violeta, dijo que había Parra parra rato. Claro que eso lo dijo hace 30 años”. “¿Y ahora qué hay que decir?” “Que queda Parra parra un ratito nomás…” “¿El epitafio lo dejará listo usted o lo deberán escribir otros?” “He jugado siempre con epitafios. He trabajado en ellos hace mucho tiempo. No como algo personal sino como una necesidad humana. Uno de los primeros que salió espontáneamente en uno de mis poemas fue el siguiente: ‘¡No se rían delante de mi tumba, porque puedo romper el ataúd y salir disparado por el cielo!’ Es un muerto muy agresivo. En realidad, tengo ‘ene’ respuestas para la pregunta”. “Escoja uno”. “Por mí no se preocupen. Estoy mejor que cuando estaba bien. Descansen en paz”.
DOS
¿Y ahora qué hacemos con los 100 años a cuestas? Como aún dicen en México, ¿qué hacemos y qué sigue? Acaso lo más profiláctico y recomendable es no formular la pregunta. Recuerdo que en 1997, desde México, escribimos lo siguiente: “Alguna vez, quizá en un día de agosto de 1967, Nicanor Parra me dijo en su casa de La Reina, ya en los faldeos de la precordillera desde donde se vislumbra el valle de Santiago de Chile, que tres poetas de lengua inglesa, Walt Whitman, T.S. Eliot y Ezra Pound lo alumbraron y le abrieron el camino, junto con Franz Kafka, algunos surrealistas y el chileno Carlos Pezoa Véliz (1879-1908). Un fructífero y larguísimo camino hacia una escritura más directa o comunicante, sumergida en el lenguaje oral de la tribu, y coloquialmente artística. Una escritura sin el floripondio grecolatinizante, sin los aditamentos ornamentales de la estética modernista, donde la música de los sentimientos está por encima de la música de las ideas o de la semántica, una semántica con presencia y poderío visual. Se trataba de rescatar el logos callejero, de amplio registro, vagabundo o vagamundo, y sin apegarse, servilmente, a las preceptivas de los lenguajes de academia, de salón o de púlpito. Recuerdo aún sus palabras en aquel otoño casi invernal: ‘Sospecho que por ahí encontraremos o fundaremos una nueva sensibilidad poética, a partir de escuchar con atención cómo habla la gente. Así van apareciendo los nuevos hallazgos, la voz popular, los impulsos escondidos, pero dentro de un tono donde ya no hay verdades absolutas y todo es posible: la certidumbre se relativiza. Nuevos registros, aun cuando podamos caer, a veces, en prosaísmos o ingenuidades que nos debiliten. Sea como sea, me parece que llegó la hora de correr todos los riesgos, más allá de lo que puedan o no puedan decir los críticos de siempre, aquellos que suelen venir de atrás y sólo repiten los modelos establecidos”.
Nicanor Parra no abandona del todo la retórica que procede el romanticismo y del modernismo hispanoamericanos, sino que la somete a una presión convulsa y desarticuladora, partiendo de la oralidad de los distintos hablantes líricos en una circunstancia determinada. Se fragmenta, entonces, el sujeto poético tradicional que dominaba la escena y lo controlaba todo; aparecen los sujetos que afirman algo, se quedan en el aire y luego lo niegan, como si estuvieran interpretándose a sí mismos en una cadena de control y descontrol, entre el asombro y la angustia, la vigilia y el sueño, y sobre un escenario que es el espacio de las múltiples contradicciones dramáticas. ¿Beckett, Cioran, Ionesco, hubieran sonreído? En el estudio preliminar que aparece en el volumen antológico Antipoemas (Sexis Barral, Barcelona, 1972), el crítico y ensayista José Miguel Ibáñez Langlois señala con lucidez: “He aquí la imperfecta, irritante, corrosiva, anticipadora obra poética de Nicanor Parra, que en los últimos años ha marcado rumbos novísimos en la poesía de Hispanoamérica, abriendo el verso lírico del idioma a las realidades más exteriores y apoéticas de nuestra circunstancia humana. A su libertad creadora debe no poco este fervoroso sentimiento que impregna hoy nuestro lenguaje: la conciencia de que --¡una vez más!— todo puede decirse en poesía. Este habitante del valle central de Chile, tan hondamente provinciano de su Chillán nativo como paradójicamente universal, ha asumido de veinte años a esta parte la vocación de fundir en los antipoemas, bajo intensas presiones de angustia y humor negro, una suma indefinida de experiencias y formas que el hombre contemporáneo siente liberadoras de sus demonios internos, reveladoras de su más secreto y culpable rostro. Un sumario registro de tales vibraciones del espíritu nos llevaría a inventariar amplias regiones de la existencia y de la cultura tal como las padece el antiheroico protagonista de esta aventura. Rastreando las coordenadas de su lúcido furor neorromántico, podríamos retroceder hasta Aristófanes y Catulo, pasando por anónimos romanceros de la Edad Media, para percibir en la antipoesía la esencialidad del humor clásico mezclada al desenfado malicioso de cierto verso medieval. Tendrían también su parte en este catastro --que dista mucho de reducirse a la lírica— la ironía y la parodia del Quijote, unidas a su sentido castizo y proverbial. Y una veta originaria de poesía popular, el ángel de García Lorca nacionalizado en los valles transversales del macizo andino, entre cantores de cueca y payadores. Y un realismo anecdótico y descriptivo de tintes melancólicos, heredero legítimo de Pezoa Véliz”.
Como ustedes pueden ver, los vínculos y conexiones de la propuesta parriana son múltiples y vienen desde la aparición de su obra Poemas y antipoemas (Edit. Nascimento, Santiago de Chile, 1954). Dicho libro fue considerado como un acontecimiento fundamental para la poesía de Latinoamérica. Ocho años después se publica Versos de salón, otra obra clave dentro de la búsqueda parriana. En sus páginas aparece por primera vez la estética del energúmeno. También se edita el volumen Discursos en colaboración con Pablo Neruda. Parra expone allí sus puntos de vista sobre la obra nerudiana.
Hay cuatro años fundamentales en la formación poética, más bien antipoética de Nicanor Parra. Es el periodo que va de 1949 a 1952. Reside en Inglaterra y estudia en la Universidad de Oxford. Cuando se termina su estancia allí, regresa a Santiago de Chile junto con Inga, la sueca misteriosa con la cual contrae matrimonio. Poco después, ella se esfuma como por encanto. Surge entonces una nueva relación sentimental con Sun Axelsson, también de origen sueco, que al regresar a Estocolmo se convertirá en una afamada poeta y novelista. Acerca de su trabajo poético en aquellos días, el propio Parra ha dicho: “A Inglaterra llegué después de haber escrito poemas como ‘La víbora’, ‘La trampa’, ‘Los vicios del mundo moderno’. Allí me olvidé de mis deberes académicos y quise estudiar por mi cuenta a poetas como John Donne, a los metafísicos y a William Blake. Me impresionó mucho aquella frase con que comienza uno de los poemas de Donne: “Muerte, no seas orgullosa’’’. También allí descubre a T.S Eliot, a Ezra Pound, y se conmueve con aquel germen antipoético que descubre en Aristófanes.
TRES
Conviene recordar que los jóvenes poetas e iconoclastas de la Generación del 50, sí, de la década de 1950, buscan a Nicanor Parra a su regreso de Londres. Alejandro Jodorowsky, Enrique Lihn, Enrique Lafourcade y Jorge Teillier, entre otros. Aparece entonces la invención del Quebrantahuesos, con Lihn y Jodorowsky, muy impulsados por Parra. Se trata de una especie de diario mural hecho a base de recortes periodísticos, al modo del arte pop. “Componíamos unos textos a base de titulares de prensa, los más grandotes y espectaculares. Los armábamos de acuerdo con las normas del collage, del pop, y agregábamos ilustraciones insólitas. Hay una composición que dice lo siguiente: ‘Muchas felicidades’, con unas letras muy rococó y como vidriecitos que relumbran, tomados de una tarjeta postal, y arriba de todo esto hay un gran corazón canceroso y lleno de grasa, cortado de una revista médica, y encima del corazón un par de noviecitos chicos recortados del diario El Mercurio. Es una obra pop por donde se la mire. Textos semejantes hay un sinnúmero… La cuestión era quebrar huesos. La idea de no dejar títere con cabeza se repite porque aquí mismo tengo un artefacto con títeres: “Si yo fuera Presidente de Chile no dejaría títere con cabeza/ Comenzaría por declararle la guerra a Bolivia/ Acto seguido me dispararía un tiro en la sien”.
La Editorial Nascimento, en 1954, publica en Santiago de Chile una obra fundamental para el desarrollo de la escritura poética y no sólo poética en Latinoamérica. Se trata de Poemas y antipoemas. Y ocho años después, en 1962, aparece Versos de salón, otro libro clave dentro de la búsqueda parriana. En sus páginas es posible apreciar por primera vez su estética del energúmeno. También se edita el volumen Discursos en colaboración con Pablo Neruda. Allí estuvimos cuando se presentó esa obra en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad de Chile, entre aquellos jóvenes de la Federación de Estudiantes. Un momento inolvidable: Neruda y Parra leyendo sus textos y recordando sus historias de juventud universitaria. 1967 es un año de júbilo y desgracia. Se publica su libro Canciones rusas, en Santiago y en París. Avanza el año y repentinamente, por una insoportable desolación amorosa, se suicida en Chile su hermana Violeta, gran artista plástica, autora de las Décimas que no debiéramos olvidar, y del libro Poesía popular de Los Andes. El propio Nicanor lo dijo alguna vez: “Yo consideraba a Violeta como una parte de mi persona. Éramos la misma persona. Está dicho en uno de mis antipoemas: ‘La Viola y yo somos la misma persona/ Sí:/ no me tomen en serio, pero créanmelo’. Pude haber evitado eso. La ascendencia de hermano mayor que yo tenía sobre ella era tan grande, que pude haberlo evitado… Claro, si hubiera estado preparado a fondo y muy listo, como lo estoy ahora. Pero yo en la época en que ella se suicidó, no había llegado al taoísmo. De manera que no sabía nada sobre las relaciones humanas”.
Yo estuve en el Cementerio General de Santiago de Chile, aquel día del entierro de La Violeta, como todos le decíamos cariñosamente. Había una tensión social en el aire no sólo de Santiago. Hubo algunos cantores populares que despidieron sus restos. Sus hijos Ángel e Isabel hacen el intento de cantar algo entre la desgarradura que va por dentro y por fuera. Hay un inmenso dolor familiar y, por qué no decirlo, ese dolor se extiende a lo social y a lo político. Son días de mucha efervescencia. Envío por teléfono una crónica al diario Las noticias de Última Hora, dirigido por José Tohá, e intento rescatar o más bien transmitir el ambiente, así es, la atmósfera de la ceremonia fúnebre en el Cementerio General de Santiago de Chile. Canto y llanto por la pérdida de la gran artista Violeta Parra. Muchos años después, en su casa de la Reina, allá en los altos de Santiago de Chile, su hermano Nicanor nos diría lo siguiente: “Quizá el taoísmo de Lao Tsé pudo haber salvado su vida. Sabemos que las pasiones sentimentales, así como los desamores o los abandonos, suelen ser corrosivos y fulminantes. El sentido de posesión es algo que antecede a la catástrofe”.
La última vez que nos vimos fue en su casa de Las Cruces, junto al océano Pacífico, allá en Chile. Fue con motivo del encuentro de algunos poetas que salimos al exilio con otros que permanecieron en Chile en los tiempos de la dictadura. Una experiencia inolvidable. Casi todo se estremece allá en el fondo sin límites de la memoria. Su casa está muy cerca del mar y en una especie de bahía que se prolonga y se abre, paso a paso. De pronto, Nicanor Parra trae unos anteojos de larga vista y hace que cada uno de nosotros observe en dirección al otro lado de la bahía. “Allá en el fondo pueden ver una mancha blanca. ¿La ven? No es más ni menos que el lugar preciso donde descansa Vicente Huidobro. En la cubierta de la lápida hay unas palabras que dicen: “Si levantas esta lápida, verás en el fondo el mar”. También podríamos decir: “Si levantas esta lápida, verás en el fondo la resurrección permanente de Vicente Huidobro, aquel antipoeta y mago”. Por toda la casa de Nicanor, sí, Don Nica, hay objetos y antiobjetos de distinta naturaleza. De pronto alguien anuncia que debiéramos irnos caminando hacia un restaurant que no está muy lejos de aquí. Me pongo el sombrero para atenuar el impacto de los rayos del sol. Vamos saliendo de la casa sin mayor prisa. El anfitrión y Nora se adelantan, pero no de un modo premeditado. Entonces Nicanor Parra se aproxima a la esposa de Su Majestad el Lobo Sapiens, alias Vuestro Inseguro Servidor, y le dice con una sonrisa que parece venir de muy lejos: “Sin duda que no estamos en una carrera contra el tiempo, pero mírelos… Ellos son aquí los jóvenes, como quien dice el porvenir de la patria, y apenas van y vienen arrastrando los pies. ¿Cómo es posible? Habría que reaccionar a tiempo, ¿no le parece? A su manera, ellos representan el porvenir de la poesía, no sólo de la poesía, y yo creo en ellos. No tengo otra alternativa que creer y apostar a favor de ellos. La verdad es que siempre he sido muy bueno para la caminata. Es la mejor forma de cultivar, con toda la fuerza del espíritu, la ecología. Y ya sabemos que sin la bendita ecología, se nos acabó la película para siempre. ¿Verdad que sí? Sé que los dos están muy bien en México y que allá los quieren y los valoran. Me alegro mucho que así sea. Se lo merecen. Pero tampoco es bueno que se olviden de este país tan largo que algún día los vio nacer durante el siglo pasado. Ay, si parece que todo hubiera ocurrido en el siglo pasado”