EDITORIAL SIGLO XXI de México publica este libro que, al parecer, es el primero de relatos del poeta Hernán Lavín Cerda. El libro fue publicado en 1971, vale decir que el pasado año 1972 estuvo ya en distribución en librerías nacionales, y pudo haber despertado por lo menos la curiosidad de algún crítico o comentarista nacional. Decimos, por lo menos la curiosidad. Sin embargo, no ocurrió así. Y aparte de sus amigos y de algunos buenos amantes de la literatura, nadie más supo de esta publicación con la que un joven narrador chileno era puesto en órbita latinoamericana por tan importante editorial como es la Siglo XXI. Este es, quizás, uno de los motivos por el que nos preocupamos del libro con retraso.
La presentación de la solapa dice que “La Crujidera de la viuda” prolonga la revolución sintáctica iniciada por Joao Guimaraes Rosa. Digamos, para quienes no lo sepan, que Guimaraes Rosa fue un escritor brasileño, autor de una importante novela titulada “Gran Sertón: Veredas”. Es ella una novela ejemplar, como pocas, de esa postulación que se abre profundo paso en latinoamérica a partir o coincidente con el denominado boom narrativo hispanoamericano, la captación de la realidad a través de un lenguaje que sea a un tiempo experimentador y denunciante. Es decir, que nazca hondamente enraizado a los elementos que conforman el medio físico y social y, al mismo tiempo, que los exponga modificando su imagen, alterando su presencia tradicional en la conciencia del lector caracterizando de manera resaltante las contradicciones que genera el sistema de relaciones en que se desenvuelve la vida del hombre.
La postulación de un lenguaje creador y recreador de los universos individuales y sociales, es la motivación fundamental que orienta a la literatura actual de latinoamérica. La denuncia del esquematismo de las formas de la realidad, la estrecha definición de sus límites potenciales y actuales implícita en la perspectiva mantenida por los narradores realistas tradicionales, es discutida, revalorada, negada, transformada por un punto de vista antiesquemático y dialéctico por una toma de razón de la polivalencia del mundo circundante y de sus relaciones con la conciencia individual y social. Surge de allí la certeza de que el lenguaje transformado en categoría idiomática, se constituye por razones de costumbre, tradición y “normalidad” en instrumento de integración, de institucionalización de las formas de captación y comprensión del mundo. La imagen que del mundo nos damos, aparte de emanar de la acción que ejercemos sobre él, tiene una traducción en el lenguaje, su conocimiento es trasmitido y caracterizado en la palabra. De tal manera, llega un momento en que anteponemos nuestra imagen verbal proyectándola mecánicamente sobre la realidad, y vuelve a fluir de ello un conocimiento trasmitido, que es un “reconocimiento” del medio físico y social cotidiano que consideramos injustificado cerciorar cada día. Entonces el mundo se va integrando y confirmando en nuestra conciencia como una imagen verbal. En ella la palabra inscribe y traduce una indudable certeza.
Es en este hecho donde se encuentra la validez de la postulación estética de la literatura hispanoamericana de hoy. No se pretende suplantar la acción por la descripción. Sólo la acción del hombre puede transformar al mundo y sus relaciones humanas, pero como en la conciencia de los hombres se genera una imagen universal que de algún modo es producto de su lenguaje, se hace necesario señalar o denunciar, que así como el mundo puede y debe ser transformado por la praxis social, así también puede y debe ser rota la imagen verbal que de él tenemos, o que nos hemos dado tradicionalmente, merced a la integración sin alternativas que habíamos aceptado en el uso instrumental de la palabra. El lenguaje puesto en la órbita del cambio y la renovación imprime en el centro de la comunicación humana una valoración universal que modifica no sólo el sentido de las formas, sino nuestra idea de su consistencia y permanencia. En una palabra, renueva nuestro conocimiento del mundo y de la vida y nos abre el camino hacia la apetencia del cambio.
En ese sentido es ejemplo la novela de Guimaraes Rosa “Gran Sertón: Veredas”. En ella se accede a la grandiosidad epopéyica del paisaje y del hombre. Se manifiestan unidos en la expresión de un lenguaje que altera raigal y profundamente las formas tradicionales de la comunicación verbal. Se integra una visión del mundo y de la vida, cuya fuerza hubiese permanecido escondida a través de una exposición en la que se hiciera presente la supremacía gramatical del idioma académicamente aceptado y su tradicional sintaxis.
Es quizás desmedido por parte de los editores plantear así sin una explicación mediadora, el que “La crujidera de la viuda” prolongue la revolución sintáctica iniciada por Guimaraes Rosa en latinoamérica. Es evidente que hay una gran diferencia entre ambos autores sobre todo de edad, y por esto, el uso y conocimiento de lenguajes, sus experiencias verbales, sus culturas idiomáticas se proyectan en distintos niveles. Lo que sí es cierto es que este libro de Hernán Lavín Cerda plantea a la joven literatura hispanoamericana, y muy especialmente a la chilena, un camino renovador de impredecibles perspectivas. Ello, porque Lavín se proyecta valiente y aventuradamente hacia una apertura decidida en la incorporación de sus visiones narrativas. Usa él la palabra como un poeta, le asigna su validez polivalente para mostrar la naturaleza de las relaciones, para señalar el sentido de la unidad de elementos disímiles en un paisaje, sea éste natural o urbano, determine sucesos de movimiento de las cosas o de los hombres.
No estamos postulando de ninguna manera que estas narraciones estén plenamente logradas. Y acaso tampoco sea éste el término adecuado para medir el éxito creativo del autor. Quizás algunos de estos relatos manifiesten una cierta confusión de imágenes, una abigarrada proliferación de adjetivos y nominaciones que conspiran contra la conducción más o menos hilvanadas que debiéramos exigir para que el lector no se pierda y encuentre monotonía donde busca entretenimiento. Algo de esto se da en ciertas narraciones. Sin embargo, ello no anula la proposición fundamental del autor. El relato “La crujidera de la viuda”, que da título al libro, es el más resaltante y mejor estructurado. En él la anécdota fluye con facilidad, se hace captable al lector meros avezado. Y hay una corriente global de lenguaje integrado y dirigido en una dirección. De ella fluye un mundo alucinante, avasallador, hermosamente expuesto y realzado en sus imágenes. Un sentido del humor liviano y superficial, una irónica actitud ante el suceder de la vida son muestras evidentes de la calidad narrativa implícita en Lavín Cerda.
Es una visión literaria muy personal la de este autor de muy difícil generalización en el contexto nacional, no así acaso en el latinoamericano, lo que justifica el interés que ha promovido su libro fuera de nuestra provincial ensoñación interna. Ahora, sí no es susceptible de una generalización dentro del país como postulación literaria, es indudable que representa un serio camino renovador y una inquietante perspectiva en el desarrollo de la narrativa hecha por los jóvenes valores de Chile.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "LA CRUJIDERA DE LA VIUDA" de Hernán Lavín Cerda
Siglo XXI Editores, 1971 - 149 páginas
Por Manuel Espinoza Orellana
Publicado en La Nación, 22 de julio 1973