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Los Fuegos Artificiales de Germán Marín
Colección Cordillera. Editorial Quimantú 1973, 166 págs.
Por Hernán Lavín Cerda
Publicado en Revista Paloma N°14, Santiago, 15 de mayo de 1973
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Conocíamos las página iniciales de este libro desde hace unos tres años, cuando el novelista formó parte del Taller de Escritores de la Universidad Católica. Aunque, en verdad, Germán Marín venía trabajando en ésta, su primera obra, hace ya bastante tiempo, pero con algunas interrupciones involuntarias y sin premuras que, por lo general, sólo consiguen que el fruto se pasme ya fuera del árbol. Toda obra, y más aún la literaria, necesita del imprescindible reposo que tiene la virtud de equilibrar las aguas turbulentas.
No es éste un libro de ficción compuesto de relatos pegoteados, aun cuando es probable que la novela haya ido construyéndose, en sus comienzos, desde el ángulo de arranque del narrador de cuentos. Pero a poco andar, ya la historia fue exigiendo una estructura más densa y extendida y es así como fue tejiéndose la obra novelesca.
La historia es simple: asistimos, en estos fuegos de artificio (símbolo del radiante pasado en el cual no todo lo que brillaba era oro), a la decrepitud de una clase social -la burguesía ligada al comercio, la industria y el agro-, en la persona de don José Clorindo Inchaurraga. La bancarrota no es puramente económica, social y en cierto modo política, sino también física. No olvidemos que este envejecido patricio conservador-liberal, está ya a merced de su destino que no podría ser más trágico, desde la primera escena de la novela. El aparece sentado en el fondo de una sala destruyéndose debido a la gravidez insoportable de los recuerdos, y su único alivio es dejar que su vista se pierda a través de la ventana. Don José Clorindo está postrado bajo su manta escocesa de viaje, y con él está viviendo sus últimos minutos todo aquello que lo acompaña. Es la vida de un cacique semifeudal que se va apagando poco a poco.
El contrapunto lo ofrece su hijo Manuel, quien paulatinamente se rebela contra ese mundo pestilente y oscuro. La novela es urbana. santiaguina, y el Santiago que surge desde el interior de los personajes es infernalmente aburrido, tedioso, gris, vago, sombrío. Y es natural que así sea: responde a la visión de un personaje adolescente que durante toda la semana permanece recluido en un internado escolar y sólo debe salir con permiso los días festivos. Pero, más que eso, responde a la visión de un adolescente que ya entró en conflicto con su familia, con los valores de vida a los cuales ha debido someterse, e inconscientemente con su propia clase.
German Marín emplea diversas técnicas al estructurar su obra. Periodos extensos a través de frases largas y envolventes, donde, desde la corriente de la conciencia y abriendo paso a distintos narradores, consigue situar la historia en pleno desplazamiento, ya sea temporal o espacial. Allí donde este trabajo surge ligado a un lenguaje sustantivo y concreto, con intención de vitalizarse por medio de la imagen poética, allí, digo, Marín logra sus mayores aciertos. No sucede lo mismo cuando su prosa se vuelve abstracta y adverbial en exceso, pues entonces se torna inasible, pierde pie y pierde fuerza.
Fuegos Artificiales constituye el debut auspicioso de un escritor chileno que le hinca el diente a una etapa muy dura y rica en Chile, que va de la matanza de la Plaza Bulnes, allá por el año 46, hasta nuestros días. La Colección Cordillera, de este modo, avanza en la línea de dar a conocer la nueva literatura que se está escribiendo en Chile, manteniéndose en el riel sobre el cual nació y del cual no debiera descarrilarse o apartarse nunca.