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Hernán Lavín Cerda
La palpitación verbal del mundo

Por Moisés Villaseñor


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Adelante, señores, están en su casa. No tengan miedo.
Esta es la casa del bufón y del monarca,
la casa de los espíritus traviesos y melancólicos,
la casa de la comedia inconclusa, los juegos diurnos y nocturnos,
la casa del humor sin límites, la tragedia inconclusa, la casa del futuro…
La casa umbilical, la más antigua casa del tiempo,
la casa del sueño y de todos los tiempos,
la casa sin puertas y sin ventanas, todo es aire,
todo es fuego, todo es lluvia, todo es luz,
la casa de los visitantes.

Hernán Lavín Cerda

 

Además de un gran ser humano y un maestro de vida, Hernán Lavín Cerda es un poeta de los límites y las fronteras, por ello no es extraño que se autodenomine Lobo Sapiens (dos términos que en su contradicción se confirman). El ser del límite, como lo concibe el filósofo Eugenio Trías, implica pertenecer a los campos que el limes simultáneamente separa y reúne sin fundirlos totalmente, pues la unificación conllevaría a un estado absoluto y el objetivo del ser fronterizo es instalarse en el umbral para que los entes que colindan se alumbren recíprocamente hasta extender sus alcances significativos sin eliminarse, sin enajenarse. Visto así, más que ser división, el límite es una zona de contacto entre dos fuentes de diferente naturaleza (lo que separa a los países, en efecto, no son sus fronteras, espacios sincréticos donde fluyen ambas costumbres, sino sus centros, donde se gestan las tradiciones).

Hernán escribió sus primeros poemarios en Santiago de Chile durante la década de los años sesenta. Eran los años de la Guerra Fría con su amenaza constante de una hecatombe nuclear y era también la época de los jóvenes de la utopía que buscaban, en líneas generales, libertad e igualdad. Lavín Cerda asimiló estos principios como procedimiento y no como tema, es decir, aunque apoyaba el ascenso del gobierno de Salvador Allende con su ideología socialista y participaba en la construcción de una sociedad más democrática, separó su pensamiento político de su labor poética. Al igual que los demás poetas de la promoción del 60, él también recibió críticas por evitar poner sus versos al servicio de la Causa, si bien una lectura a los textos de aquellos días demuestra que se alejó del panfleto mas no de la política y la crítica social.

A pesar de que los artistas más cercanos a los movimientos ideológicos exigían un lenguaje social para acercarse al pueblo, Lavín Cerda descubrió en el espejo a un cronopio y asumió la revolución desde adentro. En esa búsqueda de libertad e igualdad como base creativa, comenzó a configurar una poética del límite, en el que todos los elementos estuvieran en igualdad de condiciones –y en contacto– al momento de la composición: los componentes del verbo (unir el sonido y el sentido), los temas (desde el amor y la muerte hasta las moscas y el bidet) e incluso los géneros literarios (poemas en prosa, novelas poéticas). Para él, todas las cosas de la vida son materia prima para la poesía, sin discriminación, del mismo modo que cualquier registro léxico es susceptible de volverse estético, puesto que es el manejo del idioma lo que dota de fuerza poética al lenguaje, no sus referentes. De este modo, Hernán ha conseguido llevar a la práctica algunos valores que los jóvenes proclamaban en las calles: en vez de pedir libertad de expresión, por ejemplo, la ha ejercido desde entonces.

De acuerdo con lo anterior, para Lavín Cerda todo parte desde el lenguaje –en el principio fue el verbo, a lo Tarkovski–. Si se tiene la certeza de que no hay palabras poéticas per se, afuera del idioma, entonces hay que asumir que el arte literario está en el estudio de sus materiales: la palabra. Y la palabra está constituida por un sonido, por una grafía y, al menos, rara vez, por un significado. Para que el verbo libere su fuerza comunicativa, el poeta busca que la palabra constituya una fuente de expresión múltiple, que sea también por la musicalidad, el ritmo, la prosodia, y no sólo mediante el concepto, como se transfiera la experiencia artística.

Una vez obtenida esta comunicación integral, el poeta se ubica en otro límite y da importancia a la percepción desde el pensamiento concreto, propio de la infancia, previo al desarrollo de esquemas y abstracciones, pero capaz de aprehender la información a través de la emotividad, la imagen y el símbolo. Instalado en el estadio prelógico o prerracional, el verbo se manifiesta libremente, sin categorías convencionales, censuras ni prejuicios, por lo que se generan imágenes nuevas (fónicas, semánticas, visuales) cuyo propósito es conmover antes que convencer pero siempre mover a la reflexión. A menudo el propio poeta define sus textos como música que piensa o pensamiento que canta (otra vez el límite como eje), esto es, la capacidad del idioma de transmitir ideas a través de melodías y la fuerza emotiva de los pensamientos verbalizados.

En el umbral fronterizo, Lavín Cerda es un alquimista del idioma que es capaz de mezclar lo culto y lo popular como en la Edad Media se hacía durante el carnaval para poner el mundo de cabeza y, en esa rotación de perspectiva, comprender mejor los fenómenos de la vida. En su poesía no hay zonas vedadas, todo cabe, se atreve a escribir y vence la autocensura, por lo que sus escrituras a menudo rozan la locura sagrada que poseen aquellos seres periféricos cuya función es seguir ampliando los límites del entendimiento humano, ese que se percibe con el cerebro y se asimila con los ojos puestos en el más allá del corazón.

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