Nunca sabremos por
qué los padres tienen hijos,
si al fin los hijos desde la cuna
se
van, llorando en un abrir
y cerrar de ojos se van, vienen y se van,
al fin
se van desde el abismo de la cuna,
se van con asombro y júbilo, tartamudeantes,
más
allá del temblor de la luz, se van de sombra en sombra.
Nunca sabremos
por qué los hijos tienen hijos,
si al fin los hijos se van, con la sombra
y la luz de la cuna
o sin la luz o la sombra de la cuna se van,
desde el
abismo de la cuna se van, felices,
de tumba en cuna, de cuna en tumba se van
llorando,
se van cantando, y seré
y no seré pero habrá todavía
una lámpara, se van bailando.
Nunca sabremos por qué los
hijos
de los hijos, otro vaso y me voy,
tienen todavía hijos, si
al fin los hijos se van, otro vaso,
tiempo, qué lindo vaso y me voy,
tiempo, se van de sombra en sombra.
¿Por qué se van? Un minuto
de
alegría y de silencio. ¿Qué sucede? ¡Vayanse al diablo!
Nunca
sabremos por qué los hijos de los hijos de los hijos
quieren transfigurarse,
quieren volverse padres en un solo día,
si al fin los futuros padres,
ohhh locooos, un minuto
de silencio y de locura, también se van, se
fueron,
si al fin se van, no dejan de irse,
al fin nos vamos hacia la fosa
del amanecer, de cuna
en tumba nos vamos y nos vamos para siempre.
CONCIERTO
PARA VÍRGENES
(Segundo
movimiento)
Con púas de concha se toca
la cítara,
sólo con púas en triángulo se la toca
más allá de las cuerdas
para que cante como las vírgenes
de la Antigüedad, aquellas vírgenes
de la primavera con fragancia
de cielo,
aquel cielo casi líquido, las vírgenes más hermosas.
Bienaventuradas
sean las púas
del pulso vital, del impulso carnal más allá
de las cuerdas
donde la cítara se estremece tocándose
y tocándonos,
casi loca en su pulsación, aunque sutil y súbita
en la más
frágil de las corduras, la cordura más antigua,
la tembladera
en la encordadura
que vibra desde el abismo como las lenguas de una serpiente.
Bienaventurada sea la magnífica
bajo el desliz pulsátil
de las púas de concha
que han hecho de la cítara una música
de arcángeles
en lo profundo de aquel cielo casi líquido, no
habrá staccato,
lo celestial se ha vuelto sutileza, magnífico
sea el impulso
en el mediodía del Génesis y en la medianoche
del Apocalipsis.
De otro modo no hay música, maestro, no habrá
música
si la púa mayor desaparece
y al fin es afonía
como la lengua
de la más vieja cítara, ese animal sordomudo
entre
las lenguas de la serpiente más ambigua.
Con púas de concha,
sólo con púas en triángulo
se la toca más allá
de la muerte, lejos,
más allá de la resurrección en la
cuerdas
para que finalmente cante como las vírgenes.
De otro
modo no hay música, maestro, no habrá música
y la cítara
será un arcángel extraviándose más allá del
mundo,
será una música inaudible para siempre, lejos
de todo,
del pulso, sutil y súbita, del impulso, inaudible y lejana.
Música
de cítara, el infinito está lleno de ojos,
música de
ambigüedad y de cordura,
cada virgen con el soplo de su música,
la cítara
tiembla una vez más, cada virgen con su música.
BEATO
DE LIEBANA
Estoy escondido en este monasterio
desde el siglo VIII
y todavía no sé cuál es mi verdadero
nombre
aunque todos me dicen Beato, monje Beato de Liébana.
Tampoco
sé cuál es la verdadera imagen de mi rostro,
pero me alivio
al ver las aguas del río Deva
.. .. .. .. .. en
el verano:
son del color de aquellos pájaros de ojos muy agudos
que sólo vuelan en círculos concéntricos
desde los Picos
de Europa.
Siempre estoy escondido y nunca abandonaré
el claustro
donde todavía es posible sobrevivir en calma,
aunque
a menudo sueño con ángeles
.. .. .. .. .. y demonios del Apocalipsis.
Por medio de estas láminas policromadas,
combatiré a los herejes que aún dicen o piensan
que Jesucristo
es solamente un hijo adoptivo de Dios.
A esos adopcionistas les ofrezco mis
caballos
cuyas colas son larguísimas serpientes
con el único
propósito de morderlos hasta el fin de los siglos.
Para ellos están
destinadas estas bestias
.. .. .. .. .. del cielo
y del infierno
con sus cabezas leoninas, sus enormes garras,
sus rabos
como ofidios arrastrándose
junto a la sombra de las rocas
que parecen
haberse desprendido de los altos
.. .. .. .. .. de
Piedrasluengas.
Creo que Elipando, el de Toledo, persistirá en su error.
Y Félix, el obispo de Urgel, no deja de perseguirnos
a Heterio
y a mí, porque estamos en contra
del adopcionismo que quisiera expandirse
por el mundo.
Aún estoy escondido en este monasterio
del siglo VIII
y nadie sabe cuál es la verdadera imagen de mi rostro:
casi nadie me ha visto desde aquel día lunes,
..
.. .. .. .. cuando me escondí para siempre
en una de las celdas
de Santo Toribio de Liébana.
Durante la primavera del
año pasado,
alguien abandonó en la sacristía
un ejemplar
de la novela El nombre de la rosa:
después de leer el libro con
cierta inquietud,
me atrevo a decir que Umberto Eco
supo de mi vida un poco
tarde, casi en el Apocalipsis.
Sin embargo aquí me tienen,
oculto
en algún rincón del monasterio
donde seguiré fabricando
nuevas láminas policromadas
en defensa de la bendita imaginación
que
hizo del Padre y del Hijo una sola naturaleza.
¿ALGUIEN
HA VISTO A DIOS?
Como fue escrito desde mucho
antes
que existiera la Escritura,
"Los últimos
serán
eternamente los últimos,
agobiados por el tiempo
de la infernal o
santísima crueldad,
o tal vez por la belleza
que aún existe
en el aire de tanta belleza".
¿Qué se hizo
Dios? ¿Alguien ha visto
a Dios en aquella inocencia tan suya,
el
entusiasmo de algunos niños
o la gracia de su impulso,
tan suya
desde siempre?
¿Dónde estará todavía,
sutil o piadosa
y obstinadamente, si existe incluso aquel todavía
desde
donde quién sabe si estuvo alguna vez
o nunca, o nadie, quién
sabe si tal vez nunca estuvo, todo
es tal vez, aunque ese tal vez tan suyo
y tan nuestro
podría ser nunca
o resucitar de haber nacido
o dejar
acaso de ser o no ser nunca, Dios de nada y de todo?
¿Qué
se hizo aquel Dios? ¿Alguien lo ha visto
bajo esa lluvia del otoño,
iluminado
y enceguegido por la luz intermitente
de su antigua y nueva
misericordia?
Como fue escrito desde mucho antes
que existiera la sagrada
y ecuménica Escritura,
"Los últimos
serán blasfematoriamente
los últimos,
tanto como los primeros, y todos habrán de sobrevivir,
abrumados
por el tiempo, a la infernal o santísima barbarie,
y en
todos aparecerá el alumbramiento de la belleza
que aún existe
en el aire de tanta belleza".
EL
ARTE DE AMAR
(La
Danza del Péndulo)
Celestino amaba a Leticia,
la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo
a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las
estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a
nadie, casi loca en su amor platónico.
.. ..
.. Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño
de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides,
un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo
se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y
sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena
de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de
Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una
especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no
lo crean.
.. .. .. Luis Alberto se suicidó
en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del
principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable,
más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán
Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia,
pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.
Psicosomáticamente,
Lavín Cerdus lo sospechaba todo.
ULTRATUMBA
Después
de tantos años, sólo crees
en la democracia de la vida de ultratumba
donde se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación
del hombre por el hombre.
Pasan los años, después de tantos,
y la muerta
se subirá al cadáver de su muerto:
emplumada se
sube, amorosa o suspicaz, culebreando,
y lo besa en los labios, ya sin miedo,
lo besa con júbilo
y de pronto le muerde la lengua, ven a mí,
se la muerde
hasta la consumación de los siglos.
—Qué
falso es todo, amor mío —solloza la muerta y sonríe
después
de quitarse lentamente las medias—:
qué falso, no te abandones, nunca
te
dejes morir, no me abandones, qué falso
y hermoso es todo esto.
-Qué
final, Dios mío, qué final -suspira el cadáver bajo la lluvia
y
va respirando con la inocencia de un mamífero
que recién ha descubierto
el amor, aquel amor de siempre,
en la democracia de la vida de ultratumbra
donde
se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación del
muerto por el muerto.
METAMORFOSIS
DE ROBERTO BOLAÑO
(1953—2003)
Desnacido
y casi en los huesos, fuma
que fuma, se lo fumaba todo, al Mundo
y al Inframundo,
incluso a Dios
y al Diablo, cuando yo lo conocí sin conocerlo
nunca,
a los veinte años de su edad, más agudo,
socarrón y eléctrico
que un colibrí en el aire
de su rabiosa y cruel incertidumbre.
Le
gustaba mucho más el crepúsculo vespertino
que la tibieza del
esplendor del mediodía:
siempre fue más infra que el Inframundo,
aunque
no supiera muy bien dónde estaba el Inframundo.
Contra todo y contra
todos, lejos de Dios
y de la Academia no sólo de la Lengua:
como
francotirador, tuvo una puntería inconmovible
para disparar contra el
ojo único
en la frente del pianista, que era él mismo,
con
la más agria belleza de su leche tan suya.
Algún día
estuve en Barcelona y no fui a verlo:
me gustan, ¿cómo negarlo?,
y no me gustan los poetas más "malditos"
que noctámbulos:
ya no hay malditos de verdad
en este Mundo o en aquel Inframundo:
se me
enrosca y se me sube en su espiral la pituitaria,
tiembla en lo más
profundo de mí el Gran Simpático
y me viene el sueño a
lo bestia, un sueño a menudo ingobernable.
Recuerdo que se burlaba
de casi todo, bendito sea, y de improviso
podía enterramos, bilosa
y fraternalmente, el cuchillo por la espalda:
pobre niño tonto, menos
lúcido que tonto, por fortuna,
¿en qué piensa uno cuando
dice por fortuna?
¿Cómo, por qué, cuándo? Ni
él mismo lo sabía, mientras
iba mordiéndose el hígado
a flor de piel, no hay hígado
que no sea de pronto un cadalso, sí,
a flor de bilis
y más bilis, con aquella ternura y soberbia
insuperables,
como desde un precipicio aún más hondo que la hondura de Dios.
Lo
dijo mejor que nadie en "El burro", aquel poema que aparece
y de
súbito desaparece de su libro Los perros románticos:
"Me
subo a la moto y partimos
Por los caminos del norte, la cabeza y yo,
Extraños
tripulantes embarcados en una ruta
Miserable, caminos borrados por el polvo
y la lluvia,
Tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos
Y ventiscas
de arena, el único teatro concebible
Para nuestra poesía".
Vete
al Diablo con tu metamorfosis, Roberto,
aunque el Diablo, como aquel Dios,
seamos nosotros, los que tal vez nunca
te olvidaremos, a pesar de todo.
Descansa
en paz o, si lo prefieres, no descanses
en paz o en guerra, y sigue tu camino
de animal romántico,
más de romántico que de animal perruno
y
hasta la próxima, no te olvides, con dinero
o sin dinero, para decirlo
al modo de José Alfredo Jiménez,
quien anda todavía por
el Mundo y el Inframundo como tú, detrás de un hígado
de
repuesto, la viscera casi inmortal, el higadillo del fervor y el entusiasmo.
Echaremos
los hígados a favor tuyo, en tu nombre,
esperando que del manantial
aparezca el invisible conejo de luz,
aquel milagro de la resurrección,
¿dónde estuvo la herida?, de una vez y para siempre.
CADA
UNO SE DESPIDE
Cada uno se despide del mundo
como puede:
adiós una vez más, queridos
pájaros del
mar, del envidiable sueño
y de la tierra:
supongamos que gorriones
y
pelícanos, luciérnagas, mariposas
o tortugas con sus huevos
del
color de la primavera en el hemisferio austral.
Así ha de ser nuestra
despedida en esta noche
donde sólo escucharemos el canto
o más
bien las lamentaciones de los grillos
como muchachas que se confunden
o
gatos recién acostumbrados
a la evolución de su propia sabiduría.
Supongamos
que me despido de tus labios
... . que descubrí
en 1957,
cuando tú eras casi una niña, mejor dicho un ángel
de ojos inciertos como los de aquel caballo
que todavía nos mira con
algo de estupor
... . y de tristeza
desde la
profundidad del bosque lleno de nogales.
Cada uno se despide, ahora o nunca,
...
. de la otra sombra
que algún día pudimos haber sido
con sus vicios y virtudes, su amor por la lluvia
o su debilidad por la música
del cielo
cuyas estrellas desaparecen
... . sin
ánimo de perjudicar a nadie
como conejos enloquecidos por la linterna
del cazador.
Así ha de ser nuestra despedida, paso a paso:
adiós
una vez más, entre robles de altura
muy profunda, nubes de color ámbar,
cedros,
araucarias, avellanos y ardillas
... . que
se ríen de nosotros
como la abuela Odilia desde su tumba de juguete:
supongamos
que alguien cantará en el abismo de esta noche
donde las luciérnagas
me dicen
que ya no eres una niña
y los pájaros vuelan en sentido
contrario a la memoria
cuando uno se despide del mundo como puede:
me
siento muy feliz, muchas gracias, eso era todo,
adiós una vez más,
queridos
pájaros del mar, del sueño indomable,
más
indomable que la tierra donde algún día nacimos,
tan hermosa,
el aire sólo habla del aire, y tan benigna.
LENTO
RESPIRA EL MUNDO
Lento respira el mundo en
mi respiración.
Durante la noche, respiro tal vez
.....
la noche de la noche.
Inspirar, espirar, respirar:
la fusión
de contrarios, el círculo
..... de absoluta
conciencia.
Me he sentado, cerca de mí, en el centro
.....
del bosque a respirar.
Me he sentado, lejos de mí, en el centro
.....
del mundo a respirar.
Lento respira el mundo en el viaje de mi respiración.
Lao Tse abre los ojos, abre y cierra
los ojos, pero no es el que habla.
Tampoco
soy yo, con beatitud y asombro,
aunque también soy yo.
Es Antonio
Colinas en el amanecer
..... de Brindisi, mientras
Virgilio agoniza,
y alguien manda grabar en piedra
un verso suyo, largo,
muy largo,
aquella línea del horizonte donde sólo aparece
la
eterna respiración, esperando el rumor de la muerte.
EL
ATAÚD AMARILLO
Yo, el ataúd
amarillo, estoy muy triste
porque se me murió, dicen
que se me
está muriendo el cadáver
y no puedo, dicen, no puedo, dicen
que no podré enterrarlo en mi vientre.
No hay espacio, cómo
me duelen los huesos,
.. .. .. no hay espacio:
quisiéramos
dormir, no es algo fácil,
vente a dormir aquí conmigo, es mejor
que te subas,
y al fin me voy durmiendo poco a poco.
Sueño que
aún estoy muy triste
porque no sé a quién corresponde
el
cadáver, este cadáver que recién se nos ha muerto
..
.. ..y no sabría cómo resucitarlo en mi vientre:
no hay
espacio, el cadáver sonríe, tiembla, sonríe,
se agita
en su muerte sin caber en mí, no hay espacio.
Entonces yo, el ataúd
amarillo,
.. .. ..escapo a través de la
ciudad
y termino en el rincón de un velatorio público
donde
me observan dos mujeres de edad indefinida
Una de ellas dice después
de un largo silencio:
—Dios mío, este pobre ataúd,
como
don Juan Rulfo, no tiene dónde caerse muerto
y le fallan las rodillas,
que en paz descanse,
le siguen fallando los huesos y la memoria.
¿No
crees que debiéramos morder su lengua
para ver si permanece mudo, si
se levanta
o reacciona mandándonos al infierno?
—Claro que sí
—responde la otra y muerde al ataúd
en una de las últimas articulaciones
de
su cadáver que no tiene dónde resucitar
..
.. ..o caerse muerto.
Amarillo en su espíritu, el ataúd
tiembla
y en su propio espectáculo
es capaz de emocionarse hasta
las lágrimas:
"Esperé a tenerlo todo. Nos llegaban rumores".
De
pronto salgo del sueño y no estoy muy triste
porque ya no me importa
saber a quién corresponde
el cadáver que recién se nos
ha muerto
y no hay espacio, la resurrección es amarilla,
..
.. ..nunca hay espacio
para sepultar al moribundo
en esta tierra
de nadie, junto a los huesos
de Juan Rulfo que todavía nos alumbran,
de olvido en olvido.
CON
MÚSICA DE CLAVICORDIO
Y escuchábamos,
más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del
trueno entre las lilas.
Ahora recuerdo que tú sangrabas
por la
nariz como una loca
y yo ejecutaba, sobre el clavicordio de juguete,
la
simulación del Vals de los Vampiros.
Ahora recuerdo que al fondo
se escuchaba el miedo
de la vaca acercándose a los ojos del toro,
y
las abejas, sin colmena, eran como terneros
extraviados en los últimos
días
de aquel invierno con poca lluvia.
Ahora recuerdo que yo
mordía mis labios,
pero en cada mordedura tú temblabas como una
loca
mientras oíamos la música, siempre la música
del
Vals de los Vampiros en el clavicordio de juguete.
Y escuchábamos,
más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del
trueno entre las lilas.
VISIONES
DESDE EL SACRÉ-COEUR
Aquí me
tienen todavía en el umbral
de la Basilique du Sacré-Coeur, mirando
y mirando, viéndome
pasar el Tiempo, eso que aún llaman Tiempo,
todo
el zarpazo, la antigüedad y el esplendor del Tiempo
en el desliz
vibrátil sobre las alas
de aquellas mariposas que tal vez ya no existen.
Vuelan
los cielos de un cielo a otro cielo, más allá de la Tour Eiffel,
con
estrellas o sin estrellas:
todas van hilando una red
como un tejido de palpitaciones
invisibles.
Se vuelan por encima del aire, sin saber al fin por qué
se vuelan.
Sin embargo, el cielo de París es una voladura en equilibrio
permanente.
Recuerdo los ojos casi azules de aquel mono blanco
que también
veía pasar el Tiempo, eso que aún llaman Tiempo, todo
desde las
cumbres del Himalaya:
más que verlo pasar, aquel mono
escuchaba el
transcurso del Tiempo bajo las nubes eternas.
Como si fuera un sordo, aquel
mono blanco
tenía el privilegio de percibir desde las cumbres,
como
a través de un rumor inagotable, el paso del Tiempo.
De pronto,
una voz desconocida va dictándome
al oído, desde el punto más
alto
de la no muy lejana Tour Eiffel:
"Viví
en un callejón donde llegaban
a orinar todo gato y todo perro
de
Santiago de Chile.
Era en 1925
Yo me encerraba con la poesía
transportado
al Jardín de Albert Samain,
al suntuoso Henri de Regnier,
al abanico
azul de Mallarmé.
Nada mejor contra la orina
de millares de perros
suburbiales
que un cristal redomado
con pureza esencial, con luz y cielo:
la
ventana de Francia, parques fríos
por donde las estatuas impecables
..
.. .-era en 1925-
se intercambiaban camisas de mármol,
patinadas,
suavísimas al tacto
de numerosos siglos elegantes.
En aquel
callejón yo fui feliz.
Más tarde, años después,
llegué
de Embajador a los Jardines.
Ya los poetas se habían ido.
Y
las estatuas no me conocían".
¿Quién es el que
habla de aquellos siglos elegantes?
¿Será el simbolista Stéphane
Mallarmé
desde la espiral de Rubén Darío y el asombro
de Pablo Neruda?
Aún me tienen aquí, todavía, en el
umbral
de la Basilique du Sacré-Coeur, viendo y viendo, mirándome
pasar
aquel fenómeno que dudosamente llaman Tiempo, todo
el arrebato, la ambigüedad
y el estupor del Tiempo
en el desliz vibrátil sobre las antiguas y nuevas
alas
de aquellas mariposas que tal vez ya no existen.
ABANDONADO
EN SU PALACIO
Al
espíritu de Salvador Allende,
con una sonrisa casi invisible.
¿De
vuelo en vuelo?
Perdido
en su Palacio de Gobierno,
el Capitán General no puede más
con
el fantasma del Presidente asesinado
en aquellos días del crimen casi
perfecto.
Pero pasan los años y al fin se sabe
que nada es perfecto
en este mundo,
cuando los cadáveres suben, bajan, vuelven a subir
por
las escalinatas del Palacio de Gobierno
donde el Capitán General es
un verdugo con nostalgia
como si fuese el último caballero de la Orden
del Terror
derrumbándose del caballo a cada instante, sin mucho estilo.
Abandonado
en los rincones del Palacio,
el Capitán General descubre, impasible,
que ha perdido la memoria:
ni siquiera sabe cómo se llama, por qué
tiemblan sus manos
y no puede más con la ambigüedad o el entusiasmo
del
fantasma que lo despierta cuando duerme
y lo hace dormir entre sus víctimas
cuando está despierto.
El Capitán General no dispone de los
beneficios
que a veces hay en la lucidez de la decrepitud:
simplemente es
una víctima de su propio verdugo
y no puede escapar, aunque lo sueñe,
del
fantasma del Presidente asesinado
en los días de la conspiración
casi perfecta.
Pero pasan los años y al fin se sabe
que no hay
nada perfecto en este mundo,
ni siquiera el crimen organizado como una obra
de arte.
AQUÍ
NO SE MUERE NADIE,
TAN-TAN, PUTILLA DEL RUBOR HELADO
Al
espíritu de Jaime Sabines,
de vuelo en vuelo.
Aquí
no se muere nadie
porque así está escrito en el aire del mundo
y
así lo soñaste tú: ni nada ni nadie.
Aquí no se
nos muere ni la muerte misma
en gloria, mansedumbre, algo de júbilo,
pesadumbre y majestad.
Aquí no se muere nadie, carajo, caramba, patibulariamente,
aquí
no, siempre no, caray, carajote, aquí
no se nos muere ni la Chirifusca,
ni la Putilla
del Rubor Helado, ni la Pelona, ni la Tía de las Muchachas,
ni
la Novia Fiel, ni la Huesuda, carámbamelo,
ni la Jedionda, sí,
carímbamelo con circo
o sin circo, ¡por la divina y reverenda
farándula!
Ni la eternidad se nos morirá nunca
en un ambiente
de presunción o de jolgorio:
no por ser eterna sino porque ya no hay
espacio
para recibir a todos los muertos que en el mundo han sido
y que
sólo quieren resucitar a la vuelta
de la esquina, ¿se dice así?,
nadie
lo sabrá nunca, ¿de cuál esquina
me hablas o
quién sabe si nos hablan?
Los vivos y los muertos quieren vivir
con absoluto entusiasmo
como nadie ha vivido en este mundo todavía:
resucitar
a cada instante, sin morir hoy, nunca, ni tal vez mañana,
con los ojos
abiertos como aquel Lázaro de Jesús
entre aquellos Lázaros
que aún se multiplican
y sollozan sin tregua porque al fin, después
de casi todo, envidiable
y eternamente lo sabrán, lo saben, ¿quién
habla?, sin duda que lo sabrán Todo.
LOS
ÚLTIMOS DÍAS
Siete días
antes de cortarse las venas
con un puñal que llegó de Moscú,
Adolf Hitler
ya se había sepultado con sombra y todo
en el asombro
y la espesura de su ombligo,
aquella telaraña del infierno que sólo
es de Nadie,
aquel Don Nadie tan moribundo como Friedrich Nietzsche
en la
más antigua caverna de los dioses.
—Me voy sobre la nieve de Berlín
sin verme casi por dentro,
de vena en vena, gota a gota, de sangre en sangre
como
en aquellos años del célebre Calígula:
olímpico
de mí, se va en el péndulo de mi sueño esta sangre
que
únicamente sueña con abandonar el Mundo de führer en führer:
olímpico
de mí, se va en el péndulo de mi sueño
esta sangre, el
esplendor y la penumbra del Tercer Reich en esta sangre.
Ahora empieza
a caer otro poco de nieve
sobre el movimiento pendular de la sangre de Berlín
en tinieblas,
y Adolf Hitler sonríe y llora, solloza y se ríe
sin
saber por qué llora y sonríe bajo el crepúsculo de su ombligo
en llamas.
—Me voy de Mein Kampf en Mein Kampf, todos vienen desde las
honduras
y van en mí pudriéndose, me voy de precipicio en precipicio:
se va en mí lo más puro y turbulento de esta sangre
universal,
me voy de Nietzsche en Nietzsche.
AL
ESTILO DE LOS CONVULSIONARIOS
EN AQUEL PARÍS DEL SIGLO XVIII
Desde
que nací estoy en crisis, le dije a Dionisia Buffon,
cuya conducta fue
de pronto como la de los convulsionarios
en aquel París doliente y equívoco
del siglo XVIII:
muy supersticiosa, tocada por el impulso
de un espíritu
lujurioso, tal vez
clásico, y vorazmente carnívora: polvo y carne
y sombra,
desde que nací estoy en crisis,
no somos ¿casi nada?,
sombra y carne y polvo.
Desde que nací estamos en el aire, todo
es confuso
y convulso como aquella luz invisible que se estremece
en la
mirada de Dios: —Estoy en crisis, aún estamos, estoy en crisis,
le dije
una vez más a Dionisia Buffon, la reina
de los que van y vienen a través
del anillo de su locura.
Ese reino muerto vive todavía en los ojos
de
Dionisia, cuya conducta seguirá siendo como la de los convulsionarios
en
aquel París equívoco, insufrible y esquivo del siglo XVIII:
muy
supersticiosa como si se hubiese descubierto a sí misma
en las profundidades
de un libro de piedra.
—No sufras, amor mío, porque no vale la pena
y yo también estoy en crisis
desde antes de nacer, desde mucho antes,
como la espuma
del mar más antiguo y antes del vuelo sinuoso
del
único, aquel mar de siempre, el que viene de muy lejos.
Tú dices
que soy vorazmente carnívora en lo diurno
y lo nocturno, y es muy cierto:
soy polvo y carne y sombra
desde que vine al Mundo, aún estamos en crisis
y
no somos más que sombra, carne y polvo.
Bendita sea la crisis: esta
pobre mano, el pie, la pobre vida,
¿dónde está el pie
que nunca dejará de pedir su limosna?
Tal vez debamos observar la calma
de los dioses a lo lejos, más allá de la espuma.
VIAJE
ALREDEDOR DE LA SEÑAL
Dicen que aún
me llamo Jorge Luis Borges,
aunque más bien pertenezco a la estirpe
de Bernardo Soares, aquel antiguo alquimista
del pensamiento como nunca
ha sido, como todavia no es:
-¿Dónde está el hábito
que nos ayuda a sentir
que somos inmortales?
¿Dónde están
las dudas
que llamamos, no sin alguna vanidad, metafísica?
Estoy
llorando mucho, no sé si todo es Dios, no me caben
las lágrimas,
sin relación de causa
¿a qué efecto?, con el puño
en el pecho
o persignándome, a quienes lo saben
yo les pregunto y
sobre el vientre me echo
a sus pies sin pies que pisan sin pausa.
No
sé si todo es invisible como el asombro de Dios,
quien levanta el pulgar
de la mano derecha con júbilo
y dice desde muy cerca y muy lejos:
--Llevamos
una señal en la frente, todo ocurre
por primera vez, y otra señal
en la nuca.
A veces nos parece que adelante está el signo de la vida
y
atrás el de la muerte.
Pero hay días en que el orden se invierte.
Y
hay todavía otros días
en que llevamos adelante y atrás
la
misma señal.
Estoy llorando mucho y nadie sabe
si todo es Dios,
dicen, no sé si todo, dicen
que todavía estoy llorando mucho:
nadie
sabe si por la señal de la frente
o por la milenaria señal de
la nuca.
Estoy un poco triste por debajo de la conciencia.
La civilización
consiste en ofrecer a algo un nombre
que no le compete, y después soñar
sobre el resultado.
Lo cierto es que el nombre falso y el sueño verdadero
han
dado origen a una nueva realidad:
el objeto se vuelve realmente otro.
Aún
estoy en mi cuarto y soy menos despreciable.
No dejo de escribir palabras como
la salvación del alma:
anillo de renuncia en mi dedo evangélico,
joya
sin brillo de mi desdén extático.
Dicen que aún
me llamo Alberto Caeiro, alias
Bernardo Soares, aunque más bien pertenezco
a la estirpe
de Jorge Luis Borges, aquel antiguo alquimista
del pensamiento
como nunca
ha sido, como todavía no es:
—¿Dónde
están las dudas
que llamamos, no sin alguna vanidad, patafísica?
¿Dónde está el hábito que nos ayuda a sentir
que
somos vanidosamente inmortales?