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LA MÚSICA DE HERNÁN LAVÍN CERDA:
SUBVERSIÓN IMAGINATIVA, FIESTA DEL INTELECTO
Por Vicente Quirarte
(Fragmento del prólogo que aparece en MÚSICA DE FIN DE SIGLO, antología poética en verso y prosa, editada por el Fondo de Cultura Económica en 1998. Colección Poetas Chilenos en Tierra Firme)
Mi generación comenzó a publicar sus primeros poemas en los años setenta, cuando se identificaba y hacía suyas las causas de otras latitudes. Pablo Neruda obtenía para el vasto país de la lengua española el Premio Nobel de Literatura, y el gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende, vaticinaba tiempos mejores para nuestra América. La política y la poesía eran dos notas de una sola pieza, y la batalla chilena se convirtió para nosotros en una necesidad obsesiva. El duelo que ensombreció a la nación hermana renovó nuestras adhesiones y nuestro fervor por el que Neruda llamara entrañablemente “mi pequeño país frío”. Nuestra Universidad Nacional Autónoma de México recibió a varios intelectuales chilenos, que de inmediato se incorporaron a nuestra vida académica y afectiva. En su modo de hablar y en sus maneras dulces y sencillas redescubríamos el memorable discurso que el doctor Allende pronunciara en la Universidad de Guadalajara, cuando tuvimos el privilegio de recibirlo en México.
En 1974 ingresé al Taller de Creación Literaria que coordinaba uno de esos nuevos mexicanos, llamado Hernán Lavín Cerda. En una Facultad de Filosofía y Letras cuya misión es la formación de profesores e investigadores, porque los escritores se hacen en otros lares, esas sesiones invitaban a la subversión imaginativa y a la fiesta del intelecto. Quienes ingenuamente creíamos llegar a un laboratorio de creación literaria donde se nos iban a dar, para memorizarlos, ingredientes y fórmulas que nos permitieran corporificar nuestros propios monstruos, nos encontrábamos con un joven y apuesto profesor que se entretenía y gozaba al hacernos subir serpientes y escaleras para convencernos de la falta de respeto que debemos tenerle a la vida para mejor respetarla, y concretarla, de ser posible, en hecho literario (…) En aquellas sesiones memorables, siempre nos deparaba una sorpresa. Su Taller no se dedicaba a limpiar, fijar y dar esplendor a los textos de los participantes. Mucho menos pretendía, como ocurre en otras cofradías, que los alumnos imitáramos su estilo. Su magisterio consistía en descubrir la filiación literaria del texto, convencernos que todos somos hijos de todos y que nuestra labor es crear una nota que se incorpore al magno concierto. No nos daba alas sino que nos advertía contra los excesos del Sol para que pudiéramos mirarlo cara a cara; sus hipérboles no buscaban ensoberbecernos, sino advertirnos contra los señuelos. El texto era el pretexto para el texto mayor, para el Amazonas del cual nosotros debíamos aprender, humilde y orgullosamente, a ser tributarios. Su clase de entonces era a las cinco de la tarde, ora en que el sol de otoño penetraba los salones con su brillo metálico, mientras la voz pausada y melódica del poeta iba armando un discurso alucinante que nos introducía en una gran fiesta donde todos y cada uno nos sentíamos invitados especiales.
Varios años después, Hernán Lavín Cerda, el poeta Sandro Cohen y yo fuimos invitados a formar parte de un jurado de poesía en San José del Cabo. Un atardecer inolvidable, mientras admirábamos la concreción de la metáfora en la cordillera que se interna en el mar hasta perderse, en ese punto que nos antiguos llamaron, con justicia poética, Finisterre, le pregunté a mi maestro si había salido de Chile por motivos políticos. Su respuesta no fue apasionada ni correspondiente a mi indiscreción. Me respondió que en caso de haber permanecido en Chile, la actividad esencial se su vida se hubiera visto seriamente afectada. En ese momento comprendí la importancia de la fuerza liberadora de la poesía, y la necesidad de que esa metamorfosis del alma se dé en un ambiente de libertad. Sólo de esa manera será capaz de formar ciudadanos más libres, capaces de transitar por las grandes alamedas y entrar en las espléndidas ciudades, como querían, respectivamente, el estadista y el poeta mártires.
Desde entonces a la fecha, Hernán Lavín Cerda no ha abandonado su fidelidad a las dos actividades que forman su vida: la docencia y la escritura. Docencia que no proporciona datos, fechas y nombres, sino que forma y transforma la conciencia de sus cofrades. Si subrayo tanto la importancia de su faceta de profesor, es porque sirve para explicar su propia poética. Del mismo modo en que siempre está atento para encontrar el ángulo inadvertido en el texto ajeno, su insaciable curiosidad lo ha llevado a explorar todos los géneros, modalidades y subterfugios de esa fuerza elemental que llamamos poesía. Xavier Villaurrutia afirmaba que un poeta puede frecuentar otras formas de escritura, pero en el centro siempre estará, flotando como la rosa inmaterial, la poesía. El proyecto escritural de Hernán Lavín Cerda, concentrado en su antología Música de fin de siglo, se explica a partir de su fervor por el lujo del idioma y la enorme responsabilidad que significa manejar las palabras de la tribu.
Verbalmente orgiástico, Lavín Cerda practica su juego con la libertad de un sátiro y la disciplina de un arquero Zen. (…) La herencia de los astros mayores de la poesía chilena es palpable en las que pueden ser consideradas notas distintivas de su universo verbal. De Vicente Huidobro acepta el desafío de que el poeta es un pequeño dios y que, por lo tanto, debe renovar las formas metafóricas que utiliza para aprehender la veleidosa realidad; de Pablo Neruda hereda la teoría y la práctica del poeta que apuesta por una poesía sin pureza, por un inventario de la realidad con sus rugosidades y defectos, con sus iluminaciones y caídas. Y si Hernán Lavín Cerda es un poeta muy chileno, condicionado por el paisaje que hierve en su permanente invierno, es un poeta muy universal que acepta todas las influencias y todas las exploraciones.
Pocas escrituras, como la suya, poseedoras de un discurso tan lúcido como lúdico. Lavín Cerda se reconoce en el barroco de nuestra América, ese barroco que no aspira exclusivamente a la calidad extra-atmosférica de la obra de arte, sino que admite la sangre, el sudor y las lágrimas. Cuando leemos su poesía, nos viene a la mente, más que la filigrana del Sagrario de la Catedral de México, la exuberancia cromática de los ángeles en el interior de la iglesia de Tonantzintla, en Puebla. Colorida y polifónica, la escritura laviniana es enemiga de la sobriedad, y sólo la admite en el instante de la concreción poética; es decir, cuando la imaginación está a punto de convertirse en objeto verbal. Dicho de otra manera, el poeta nunca pierde el control de sus materiales, y eso hace que podamos danzar al conjuro de su chamán.
Como estamos bordeando el territorio de las definiciones, afirmemos categóricamente que Hernán Lavín Cerda es un conceptista culterano. Apasionado como Francisco de Quevedo y Villegas, alquimista como Luis de Góngora y Argote, sabe que la verdadera poesía apuesta por la materialidad metafórica y por la metáfora como una criatura independiente, rebelde incluso a la poderosa voluntad de su progenitor. No desconoce que el trabajo el poeta es tener conciencia de la tradición para el cultivo del talento individual, como afirma T.S. Eliot en uno de sus ensayos más esclarecedores.
Gran parte de la poesía de Lavín Cerda es narrativa, del mismo modo en que su narrativa es poderosamente y auténticamente poética, tanto por la intensidad del proceso verbal como por la sorpresa de sus situaciones. Sin embargo, el sentido narrativo de su poesía no pretende contar una historia porque en él siempre es más importante la imagen que el concepto. Sus metáforas logran autonomía merced a su tremenda plasticidad, y por su eufonía. Lo que pudiera parecer juegos eruditos en Ceremonias de Afaf, se convierte en un juego sensual donde los sonidos, los olores y la Historia se funden en el poderoso crisol de la palabra. Pocos discursos, como el de Hernán Lavín Cerda, tan juguetones y nómadas. Como si recuperara para el poeta de este fin de siglo el papel de juglar o cómico de la lengua, nos convida a su prodigiosa caravana de criaturas fantásticas, a sus itinerarios a través del tiempo y el espacio, sus viajes al corazón de las aventuras cinematográficas o las odiseas plásticas. No es la cultura al servicio de la exhibición personal, sino el conocimiento del mundo como una invitación al viaje del espíritu y la carne.
De los libros de Lavín Cerda, el que mayormente resume esta búsqueda es el titulado Historia de Beppo el Inmóvil, uno de cuyos fragmentos se incluye en el presente volumen. Se trata de un libro—mundo que guarda en su interior textos que se niegan a ceñirse a un género que no sea el de la escritura colocada en medio de dos espejos que la duplican hasta el infinito. Y aunque sea más o menos posible establecer la genealogía de la escritura laviniana --¿o habrá que decir carnavalinesca?--, su estilo es inconfundible y originalísimo (…) Ahora él se encuentra ocupado en seguir trazando el mapa espiritual de este fin de siglo, y lo hace con todos los instrumentos de su orquesta. Director exigente y burlón, sabe interpretar una misa criolla de José María Vitier o un experimento de Bela Bartok. El título de uno de sus libros, Alucinación del filósofo, es una declaración de fe del poeta que Lavín Cerda es, del artista de la palabra que el desea para la centuria que comienza: un pensador capaz de jugar con seriedad y limpieza, y un hombre de letras que conoce y aprecia sus herramientas de trabajo. El lector tiene ahora el privilegio de penetrar en ese universo cuyas leyes dependen de ángeles amantes de la geometría, de centauros que cada amanecer se transforman en hombres.
Agradezcamos a Hernán Lavín Cerda esta rica sinfonía que nos permite, a un tiempo, la serenidad y la locura.
Ciudad de México, a 24 de Diciembre de 1997
MÚSICA DE FIN DE SIGLO
(Selección de poemas en verso y prosa,
sin un estricto orden temporal)
PRIMERA PARTE
UNA VISITA AL MATADERO
Con golpes de cachiporra en la cabeza
del vacuno que brama como si fuera un niño,
con ese ruido de piedra hueca o de tambor pudriéndose
después de la elegancia de un solo macanazo,
hasta que el matarife pueda obscenamente
descubrir las bellas o malas artes de la carne
--como dicen los sacerdotes desde los tiempos antiguos--,
esa carne dispuesta al sacrificio para el abasto público.
Delirio de precisión de la cachiporra
en los mataderos de Santiago de Chile
donde se practican las ciencias ocultas de la carnicería
como si fuesen galas del trovar:
ocultismo en el ojo
que colgará del verdugo extraviándose de órbita
junto al holocausto del ternero de la vaca más antigua.
Cómo olvidarnos del bramido de los toros
degollados en el patio
donde sólo se escucha el zumbido de una piedra hueca
o el chorro de agua que salta de los grifos:
un poco más allá se descuelgan las ubres de sus vacas
como la solitaria bombilla del estudio de Francis Bacon.
No interrumpe su vuelo de guadaña esa cachiporra:
del hocico al testuz, del testuz a la espiral sin oxígeno
como si fuera taladro eléctrico, lezna de acero,
casi mítico punzón de las trepanaciones.
¿Cómo olvidarnos del cuchillazo póstumo en medio del corazón?
Ya no braman los toros, el miedo enceguece a las terneras
y las últimas vacas escuchan la voz del matarife
invitándolas a sumergirse en la hipnosis del degolladero.
1979, tal vez en octubre, y el
fuego de aquella espiral que llegó a México desde el sur
de América, una América esfumándose.
LA VISIÓN OBJETIVA
De pronto, a medianoche,
uno descubre que el alma es inmortal,
pero el cuerpo se burla del alma
y la visión objetiva de complica.
No sabe uno si el cuerpo es razón pura
o si el alma es parodia del cuerpo
que ha sido víctima
de su propia visión objetiva.
Entonces estalla la risa
y nadie sabe si el alma
estuvo alguna vez habitada por el cuerpo
que ahora no acepta la crítica
de su razón pura.
Uno nunca sabe si el cuerpo es parodia
de la razón inmortal
o si el alma es víctima de su propia burla.
De improviso, a media noche, uno descubre
la impostura del cuerpo
y la imprudencia del alma dispuesta a todo.
Entonces estalla la parodia,
la inmortalidad se aleja
y uno es al fin la única víctima
de su propia visión objetiva.
*
EL VUELO DE LA FLECHA
A pesar de todo, lo más probable es que el Universo
no sea más que un desequilibrio de la mente.
A veces creemos que el Universo respira
y sólo se trata del aullido de los lobos
o del murmullo de los pájaros.
La única verdad es que nadie respira,
pero ya sabemos que la verdad
es un desequilibrio de la mente,
el primer desequilibrio y el último,
o más bien el centro de aquel blanco
donde la punta de la flecha no quisiera reconocerse.
A veces hemos creído que el Universo
ss especulación o fuga,
pero lo más probable es que sea un desequilibrio
en la punta de la flecha, sólo en la punta
de la flecha que con obstinación e incertidumbre
persigue al espíritu de otra flecha.
*
CON UNA PIERNA ARRIBA
Te volvieron loco. Me volví loco.
Estoy sentado con una pierna arriba:
sentado y durmiendo en el nicho
de cada día con esta pierna
que es extraña para mí, me desconoce.
El futuro es como respirar al revés.
Te volvieron loco. Somos el loco
tendido en el nicho con la pierna arriba:
el futuro es como ponerse los calcetines
por encima de los zapatos, cuando estoy lejos.
Pero el zapato tampoco existe
y tal vez no duele lo que no existe:
sin embargo esta pierna sangra
por la herida del loco que la observa
y grita no puedo más, no puedes más.
Habría que respirar al revés como la noche.
Debiéramos permitir que el nicho se duerma
sobre nuestro cadáver con una pierna arriba:
calavera de payaso que todo lo confundes.
Me volví loco. Te volvieron loco.
*
CON MÚSICA DE CLAVICORDIO
Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del trueno entre las lilas.
Ahora recuerdo que tú sangrabas
por la nariz como una loca
y yo ejecutaba, sobre el clavicordio de juguete,
la simulación del Vals de los Vampiros.
Ahora recuerdo que al fondo se escuchaba el miedo
de la vaca acercándose a los ojos del toro,
y las abejas, ya sin colmena, eran como terneros
extraviados en los últimos días
de aquel invierno con poca lluvia.
Ahora recuerdo que yo mordía mis labios,
pero en cada mordedura tú temblabas como una loca
mientras oíamos la música, siempre la música
del Vals de los Vampiros en el clavicordio de juguete.
Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del trueno entre las lilas.
*
CEREMONIAS DE AFAF (fragmentos)
Uno
Los ancianos dicen que sólo hoy empezará a caer la tarde
sobre las aguas casi inmóviles del mundo:
Afaf hunde sus labios y nada como una mariposa del Mare Nostrum
hasta alcanzar las orillas de Rodas, y allí se acuesta
bajo la luz temblorosa de los árboles:
come huevos de perdiz, manzanas de color ocre, grillos,
gusanos transparentes y ojos de animal oscuro.
Tal vez el Mare Nostrum es el fin:
la sombra del toro que nos alumbra.
Todo arrebato de lo real será como aquella luz en los ojos del toro.
Tal vez nos acercamos al principio de todo lo creado:
dicen que el Mare Nostrum es el fin y el principio.
Tal vez nos acercamos al principio, aun cuando la heteromancia
que Afaf cultiva desde siempre, niega que sólo exista
el principio y el fin de todo lo creado.
Probablemente nadie se atrevería a levantar una de sus uñas
porque más allá de las costas del Mare Nostrum se acaba el mundo:
he ahí el non plus ultra de los viejos testigos
que juraron en vano cuando Afaf les pidió su ayuda y no la oyeron.
Ella iba y venía sobre la espuma de la playa
donde sólo los cangrejos de pinzas verdinegras
han visto los ojos de Dios.
Ella viene semidesnuda, vestida
con una transparencia incandescente:
sólo así puede soportar la capa pluvial sobre sus hombros.
Usa el tocado del Saadi, según dijeron las mujeres
más antiguas de Nicosia.
¿Será la hija de Famagusta, la reina
que extiende su poder sobre el desliz de todas las poluciones nocturnas?
Dos
Afaf era como el nelumbio y desde aquellos días
no la hemos vuelto a ver en ningún desierto,
en ningún hipogeo, ni siquiera en la sangre oscura
de los calamares del Bósforo.
Alguna noche le dije que si el vuelo de las lluvias
no era útil para protegerla de su exceso de pesimismo adolescente,
debía volverse contra aquellos que profanaron
su condición de amiga y protectora de los expósitos.
Una vez más te buscaremos en las cuevas
De Famagusta, uña por uña, con luz diurna y nocturna,
Aunque te hayas escondido en los montes de Trodos.
Ya no hay trigos que valgan:
no habrá cinabrios ni bermellones sombríos,
no habrá cinamomos ni cantos fúnebres.
¿Por qué no remontas las corrientes submarinas del océano
como las escorpinas de cola de hierro
y piel fuerte y liviana como los tallos de los bejucos,
hasta que te podamos ver llegando a las costas de de Rodas
y luego a Esmirna, a Quío, a Mitilene,
cuando los selyúcidas de Estambul atalayen nuestro paso por el mundo?
Los más antiguas te han visto salir de Uskudar
con la vehemencia y el equilibrio de las muchachas de ovarios exultantes.
Los fraudulentos dirán, mucho después,
que la bellísima Afaf solamente fue una cábala.
Pero a pesar de todo, nos queda la certidumbre de los testigos erráticos.
Por misteriosa te busco, por ser un fragmento
de aquello que nunca se revela,
por tu sonambulismo en medio de las aguas
que vienen del Mare Nostrum, porque nunca aprendiste
a vivir como aquellos que sobreviven bajo el poder del Árbol de la Fiebre,
y al fin eres impetuosa y ambigua y delicada como el error más antiguo.
No dudamos que Afaf aparece,
desaparece y aparece en el aire que cubre toda la tierra.
*
LAS TIERNAS SÚPLICAS
Al espíritu de Ernesto Mejía Sánchez,
quien gustaba de esta música
1. Ay, Santa Elena
Ay, Santa Elena, reina fuiste
y al calvario llegaste.
Tres clavos trajiste cuando se hizo de noche:
uno lo enterraste en el mar,
el otro lo hundiste en el pecho de tu hijo,
y el que te queda te lo pido prestado
para clavárselo a mi novia de ojos negros.
Quisiera que ahora vengas a verme con alegría
como si yo fuese el brujo del Templo Amarillo.
Ay, Santa Helena, ven amante y sin angustia,
siempre fiel como una perra joven,
misericordiosa como un cordero
y llena de gracia como una tórtola.
Que nadie nunca te detenga.
¿Por qué no vienes?
Que nadie nunca te detenga.
Ven ahora mismo desde la Tierra del Fuego:
tal vez yo soy el último que te llama.
2. El infierno
No puedo hablar, San Blas, estoy perdido:
me caí en un pozo y estoy perdido.
Mi garganta es un infierno
y en este pozo no veo a nadie,
ni siquiera escucho las lamentaciones de mi sombra.
Ay, San Blas, no puedo decir tu nombre
porque tu nombre es agua helada
que en vez de apagar este incendio lo reanima.
3. Ya me estoy pasando
Ay, San Antonio de Padua:
yo te suplico llorando
que me des una esposa gorda,
feliz e inocente como el agua
porque ya me estoy pasando.
Ay, San Antonio de Padua:
¿no dicen que también la gordura
es parte de la divina hermosura?
No te olvides de este pobre siervo
más o menos feliz, aunque nunca
tan inocente como el agua.
4. San Ramón Nonato, ayúdala
Ay, San Ramón Nonato, no la abandones.
Ay, San Ramón Nonato, ¡ayúdala a parir!
--Que se encomiende a San Ignacio
porque será un parto muy difícil.
Yo me declaro incompetente.
5. Dolor de muelas
Ayyy, Santa Apolonia,
este dolor de muelas me vuelve loco
y es más terrible que el dolor del alma.
Ayyy, Santa Apolonia, pídele ayuda a Santa Bárbara
y jalen las dos, jalen muy fuerte, jalen
con la furia del alma en las manos,
jalen con toda la potencia divina
¡y déjenme al fin sin muela alguna!
6. El parto viene
San Ramón Nonato, San Ignacio de Loyola:
el parto viene, ¡el parto viene!
Líbrenla del dolor.
--Es imposible, sería injusto.
Parirá con dolor
y sudará por su frente.
7. El juego
Ay, San Lázaro,
sólo a ti te cuento que por las noches
me voy cubriendo de llagas
y en las mañanas amanezco limpio como un cordero.
Esto se repite desde el primer día
y sólo te pido que el juego se mantenga:
yo no podría vivir llagado toda mi vida,
no podría vivir limpio toda mi vida.
8. El drama y la comedia
Gracias te doy, Santa Águeda,
por mantener vivos sus pechos
y aceitarlos de noche
y bañarlos de día.
Compañera Santa Águeda:
sin que ella lo sepa, tú alimentas
en su pecho derecho el drama
y en su pecho izquierdo la comedia.
Que el tiempo no pase por su piel
y que bajo cada pezón suyo
aceche siempre la vida.
9. Dolor de cabeza
Me volvería perro, lobo, asno, zorro, lechuza.
Daría cualquier cosa, y hasta mi condición humana,
por librarme de este dolor tan profundo
que me pudre el alma y me parte la cabeza.
Me volvería perro, lobo, asno, zorro, lechuza.
Daría cualquier cosa, San Francisco.
--No mientas, tú no darías nada.
Tus promesas son falsas
y no eres digno de llegar a ser un perro,
un lobo, un asno, un zorro, una lechuza.
10. No me olvides, Santa Lucía
Si he de perder algún día la vista,
que ciego siempre pueda verte
con esa fuerza sobrehumana
que sólo da el haber perdido la vista.
Nunca me olvides, Santa Lucía,
y déjame observarte desde la sombra:
ya casi no te veo, pero eres eterna
como el fondo de un pozo.
11. Ayyy, Santa Rita
Ayyy, Santa Rita de Casia,
ruega por esta piadosa bestia tuya
que en cualquier recodo del camino
podría desgarrar tu corazón con un golpe de pezuña.
Ayyy, Santa Rita de Casi, abogada de rodillas:
ruega para que esta cruel y piadosa bestia tuya
pueda abandonar algún día sus espinas.
12. Con música de bandoneón
Ay, Santa Lucía, él se ha quedado sin su cuerpo.
Qué difícil es verlo así. ¿Adónde se habrá ido?
Desde aquí puedo ver al caballo rojo
que está desesperado como un enfermo de lepra
y escucho el llanto de un niño.
Hasta aquí llega la música
y me parece que el bandoneón se ha vuelto loco.
¿Adónde se habrá ido? Qué difícil es verlo así.
Él se quedó sin su cuerpo cuando yo estaba ausente.
Ay, Santa Lucía, es bueno que tú lo protejas:
vive en paz, Daniel, como el cordero
en el vientre de su madre.
13. ¿Cuándo cantará la ballena?
Febril me veo morir, me hablo y no me oigo.
Febrilmente te veo venir, nada me dices
y te oigo, te escucho decir cosas inefables.
Ahora sollozo, me río, tiemblo en esta escena
donde se pacta la vida, donde la muerte
empieza a dominarlo todo.
Febril y con la vista perdida,
Soy el canto del agónico testigo.
¿Qué puedo hacer junto al océano inmóvil?
¿Cuándo cantará la ballena?
Ay, San José cruel:
esta sordera total, estos recuerdos.
De pronto se me nubla la memoria
y es imposible recordar nuestra infancia
en aquel país donde llueve desde el primer día.
Santiago de Chile, 1971.
Coyoacán, México, 1987.
Nota: la primera versión de Las tiernas súplicas aparece en el volumen La Conspiración, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1971.
*
EN ACOLMAN NO HAY NADIE
Abro la celda del monasterio y una voz
tu voz
sale aullando desde el fondo del pozo
No hay nadie aquí en Acolman
el templo está vacío
tan vacío como aquella luz
del pájaro inmóvil en el aire
Los naranjos no se mueven
nadie se mueve
Una voz dice que los naranjos
sólo se mueven cuando la luna ocupa la plenitud del cielo
¿Alguien sonríe? ¿Alguien solloza? ¿En qué tiempo estamos?
Tal vez no existe el futuro aquí en Acolman
no vive un alma
no vive un triste cuerpo
y vacía
desolada está tu voz que sube y sube
es un suplicio
es un sadismo
y el aullido cruza el límite
y el silencio es tenebroso
Cierro la puerta de la celda
trato de huir
grito
los pájaros abren sus ojos de color ámbar
echo mi voz al fondo del pozo
Una sombra dice que no hay nadie aquí en Acolman
la sombra sonríe
grito desde el fondo como un niño extraviado
la sombra dice que nunca hubo nadie aquí en Acolman
trato de huir
grito una vez más
La sangre no corre
la antigua sangre no fluye
la sangre no se desliza
es el vacío
es un sadismo
es un suplicio
Aquel cuerpo que se azota no es un cuerpo
¿Adónde vas?
Una voz que todavía no existe baja al pozo
¿Quién anda por ahí?
Pero no hay Acolman
la sombra dice que nunca hubo Acolman
Todavía no hay templo
no hay un pájaro inmóvil en la luz inmóvil del aire
que sólo viene a picotear las naranjas
que tampoco existen
nadie vuela
no se oye un solo aullido
nadie pide socorro
No está la celda que yo abro
no vive
no sobrevive nadie aquí
no está esa voz que sube y sube y sube
ni aquel vacío que aún nos observa desde lejos
con sus ojos de lechuza
El vacío ya no existe
la sombra dice que nunca existió el vacío
pero mejor vámonos
vámonos ya del aire
nadie vuela
no se oye un solo aullido
Vámonos antes que le prendan fuego a la Cruz
Otoño de 1971, luego de contemplar
el vuelo casi inmóvil de aquella sombra
en el aire de Acolman, monasterio
de San Agustín, Estado de México.
*
LA NOCHE DE DALIBOR
Uno
Aún siento que alguien llora como un recién nacido
y me voy hacia la luz tan débil de la calle Rasnovka,
¿existió alguna vez la calle Rasnovka?
Pero alguien sigue llorando
y se dobla como una serpiente.
Cuido mi espada.
Desde una ventana azul me observa un búho:
no deja de observarme con mucha incertidumbre.
Cuido mi espada, sonrío, la cuido
como si fuera el violín del viejo Dalibor
Camino cautelosamente, pierdo el sentido del tiempo,
y al fin, cuando la calle va a desaparecer,
el llanto se vuelve más agudo y más desesperado.
Entonces llevo mi mano a la empuñadura de la espada
y casi no veo la luz del día.
Pero alguien que solloza se detiene de golpe
y empieza a sollozar como un recién nacido.
Levanto mi espada, estoy a punto de sonreír
y doy un tajo en el aire del mundo,
aquel mundo está vacío, y el que solloza vuelve
a llorar con toda su furia,
no sabe qué hacer y sigue llorando.
Dos
De aquella historia sólo recuerdo la inocencia del violín
y apenas oigo su llanto de niño.
Nos hemos vuelto locos, la culpa nos agobia.
Sólo sé que se llamaba Dalibor
y que hizo cantar el arco sobre las sombras.
Pero aquella noche muy oscura y muy fría,
el rey lo mandó degollar,
cansado de oír su música tan triste y tan alegre.
Desde esa noche llora y llora
El violín del viejo Dalibor, y el rey
no puede mantenerse inmóvil, va de un lado a otro
y se muerde las uñas
como si fuese un pequeño león
enjaulado en las sombras del castillo.
Desde allí bajan esos lamentos que cruzan el Atlántico
y vuelan por el aire del mundo
hasta llegar a mi casa de ventanas antiguas,
empujan la puerta de color oscuro, la escalera tiembla
y como la sangre del Cordero suben hacia mis manos.
Yo escucho esos lamentos, los veo a través de la nube
que aún palpita y parece volar en mis ojos,
aunque todo al fin se nubla:
el cuello me arde mucho, la herida está muy fresca
y me duele con un olvido que aún me condena
y un dolor casi final, que no es humano.
A los pies del castillo de Carlos IV,
1966, cuando aún es otoño en Praga.
*
LUNA DE MIEL
Aquella, nuestra luna nupcial jamás orbitada
por espíritu impuro, no fue capaz de librarnos
de este cepo de rosas más o menos artificiales,
dulces y agrias, como si viviéramos en un paisaje
de la más antigua China, y la autarquía que aún nos persigue,
nos confunde absolutamente el psiquismo.
Yo acuso que todo fue culpa de camafeos cubiertos de óxido
y retretes de color verde, silenciosos, con aullante cadena:
tres o cuatro besos de cacatúas en cinta,
el desliz de un pezón casi feudal,
y aquella camarera con mameluco de mezclilla que nunca creyó en Dios.
El viejo hotel se hundía a los pies el lavatorio,
Y el bidet con sus botones y sus manillas, como si fuese un 8
de porcelana japonesa, era un trofeo
que testimoniaba la transición al maquinismo.
Allí te hincaste después de la concordia
y la discordia del amor, semidesnuda, no sólo
como una realidad psíquica, sonriente y semidesnuda.
Las manillas giraban a diestra, y el agua, obsesiva
y siniestra, fluía de ánodo a cátodo
como iones de electricidad enfermiza, y al fin aullaba
sobre las tablas de aquel viejísimo cuarto para novios
cuyo ojo de la cerradura sigue teniendo vista al mar.
Los antepasados de familia cuelgan de la pared
principal, sin una gota de sangre,
y hay quienes en traje de primera comunión, casi azules,
reptan hacia los retratos fileteados de oro antiguo
y establecen su dominio sobre la lentitud del color sepia.
Algunos van en sacramento, más o menos felices,
y otros llevan cintas y cintillos:
los caballeros de perfil germánico hablan sólo por los ojos
y mentalmente nos cambian el orden de las sillas,
descubren y desnudan nuestros pies, ocultan los focos de luz,
incendian los postigos, abren las llaves y clausuran el paso del agua.
Con los nervios casi rotos, en el aire, bajamos del tercer piso
para instaurar un libro de quejas.
Doña Ifigenia y Juan Francisco, su amanuense, sonríen
como niños mongólicos, y al fin culpan del escándalo
a nuestra neurosis amatoria, muy propia de recién casados.
Sin saber qué hacer, caímos en un menguante de amargura.
Terminábamos bebiendo el agua perra en tazas de tamaño infantil
y casi de rodillas en una de las cuatro esquinas del comedor.
Para calmar la angustia, me puse a recitar algunos versos de López Velarde:
Mi corazón olvida
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.
Siempre que inicio un vuelo
por encima de todo,
un demonio sarcástico maúlla
y me devuelve al lodo.
Recuerdo que otros huéspedes nos miraban con tristeza.
Ciertamente, hubo quien nos arrojara una miga de pan
como si fuese un huevo de perdiz.
De pronto nos regalaron llaveros de plástico,
un plástico abismal de color amarillo, un amarillo
casi salvaje, y hasta un hermoso calendario.
Cuando caía la noche, subíamos al feudo número 13,
marcados con el signo de la gleba.
La señorialidad, en celo, nos espiaba desde sus caballos.
Todo juego estaba prohibido
y solamente la envidia nos cubría.
*
MONÓLOGO DEL ESQUELETO
Dominio de los reyes, nada queda:
ni el miedo de esta lengua
cansada de vivir bajo tu lengua,
ni estos ojos entre tu corazón y el nuestro,
ni estos labios inútiles, ni la lluvia, ni esta lámpara,
ni soberbiamente estos labios que perdieron su orgullo.
Dominio de los reyes, todo ha muerto:
ya no puedo mirar las cenizas del verano,
nadie puede hundir sus uñas en el fuego,
ya no deseo salir del pozo, ni tampoco la lluvia,
ni clandestinamente la noche huyendo de esta lámpara,
ni estos dedos cuyo vértigo destruye la locura de tu lengua.
Dominio de los reyes, nadie dará nada por tu astucia:
la luna extraviándose entre los abedules,
la algarabía del halcón sobre los ojos del cangrejo,
y el pudridero, la humedad, la mansedumbre de las bestias
donde se unen lo invisible y lo mamífero,
estas manos mías perversamente ambiguas.
Dominio de los reyes, leche ociosa:
soy esta ruina, soy lo suntuoso de este esqueleto,
tal vez seré como el estupor de la divina dulcedumbre,
no hay lluvia, no hay pozo, no hay lámpara,
ya no existe el miedo de esta lengua
cansada de morir bajo tu lengua.
*
EL VUELO DE LA FLECHA
A pesar de todo, lo más probable es que el Universo
no sea más que un desequilibrio de la mente.
A veces creemos que el Universo respira
y sólo se trata del aullido de los lobos
o del murmullo de los pájaros.
La única verdad es que nadie respira,
Pero ya sabemos que la única verdad
es un desequilibrio de la mente,
el primer desequilibrio y el último,
o más bien el centro de aquel blanco
donde la punta de la flecha no quisiera reconocerse.
A veces hemos creído que el Universo
es especulación o fuga,
pero lo más probable es que sea un desequilibrio
en la punta de la flecha, sólo en la punta
de la flecha que con obstinación e incertidumbre
persigue al espíritu de otra flecha.
*
LAS CAJAS DE ESTIÉRCOL
¡Repartirás las cajas de estiércol!,
me gritaba Dios desde aquella nube en llamas.
¿Repartirás, por amor a mi sombra, las cajas de estiércol?
Ya casi estoy sordo, mi visión es muy débil
y no sé si al fin repartirás las cajas de estiércol.
¿Por qué no las repartes, hijo mío, por qué no me miras?
Sólo vuela en círculos el estiércol espiritual, pero tú no me hablas.
¿Cuándo repartirás, por compasión, las cajas de estiércol?
Hazlo por mí, no me confundas, ¿por qué no las repartes?
Se acerca el fin de los tiempos y no me miras, nunca me hablas.
Recuerda que sólo habrá salvación si repartes
las cajas de estiércol, no me olvides, las cajas de estiércol.
Ya casi estoy ciego, mi oído es muy débil
y no sé si al fin, por misericordia, tú repartirás las cajas de estiércol.
¡Repártelas, hijo mío, dejo la salvación del mundo en tus manos!
¿Por qué no las repartes por amor a mi sombra, por qué no las repartes?
¡No me atormentes y repártelas ahora mismo!
*
MÚSICA SELECTA
Hemos puesta en venta un condominio
en el Panteón de las Vírgenes,
pero nadie lo quiere comprar.
Dispone de un círculo cerrado de televisión
y música selecta, música sutil, casi inaudible,
música del más acá y del más allá, para cuando el espíritu
se vuelva más ingrávido que el espíritu de la espuma.
(El único sentido íntimo de las cosas
es que no tengan, al fin, sentido íntimo ninguno).
Dicho sepulcro tiene una vista más hermosa
y está rodeado por algunos cipreses
que algún día llegarán a la cúpula del cielo.
(Soy místico entre aquellos cipreses
--como dice Fernando Pessoa--,
aunque solamente con el cuerpo, este abismo.
Mi alma es muy sencilla, natural, y ya no piensa.
No estoy de acuerdo conmigo, pero me absuelvo).
Si al fin nadie se interesa,
nos veremos en la obligación de subastarlo
en cualquier rincón de la vía pública.
Ya dijimos que no tiene acabados de lujo,
pero en aquella hondura hay un calor humano
que muchos quisieran compartir
en las noches de profunda soledad.
*
ALGUNAS CONFESIONES
En memoria de Gonzalo Millán,
amigo y poeta inolvidable.
1. El regreso
Has vuelto a esperar la muerte en un sillón
que tiene la forma de una tortuga indefinida.
Nadie habla, no hay gestos, nadie
se atrevería a decir que todo sigue igual.
Has vuelto y descubres que los pájaros
son iguales en todo el mundo:
uno de ellos, con plumas rojas, canta como una niña
y otro deja caer un huevo encima de tu calvicie.
De pronto viene un soldado, derrama
un poco de gasolina sobre la alfombra
de nadie, sobre el pájaro, sobre el huevo,
y le prende fuego al paisaje
donde el sillón es la única certidumbre
de una historia equívoca, cruel, indeleble.
2. Enemigos
Ya no hay enemigos como los de antes.
Los de hoy no te miran
ni te hablan:
casi nunca sonríen, casi nunca
se detienen para observar el temblor de una mariposa
en el aire de la más ingrávida y bellísima primavera.
Ellos son de pésima calidad, humanamente.
3. Historia de un dibujo
Una mujer desnuda aparece en el dibujo
que la mano entrelaza con alevosía.
La mujer solloza, la mano tiene ojos
y sonríe, simula que duerme y sonríe.
De pronto el desnudo se arrodilla
y le prende fuego a la hoja de papel
con la figura de la mujer adentro.
Entonces no se oye un solo grito
y el incendio ocupa todo el escenario
donde el dibujo es la sala de torturas
para la habilidad de esta mano implacable.
4. La confesión del muerto
Quisiera hablar con ustedes
de muerto a muerto, ahora mismo,
tal vez con excesiva franqueza.
Amé a la humanidad, así lo creo.
Más la amo, mucho más, desde aquel paisaje
aún en llamas, y cuando ya no existe.
Al fondo aparece la osamenta, el perfil y la sonrisa
de un caballo blanco, siempre un caballo
que alguna vez fue blanco, y aquellas flores azules
que todavía nos perturban.
Siempre la misma herida que todavía nos perturba.
Siempre la misma herida, de muerto a muerto,
y aquel temblor en la luz de las flores que todavía nos perturban.
5. Desnudos
Aún desnudo, sigo a Cristo desnudo:
no soy cátaro ni valdense,
no cultivo la desvergüenza
y sin embargo pertenezco a la herejía
de la desnudez original, la herejía suprema
de aquel tiempo en que los sabios
hablaban con las primeras aves del cielo
y Cristo sonreía con su cara de sonámbulo
como si fuera un hereje arrepentido,
no dejaba de sonreír con su cara de sonámbulo
que aún viaja por el cielo y parece venir de otro mundo.
6. Tictac, tictac, tictac
En la huesera nos vemos, Ilustrísimos Doctores de la Ley.
Múltiple en su tictac, el gusano más antiguo, con música
o sin ella, actuará de un modo profesional e implacable.
Hueso con hueso, tictac, tictac, hueso con hueso.
En la huesera nos vemos, en la ternura voraz del gusano.
Ahí nos vemos cuando el gusano abra los ojos
y dibuje en el aire la señal de la cruz.
Nos veremos con música o sin ella. ¿Honoris causa?
7. Breve descripción del ser humano
Un poco de excremento, tal vez
una sonrisa, todo el amor, un sueño muy antiguo
y otro poco de excremento, misericordia,
y otro poco, venid a mí, de excremento:
la santidad, sólo la santidad, la santidad
y a veces la locura, misericordia, aquel sueño
tan ambiguo, tal vez una sonrisa
y otro poco de excremento, bienaventurado
el que ya viene, todo el amor del mundo,
y otro poco, venid a mí, de excremento.
8. Monólogo del muerto
Durante la mitad de mi vida estuve ciego:
sólo trabajé para los hombres,
pero ellos estaban más ciegos que nadie.
Creo que nunca más hablaré con los hombres:
nuestros pecados ya no tienen remedio.
Aún estoy muerto, aunque la muerte no es fea:
más bien es azul como el vientre de vuestras madres
cuyo dolor es alegría, felicidad del ciego.
Creo que nunca más hablaré con los hombres.
¿Qué haré si Jesucristo viene a visitarme
a imagen y semejanza de los hombres?
Por ahora estoy confuso, un poco triste,
y acabo de hacer un voto de humildad y silencio.
*
ULTRATUMBA
Después de tantos años, sólo crees
en la democracia de la vida de ultratumba
donde se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación del hombre por el hombre.
Pasan los años, después de tantos, y la muerta
se subirá al cadáver de su muerto:
emplumada se sube, amorosa o suspicaz, culebreando,
y lo besa en los labios, ya sin medo, lo besa con júbilo
y de pronto le muerde la lengua, ven a mí, se la muerde
hasta la consumación de los siglos.
--Qué falso es todo, amor mío-- solloza la muerta y sonríe
después de quitarse lentamente las medias--:
qué falso, no te abandones, nunca
te dejes morir, no me abandones,
qué falso y hermoso es todo esto.
--Qué final, Dios mío, qué final-- suspira el cadáver bajo la lluvia
y va respirando con la inocencia de un mamífero
que recién ha descubierto el amor, aquel amor de siempre
en la democracia de la vida de ultratumba
donde se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación del muerto por el muerto.
*
EL ATAÚD AMARILLO
Yo, el ataúd amarillo, estoy muy triste
porque se me murió, dicen
que se me está muriendo el cadáver
y no puedo, dicen, ya no puedo, aún dicen
que no podré enterrarlo en mi vientre.
No hay espacio, cómo me duelen los huesos, no hay espacio:
quisiéramos dormir, no es algo fácil, vente
a dormir aquí conmigo, es mejor que te subas,
y al fin me voy durmiendo poco a poco.
Sueño que aún estoy muy triste
porque no sé a quién corresponde el cadáver,
este cadáver que recién se nos ha muerto
y no sabría cómo resucitarlo en mi vientre:
no hay espacio, el cadáver sonríe, tiembla, sonríe,
se agita en su muerte sin caber en mí, no hay espacio.
Entonces yo, el ataúd amarillo, escapo a través de la ciudad
y termino en el rincón de un velatorio público
donde me observan dos mujeres de edad indefinida.
Una de ellas dice después de un largo silencio:
--Dios mío, este pobre ataúd,
como don Juan Rulfo, no tiene dónde caerse muerto
y le fallan las rodillas, que en paz descanse,
le siguen fallando los huesos
de arriba y de abajo, sí, los huesos de la pobre memoria.
¿No crees que debiéramos morder su lengua
para ver si permanece mudo, si se levanta
o reacciona mandándonos al infierno?
--Claro que sí --responde la otra y muerde al ataúd
en una de las últimas articulaciones
de su cadáver que no tiene dónde resucitar o caerse muerto.
Cada vez más amarillo en su espíritu, el ataúd tiembla
y en su propio espectáculo es capaz de emocionarse hasta las lágrimas:
“Esperé a tenerlo todo. Nos llegaban rumores”.
De pronto salgo del sueño y no estoy muy triste
porque ya no me importa saber a quién corresponde
el cadáver que recién se nos ha muerto
y no hay espacio, la resurrección es amarilla, nunca hay espacio
para sepultar al moribundo en esta tierra de nadie,
junto a los huesos de Juan Rulfo
que todavía nos alumbran de olvido en olvido.
*
PEQUEÑA HISTORIA DEL BIDET
Para aquellos que nada saben o más bien saben muy poco,
les digo que el bidet es un recipiente de forma oval
sobre el que toda persona puede sentarse a horcajadas
para dar principio al ritual del lavamiento de las partes más pudendas,
aquellas de mayor ambigüedad y trato a veces torpe, sin duda
las más equívocas, no siempre lánguidas, las de menos
verosimilitud, las más recónditas.
De cuerdo a la historia de los artefactos con linaje,
se asegura que el bidet nació en el este de Francia,
muy cerca de Estrasburgo, y poco después fue llevado a París
en los días del célebre doctor Joseph Ignace Guillotin,
quien propuso la adopción de la guillotina con un éxito indiscutible.
Como ustedes saben, se trata de una máquina prodigiosa
(así la consideraron a fines del siglo XVIII)
que no sólo es muy útil para decapitar a los condenados a muerte,
sino que además tiene la virtud de producir muy poco ruido,
conservando el silencio en aquellas atmósferas
que deberían permanecer en silencio.
Si nuevamente pensamos en el bidet, veremos
que tampoco produce ruido
aunque se trata de una invención más o menos rudimentaria.
No lo digo por su forma de naturaleza equívoca
ni por la elegancia más bien acústica
de su dibujo que parece venir de muy lejos
y es fiel a la estructura oriental de la mandolina,
con cuerdas punteadas y dorso abombado,
sino porque nació de improviso, como la música,
entre Metz y Estrasburgo.
Se desconoce aún el nombre de la primera cortesana
que tuvo a bien utilizarlo a horcajadas,
como fue costumbre a partir de su nacimiento.
Algunos dicen que el placer inaugural le correspondió al barón
de Montpellier, Auguste Guillotin
(uno de los tres hermanos del distinguido Joseph Ignace),
quien tampoco supo cómo excusarse
y recibió en carne viva,
luego de la propia horcajadura en el bidet de mármol
casi verde, el refinamiento del guillotinement.
La Revolución Francesa es hoy un instrumento de análisis
casi arqueológico, pero el bidet es todavía un artificio
de utilidad múltiple, aun cuando lo hayan concebido solamente
para la recuperación del espíritu en las partes pudendas.
Acerca de la guillotina es necesario recordar que su práctica
se extendió por el mundo con un éxito envidiable,
Aunque para algunos no sea muy conveniente reconocerlo.
De cualquier modo, las artes de la decapitación fueron muy íntimas
y toda habilidad, en este sentido, se volvió menos cruel,
alcanzando dimensiones de verdadera excelsitud.
Ya es de noche, no estoy alegre ni sufro de melancolía.
Alguien puede creer que digo todo esto
porque la soledad no me permite sobrevivir como quisiera.
Sin embargo me siento muy tranquilo, tal vez más tranquilo que nunca,
y estoy feliz porque ahora me dispongo a dejar caer, con sumo cuidado,
la parte trasera de este pobre cuerpo mío
(antiguamente se la llamó zona sagrada),
sobre el bidet que nos ofrece su surtidor de espuma
como si fuera agua bendita.
*
SOBRE UNA CAMA ORTOPÉDICA
Algunos dicen que Nonata Pedroso nació en Pernambuco,
y ella jura que tuvo relaciones
con el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo
sobre el abismo de luz de una cama ortopédica.
--Aún eres la puritana mística-- me dijo Él
con una voz tan suave
como el roce de las alas de un colibrí
por encima de mi pecho tan joven y lleno de leche.
Eres la puritana más láctea de todo el Universo,
me dijo después de sonreír como una criatura de luz,
aquella criatura de mirada perdida
a la que acaban de rozar, más allá del crepúsculo,
con alas de colibrí que tiemblan como la cama ortopédica.
--¿Yo la puritana mística?-- dijo Nonata entre sollozos.
¿Yo la ortopedia del puritanismo, la puritana más láctea?
Aunque ustedes no lo crean, juro que tuve relaciones
con el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo
sobre el bramadero de luz de una cama ortopédica.
Él me decía no puedo más, éste es el fin.
Yo le dije no te arrepientas, casi todo perdura.
Él me decía no puedes más, ¿por qué te has vuelto heroica?
Yo le dije lo que tú digas, pero no te arrepientas.
Él me besó tres veces, dijo no te apresures, éste es el fin.
Yo le mordí sus labios, tres veces,
toda la luz del mundo en la trinidad de sus labios,
pero no tuve el valor para decirle tu boca es mía, sólo mía.
Era el verano de 1987
y los pájaros de cabeza roja
cantaban y volaban
en medio de la lluvia tropical,
no muy lejos de la noche.
*
INSTRUCCIONES PARA JULIO CORTÁZAR
Allá en el fondo está la muerte, pero no tengas miedo:
el precipicio del reloj es un árbol lleno de hojas
y tú eres tan libre como para morir
--“si no corremos y llegamos antes”—
o resucitar de la risa en aquel precipicio.
Allá en el fondo no hay nadie, te lo aseguro,
aunque la sombra de una bella y enigmática mujer se desliza
en dirección opuesta a las manecillas del reloj,
desplegando sus hojas como si fuera un espíritu lleno de plumas.
Allá en el fondo hay ojos de lechuza, pero no te levantes:
nunca llegaremos a saber a qué rostro pertenecen,
y de pronto cierras los párpados
en dirección opuesta al reloj imperceptible
como en una edad anterior al descubrimiento de los ojos.
Allá en el fondo está la tierra, ¿me oyes?, el júbilo
del agua después de la muerte:
pero no temas porque no hay fin o principio, nadie
muere, nadie nace y todo existe en el deseo
donde cada reloj es un precipicio que sólo avanza
en dirección opuesta a las manecillas de sus víctimas.
Allá en el fondo se agita la sombra
de Julio Cortázar, pero no tengas miedo:
abre al fin los párpados bajo la mirada del árbol
cuyas hojas son tan libres como para morir
--“ahora me despierto, somos una familia rara, ¿qué más quiere?”--
o resucitar de la risa en el precipicio de Buenos Aires.
Allá en el fondo hay un zapato, unos dientes muy finos,
un paraguas, pero falta lo más importante:
tu cadáver lleno de ojos es tan libre
como para no morir en la palpitación de los relojes
que sólo se deslizan en dirección opuesta a las manecillas
de la misteriosa mujer llena de plumas
como en una edad anterior al descubrimiento de la muerte.
*
SEÑORA ERRANTE
Dentada en el asombro la muy propicia,
pero uno pierde el equilibrio
y no sabe al fin, al fin no sabe,
lo que dentada en el culo significa:
por debajo, con esmero, por arriba, no sabe nadie
lo que dentada en el viento significa.
Dentada en el acróbata la muy soberbia,
graciosa y soberbia la muy propicia:
no sabe uno, al fin no sabe
lo que dentada en la gracia significa.
Por debajo, mucho ojo, por arriba, mucho ojo,
no sabe uno lo que dentada en el arete significa.
Todo sea para usted, señora errante.
A la gracia de Dios, la muy propicia.
*
EL MINIATURISTA SE DIVIERTE
(Poesía en prosas casi profanas)
Al espíritu de Eliseo Diego,
que gustaba de esta música.
l. Música de fin de siglo
Música de fin de siglo: cornetas, bombos, pífanos, flautas y platillos. Fuegos de artificio: remolinos, voladores y cohetes. El Universo de Federico Fellini que descubrí durante mi último viaje al sur de Italia, lo redescubro ahora junto a la iglesia de La Candelaria en Coyoacán. Escucho el sonido de los flautines que se alejan y siento que en esta música, ingenua y algo cruel, tal vez se oculta el primer anuncio del fin del mundo. Carcajadas, estremecimiento y llanto. Certidumbre popular, anónima, de que todo lo que al fin regresa, está a punto de desaparecer una vez más y para siempre.
2. La Creación
Se supone que Dios, apresuradamente, creó el mundo en seis días. Lo hizo sin mucho cálculo y las cosas no le salieron muy bien. Los monos, como si fueran humanos, perdieron su equilibrio y empezaron a hablar de manera confusa, enredando las palabras o provocando un ruido infernal. Lo mismo sucedió con los árboles: se confundieron unos con otros hasta crear una atmósfera babélica. Enredo de árboles como monos y de monos como árboles. En estas condiciones, algunos monos le ayudamos a plantar otro tipo de árboles, pero Dios nunca reconoció nuestra ayuda. Y una noche, aprovechando un descuido de vigilancia, nos caímos por uno de los agujeros que a Dios se le fue de las manos y desaparecimos del Universo para siempre.
3. Las trompetas
Hasta donde sabemos, la vida es la única enfermedad mortal. Esta certidumbre debiera ser un alivio. Sin embargo, sobrevivimos en el miedo de los inmortales y no sabremos qué hacer cuando llegue el día de cerrar los ojos y colgar la máscara. Mientras tanto, uno debe reírse como si estuviera observando a una mujer muy gorda que de pronto decide estornudar delante de un enano, sin medir las consecuencias.
El enano puede ser usted, mi estimado lector, o cualquiera de nosotros. El enano es otra máscara que ahora sonríe con dificultad. A lo lejos se oyen las trompetas del carnaval y nuestra alegría es indescriptible: algo así como el equilibrio de un pájaro en el aire que transcurre sin movimiento alguno.
4. La Eternidad
Últimas palabras de Jesucristo desde la cruz que aún está volando por encima y por debajo del mundo. Dicha cruz se parece mucho a la sombra del ombligo más viejo que aún está sepultado en la profundidad de las tierras más húmedas:
--Siento un poco de vértigo. No estoy acostumbrado a la Eternidad.