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LA MÚSICA DE HERNÁN LAVÍN CERDA:
SUBVERSIÓN IMAGINATIVA, FIESTA DEL INTELECTO

(De la antología Música de fin de siglo, colección Poetas Chilenos en Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, 1998.
Selección de poemas en verso y prosa, sin un estricto orden temporal)

 

SEGUNDA
Y ÚLTIMA PARTE

 

 

(De la serie El miniaturista se divierte. Poesía en prosas casi profanas)

.......... 1. La Creación

Se supone que Dios, apresuradamente, creó el mundo en seis días. Lo hizo sin mucho cálculo y las cosas no le salieron muy bien: los monos, como si fueran humanos, perdieron su equilibrio y empezaron a hablar de manera confusa, enredando las palabras o provocando un ruido infernal. Lo mismo sucedió con los árboles: se confundieron unos con otros hasta crear una atmósfera babélica. Enredo de árboles como monos y de monos como árboles. En estas condiciones, algunos monos le ayudamos a plantar otro tipo de árboles, pero Dios nunca reconoció nuestra ayuda. Y una noche, aprovechando un descuido de vigilancia, nos caímos por uno de los agujeros que a Dios se le fue de las manos, y desaparecimos del Universo para siempre.

.......... 2. El caballo de San Marco 

Creo que la grandeza del caballo de San Marco se consolida en el último orificio donde el bronce tiene la más absoluta consistencia: plenitud de una sola línea cuya espiral acaba en ese ángulo casi invisible. Ano yvértigo. Despliegue suntuoso de algún acorde clásico que nunca nos hizo creer en la realidad que ahora contemplamos. Capciosamente levanto la cola del caballo y sólo descubro una multitud de volutas, arabescos y otros dibujos muy parecidos a la arborescencia que hay en el interior de los mamíferos. Conjunción de anillos, de mínimas pezuñas dispuestas como en un círculo. Impulso y ritmo en ese culo ecuestre, como de homo ludens, protegido por diminutas garras mediante las cuales el caballo intenta unirse al mundo. Su color es semejante al del palisandro y en su hocico hay colmillos que deberían pertenecer al tigre. Su lomo tiene la forma de una embarcación antigua, tal vez de un birreme o un balandro. Su verga no pertenece al reino del equilibrio, y es más bien un pequeño cimborrio más allá de la cumbre, una vibración casi perpetua.

            Estamos en los dominios de Andrea del Verrocchio donde la locura es un estado normal, un movimiento sinuoso de sonidos, líneas y sílabas de bronce. A estas alturas, todo se convulsiona y el afán renacentista se integra y se desintegra en un solitario punto cuyo deslizamiento no es sino la certidumbre de que nuestra biografía sólo forma parte de los intersticios, los filamentos, los esguinces, las fintas casi ocultas, y esas rápidas y bellísimas bifurcaciones en el cuerpo y en el espíritu del bronce, allí donde empieza a vivir, diariamente, el gran caballo de San Marco.

.......... 3. El cuerpo de Coyolxauhqui 

Y allí, a unos cuantos centímetros
por debajo de tales pasos, estaba tendida
en su sitio consagrado la diosa muerta,
la guerrera maltratada por el fuego,
la despeñada, inmóvil
en la imposible danza siniestra
de su cuerpo violado por la destrucción,
espejo y custodia de los restos últimos
de la divina perfección que le dio eternidad y muerte.

Rubén Bonifaz Nuño

Como si yo fuese un hurón o una comadreja, esta mañana pude arrastrarme con lentitud, sigiloso, y luego me sumergí en el cuerpo estrellado de Coyolxauhqui. Ahora puedo decir que su ombligo, tal vez el ombligo más hermoso y enigmático del mundo, aún está vacío, pero la calavera ocupa el lugar que alguna vez estuvo destinado al pubis. Probablemente la diosa no tuvo más orgasmo que aquel instante: el relámpago de su decapitación en el cerro de Coatepec. Sus tobillos casi no existen, sus piernas se confunden, sus brazos han sido dislocados por la furia fratricida del oscuro Huitzilopochtli, y hay una mano que perdió sus uñas. La diosa lleva cascabeles en sus mejillas y su nariz cuelga de una nariguera que me obliga a reflexionar sobre su sentido del humor. El desmembramiento sigue su ritmo de rotación perpetua, y México al fin se reconoce en aquel círculo: cada miembro gira y gira, y a mayor velocidad acaba por confundirse o convertirse en su contrario. Las piernas son labios que son brazos que son ojos, y nadie podría interrumpir esta metamorfosis. Sin embargo, la rotación es un vértigo inmóvil. Pulsación casi orgiástica de  la piedra en su espacio circular, allí donde todo es enigma, sagrado humor negro, fragmentaciones de una ceremonia vital y fúnebre.

            La hija de Coatlicue se divide o más bien se multiplica y señala el camino que conduce a la estética del fragmento: ella es nuestro voyeur, el testigo diurno y nocturno, la espía que va descubriendo el Universo a través de su ombligo donde la vida y la muerte se articulan y se desarticulan con su desliz sinuoso. Voladura de sí misma y estremecimiento: Coyolxauhqui hace de toda fuga una fuerza centrípeta. Su poder reside en esa traslación rotatoria que es apenas perceptible. Diosa inmóvil y trashumante, esfera con su sombra siempre oculta.

            Ahora me río de los mechones que cubren tus orejas. También uno se ríe de tus sandalias y de aquel cráneo de mono que jamás termino por descubrir: aquí todo es un enjambre y el vacío está ocupado por el ritmo de las serpientes de cabeza dual o múltiple. Más allá de las cabezas, el ombligo se multiplica sin descanso. Poco a poco, yo pierdo el juicio y llego a tocar las volutas que son el escudo, el pectoral de luz bajo el cual se protegen tus pezones aéreos: cimborrios, dedales, nísperos, úvulas, aromas de cinamomo, aromas de cupulíferas, y absoluta locura cupulina.

            Nunca vi senos tan profundos. Nunca vimos tal vuelo inmóvil en la gran piedra estrellada por una mutilación sin principio y sin fin: sólo aquellos cascabeles sobre la bóveda, esa bóveda que acaba por hundirse en su propio espacio.

            Entonces llega la noche, la medianoche, y antes de abandonar el Templo Mayor descubro que el origen se oculta más allá del fin: Coyolxauhqui permanece inmóvil, aunque sabemos que su inmovilidad es engañosa. De pronto sonríe, suspira y muerde la punta de su lengua de un modo lascivo, más de comedia que de tragedia. Un modo audaz, agonizante, cruel, como una burla con algo de elegancia.

.......... 4. Un pájaro en la cabeza del bisonte 

Comienzo a envejecer. Tal vez con algo de soberbia existencial, se diría: “Vuelvo al origen. Por segunda vez vuelvo al origen”. Desde este ángulo del zoológico diviso al bisonte y descubro que no está desnudo: ningún animal podría soportar la desnudez.  Todo en él es casi ridículo, sutil a veces, agradable y gracioso. Lo mismo sucede con los espectadores que lo observan desde lejos. Todo en ellos, a menudo, es un espectáculo lamentable. No sé por qué digo lo que digo sin mucha precisión. ¿Lamentable? No estoy seguro: nadie puede estar muy seguro. Digamos que comienzo a envejecer.

            Ahora veo que un pájaro se ha detenido sobre la cabeza del bisonte: se trata de una especie de zorzal del sur, aunque el plumaje que cubre su pecho es de color púrpura. No vuela una mosca azul, no vuela una moscarda, no vuela una mosca verde, y llego a creer que esta composición es esperpéntica.

            Como en un sueño hipnótico, el bisonte no se mueve y su edad, por ello, es indescifrable. De tan viejo, casi es un animal joven como yo, sí, al estilo de aquel pájaro hacia donde converge la luz del mundo, o más bien como estas moscas que levantan el vuelo, un vuelo de tensión centrípeta, y al fin se acoplan desnudas sobre mi cabeza.

.......... 5. La sonrisa

De nuevo la he visto junto al mar. Cada vez que vengo a esta playa la veo con su figura casi utópica: muslos de tortuga joven, párpados azules, y unos labios translúcidos como la carne de la guanábana. La bella debe llamarse María Fernanda o María de los Ángeles. Tal vez sea la nieta mayor de una antigua pareja de farmacéuticos españoles: doña Angustias y don José María. De improviso, la bella me sonríe con una actitud sospechosa.

            Yo no me atrevo a decirle que su cintura es el origen de mi vértigo y sólo puedo observarla desde lejos. Repentinamente, algo se agita entre las olas de color ámbar, un ámbar tan amarillo como la locura de Dios, y alcanzo a ver que su mano derecha ha sido mutilada como si fuese la cabeza de un muñeco de ojos muy oscuros.

            Entonces trato de darle auxilio, pero ya no la veo: sólo hay un poco de sangre sobre la espuma. Grito como un loco que ha recobrado la razón, pero ya no la veo. Sólo hay un poco de sangre y nada más. Nadie. Nada. Nadie más.

.......... 6. De nuevo la vejez

Ciertamente,  la vejez es el hecho más inesperado de todos los que le ocurren al hombre. Se trata de un fenómeno inaudible, aunque el primero en registrarlo es el oído que acaba perdiendo sus facultades perceptivas.

            Uno se vuelve viejo, paso a paso, y lo imperceptible está constituido por el universo de cada célula. Pudiera decirse que empieza a fallar la memoria de la célula y el organismo se desarticula químicamente. Lo mismo le sucede al instinto: se pulveriza el sistema eléctrico que lo constituye y la energía se desconoce a sí misma.

            Esta mano, por ejemplo, escribe lo que ya no recuerda, y la otra no sabe lo que está sucediendo. Sin embargo, la situación se desarrolla de una manera armoniosa y la vejez nos alcanza cuando la habíamos olvidado.

***

MEMORIAL DE LAS CABALLERÍAS

..... 1.- Caballos que nadie reconoce 

Un caballo que ha descubierto el cántico del azar
y a veces agoniza en los brazos de su madre.
El que vuela o canta como un pájaro entre las nubes.
El que desaparece en su galope
hacia el abismo del tablero de ajedrez,
como si la guerra no hubiera terminado.
El que descubre, con alegría,
que cada noche es una metáfora
por donde avanzan las yeguas
en su espiral inmóvil.
El que acaricia a una piedra sobre el polvo.
El que se burla de sí mismo en la tierra de nadie.
El que huye en medio de la música.
El que piensa en su destino y, suspicaz, insomne,
prefiere que los otros disfruten del paisaje
y tengan al fin la razón.

Estos caballos que nadie reconoce, están salvando el mundo.

..... 2.- La transfiguración de los caballos

Al amanecer veo cuatro grupos de caballos
que galopan desde las cuatro esquinas del mundo.

Sobre el centro de la tierra estamos esperándolos.

Al anochecer vimos cuatro grupos de abuelos
que galopaban desde las cuatro esquinas del mundo.

Sobre el centro de la tierra estamos esperándolos.

Al amanecer vimos cómo los caballos
se transfiguraban en nuestros abuelos.

Sobre el centro de la tierra estamos esperándolos.

Al anochecer veo que nuestros abuelos cantan
como si fueran los abuelos de todo el mundo.

Sobre el centro de la tierra soy el último caballo

que sonríe sin atreverse a decir una palabra,
mientras seguimos esperándolos en el centro de la tierra.

 

CÍRCULOS CONCÉNTRICOS

Tal vez nunca debiéramos olvidar que hubo piedras
que en el firmamento se fueron borrando
como aquellos árboles
en bandadas de círculos concéntricos:

arborescencia de gorriones
que tal vez nunca debimos olvidar
entre aquellas bandadas de círculos concéntricos
desplazándose con júbilo por los hoyos del cielo:

no había dejado de llover y el cielo era una constelación
de piedras borrándose en las profundidades
como seguramente ocurrió en el comienzo del mundo
o cuando se configuraban los primeros círculos concéntricos:

qué muerte la de los árboles
en el vértice de la bandada de ojos
queriendo escapar de sus gorriones
en medio del llanto y la torpeza colectiva:

qué zozobra ecuménica en las honduras del firmamento
donde las piedras van configurando la nonada
de los gorriones enloquecidos
como el humo de los círculos concéntricos:

¿de dónde viene esta urgencia de rescatar las huellas
que algún día fueron borrándose
hasta convertirse en piedra de humo
por los siglos de los siglos?:

no había dejado de llover y la constelación de gorriones
era un grito cubriéndonos o despoblándonos las alturas
donde las piedras se esfumaban sin advertírselo a nadie
en medio del asombro de los primeros hombres:

tal vez nunca debiéramos olvidar la incertidumbre de los ojos
que en el firmamento se fueron borrando
como aquellos círculos
en bandadas de gorriones concéntricos:

multitud de árboles
que tal vez nunca debimos olvidar
entre aquellas bandadas borrándose en las profundidades
donde sólo escucharemos el murmullo de los gorrones enloquecidos.
 

Camino al volcán Popocatépetl,
primavera de 1978,
con los pájaros en su vorágine.

LA LUZ DE LA LUCIÉRNAGA

..... 1.-Ceremonia en Tepoztlán

De sabe Dios cuántos gusanos hemos vuelto
y nadie reconoce a nadie:
sólo escucharemos el lamento de las cigarras
en la medianoche de Tepoztlán con un árbol de luz al fondo.

Temblor de árboles en el corazón de las cigarras,
y aquellos gusanos tan elocuentes como una piedra
que aún vibra en el enjambre de otras piedras.

De pronto sube desde la profundidad de la tierra el canto
de las cigarras que palpitan en la medianoche
de Tepoztlán con una ceremonia de luz al fondo.
Alegría en el temblor de las piedras iluminadas
y cuyo vuelo es un canto de júbilo entre las hojas de los árboles.

De sabe Dios cuántos gusanos hemos vuelto
y nadie se atreve a reconocer que en el temblor de cada gusano
se estrella el Dios de Tepoztlán contra sí mismo,
y la caída es una resurrección con un árbol de luz al fondo.


..... 2.-Nada está prohibido
 

Supongamos que la vida es sueño,
como decían y soñaban los antiguos.

Sólo ahora nos llevan de la mano
al antiguo territorio de la luciérnaga
cuya luz lo cubre todo y todo lo descubre.

La palpitación de la luciérnaga
es pura filosofía, sólo filosofía intermitente.

De pronto nos dicen que ya podemos despertar:

--Nada está prohibido en este reino.

 

CASI TODO ES ANTIMATERIA

1

Todo es materia, gritaban de júbilo los árboles.
Todo es materia, sollozaban los hijos de los árboles.
Todo es materia, pero la materia es estéril,
sonreían con asombro los nietos de los árboles.
Todo es estéril, aunque la materia al fin no existe,
temblaban los hijos de los nietos de los árboles.

“No mientan”, sonreía Dios por encima de los árboles,
“¿por qué mienten sin temor?”

Todo es, al fin, el final de todo, casi todo existe y no existe.
Todo es temblor de antimateria, sonreían los árboles
y su sonrisa era la duda del origen, la convulsión del pensamiento.
Casi todo es estallido y zozobra, se burlaban los árboles.
Casi todo es estéril en la dinámica abismal de la antimateria
que sólo existe más allá de nuestra presencia transfigurada en árboles.

“No mientan, sí, no mientan”, sonreía Dios por debajo de los árboles,
“¿por qué siguen mintiendo sin temor?”

 

2

Eso no es cierto, sonreían los hijos de los nietos de los árboles.
Eso tampoco es cierto, temblaban los hijos de los árboles.
Casi todo es antimateria, pero la antimateria se burla de sí misma,
sollozaban los nietos de los árboles.
Eso tampoco es muy cierto, gritaban de júbilo los árboles.

Casi nada es inútil en la antimateria
que solamente se pudre más allá de los árboles.
Casi nada es estallido y zozobra, sonreían con júbilo los árboles.
Todo es alabanza de Dios, cantaban los hijos de los árboles.
Todo es, al fin, el final de nadie, casi nada es incierto.

“Cuánta belleza”, sonreía Dios por encima
y por debajo de los árboles.
“¿Por qué cantan y bailan con tanto entusiasmo?
¿Qué celebran, sí, qué celebran?
Nunca debiéramos olvidar que la antimateria es el fuego del espíritu”.

 

LA ÚLTIMA VISIÓN

1

Aún muero de hambre, locos de ayer y de siempre, resucito
y me voy de nuevo en el pudor, la luz del pudor,
soy el pudor del que rabiosa y piadosamente se va muriendo de hambre
bajo el esplendor del cielo, más allá de los últimos rincones del mundo.

Casi muero de hambre como un equilibrista sin altura y sin vuelo,
atrapado en la red vertiginosa de su propio desequilibrio.
Casi muero de hambre, mis antiguos y nuevos locos de muerte,
me voy de nuevo y soy lo que aún queda
del pudor del que se va muriendo de hambre
más allá de las profundidades de su extrañísima muerte:
morir de hambre es tan extraño como descubrir el principio
y el fin del mundo con los ojos profundamente abiertos.

Con hambre por los desfiladeros de Latinoamérica,
sólo con hambre, y que las hambres del mundo
impongan al fin su dictadura entre nosotros:
a esto hemos llegado, es la hora de partir, el vuelo de los ojos se nubla
una vez más, ¿sólo a esto hemos venido?

2

Cosa muy extraña, sin duda, pobrecito, se dijo en mí el último
de los locos que fue muriéndose de hambre
hasta el momento de la iluminación casi póstuma.

Pudor de cosa extraña con toda la oscuridad
deslizándose por encima del estallido del mundo
y más allá de las iluminaciones del gran loco embrujante.

Principio y fin del Juicio Final entre los moribundos del hambre
por todos los pobres de espíritu que nos perturban
y todavía nos van matando, de luz en luz, con su extrañísima muerte.

3

Malditos los falsos, ya lo creo, no los entristecidos
que hicieron de su locura una bienaventuranza
y tal vez no alcanzaron a morir, pobrecitos, bajo estas hambres
que navegan sobre el incendio de las aguas del mundo.

Pudor de cosa extraña con sus muertos, tantos muertos que aún gimen
y se arrastran por los subterráneos donde sólo sobrevive el temor
y la nostalgia de Dios en medio del asombro y la alegría de los locos.

Pobres países en los filos del resplandor de la locura
donde la mortandad de los oscuros
es rabiosa y tiernamente inferior a las dimensiones del hambre.

4

Por eso vuelve a mí, loca, locura mía, loca
de nadie, ¿no ves cómo te amo?
Mira una vez más cómo te amo, mira cómo me voy de insólito
y soy el gran acróbata del salto al vacío, el mago más joven y más viejo
que se atreve a dar el salto mortal e inmortal con una venda en los ojos.
Ven a mis brazos, loca de todos, ven a mí en lo más profundo
del espacio lleno de sombras, allí donde sólo existe el pudor de los muertos
más antiguos, aquellos muertos que se lamentaban y sonreían
por los subterráneos del cielo donde casi me resucito
de hambre, sí, resucitaremos en un descuido, mis locos de cosa extraña.

No me abandones, loca de nadie, ahora me voy, locura de todos:
nuestro vuelo fue de tontos que se gozaban de hambre
con esas alas en lo sumergido de la iluminación
a través de los muertos, sólo viven y vivirán los muertos.

5

Posiblemente cosa más que insólita, se dijeron en mí, desde el fondo,
los sentimientos de los últimos locos encima de sus bellas
y tristes locas abrazándose por el estallido interminable
del antiguo y nuevo mundo.

Expansión y bienaventuranza de los extrañísimos
que todavía se aman, los extrañísimos enterrados en el filo de los tormentos
donde ya nadie se reconoce en los ojos de nadie.

Alabanza y locura del Juicio Final en medio de las iluminaciones
que de pronto nos van resucitando con el estupor y el miedo
en la frente, cuando los antiguos y nuevos moribundos
están a punto de volver a sus hambres primitivas.

Aires de Cuernavaca en 1978,
después de una tempestad eléctrica
y el recuerdo de aquellos locos
que nunca dejan de resucitar
desde el temblor del hambre,
como era en el principio, ¿como será en el fin?

 

VISIONES DE ESPAÑA

A mis familiares que descubrí en Santander,
 casi por arte de magia. Ellos pertenecen al mundo tangible,
 aunque yo lo ignoraba. Son mucho más que una leyenda.


..... 1.- El muro 

Con esta mano toco el muro de La Colegiata
en Santillana del Mar:
la porosidad de los dedos
es aún más profunda que la del muro
visitado a veces por el temblor de una mariposa blanca.
Sé que este muro se levanta desde el siglo XII
y seguirá con vida cuando esta mano
sólo pueda permanecer en la memoria de algunos
como si fuese un poco de oxígeno
en la figura de una imagen temblorosa.

Me inquieta ver que acepto, impasible, mi fugacidad
con el mismo temblor de la mariposa blanca.
¿Qué tengo en común con estas praderas
donde otras bestias pastaban antes del Diluvio,
taciturnas y sin levantar los ojos?
Sin duda el asombro de que mis abuelos
hayan nacido junto al muro de La Colegiata
que mis ojos vieron durante el verano de 1987,
y que acaso descubrirán en el último día.

Desde la ciudad de Morelia pienso con alivio:
lo que fue el viejo monasterio
habrá de permanecer allí, mientras la memoria
sea capaz de recordarlo, hasta que una noche
desaparezca el cuerpo mío como aquellas bestias
que pastaban con relativa inquietud, inocentes,
más allá del horizonte bajo la lluvia,
y de pronto no haya nadie.


..... 2.-El nacimiento

Invierno (¿sería en otoño?) de 1895:
la abuela Dionisia dará a luz
a Julio sobre aquellas colinas
que todavía huelen a queso de cabra,
y yo escucho el grito de ambos
desde aquel río en Santiago de Chile.

¿Qué hora es? Vuela un pájaro amarillo. ¿Qué hora es?

Se supone que recién está amaneciendo
sobre las aguas del Cantábrico
bajo esa niebla que viene de Irlanda,
y Dionisia llora como yo en la noche
de las transfiguraciones,
cuando el nonato cae sobre el mundo
en las afueras de Santillana del Mar.

--Cómo se parece a Dios--
dice mi abuelo con su sonrisa de oveja.

--Por supuesto, Gumersindo--  
sonríe un viejo amigo de la familia--: 
tiene cara de burro, siempre tendrá cara de burro.


..... 3.-Don Tiburcio y la luna 

Sabatino Invidia nació muy cerca de Santillana del Mar en 1895. Hasta el día de hoy, nadie sabe por qué adoptó el nombre de Tiburcio de la Barquera. Notable por sus facultades oratorias, nuestro personaje perdió de pronto la voz y tuvo que recuperar su prestigio dedicándose al cultivo de las bellas artes que también pueden ser alcanzadas a través del milagro de la escritura. Don Tiburcio escribió muy poco, pero con intensidad y fuerza imaginativa. La luna en el bolsillo es un ejemplo de su grandeza como artista del verso que siempre nos emociona:

Una noche la luna camina por la calle
y se lleva a sí misma en el bolsillo.
En la cuesta se le desata el lazo de un zapato:
entonces la luna se inclina sin miedo
para atarse el zapato
y se le cae del bolsillo la luna
que empieza a rodar velozmente por la calle asfaltada
y todavía húmeda por una lluvia repentina.

La luna corre detrás de la luna,
pero la distancia aumenta
por la aceleración de la gravedad de la luna
que rueda como el ojo de un animal que ha visto el fuego.
Y la luna se pierde a sí misma
en la niebla azul, allá en el fondo de la cuesta.


..... 4.-
La tía Encarnación 

Probablemente la tía Encarnación pertenezca a la estirpe
de los más antiguos, aquellos que aún permanecen en silencio
cuando han sido iluminados por el zumbido de alguna abeja
cuyo espíritu tiene la costumbre de brincar sobre las flores del jardín
y junto a la sombra de la higuera, allí donde se levantan
las murallas de la Casuca del Molino
carcomidas por aquella humedad que viene del Cantábrico,
durante el invierno que con sus ojos de buitre nos espía
como a la oveja del corazón moribundo.

Mi tía se quedó ciega hace varios años
y yo camino hacia donde ella está sentada
sobre una pequeña silla de color caoba,
pero no me atrevo a decirle algo.
Sin abrir esta boca donde sólo hay incertidumbre,
permanezco inmóvil y la tía Encarnación mueve su cabeza
y dice con lentitud, de improviso, casi fuera del tiempo:

--A veces creo que estoy en otro mundo.
Ya nada es de hoy. Ni lo que padezco hoy.
Acércate un poco más y dime si en México
hay abejas tan grandes como las de Santander.

--Tal vez no sean tan grandes --le hablo al oído--,
pero son mucho más escandalosas.

Veo que al fin se ríe con algo de tristeza:
--Podría no quedar nada --dice.

Ahora sonríe como si estuviese lejos.
Azul es el vestido de algodón, y ella es tan pálida
como alguna vez fue mi padre, su hermano Julio.


..... 5.-La noche

Más allá de la Cueva Santa, en el monte de Viorna
y junto a los cerezos en flor,
algún cristiano primitivo
esculpió sobre una roca inmensa
en caracteres casi ilegibles:

--No perdonamos ser como somos,
pero la noche es un mundo
que la misma noche alumbra.


..... 6.-Beato de Liébana

Aún estoy escondido en este monasterio desde el siglo VIII
y todavía no sé cuál es mi verdadero nombre
aunque todos me dicen Beato, monje Beato de Liébana.
Tampoco sé cuál es la verdadera imagen de mi rostro,
pero me alivio al ver las aguas del río Deva en el verano:
son del color de aquellos pájaros de ojos muy agudos
que sólo vuelan en círculos concéntricos
desde los Picos de Europa.

Siempre estoy escondido y nunca abandonaré el claustro
donde todavía es posible sobrevivir en calma,
aunque a menudo sueño con ángeles y demonios del Apocalipsis.

Por medio de estas láminas policromadas,
combatiré a los herejes que aún dicen o piensan
que Jesucristo es solamente un hijo adoptivo de Dios.
A esos adopcionistas les ofrezco mis caballos
cuyas colas son larguísimas serpientes
con el único propósito de morderlos hasta el fin de los siglos.
Para ellos están destinadas estas bestias del cielo y del infierno
con sus cabezas leoninas, sus enormes garras,
sus rabos como ofidios arrastrándose
junto a la sombra de las rocas
que parecen haberse desprendido de los altos de Piedrasluengas.

Creo que Elipando, el de Toledo, persistirá en su error.
Y Félix, el obispo de Urgel, no deja de perseguirnos
a Heterio y a mí, porque estamos en contra
del adopcionismo que quisiera expandirse por el mundo.

Aún estoy escondido en este monasterio del siglo VIII
y nadie sabe cuál es la verdadera imagen de mi rostro:
casi nadie me ha visto desde aquel día lunes,
cuando me escondí para siempre
en una de las celdas de Santo Toribio de Liébana.

Durante la primavera del año pasado,
alguien abandonó  en la sacristía
un ejemplar de la novela El nombre de la rosa:
después de leer el libro con cierta inquietud,
me atrevo a decir que Umberto Eco
supo de mi vida un poco tarde, casi en el Apocalipsis.

Sin embargo aquí me tienen,
oculto en algún rincón del monasterio
donde seguiré fabricando nuevas láminas policromadas
en defensa de la bendita imaginación
que hizo del Padre y del Hijo una sola naturaleza.


..... 7.-Ninfa del Guadalquivir

Si Fernando Botero te pintara,
qué haría de ti, amor mío, qué no haría con esas curvas
desde donde mantienes tu equilibrio sobre el aire del mundo,
más allá del Alcázar de los Reyes Católicos.
Virgen graciosa y bulliciosa, de acuerdo con la leyenda
que hemos hecho de ti los cristianos
desde la época de los árabes escondidos en la Calahorra.

Muy amplia y rotunda en las ondulaciones
de esa piel aceitunada que rodea tu ombligo:
sin duda que así te pintaría Fernando Botero si pudiera descubrirte,
mi cordobesa, en algún callejón y cerca de las aguas
todavía transparentes a pesar de los siglos.
Expresiva y sonora junto a los surtidores,
las fuentes y terrazas con cipreses
que llegan al cielo donde el río Guadalquivir
es otra realidad muy distinta cuya sombra fluye y fluye
como la más antigua sombra de Dios.

Si después de todo te descubrieran,
qué sería de ti, amor mío, qué no harían
con esas curvas y aquel ojo recóndito de ninfa visible,
la más anfibia de las ninfas invisibles,
qué harían multiplicando los límites de tu figura
hasta el límite de lo imaginable.

Mejor será que te ocultes por un largo tiempo.
Disimula tu desnudez de graciosa y bulliciosa,
recuerda que vivimos días difíciles
y tu imagen de andaluza puede alterarse por completo.
No quisiéramos que nada malo te ocurra,
ninfa de los ángeles que aún te alaban
en los jardines del Alcázar de los Reyes Católicos.


..... 8.-Altamira 

Aquella mañana me fui hacia la gruta de Altamira.
Mi nombre es María Sanz de Sautuola
y ese día de 1879, con algo de frío,
nos fuimos caminando hasta que por la antigua ley del azar
descubrimos el vigor y el vuelo de las pinturas rupestres
en el techo de uno de los salones
(no se me ocurre llamarlo de otro modo)
que apareció de repente más allá del vestíbulo en las Cuevas de Altamira:
bisontes, caballos, una cierva, un lunático jabalí, la huella
de una mano como la mía, no menos lunática.
Una mano de niña que da la impresión de estar a punto
de descolgarse de la bóveda
y sin embargo es ingrávida, por lo que vemos,
aunque soporta el peso de unos 13.800 años antes de Jesucristo.

No muy lejos de aquella mano como la mía
y en salientes o entrantes de una roca de perfil cauteloso,
podemos ver a los bisontes amarillos, pardos, negros
como si el carbón vegetal se expandiera
desde los rabos hacia los cuernos en un despliegue de líneas curvas:
uno de los más pequeños es rojo
y con su postura fetal cubre la protuberancia de otra roca
elevándose hacia el abismo desde el cielo de la cueva.
Ese bisonte que más bien es una cría,
sobresale o parece surgir del vientre del caballo cuyo belfo es de color ocre:
caballo y bisonte ocupando el mismo espacio en la caverna
donde hasta el jabalí cayó en trance de levitación
como si fuese un astronauta
y nunca podrá explicarnos qué sucede
a miles de kilómetros por la bóveda de Altamira,
ese otro espejo de la bóveda universal.
Bisontes dormidos, sentados, desperezándose o galopando en la noche:
más allá otro jabalí que tal vez quisiera escapar de su propia sombra,
y un caballo muy primitivo y lleno de gracia
sobre el que duerme una cierva con algún embrujo.

Desde aquella mañana de 1879, no he querido abandonar la gruta
aunque mi padre me lo pida.
Él se llama Marcelino y dicen que murió durante el invierno
En Santillana del Mar, luego de escribir el opúsculo
Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander.
No soy una extraña en estas cuevas del paleolítico
donde la huella de una mano como la mía
se desprende al fin de la primera roca
y nos indica el camino de los bisontes ingrávidos
cuyo vuelo es la única certidumbre
a partir del soplo que da origen al movimiento permanente.


..... 9.-La mujer barbuda
 

Al fin la descubrimos en la Rambla de las Flores, cerca de la jaula de los canarios, y no muy lejos del Llano de la Boquería. Ella es la primera mujer barbuda que se nos aparece en cuerpo y alma. Miento, sí, miento: la primera fue como una visión durante el otoño de 1960, casi al llegar a Valparaíso. La recuerdo un poco gorda con su sonrisa en el rostro aceitunado: la nariz de corte musulmán, la boca chica, los ojos grandes, no sé si oscuros o verdes, y una barba muy negra como de rabino que no cumple aún los cuarenta años.

            La de Barcelona es diferente: casi nunca sonríe, su vestido es rojo con lunares blancos, calza unas zapatillas de basquetbol y camina con lentitud y cautela, fumando y respirando de un modo apacible. Su cabeza es canosa, cubierta de grasa, y la nariz es muy fina: una especie de cuchillo del Oriente, un puñal asiático que divide a los ojos muy oscuros y muy ágiles. Esos ojos no concuerdan con el ritmo pausado de su respiración, y mucho menos con su estilo de fumar. La mujer es sumamente delgada y no habla ni hace gestos insólitos. Sólo camina y pareciera que no se mueve. De pronto sonríe, aunque tal vez no se trata de una sonrisa. Fuma sin descanso como si en el acto de fumar estuviese la única razón de su vida que transcurre de una manera parsimoniosa, acaso ritual, sin que ella lo descubra. Los codos son muy frágiles como esqueleto de perdiz; las uñas son largas, sin pintar, y muy sucias: los tobillos son una prolongación de las uñas. No lleva calcetines ni medias; sólo esos tobillos que parecen más frágiles que los codos, allí donde el esqueleto se estremece como un pájaro fuera del aire que lo alimenta. Del mentón de la mujer cuelga una barba blanca, no muy espesa, y su figura es casi una sombra que oscila como un péndulo. Hay una cadencia en la mujer barbuda que se desliza por la Rambla de las Flores como si fuese la sombra de algún pájaro que nadie podría domesticar. Todos la observan con estupor y repugnancia, pero ella no lo sabe: no está dormida y sigue caminando entre las nubes como sonámbula que no ha perdido la razón aunque sus ojos digan lo contrario.

            Ya es casi de noche y la mujer barbuda vuelve a sonreír, enciende un papel de color indefinido como si fuera un pájaro y hace un gesto obsceno, al fin, un gesto obsceno y confuso, casi indescifrable, cuando pasa junto a mí en el otoño de 1987, con algunas estrellas que aún vuelan hacia el Mediterráneo.


..... 10.-Cristóbal Colón

Aún respira el cadáver de Cristóbal Colón
desde su sarcófago en la Catedral de Sevilla:
lo hemos visto respirar como un anciano
cuya adolescencia es un círculo inmenso.
Algunos dicen que su respiración viene de aquel 20 de Mayo de 1506,
cuando Colón murió en Valladolid, mientras brillaban las estrellas
colgando del cielo en la profundidad de aquella noche.
Otros piensan que sus restos aún descansan
en la cartuja de Santa María de las Cuevas.
Sea como fuere, desde el otro mundo el Almirante sueña
bajo el crucero del templo entre sombras
y está esperando su transfiguración en este mundo.

--Hagamos una iglesia que nos tengan por locos--,
dijeron los miembros del cabildo de la Catedral
cuando en 1401 acordaron la construcción del nuevo templo
y la destrucción de la antigua mezquita.

Desde el sur de México los veo reunidos junto al tenebrario,
ese caldero plateresco de quince brazos
que se utiliza durante las ceremonias de Semana Santa.
En el altar de la Catedral de Sevilla reposan también los restos
de Fernando III el Santo, y a los lados se ven los sepulcros
de Alfonso X y de su madre Beatriz de Suabia.

Cristóbal Colón sueña con ellos desde el otro mundo
en el fondo de aquella urna o monumento funerario
donde hemos creído ver, sí, donde hemos visto
cómo respira su cadáver en este mundo:
pensamos que la respiración es el origen de toda aventura
y tal vez no habría descubrimiento del nuevo continente
sin la esperanza de su propia transfiguración,
a partir de sus cenizas de navegante
en medio de un círculo inmenso.

UNO SE CANSA DE TODO

Alguien escribió sobre este muro
en el barrio de Santa Cruz,
no muy lejos de la Giralda:

--¿Porqué vuelves a la vida?
Comprendo. Uno se cansa de todo.
También de estar muerto
en este jardín lleno de flores.

Abro mi libreta de apuntes
y escribo lo que acabo de leer:
“Esta filosofía me es familiar”,
pienso en voz baja.
Como la de aquel que alguna vez te dijo
desde los mares del sur:

--Habitualmente, saber morir cuesta la vida.

 

ULTRATUMBA

Después de tantos años, sólo crees
en la democracia de la vida de ultratumba
donde se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación del hombre por el hombre.

Pasan los años, después de tantos, y la muerta
se subirá al cadáver de su muerto:
emplumada se sube, amorosa o suspicaz, culebreando,
y lo besa en los labios, ya sin miedo, lo besa con júbilo
y de pronto le muerde la lengua, ven a mí, se la muerde
hasta la consumación de los siglos.

--Qué falso es todo, amor mío --solloza la muerta y sonríe
después de quitarse lentamente las medias--:
qué falso, no te abandones, nunca
te dejes morir, no me abandones,
qué falso y hermoso es todo esto.

--Qué final, Dios mío, qué final --suspira el cadáver bajo la lluvia
y va respirando con la inocencia de un mamífero
que recién ha descubierto el amor, aquel amor de siempre,
en la democracia de la vida de ultratumba
donde se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación del muerto por el muerto.

 

SOBRE UNA CAMA ORTOPÉDICA

Algunos dicen que Nonata Pedroso nació en Pernambuco,
y ella jura que tuvo relaciones con el espíritu
de Nuestro Señor Jesucristo
sobre el abismo de una cama ortopédica.

--Eres la puritana mística-- me dijo Él
con una voz tan suave como el roce de las alas
de un colibrí por encima de mi pecho tan joven y lleno de leche.
Eres la puritana más láctea de todo el Universo,
me dijo después de sonreír como una criatura de luz,
aquella criatura de mirada perdida
a la que acaban de rozar, más allá del crepúsculo,
con alas de colibrí que tiemblan como la cama ortopédica.

--¿Yo la puritana mística?-- dijo Nonata entre sollozos.
¿Yo la ortopedia del puritanismo, la puritana más láctea?
Aunque ustedes no lo crean, juro que tuve relaciones
con el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo
sobre el bramadero de luz de una cama ortopédica.

Él me decía no puedo más, éste es el fin.
Yo le dije no te arrepientas, casi todo perdura.
Él me decía no puedes más, ¿por qué te has vuelto heroica?
Yo le dije lo que tú digas, pero no te arrepientas.

Él me besó tres veces, dijo no te apresures, éste es el fin.
Yo le mordí sus labios, tres veces, toda la luz del mundo
en la trinidad de sus labios, pero no tuve el valor
para decirle tu boca es mía, sólo mía.

Era el verano de 1987
y los pájaros de cabeza roja cantaban
y volaban en medio de la lluvia tropical,
no muy lejos de la noche.

 

PEQUEÑA HISTORIA DEL BIDET

Para aquellos que nada saben o más bien saben muy poco,
les digo que el bidet es un recipiente de forma oval
sobre el que toda persona puede sentarse a horcajadas
para dar principio al ritual del lavamiento
de las partes más pudendas, aquellas de mayor ambigüedad
y trato a veces torpe, sin duda las más recónditas.

De acuerdo a la historia de los artefactos con linaje,
se asegura que el bidet nació en el este de Francia,
muy cerca de Estrasburgo, y poco después fue llevado a París
en los días del célebre doctor Joseph Ignace Guillotin,
quien propuso la adopción de la guillotina con un éxito indiscutible.

Como ustedes saben, se trata de una máquina prodigiosa
(así la consideraron a fines del siglo XVIII)
que no sólo sirve para decapitar a los condenados a muerte,
sino que también tiene la virtud de producir muy poco ruido,
conservando el silencio en aquellas atmósferas
que sólo deberían permanecer en silencio.

Si nuevamente pensamos en el bidet, veremos que tampoco produce ruido
aunque se trata de una invención más o menos rudimentaria.
No lo digo por su forma de naturaleza equívoca
ni por la elegancia más bien acústica
de su dibujo que parece venir de muy lejos
y es fiel a la estructura casi oriental de la mandolina,
con cuerdas punteadas y dorso abombado,
sino porque nació de improviso, como la música, entre Metz y Estrasburgo.

Se desconoce aún el nombre de la primera cortesana que tuvo a bien utilizarlo
a horcajadas, como fue costumbre a partir de su nacimiento.
Algunos dicen que el placer inaugural le correspondió al barón de Montpellier,
Auguste Guillotin (uno de los tres hermanos del distinguido Joseph Ignace),
quien tampoco supo cómo excusarse y recibió en carne viva, 
luego de la propia horcajadura en el bidet de mármol casi verde,
el refinamiento del guillotinement.

La Revolución Francesa es hoy un instrumento de análisis
casi arqueológico, pero el bidet es todavía un artificio
de utilidad múltiple, aun cuando lo hayan concebido solamente
para la recuperación del espíritu en las partes pudendas.
Acerca de la guillotina es necesario recordar que su práctica
se extendió por el mundo con un éxito envidiable,
aunque para algunos no sea muy conveniente reconocerlo.
De cualquier modo, las artes de la decapitación fueron muy íntimas
y toda habilidad, en este sentido, se volvió menos cruel,
alcanzando dimensiones de verdadera excelsitud.

Ya es de noche, no estoy alegre ni sufro de melancolía.
Alguien puede creer que digo todo esto
porque la soledad no me permite sobrevivir como quisiera.
Sin embargo me siento muy tranquilo,
tal vez más tranquilo que nunca,
y estoy feliz porque ahora me dispongo a dejar caer, con sumo cuidado,
la parte trasera de este pobre cuerpo mío
(antiguamente se la llamó zona sagrada),
sobre el bidet que nos ofrece su surtidor de espuma
como si fuera agua bendita.

 

EL NACIMIENTO DEL CERDO MELANCÓLICO

En Belo Horizonte ha nacido un cerdo con cara de hombre:
más que de hombre, de niño melancólico.
Todo sucedió en una pequeña finca, durante la crisis,
allí donde Bonifacio de Andrade se dedica a la crianza del cerdo.

El niño solloza, sonríe, solloza, sonríe, solloza
y Bonifacio, con su cara de cerdo, no sabe
si reír, llorar o sonreír en su finca de Belo Horizonte.

De pronto el cerdo abre los ojos como un endemoniado
y Bonifacio de Andrade se desmaya sobre algunas piedras
que brillan como la mirada del niño melancólico.

Ahora Bonifacio canta, el cerdo
escucha el canto de Bonifacio de Andrade
y no sabe si reír, llorar o sonreír en Belo Horizonte.

Con su cara de niño melancólico, Bonifacio se ha puesto a reír
y cae de rodillas y escucha el canto
del cerdo con su cara de hombre:
más que de hombre, de criatura siempre extraviada
en medio de otros hombres que hicieron del mundo
un espectáculo indescifrable.

En Belo Horizonte ha nacido un niño con cara de cerdo:
más que de cerdo, de Bonifacio melancólico
sobre la sombra de sus fieles e infieles rodillas,
aunque él no sabe lo que ocurre
durante la crisis, nunca lo supo,
y desde la antigüedad se dedica a la crianza del cerdo.

Tal vez yo soy aquel niño melancólico
y aún no sé si ponerme a reír, a llorar o a sonreír
en aquella finca donde nunca
dejará de nacer un cerdo con cara de hombre:
más que de hombre, de insecto
esquivo, de Bonifacio torpe, de lombriz solitaria.
 

 

FLECHA DE LUZ EN EL ÚLTIMO
PERIODO GLACIAR

Del último periodo glaciar hemos venido.
Allí nací entre los años 60.000 y 10.000 antes
de Jesucristo, junto a los témpanos donde vuela
el espíritu de la luz, esa luz que es un abismo de hielo.

Del último periodo glaciar hemos despertado
hace algunos minutos, y alguien
me esculpió, negro punto en la frente,
flecha de luz, todo es viento, flecha de luz en el frío,
y los brazos abiertos en las ondulaciones de la roca viva.

Somos entonces la hendidura que recién despierta
de un sueño diseminado entre los 60.000
y 10.000 años antes de la entrada de Jesucristo
en la época que fue anunciada por las nubes encendidas
del Antiguo Testamento, cuando ni siquiera James Ensor
lo imaginó entrando en Bruselas, sobre el lomo de un burro.

Del periodo tal vez más parturiento hemos venido,
cavernícolas, ovoides, antropófagos,
con el pavor de los dioses más antiguos
en el paisaje umbilical, allí donde aparecen
las primeras alucinaciones, los deslumbramientos,
y aunque la exactitud de la anatomía
en su razón pura, todo es cerebral, todo
es discutible, nos desmienta inútilmente.

Somos entonces la hendidura de un sueño
sumergido en las profundidades
de la anatomía del espíritu, y ya sabemos
que la anatomía es el pensamiento científico por excelencia:
somos la hendidura, aún somos la hendidura
de un sueño entre los años 60.000 y 10.000 años antes
de la expansión de la imagen del que vino a diluirse,
ojo de gas en la frente, y sólo así pudo
aparecer y desaparecer en medio de las piedras
que nunca lo olvidarán con su cara de nube
que aún palpita y habla, sin quedarse inmóvil, con los brazos
no siempre abiertos, introvertido y pacífico,
violento a veces, imperturbable, más bien víctima
de la trinidad que lo habrá de consumir como al fuego
su propia luz, loco en su amor, imprevisible pastor de ovejas.

 

LA VISITA

Vienes a visitarme después del mediodía
y hacemos la prueba del amor adentro de la manzana,
mientras una mano que no se sabe a quién pertenece
va pelándonos por fuera con un cuchillo de mango azul,
y hace todo lo posible para que la cáscara no se rompa.

De pronto empiezas a cantar con una voz que no es de este mundo
y tu canto altera las fibras nerviosas del desconocido
cuya mano deja de pelar, por un instante,
con el cuchillo que se ilumina
como si acabara de recibir el impacto de Dios.

Al estilo de los viejos poetas del Oriente,
con mis dedos toco tus labios
y esta acción, sin duda, es otro gesto profético.
No sabría decir si tus labios son rojos o negros:
la luz del cuchillo que va pelándonos por fuera,
me enceguece y no alcanzo a ver
de qué color son tus labios.

Ahora vienes a visitarme y no hablas,
lo cual es mucho más que un enigma.

Desde la Antigüedad se sabe que el silencio
es el mayor estímulo
para que sigamos haciendo la prueba del amor
adentro de la manzana,
hasta que la mano del desconocido llegue al fondo
y descubra que una semilla duerme al fin junto a la otra.

 

EL VUELO

En memoria de René Magritte:
casi con sus palabras
dibujadas, desde lejos,
por el ojo, siempre el ojo
de una mano vertical.

La vida, sin mucho humor, dibuja un árbol.
La muerte, con algo de suspicacia, dibuja otro.
El humor de la muerte dibuja un nido
y la vida, sin mucha suspicacia, dibuja una tórtola
para que viva en el nido imaginado por la muerte
que con mucha insistencia dibuja otra tórtola.

Una mano que no puede dibujar nada,
se pasea, no sabe nada pero se pasea
entre ambos dibujos como un loco,
y de repente deja caer un huevo
del tamaño del espíritu,
del tamaño del primer espíritu
y del último, en el nido
imaginado, sin mucho humor, por la vida,
esa vida donde al fin todo es humor libre.

Sólo entonces vuela una tórtola desde el fondo
y aquel árbol escapa de los límites de su dibujo
para fundar, con alegría, otro nido.

 

VISIONES DE LA ANTIGUA RUSIA

..... 1.-Los boyardos

La boyarda se desnuda con sutileza
y el boyardo, enfermo de piedad, no puede,
no sabe, no podría desnudarse y sonríe
como un caníbal enfermo de cordura
que de pronto brinca, riéndose sin mucha sutileza,
a la manera de una pulga en el siglo XV.

Avergonzada por casi todo, la boyarda llora
como una pulga que no puede, no podría saltar
porque su propia desnudez no lo permite.
Algo dogmática en su dolor, la boyarda llora
y su llanto, como si estuviese enferma de piedad,
es aún más sublime que el temor de Dios
a comienzos del siglo XV.

Estamos en Transilvania, hemos abandonado Rusia,
la más antigua Rusia, la Santa Rusia,
y hay un poco de sangre en la boca del boyardo
que no deja de sonreír junto al cuerpo desnudo
de la boyarda que lo observa sutilmente,
habiendo perdido, por exceso de piedad,
el poder no siempre equívoco del amor.

 

Ahora empieza de nuevo la lluvia, siempre la lluvia.
Lo más probable es que nunca deje de llover
sobre los bosques de Transilvania,
allí donde un pope ha descubierto a los boyardos
que sonríen como bufones con algo de vergüenza.

De improviso, también el pope se desnuda
con suspicacia, sonríe
junto a ellos, brinca a la manera de una pulga,
y los tres acaban por burlarse de su propia desnudez
que algún día tuvo condición de dogma.


..... 2.-El baile infinito de Rasputín

Aún se desliza la sangre de Rasputín, aquel monje
más cuerdo y más loco, sobre la nieve de Rusia,
esa nieve que levanta el vuelo,
sólo el vuelo sexual y místico
de aquellos locos sagrados en la antigua Rusia, la sangre
azul, de color ámbar, la sangre azul y blanca
de todas las Rusias, más allá del relámpago,
en esta geografía de nieves eternas donde aparece
y desaparece la orgía casi perpetua de Novykh, Grigori Iefimovich,
el monje Novykh de los ojos encendidos como una novia
más piadosa y brutal que virgen, ya nadie es virgen en los baños públicos
donde las putas abrazan a Rasputín y lo besan
como si fuese el Ángel de la Guarda de los Desamparados
más jóvenes y más viejos en lo más profundo de la nieve.

Ahora Rasputín se emborracha, demiurgo y taumaturgo, canta
como si lo hubiera perdido todo en la fiesta
de la piedad y del milagro, todo es milagro, y al fin baila
y baila de modo caballuno, es la yegua más loca
muriendo y resucitando entre las patas de su propio caballo,
casi todo es locura y misericordia
en el caballo, qué místico y sin freno, sí, cuánta locura
en la silla de montar y desmontar, toda la euforia del mundo
en la silla del caballo de sí mismo, todo es milagro, espesura
y desesperación, caridad y tinieblas en la orgía
del caballo que nunca deja de bailar sobre la pista del desenfreno
bajo las luces de color ámbar, aquella pista del Hotel Astoria en San Petersburgo.

Nací del soplo del Espíritu Santo
que está muy feliz y aún gime en el vientre de mi madre
cuya virginidad es eterna como el vuelo de las nieves
desde el vientre infinito de la Santa Rusia, yo me emborracho,
yo bailo y canto en la borrachera de todas las Rusias de este mundo
y del otro mundo, cantan y respiran y bailan
por mí las nieves de la agonía y del arrepentimiento,
yo pecador, yo niño extraviado en el vientre aún virgen de la enigmática zarina,
somos el soplo, Rasputín mío, Grigori Iefimovich, somos el soplo
de la zarina en tu espíritu, Rasputín de todas las Rusias,
y en el fondo aquel temblor indomable del viento en la llama
de la enigmática zarina, vientre por vientre, sí, respiración y soplo
en el corazón de la zarina que me pide todo sin pedirme nada,
que sólo llora sin llorar nunca, yo canto y bailo en el vientre
de la Santa Rusia con todas sus lámparas encendidas
bajo las nubes que van y vienen desde lo más profundo del Santo Infierno,
venid a mí, túnel y vientre, zarina de Nicolás II, zarina loca en los túneles
de Moscú y de San Petersburgo, llueve
sobre el túnel del Espíritu Santo
en las aguas del río Moscova, llueve y llueve a lo lejos,
desde lejos, muy lejos, llueve desde el otro mundo
sobre el soplo y la trinidad en llamas del Espíritu Santo,
qué afeminado el príncipe Yussupov que una vez más me visita
para dispararme tres tiros, la Santísima Trinidad
en aquellos tiros a la altura de mi corazón,
la trinidad en llamas desde aquel sótano
donde el alcohol aún palpita en el fondo de la bilis
y tiemblan las uvas endemoniadas como una novia sin destino.

Mi cuerpo al fin se desploma sobre las nieves eternas
de la Santa Rusia, Yussupov sigue disparando
más allá de 1916 con su cara de virgen,
virginidad y locura en la zarina que se estremece y vuela sobre las aguas
del río Moscova, toda la sangre, toda la leche y la sangre del mundo
en las profundidades del río Moscova
con sus aguas que de pronto levantan el vuelo
y desaparecen entre las nubes del color de la zarina de Nicolás II, zarina loca,
las nubes del principio y del fin del mundo, aquellas aguas
el río Moscova entre las nubes donde yo bailo
y canto, borracho, yo canto y bailo, borracho,
nunca dejaré de bailar en aquella pista de San Petersburgo
desde donde la nieve ensangrentada
se extiende sobre el mundo
como un manto de luz infinita e ingobernable.

 

EL MAR DE CADA DÍA
(Poesía en prosas casi profanas)

..... 1.-Ceremonia de luz en el barco

En el mes de febrero de cada año, el rito se reanuda: como sonámbulos nos acercamos al malecón de Acapulco para contemplar al Royal Viking Sky con su blancura indescriptible. No es blanco de la nieve ni del humo cuando se incendian los eucaliptos, sino más bien un tono inefable y hasta ofensivo: una blancura demasiado enfática, de primera comunión o agonía de un ángel. Pero nadie sabe de dónde viene este barco al que admiramos, como si se tratara de una virgen cuya identidad es fraudulenta.

            Nuestra observación es hipnosis: llega la noche y la nave se enciende como en un acto de prestidigitación divina. Luces de color mango, un color de mangos translúcidos, a babor y estribor: luces cuya intermitencia se mantiene hasta la salida del sol entre los cerros y las nubes siempre rojizas. Tiembla una brisa muy suave, el mar es viscoso como la piel de las ballenas que sólo aparecen en nuestra memoria, y su viscosidad llega a convertirse en pensamiento abstracto: oscuro es el oleaje del cielo y lo observamos con algo de melancolía. De la popa desciende un sonido de trompetas y violines. Hay fiesta pero no vemos a nadie. Se supone que hay fiesta porque la música se desliza como una víbora de cabeza triangular: olor a plátanos, piñas y papayas.

            De pronto cae al mar una sombra imprecisa. Alguien huye por estribor hasta alcanzar la proa donde una muchacha está muy sola. Ella va vestida con una blancura eléctrica, pero es otra sombra: golpeteo de tacones, golpeteo de manos. Alguien corre y se ríe, grita y se arrodilla. Un poco más lejos, el océano se estremece como una bandada de pájaros. Nosotros continuamos en la visión hipnótica y las luces se encienden y se apagan sin perder su equilibrio. El Royal Viking Sky empieza a moverse y es un anfibio que pertenece a la zoología imaginaria. Su blancura no es de este mundo, y viene acompañada por el ruido de alabanza que cae de las trompetas.

            Música de las Antillas, casi de fin de siglo. Ya no hay aire y sólo desciende el calor desde la música de las trompetas y los violines. Al fin, las estrellas desaparecen. Es la luz viscosa del amanecer.


..... 2.-El océano libidinoso

Despiertas a media noche, sin abrir los ojos, y una voz repite “como el océano libidinoso, como el océano libidinoso”. No entiendo nada, dices, aunque lo sospecho. Las claves del mar siguen ocultas. Nuevamente se mueven los árboles, la brisa desciende de los cocoteros, te vuelves a quedar dormido y la voz es la misma de siempre: “Si las olas reflexionaran, creerían que avanzan, que tienen un objetivo, que progresan, que trabajan para el bien del mar, y llegarían a elaborar una filosofía tan necia como su obstinación”.

            Por fortuna, el mar es ciego: su lucidez no tiene mucho que ver con la capacidad de visión. El océano es un animal racional cuya mayor virtud es la desconfianza de sí mismo: su espíritu es inagotable y su razón es desconcierto. La lógica marina no es más que el vaivén siempre inconcluso. Cada ola se desconoce en otra ola, aunque la fuerza que las aglutina sea indivisible y misteriosa. Sin embargo, el mar tiende a la dispersión: una gota de espuma se estrella contra las rocas, el mundo gira en el aire, pero el ritmo se mantiene de soplo en soplo, y es al fin como el pulso de un milagro. La gota vuelve a su estado inicial y, después del estallido, es el corpúsculo de espuma que interminablemente va creando las olas.

            “Sólo hay lascivia en la espuma del océano, todo es milagro, sólo hay lascivia en la espuma del océano”, repite aquella voz desde un ángulo invisible.


..... 3.-La sombra de Ungaretti
 

Devetachi, a 24 de agosto de 1916. Aún soy Giuseppe Ungaretti, acabo de cumplir 28 años y escribo, de noche, este pequeño poema con el título de Universo:

            Col mare
            mi sono fatto
            una bara
            di freschezza

            Ciudad de México, a 9 de abril de 1986. Un joven poeta que jamás ha leído a Ungaretti escribe, de noche, después de un viaje a Baja California:

            Con el mar
            me he construido
            un ataúd
            de frescura

            Abril de 1986. Tengo 98 años en Devetachi o en el océano de Baja California, junto al lamento de las ballenas. Supongo que todavía soy Giuseppe Ungaretti, aunque a menudo me olvido de mi nombre. No sé quién fui, no estoy, nadie me espera en el desierto donde el mar es probablemente una ficción. Quizá nací alguna vez en Alejandría de Egipto, aun cuando todo nacimiento es conjetura. Empieza a llover sobre el Pacífico: “Es un ejercicio táctico de la naturaleza”, pienso desde Devetachi. Ficticia lluvia de agosto de 1916. Entonces, algo triste, escribo:

            Ya no brama más, no susurra el mar,
            El mar.
            Sin los sueños, campo descolorido es el mar,
            El mar.
            Da lástima también el mar,
            El mar.
            Nubes no reflejadas mueven el mar,
            El mar.
            A humos tristes cedió su lecho el mar.
            El mar.

Ves, también ha muerto el mar,
            El mar.

            Solitario, no vengo de África ni de Italia. Nunca estuve en el Mediterráneo y Baja California es, como en el pasado, una simulada ficción. ¿Qué estoy haciendo aquí, cada día más lejos? Extraño en todo lugar, pero sumergido en una extrañeza que también es ficción. Esta maravillosa luz me agobia. Mañana vuelvo. Una luz que desconcierta entre las nubes. Casi un pájaro.


..... 4.-De nuevo el mar, la tortuga y el pez globo

De nuevo el mar entre desechos y una tortuga moribunda junto al pez globo cubierto de agujas amarillas. Camino sobre las arenas de una playa tropical. Estamos y no estamos en Cozumel: olor a ratas muertas, la gasolina de los automóviles se extiende sobre el asfalto, alguien estrella una cerveza contra el muro, se descompuso el aire acondicionado, ya vienen los zanates en medio del bullicio, y hay olor a gasolina con cerveza deslizándose entre las moscas, lentamente.

            Un olor denso, húmedo, y nadie sabe de dónde viene ese ruido de agrias aguas, con paso de tortuga, sobre las viejas aguas El pez erizo es venenoso durante los días de la reproducción; lo observamos bajo el océano y sus espinas son casi invisibles como las agujas del acupunturista. La boca es enorme. Parece una boca de varios pejesapos. Boca de ventosa, de puercoespín marino, de carpincho.

            De pronto el pez erizo se hincha sin mesura y es un pez globo fuera del mar, un conejo en agonía cuya piel es enjambre de púas transparentes. Su boca es toda la cabeza, como ha de haber sucedido al principio del mundo con las otras especies. La boca es el origen y en ella se oculta lo que pudo ser un cerebro con su capacidad de contemplación, reflexión o tal vez crimen. Quizá el pez globo no es un animal descerebrado. Ahora nos observa desde la playa con su ojo muerto; junto a la tortuga moribunda, mueve su cola en un simulacro casi póstumo. Es el último testigo de nuestra estupidez y crueldad.

            La especie humana, por falta de humor y ternura, está condenada a la guerra. El terrorismo no le permitirá vivir, no tiene remedio, lo destruyó casi todo. Decir hombre es decir patología. ¿No es preferible morirse de tortuga, de pez erizo, de océano que felizmente carece de inteligencia?

            Me tapo los oídos, vuelvo al hotel y destapo otra cerveza.                                                       

 

***

 

DONDE SE DECLARA QUE LA MUERTE NO EXISTE

De pronto, eso que llaman nuestro mundo
se quedó en silencio por primera vez.
Entonces descubrimos que no existe la muerte
de eso que llamamos nuestro mundo:
su silencio es el soplo del Génesis
y en las profundidades de aquel silencio
continúa la transfiguración de nuestra larga vida.

¿Ves esa piedra que palpita como un conejo blanco
desde el fondo del agua? ¿Todavía no la ves?
Sólo me atrevo a decirte que esa piedra tiene ojos
y también ha descubierto que la muerte
es invención de algún biólogo arrepentido
cuya melancolía puede ser muy peligrosa:
tanto como decir que Dios ha muerto
cuando tal vez está más vivo que nunca
en los juegos malabares de su aparición, desaparición, aparición
desde la profundidad de aquel silencio convertido en pájaro
que viene a beber un poco de agua en cuyo fondo sonríe
la misma piedra que ahora trata de moverse y al fin cambia de postura
para que el pájaro pueda habitar junto a ella,
y así ocurre bajo la superficie del agua donde todo se multiplica:
pájaro y piedra se abrazan como ancianos
que a su modo han descubierto el enigma de la infancia,
o como niños con la precocidad o la gracia de la senectud.

De pronto, eso que llamábamos nuestro mundo
se quedó en silencio por última vez.
Entonces, como si en nosotros viviera el espíritu
de los zancudos cristianos
que aún caminan sobre la superficie del agua,
descubrimos que no existía la muerte
y la naturaleza estaba en paz consigo misma:
una nueva dimensión de lo real
a partir de la alegría inagotable del pájaro
que no deja de volar abrazado a su piedra blanca bajo el agua.

 

ESTALLIDO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

En tiempos de profunda crisis, por lo que sabemos,
el preservativo es un instrumento de placer,
de tortura, de vuelo casi místico.

De cualquier modo, para muchos que todavía
lo utilizan, se trata de un hallazgo de la imaginación 
occidental, el gran descubrimiento
o más bien el gran cubrimiento, y lo conocen vulgarmente
bajo el nombre de condón o de capote inglés
en homenaje al acróbata y malabarista
que lo inventó durante aquel verano de 1897,
según algunos documentos de naturaleza indiscutible
que fueron desenterrados después de la Primera Guerra Mundial.

Por lo que aún sabemos, el preservativo
es un objeto volador sobre cuya trascendencia
que más bien parece un fenómeno inequívoco,
nadie se ha puesto de acuerdo en estos días
que probablemente son tan difíciles
como los que vivió el mundo
cuando nos acercábamos al asesinato en Sarajevo
del archiduque Francisco Fernando de Austria,
aquel 28 de junio de 1914, con esa llovizna de vuelo casi místico.

 

ETERNIDAD DE LA MUJER

..... 1.-Mulata de Santi Spiritus  

Si de improviso viniera la muerte, díganle
que nunca me encuentro, que tal vez
otro día, que siempre, casi siempre
estamos en otra parte,
que el artificio de morir no es algo fácil,
que el arte de morir es todavía más difícil,
que en materia de sufrimiento no hay nada
escrito, casi todo está por verse
y que a Dios gracias me fui de vacaciones, muslos
abajo, con aquella mulata de labios misteriosos
como el artificio de morir,
no es fácil, todo está por verse, el prodigio
de la muerte y la resurrección no es algo fácil:
tal vez el moribundo lleva el soplo
del principio y del fin por dentro,
y está muy feliz, venga la rumba, que venga
siempre la rumba, muslos arriba,
con simulada lentitud de serpientes hacia el Juicio Final.


..... 2.-De la mujer vienes y a la mujer volverás

Recuérdalo junto al mar
y aunque llegues a ser un hombre grande:

--De la mujer vienes, quién sabe
desde cuándo, y a la mujer volverás.

Algún día fue tu madre, tal vez tu novia
o la esposa que te acompaña desde quién sabe, todo
es lejos, el río fluye junto al mar como una memoria incesante
pero imprecisa, y acaso sea el mismo Dios
quien se desnuda, el parto no ha sido fácil, y se disfraza
de enfermera para darte un beso en la frente, casi el póstumo.

Sea como fuere, recuerda que alguien sonríe, todo
viene de lejos, y te observa con asombro
en el último minuto de tu vida:
¿una monja con la gracia de Dios en el último segundo?

Recuérdalo junto al mar, aunque el mar no sea otra cosa
que un recuerdo aparentemente literario, una retórica en agonía:

--De la mujer vienes, quién sabe desde cuándo
y por qué, nadie sabe de dónde, y a la mujer, nonato y feliz
con tu cara de niño travieso, algún día volverás.

 

LA VISITA

Vienes a visitarme después del mediodía
y hacemos la prueba del amor adentro de la manzana,
mientras una mano que no se sabe a quién pertenece
va pelándonos por fuera con un cuchillo
de mango azul, y hace todo lo posible
para que al fin la cáscara no se rompa.

 

De pronto empiezas a cantar con una voz que no es de este mundo
y tu canto altera las fibras nerviosas del desconocido
cuya mano deja de pelar, por un instante,
con el cuchillo que repentinamente se ilumina
como si acabara de recibir el impacto de Dios.

Al estilo de los viejos poetas del Oriente,
con mis dedos toco tus labios
y esta acción, sin duda, es otro gesto profético.
No sabría decir si tus labios son rojos o negros:
la luz del cuchillo que va pelándonos por fuera
me enceguece y no alcanzo a ver
de qué color son tus labios.

Ahora vienes a visitarme y no hablas,
lo cual es mucho más que un enigma.

Desde la Antigüedad se sabe que el silencio es el mayor estímulo
para que sigamos haciendo la prueba del amor
adentro de la manzana, hasta que la mano
del desconocido llegue al fondo
y al fin descubra que una semilla duerme junto a la otra.

 

AHORA Y SIEMPRE, VENID AL ESPECTÁCULO

..... 1.-El espectáculo

Unos desean que la fama los ilumine antes de su muerte.
Otros buscan la fama póstuma, por lo menos.

Unos pagan para no ser olvidados antes de tiempo.
Otros pagarían por ser recordados eternamente.

Unos envidian la reputación del ilustrísimo.
Otros persiguen la fama a cualquier precio.

Unos se enferman no sólo de los nervios:
el Túnel de la Próstata, la Silla Turca, el Gran Simpático.

Hay otros que escupen sangre y se llenan de gusanos.
Hay otros que sólo escupen sangre y al fin se llenan de gusanos

cuando estaban a punto de alcanzar la fama
o de sonreír sin vergüenza, en reposo, para siempre.


.....2.- La risa del pescado

Hay un hombre que carga un pescado
y ese muerto es tan grande como él.

A pesar de todo, el hombre sonríe.
A pesar de todo, el pescado piensa en el hombre
y en vez de llorar se ríe como un pescado
porque ha descubierto que las espaldas del hombre
son la cuerda floja donde el pescado es el único equilibrista
cuyo corazón palpita como una mariposa en el aire.

Hay un hombre que todavía carga un pescado
y ese muerto es aún más ambulante que él.


.....3.- No dijo nada

La descubrimos quitándose los guantes y las medias.
De repente le conocí el tobillo que seguirá colgando
de lo que algún día pudo ser la sombra de sus medias.

Ahorcado le descubrí la blancura del tobillo
y tosía, cómo tosía y seguirá tosiendo.
Ahorcada nos descubrió quitándonos la calavera.

Recuerdo que de inmediato mordí su blancura.
Recordemos que ella no abrió sus labios, no dijo nada
y seguía quitándose los guantes y las medias.

De pronto le dije ven, dame tus huesos y no me abandones,
amor mío, locura siempre mía, dame al fin tus huesos.
Ahorcado le dije ven, pásame tu esqueleto por la boca.

Y ella tosía, casi muerta de amor, cómo tosía
y seguirá tosiendo porque así está escrito
en el aire del mundo desde el amanecer del Génesis.


.....4.- Los brutos

Un bruto puede ser muy fino
y muy delicado en algunas cosas.

Una bruta puede ser muy fina
y muy delicada en algunas cosas.

Si el bruto y la bruta se aman
con verdadero humor y perseverancia,
pueden llegar a ser muy finos,
elegantes y delicados en muchas cosas.

Como ustedes saben, todo el esplendor de la historia
depende de la delicadeza de la bruta
que al fin se ha desnudado con algo de gracia
y tal vez nunca dejará de gemir y de temblar en los brazos del bruto

cuya mirada es, desde los orígenes,
un impulso de ternura ingobernable.


..... 5.- El chiste
 

A no morir se acostumbra el ser humano.
Aún dicen que a no morir se acostumbra
el carnívoro que sólo piensa en la muerte
aunque tal vez nunca esté pensando en ella.

Y ya sabemos que no morir
es un chiste de muy dudosa factura
que a menudo cuesta la vida
y no hace reír a nadie, casi a nadie:

ni siquiera a los suicidas de siempre
que sólo existen como figuras cómicas
y cuya obra maestra es el arrepentimiento.


..... 6.- Canción para la bella dama
 

Ni con inyecciones de célula de feto de carnero
podríamos evitar su envejecimiento, mi bella dama.

Rejuvenecer no es fácil: tampoco es inútil.
Envejecer no es difícil: tampoco es útil.

Ni con inyecciones de célula de feto de carnero
podríamos evitar este baile de máscaras y disfraces

donde usted es la Muerte y yo su Fantasma
con hábitos de cafiche demasiado elegante.

Supongamos que envejecer no es difícil: tampoco es útil.
Supongamos que rejuvenecer no es fácil: tampoco es inútil.

Ni con inyecciones de célula de feto de carnero
podríamos evitar este mutuo envejecimiento, mi bella dama.


PEQUEÑA HISTORIA DEL CARDENAL

Con sus doce centímetros de largo, aquel pájaro brinca, ceniciento,
vuela, canta y brinca en la rama de un árbol
que oscila como el trapecio de un circo
sobre la superficie del pequeño río de aguas casi invisibles
como los ojos audazmente profundos de algunas ágatas.

Aquel pájaro es muy elegante y tiene un anillo negro
alrededor del pico, un anillo de plumaje minúsculo
que de pronto se abre y se extiende
como una faja estelar por encima del cuello,
una faja anillada y desanillada de improviso, un anillo muy débil
convertido al fin en la línea más oscura, el ritmo
de la caprichosa línea de la elegancia,
y por último el pico transfigurándose, casi disuelto,
cruzado por esa faja de líneas estelares.

Cardenal se llama el pájaro de los doce centímetros
y en su frente hay una gota de luz, el esplendor de una gota
intermitente, una gota aún más esquiva
que la caprichosa línea de la elegancia:
más allá de aquella luz, al cielo se eleva un penacho de color púrpura.

Cardenal se llama el pájaro que canta y brinca, veloz, inquieto
sobre la rama del árbol que tiembla,
y su temblor toca la superficie del río cuyas aguas
respiran desde los tiempos más antiguos.

Son siete los peces rojos que suben como en un vértigo,
sacan sus cabezas fuera del agua, abren sus bocas,
y el pájaro va dejando caer de su pico una semilla
sobre cada pez que se estremece y agita la cola
en un signo de júbilo, gratitud y asombro:
los pequeños peces ejecutan un baile
alrededor del cardenal y de su anillo,
y aquel pájaro, como yo, se ha puesto más feliz que nunca
brincando sin piedad, más feliz que las piedras
cuyo esplendor es un latido que sube
desde el fondo del río de aguas casi invisibles.

Todo sucede en primavera, muy cerca de Los Andes,
en la región central de Chile, y todavía es el año de 1970.

 

LA SONRISA DEL GUSANO

Ellos cavan, sonríe el gusano, había polvo en ellos
y seguirán cavando bajo la lluvia, día y noche,
bajo el sol o la lluvia seguirán cavando y sólo hay tierra en ellos.

Más allá del sol y la lluvia, noche y día, sonríe el gusano
mientras ellos cavan sin piedad, dicen que todo viene de lejos,
y seguirán cavando porque así está escrito en el aire
desde que el mundo es mundo.

Cavaron siempre, todo viene de lejos, ellos cavan desde siempre
y por cuna y tumba vivirán, fueron cavándose, sólo por cuna
y tumba en aquella tierra desconocida con algo de sol, con algo
de lluvia en aquel sol fueron cavándose la más lejana de las tumbas,
la más tardía cuna, la última catacumba, y mientras cavaban
se dormían cantando, se hundían en la tierra
del gusano más fértil, el menos equívoco,
y de pronto esa ternura en la picardía que aparece
y desaparece como el soplo más antiguo, aquel pulso
de Dios en cada párpado, aquel impulso, ¿todo viene de lejos?

Qué laberinto en la cavazón, qué caverna por cuna y tumba, qué cavernarios
cavándose más allá de la piel, qué cavadura, qué cavernícolas
multiplicándose desde lejos y cavándose, fecundos, ojo
con ojo, fecundándose, rabo con rabo, diente
con diente, de catacumba en catacumba sin nadie más, ellos
cavaron aunque no pudieron oír la voz de Dios en aquella fosa tan profunda.

Ellos cavan sin tregua, sonríe el gusano, y había tierra en el espíritu
de los que seguirán cavando bajo la lluvia, día y noche,
por cuna de luz, gusano adentro, por foso en la cuna donde aún respiran
los muertos más antiguos, por tumba de luz inagotable, dicen
algunos que ya no hay sabiduría, Dios está a punto de saberlo, cavada
y cavadura son la última certidumbre, tal vez la única sabiduría en este universo
donde todo lenguaje es tan cavernoso como la muerte.

Al fin vino la calma, fue elevándose también la tormenta
y hubo relámpagos en las cuevas del mar, se elevaron
una vez más las cuevas y hubo más y más relámpagos, hubo cuna
de truenos, hubo tumba de relámpagos
y ellos aún dicen yo cavo, tú cavas, noche y día,
la cavazón es nuestro impulso de catacumba
en catacumba, por cuna y tumba viviremos,
eso dice el gusano, eso dice aún la sonrisa del gusano, sólo por cuna
fueron cavándose más allá de aquella tierra desconocida,
fecundos, eso dice, ojo en la cuna, eso dice, ojo en la tumba,
sólo por cuna fueron cavándose ¿desde cuándo?, sonríe el gusano, y ¿hacia dónde?

Nadie puede oír la voz de Dios, ninguno se despierta
y el gusano sonríe todavía, qué cavadura, casi todo viene de lejos, de muy lejos.

 

TEMBLOR DE AQUELLA LUZ EN EL AIRE

Al cabo de los años
he observado que la belleza,
como la felicidad, es frecuente.
No pasa un día
 en que no estemos, un instante, en el paraíso.

Jorge Luis Borges


..... 1.-El humor de Dios

Si Dios no existiera,
habría que descubrir su humor negro

imaginándolo, sólo imaginándolo.

Si el humor de Dios no existiera,
con un soplo habría que inventarlo.

Si Dios no existiera, después de todo,
habría que irse de aquí, ahora mismo,

imaginándolo, sólo imaginándolo.

Tal vez habría que inventar el sonido de Dios
y salir de aquí, ahora mismo,

con la nueva música a otra parte,
con la antigua y nueva música a otra parte,

imaginándolo, sólo imaginándolo.


..... 2.- El castigo

Castigaremos a Dios, mutilándolo de pies, de ojos,
umbilicalmente: lo castigaremos de manos
y de lengua, todo el amor, la lengua
más prodigiosa y más esquiva.

Habremos de castigarlo, amorosamente,
porque sólo gesticula y sobrevive como los huérfanos
en el abismo de un lenguaje apenas comunicable:
la cifra no siempre lúcida de la dispersión.

Día y noche castigaremos a Dios, multiplicándolo.


..... 3.-Sombra que todavía no vuelve 

Dios de Dios, nacido del Padre,
naciste de tu más antigua sombra en el primer soplo
y antes, mucho antes que todos los siglos.

Luz de luz, sombrío y luminoso
en el amanecer del mundo, bello en la luz
de la belleza que nació antes,
murió y resucitó mucho antes por todos los siglos.

Dios de Dios, hijo único en el único
vuelo posible, cuando la belleza de lo imposible
se hizo carne, soplo y carne en cada uno de nosotros,
y fue al fin sabiduría, fue carnal, costumbre fue de soplo en soplo:
la más ambigua, el prodigio de la primera y última sabiduría.

¿Luz de qué Luz, sombra que ya viene, paso a paso, ya se aleja,
carne, sí, vuelo en la carne o sombra que ya estuvo y ahora viene?

Bellísimo el que aún es reflejo
y solamente espejo de su más profunda ausencia.

Bendito el que no vuelve, sin embargo, todavía no vuelve
aunque el impulso de su vuelo es Luz de Luz, resurrección
en aquel antiguo soplo, belleza de aquella luz indomable,
carne de luz, sí, carne de luz, alegría del hijo único en el arrebato
del único vuelo posible, cuando la belleza de lo imposible
se haga carne, una vez más, en cada uno de nosotros.

 

 
 LAS TRAVESURAS DEL AMOR

..... 1.- Pequeña historia de los durmientes
 
Nunca duerme el brazo
de la mujer que descansa junta mí,
cuando ella duerme y sólo duerme.

No parece dormir nunca desde el fondo
aquel brazo cuya mano se alarga
y desnuda gira, sólo gira desnuda
y girando da la vuelta al mundo
hasta llegar de nuevo a la habitación
de este hotel de mala muerte
donde aún estoy escondido
y a la espera de que el brazo
vuelva a formar parte de la mujer
que todavía descansa junto a mi cuerpo desnudo,
cuando ya nadie parece dormir a mi lado.


..... 2.-Ohhh bella Aspasia de Mileto

Porque te quiero a muerte, mi bella Aspasia,
me voy de este cochino mundo del demonio.
Es tanta tu hermosura que no te falta nada
en la boca, en esa picudísima nariz y en tu linda frente:
antes sobre gordura y más gordura, ohhh amor,
y como acá se dice comúnmente, puedo, claro que puedo,
sin ese embargo, darte tantas en ancho como en largo.

Aunque la verdad es otra, sin duda que la verdad es otra:
no sopla en mí el futuro y ya no puedo,  tal vez ya no puedo,
¿así se dice?, darte tantísimas en ancho como tantísimas en largo.
Sospecho que no podré darte la felicidad completa:
un muslo de faisán o el lomo de un puerco lechón, qué lechonsísimo,
para que en él vayas hundiendo tu colmillo mayor y sacando el otro,
el más pequeño, qué lindo ese pequeño, y así la función no se detenga
nunca, bendita Aspasia, y al fin se fortalezcan las gulas del amor infinito.

Yo no soy tu Pericles, nunca fui tu Pericles
y tampoco inventé las guerras del Peloponeso,
aunque desde el otro mundo lo daría todo, absolutamente,
para que se fortalezcan aún más las gulas del amor con copete, ohhh Dios.


..... 3.-Los versos de la muchacha

Aquella muchacha de labios oscuros
y vestida de primera comunión,
recitaba versos obscenos.

Para llegar a ella, debimos cruzar por los retretes
que hay en el Convento de las Tórtolas
donde la luna es todavía un lobo

a punto de comerse a la muchacha
que aún sigue recitando versos obscenos
con su vestido de primera comunión.


..... 4.-El ojo de la oftalmóloga

La oftalmóloga observa el más allá del ojo
con un aparato muy parecido a la cabeza de las víboras
aunque de muy dudosa elasticidad,
mientras el ojo del paciente se oculta
como un niño en su órbita, aquel espacio
umbilical, aquella cueva tan láctea.

El ojo tiene miedo, brinca desde el abismo
y se esfuma entre los dedos muy agudos de la oftalmóloga
que de pronto se estremece y oscila como un péndulo
sobre aquel taburete de acero inoxidable.

Con más blancura que el humor vítreo, sus muslos
tiemblan bajo una minifalda de terciopelo
más rojo que el penacho de un cardenal, y el paciente
la observa con asombro, casi fuera del mundo,
como un lactante extraviado más allá de su órbita.

De improviso, el ojo del paciente se desliza
como un bailarín y va hundiéndose
de finta en finta, con un poco de timidez
y otro poco de suspicacia, más allá del pubis
encendido y lento, lentísimo, de ceremoniosa
ambigüedad y muy lento, cada vez más lento.

Qué precisión y cuánta lentitud
en el fondo del ojo de la oftalmóloga:
el rabillo de su ojo clínico, aquel ojo todavía pubescente,
la agudeza en el ojillo pendular, aquel ojo casi místico
y profundamente legendario de la oftalmóloga.


..... 5.-Descripción de Venancia 

Hay mujeres que estuvieron a punto de ser hermosas,
pero un desliz desafortunado
transformó el prodigio de la hermosura en comedia.

Durante el otoño de 1981 conocí a Venancia de Pichot, la novia
de Aquilino del Bosque, el buscador de serpientes,
y de inmediato la describo:
cabellera de color caoba, frente muy amplia,
cejas mínimas, aunque precisas en su dibujo, pestañas largas, ojos
como los del colibrí persiguiendo a su mariposa blanca,
nariz de Afrodita, labios perfectos como de virgen,
y luego el desliz del mentón hacia el vacío, la insólita mandíbula.

¿Qué pudo suceder en tal espacio?
¿Cómo es posible que todo concluyera en un gesto
¿de espiral que aún se pierde en el aire sin dejar huella?

Casi no existe el enigma del mentón en Venancia de Pichot, aquel sueño
de Aquilino del Bosque, el buscador de serpientes.
Sólo de vez en cuando ella sonríe y el mundo al fin se ilumina 
como si los comediantes fueran subiendo con júbilo y asombro al escenario.


..... 6.-La tradición más antigua

A eso hemos venido, amor mío:
a llorar, a reír, a desconfiar del llanto
y a confiar en la sonrisa
como cuando éramos niños
y teníamos, de acuerdo con la tradición más antigua,
todo el humor y la nostalgia del mundo por delante.

A eso y nada más, amor antiguo, amor de siempre,
como se supone que dijeron los filósofos
durante el primer soplo del mundo,
y como volverán a decirlo en el penúltimo día
o tal vez en el último.

Hemos venido a reír, según la tradición que llegó a nuestros labios
desde muy lejos, de boca en boca, hemos venido
a confiar en el entusiasmo de la risa
y a desconfiar de ella, sólo ella, solitaria, solamente ella,
como cuando éramos viejos en el principio, más allá del principio,
y no habíamos alcanzado aún el espacio de la segunda patria
que es nuestra adolescencia o si ustedes lo prefieren,
aquel jardín infantil donde nunca
dejaremos de cantar, sonreír y bailar como bailaron
nuestros abuelos, con todo el humor y la nostalgia del mundo por delante.

 

MEMORIAL DE ALGUNOS DESCUBRIMIENTOS

..... 1.-Descubrimiento del lenguaje 

Mucho antes del descubrimiento del lenguaje,
los cavernícolas eran muy felices
y no aparecía en ellos el impulso dogmático de la antropofagia.

Recuerdo que corríamos desnudos hacia el horizonte
y bailábamos la danza del ombligo
del principio y del fin, entre las nubes
de una hoguera sin fin y sin principio.

Éramos herbívoros y gozábamos con el vuelo de la Luna
sobre la inmovilidad del Sol y de sus pájaros
que esperaban el fin del mundo
como si fuesen víctimas del Diluvio Universal.

Nadie podrá olvidarse de aquellos años
en que la comunicación no era imprescindible
y tampoco existía la idea del mensaje como un fin en sí mismo.

Ahora recuerdo que mucho antes del descubrimiento del lenguaje,
los cavernícolas cantaban de día y de noche
sin que apareciera en ellos el desequilibrio escatológico
y a veces iluminante de la antropofagia.

No había antropófagos muy convencidos en los valles del Universo
y bailábamos alegremente junto al fuego del primer día,
porque aún no se inventaba la simulación del lenguaje.


..... 2.-Descubrimiento de la silla 

Antes del descubrimiento de la silla,
las mujeres se sentaban con absoluta inocencia
como si recién hubieran escuchado
la voz de Dios entre los matorrales.

La ceremonia de sentarse no era intrascendente
como ha ocurrido en los tiempos modernos
donde la silla, con su obviedad y su torpeza,
destruyó el encanto de la época primitiva.

Han pasado los años y tú eres la niña que corre
sobre las flores azules en este bosque
donde no sólo las piedras hablan
como si hubiesen visto a Dios entre los matorrales.

Antes del invento de la silla nos amábamos
con la más absoluta inocencia,
y no era irreal el esplendor en las flores azules
donde tu sombra parecía dormir como un ídolo antiguo.

Han pasado los años y la ceremonia de sentarse
vuelve a tener relevancia en este lugar de Dios que nos alumbra
y todavía nos protege como la hembra a su nonato
más allá de la silla convertida en olvido.


..... 3.-Descubrimiento de la cama

Mucho antes del descubrimiento de la cama,
los hombres dormían de pie, sin conocer el miedo,
y la paz universal no era una utopía.

Hoy puede afirmarse, desde el punto de vista
del materialismo no siempre histórico,
que el avance de la tecnología
tuvo su culminación en el descubrimiento de la cama
con sus felices y fatales consecuencias,
como el cultivo del amor no siempre libre
y aquella especie de mística letal
que es la guerra contra lo que pudo ser el Paraíso
en estas tierras de nadie, aquí donde ni siquiera se escucha
la antigua música del fin del mundo.

Mucho antes del descubrimiento de la droga
conocida vulgarmente como lecho, cama, cuna, tumba o tálamo,
los hombres se divertían jugando a las cavernas
en una atmósfera inigualable y comunitaria.

Hoy diremos que las tensiones aumentan
y el uso de la cama se extiende
como un mal necesario en el paisaje
donde florecen y se confunden las nuevas plagas de Egipto.


..... 4.-Descubrimiento del reloj

Antes del descubrimiento del reloj,
los hombres creían que la Tierra era redonda
como aquel espíritu de los navegantes
que nunca dejan de dar la vuelta al mundo
en sus embarcaciones primitivas.

Mucho antes del descubrimiento del reloj,
la respiración del mar era como aquel espíritu
de los primeros navegantes
que algún día descendieron del Cielo
a través de los árboles cuyas hojas temblaban con el viento.

Después de la aparición del reloj,
los hombres descubrieron el vértigo
de la línea recta que solitaria, enferma de soledad,
se hundirá finalmente en el espíritu,
a medida que transcurran los minutos
desde la lejanía del tictac, aquel tictac indomable.


..... 5.-Descubrimiento del zapato 

Mucho antes del descubrimiento del zapato,
las calles se deslizaban
por debajo de los pies desnudos
de los nómadas que permanecían inmóviles
en un ángulo del horizonte observado desde lejos.

Mucho antes de la aparición del zapato,
los niños, las abuelas y los huérfanos eran muy felices
en un espacio de concordia universal:
cada pie se deslizaba sobre el mundo
como un ángel que recién ha vuelto al Paraíso.

Con el descubrimiento del zapato,
los hombres abandonaron el nomadismo
y se volvieron ociosos, cada vez más ociosos,
hasta descubrir el remordimiento del caníbal
que nunca se declara culpable,
así como los vicios de la vida de ultratumba.

Calzados a partir de cada pie, los niños, las abuelas
y los huérfanos perdieron aquella seguridad
que reconoce su origen en el orgullo
y la torpeza de los pies desnudos
que todo cuerpo lleva sin destino aparente.

Mucho antes del descubrimiento del zapato,
los niños, las abuelas y los huérfanos
vivían en el espacio de la concordia más antigua:
cada pie bailaba como un ángel recién nacido
y la fiesta era un espectáculo deslumbrante.

Mucho antes de la equívoca iluminación del zapato,
no existía la desconfianza entre los hombres
y las huellas de cada pie se deslizaban sobre el mundo
como si fuesen ángeles que han recobrado su inocencia
en este paisaje que alguien observa desde lejos.

Al fin, con el descubrimiento del desnudo en cada pie,
los nómadas se deslizaban sin miedo
hasta perder y recuperar el sentido del humor
en aquel tiempo que parecía ingobernable:
toda huella moría y resucitaba en su lugar de origen
y los cuerpos regresaban lentamente a su destino.


..... 6.-Descubrimiento de la rueda

Mucho antes del descubrimiento de la rueda,
los pastores se golpeaban con tanta crueldad
como sucede en los tiempos modernos.

Algunos piensan que la aparición de la rueda
terminó por destruir nuestro sistema nervioso,
y actualmente nos mordemos sin ninguna misericordia
como si fuéramos vampiros que han recuperado
el sentido más agudo y más cruel de la razón.

Mucho después del descubrimiento de la rueda,
los nietos de los pastores no se miran ni se hablan
y de pronto son capaces de golpearse con tanta crueldad
como ocurría en los tiempos antiguos.

Mientras esto sucede, la rueda no interrumpe su viaje
a través del sadismo de los pastores
cuyo buen humor se pierde en la noche de los tiempos,
como diría un teólogo avergonzado de su oficio.

Diremos, por última vez, que casi todo es diferente
a partir del vértigo de la rueda:
cada día hay más crímenes en las calles del mundo
y ninguna visión permanece invicta en la memoria.


..... 7.-Descubrimiento del Lobo Sapiens

Mucho antes del descubrimiento del Lobo Sapiens,
los pájaros vivían muy felices
y cada árbol era una mariposa
que temblaba en el espacio aéreo de la Tierra.

Por un acto de magia aún incomprensible,
apareció de la nada el Lobo Sapiens
con el artificio de su benevolencia,
y los pájaros tuvieron que abandonar el mundo
mientras la mariposa desaparecía en la raíz del árbol.

Un poco después de la aparición del Lobo Sapiens,
la mayor parte de los animales
había descubierto el pánico
y ningún pájaro era capaz de volar como un ángel
a través del infierno imaginado por la inteligencia.

Mucho antes del descubrimiento del Lobo Sapiens,
cada uno de nosotros vivía libremente
y nadie pudo acostumbrarse al martirio de la mariposa
que fue sepultada en la raíz del árbol, ya sin miedo.


..... 8.-Descubrimiento de los anteojos

Mucho antes del descubrimiento de los anteojos,
podíamos ver hasta lo más profundo del Universo
donde aún se ocultan los orígenes
de nuestra equívoca naturaleza.

Hoy no vemos más allá de aquella sombra
que nos confunde como en el primer día.

Alguien llegó a decir que todo es ceremonioso
en los límites del jardín salvaje
donde quisiéramos redescubrir los orígenes
de nuestra esquiva naturaleza.

Pero hoy no vemos más allá de aquel pájaro
que todavía nos confunde con el círculo
de sus alas inmóviles.

Mucho antes del descubrimiento de los anteojos,
podíamos ver hasta los orígenes
del amor en nuestra espuma que de pronto se eleva
hacia los árboles y las nubes del jardín salvaje.


..... 9.-Descubrimiento de la lluvia

Dicen que mucho antes del descubrimiento de la lluvia,
las mujeres se bañaban con el polvo
que algunos reconocen como la luz de las estrellas.

Dicha forma de bañarse fue siempre un enigma
y las mujeres bailaban y reían sin descanso
como si la fiesta no tuviera un final en este mundo.

Melancolía y asombro en aquellas noches del origen,
cuando la lluvia era otra dimensión de la utopía
y bailábamos en el polvo con los senos desnudos
como si la resurrección fuese posible.

Dirán que mucho antes del descubrimiento de la lluvia,
las mujeres desconocían el odio
y observaban la velocidad de las estrellas
cuya luz no era todavía un fenómeno de naturaleza metafísica.

Algo de temor en aquellas noches del origen,
cuando el amor y el odio no existían más allá del simulacro
de algunas mujeres que bailábamos sin culpa,
después de vislumbrar que la resurrección era un alumbramiento
cuyo misterio se originaba en la más absoluta inocencia.


..... 10.-Descubrimiento de la muerte

Supongamos, después de todo, que mucho antes
del descubrimiento de la muerte,
los habitantes de la Tierra eran vagabundos
que aún desconocían el sentido del humor
y se comunicaban a través de gestos no siempre humanos.

Sólo cuando descubrimos el sentido del humor,
llegamos a saber lo que nos esperaba en esta vida
con tanta muerte de profundidad no siempre humana.

Hemos recorrido el mismo camino durante más de mil años
y en ese tiempo hemos dicho, con algo de sabiduría,
que resulta sumamente vulgar lo que al fin se aleja
de algún aspecto fúnebre.

De aquí se desprende la importancia del Circo
donde los payasos cultivan la antropofagia de amplio espectro,
la superstición, el inconsciente colectivo, las ciencias
ocultas, el amplio espectro
de las ciencias ocultas, y los milagros
de la carnicería mundial donde casi todo se esfuma
y recupera al fin el espíritu circense y fúnebre del comienzo.

Supongamos, después de todo, que la muerte no ha sido inútil
porque gracias a su impulso descubrimos el sentido del humor,
y podríamos llegar a comunicarnos a través de una mística
o más bien de una mímica de comediantes que se burlan
y seguirán burlándose con relativa modestia.

 

EL VIAJE DE JESUCRISTO

 

 

¿Dios mío, por qué me has abandonado?
¡Pero si no te he abandonado, tonto!

Dios mío, por qué me has abandonado.
¿Cuándo te he abandonado? Nunca he estado contigo.

Armando Uribe

 

Tatuado va ese Cristo, tatuado y lleno de ojos
en el último viaje de su piel:
va cubierto de narices, de bocas, de colmillos.

Un millón de ojos en la órbita de cada ojo
y un millón de pestañas en la órbita
de cada pestaña, ojos verdes, rojos, ojos azules,

amarillos y negros en el viaje, siempre el viaje,
aquel viaje del primer suspiro
a través el día, el soplo del primer día,
aquel viaje del último suspiro

a través de la noche, el soplo
de la última noche, siempre el viaje
donde cada órbita
es el más allá de su ojo, aquel ojo

enrojecido y riéndose fuera de sí, casi fuera de órbita,
allí donde cada pupila se burla
del ojo que al fin la contiene:
no hay más consuelo que una sonrisa.

Tatuado va ese Cristo, tatuado y lleno de ojos
en el último viaje más allá de su piel:
tatuado y cubierto de cruces, de labios, de más cruces.

 

LA VELA ENCENDIDA

Al espíritu de Jorge Teillier:
luz del país de nunca jamás.

 

  1. Visión sobre las aguas

Ayer hemos visto a más de cien mujeres desnudas
y a más de cien hombres desnudos
en la desembocadura del río,
viendo cómo cruzaba en una especie de canoa
sobre las aguas oscuras, cerca del fin del mundo,
la vela encendida de la muerte.

De pronto empezó a llover con una persistencia
de fin de mundo, casi religiosa,
y nadie sabe en qué momento aparecieron de la nada
más de cien caballos blancos junto a la desembocadura
del río cuya vela encendida nos conduce al otro mundo.

..... 2.-El último viaje

Cae la lluvia sobre el Narayama
y en la espalda llevo a mi madre moribunda.

Con dificultad vamos subiendo entre los árboles
húmedos, vamos subiendo hacia la montaña
de color impreciso, tan impreciso
como el desliz de la muerte.

Cuando lleguemos a la cumbre,
abandonaré su cuerpo junto a las piedras.

Entonces vendrán los buitres
que devoran la lengua y los ojos,
hasta que al fin sólo podamos ver el esqueleto
o más bien la calavera con algunos cabellos mojados por la lluvia.

Empieza a caer la nieve y mi madre ya es un espíritu
en las manos de Dios que sonríe, nunca
dejará de sonreír más allá de las nubes
que todavía se deslizan sobre la cumbre del Narayama.

.....
..... 3.-El abandonado

Una vez más me alimento de nieve.

Todo es vano y efímero, dijo San Francisco de Asís
al contemplar los pies de Jesucristo llenos de hormigas
que también han de morir cuando Jesús desaparezca.

Una vez más me alimento de nieve
y estoy abandonado sobre la llanura siberiana,
como si fuera el hijo de un lobo estepario.

¿Aún hay nieve en tus ojos, Dios todavía invisible
como los pies de Jesucristo, el oscuro, todavía el oscuro,
y esos pies atrapados, aún hay nieve en esos pies
atrapados junto al nidal de las hormigas?

Nuevamente me alimento de oscuridad
y seguiré abandonado sobre las nieves del Universo.


.....  4.-
El vértigo

.................................. I

Penúltimas palabras de Jesucristo en la cruz:

            --Lo insólito, si breve, dos veces, no,
            qué digo, tres veces luminoso.

                                  II

Últimas palabras de Jesucristo
desde la cruz que aún está volando por arriba
y por debajo del mundo, como si fuera la sombra
del más viejo espíritu, la sombra
del ombligo más antiguo, la sombra sepultada
en la profundidad de las tierras más húmedas:

            --Siento un poco de vértigo.
            No estoy acostumbrado a la Eternidad.

                                  III

Primeras palabras de Jesucristo en la otra cruz
transfigurada en un manantial inagotable:

            --Ayyy, Dios mío, tal vez nada sucede.
            ¿Los mismos árboles en el mismo bosque?

..... 5.-La herida

Últimas palabras de Jesucristo en el temblor
de la Santísima Cruz:

            --La herida de mi costado, madre mía,
            ¿quién ha visto --por los clavos de Yahvé--
            la herida de mi costado?
            Aún estoy solo, no veo a nadie,
            ¿por qué sonríen, alguien ha muerto?

            In quest’oscuro
            colle mani
            gelate
distinguo
il mio viso
Mi vedo
abbandonato nell’infinito

.....  6.-Monólogo del clavo

Soy todavía ese clavo que cierra el ataúd.
Soy ese clavo moribundo, más vivo
que muerto el moribundo:
más muerto de risa que de esclavitud.

Todavía soy ese clavo, la sombra
de ese clavo que habrá de aparecer
y desaparecer en el vértigo, el escándalo, el vértigo
de la resurrección, obstinadamente la resurrección.

..... 7.-La vida breve

Últimas palabras de Jesucristo en el vuelo de la cruz,
luego de bostezar, suspirar, bostezar, suspirar tres veces
y seguir bostezando como un mamífero
arrepentido, como el primer anfibio, el primero y el último
cuya ternura no tendrá fin, es la respiración
de una luz blanca, muy intensa y muy blanca:

            --Todos somos aficionados.
La vida es demasiado breve para otra cosa.

.....  8.-Nos hundiremos en el agua

con una vela encendida

No olvidemos que la niebla caía sobre el mundo.
El último vestigio de los dioses en la niebla.

Madre que aún nos consuelas
con aquella luz en tu vientre lleno de pájaros.
 
Nos hundiremos en el agua con una vela encendida.
Nos hundiremos en el túnel, lejos del mundo,
más allá del vientre del agua con una vela encendida.

¿Una gota más una gota no es más que una gota?
¡Una gota más una gota, venid a mí, no es más que una gota!
¿Una gota más una gota, venid cantando, no es más que una gota?

Encenderme casi póstumo, algún día, recordando
la casa paterna que aún respira como una sábana
sobre aquellos ríos que aún vuelan por el firmamento.

Como Andrei Tarkovski, tal vez me volví loco
porque toda mi vida estuve pensando, loco en la bruma,
pensando y abrumándome siempre en lo mismo:
cada uno se abruma como puede, las estrellas lo saben,
y la sábana respira en el abismo cerebral de las estrellas.

Me volveré loco de repente, una vez más, con una veladora
que debiéramos llevar encendida sobre el agua
y más allá de las desviaciones de la niebla.

Creo que todo es polvo, la transfiguración del polvo,
venid a mí en el polvo, vámonos en la bruma de Tarkovski,
los haré polvo y más polvo en el aire
de las transfiguraciones diurnas y nocturnas:
hundiré en el polvo a mi familia para salvarla de la muerte.

Los mataré con un poco de agua, con luz que no se alumbra
ni se apaga, luminosa, como la lluvia en el espíritu.

Y al fin extenderemos la sábana del principio
en medio de tanta luz, por encima del firmamento.

Así habrá de ocurrir, madre casi póstuma
que nos das de comer y aún nos consuelas
con aquella luz en tu vientre lleno de pájaros. 

No olvidemos que la niebla caía sobre el mundo.
El último vestigio de los dioses en la niebla.

¿Qué mundo es este, Dios mío,
donde un loco, una vez más, tiene que recordarles,
más allá del polvo, que deberíamos avergonzarnos?

 

CADA UNO SE DESPIDE

Cada uno se despide del mundo como puede:
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del envidiable sueño
y de la tierra:

supongamos que gorriones
y pelícanos, luciérnagas, mariposas
o tortugas con sus huevos
del color de la primavera en el hemisferio austral.

Así ha de ser nuestra despedida en esta noche
donde sólo escucharemos el canto
o más bien las lamentaciones de los grillos
como muchachas que se confunden
o gatos recién acostumbrados
a la evolución de su propia sabiduría.

Supongamos que me despido de tus labios que descubrí en 1957,
cuando tú eras casi una niña, mejor dicho un ángel
de ojos inciertos como los de aquel caballo
que todavía nos mira con algo de estupor y de tristeza
desde la profundidad del bosque lleno de nogales.
 
Cada uno se despide, ahora o nunca,
de la otra sombra que algún día pudimos haber sido
con sus vicios y virtudes, su amor por la lluvia
o su debilidad por la música del cielo
cuyas estrellas desaparecen sin ánimo de perjudicar a nadie
como conejos enloquecidos por la linterna del cazador.

Así ha de ser nuestra despedida, paso a paso:
adiós una vez más, entre robles de altura
muy profunda, nubes de color ámbar, cedros,
araucarias, avellanos y ardillas que se ríen de nosotros
como la abuela Odilia desde su tumba de juguete:

supongamos que alguien cantará en el abismo de esta noche
donde las luciérnagas me dicen
que ya no eres una niña
y los pájaros vuelan en sentido contrario a la memoria
cuando uno se despide del mundo como puede:

m    e siento muy feliz, muchas gracias, eso era todo,
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del sueño indomable,
más indomable que la tierra donde algún día nacimos,
tan hermosa, el aire sólo habla del aire, y tan benigna.

 

LA CAÍDA EN EL AMOR

Súbase por amor sin olvidar los latidos del déjelo, súbase con entusiasmo,
déjelo caer pendularmente, súbase y déjelo caer, señora
locuaz, mi señora insólita, señora ingrávida
por lo errante y graciosa en el sube y sube, en el sube
y baja poco a poco, Dios mío, usted viene bajando, qué viaje,
todo sube y baja sin darnos cuenta, cuán ensimismada en el déjelo
caer como en un precipicio, sin alborotamiento, péndulo va, cosa
más linda, péndulo viene, por ahí se nos viene
locuazmente, sutil, no hay silencio que no sea locuaz, cosa
más profunda y más linda, oscilatorio el sismo, dulce, larvado
y coqueto el sismo por encima, mi señora ondulante, y por debajo del déjelo
caer con ternura y sutileza, levedad y protocolo, qué fenómeno tan grácil.

Ensimismada súbase usted , muy suave, azúcar, súbase en mí, sobre sí misma,
ya insólita como se dijo, ya turbia, cristalina o aventurera
por lo gozoso, qué perfil, qué labios, qué ensimismada
en el sube y baja de sus labios, qué nudo, cuánta desnudez en el nudo
de los milagros, ohhh Virgen del Perpetuo Socorro, cosa
más linda y deslumbrante que siempre me desconcierta, súbase al concierto
por lo gozoso y embarazoso de la circunstancia que nos cautiva,
y al fin logremos, nudo con nudo, con vuelo y nudo, mordernos
como tornillo con turbulencia en la ingravidez anillada de su tornilla, atornilladamente.

Así nos vamos en el abandono casi lácteo del amor, de labio
en labio, aliterándonos con dientes, ojos y largas uñas,
como dice la Biblia de los proverbios donde todo es abundancia:
vámonos en el abandono, una vez más, ensortijándonos
por encima y por debajo de la piel del mundo
en el déjelo caer de un  modo sustantivo,
cuánto equilibrio en el nudo de la concordia
y la discordia, no hay elegancia, no hay vuelo
que no sea la sublimación de una turbulencia prodigiosa.

Casi todo es milagro en el súbase por amor sin olvidar los latidos del déjelo,
anillos y más anillos en cuerpo y alma, qué lengua, todo es lengua
en la geografía cutánea y subcutánea de este mundo,
casi todo es barroco genital en el firmamento
y en las profundidades de este mundo que nos abraza con entusiasmo,
el mismo entusiasmo de mi señora insólita:
acérquese, venga y cáigase una vez más, abrasadora, lazo
con lazo, como en la edad más antigua, véngase
cuando el déjelo vaya cayendo labialmente con un rictus
de novia impávida, la novia de la simulación por excelencia.

Vámonos cayendo con amor y algo de locura, vámonos
como en la época de nuestros abuelos, aunque usted no lo crea,
señora del socorro que a veces llega un poco tarde, vámonos
como en un espectáculo de romanticismo carnal, mi señora bella y casi láctea,
vámonos tocando, déjelo, déjelo, vámonos
tocando jazz, el jazz del tornillo
en el baile sinuoso de su tornilla, vámonos labialmente
en el abandono, una vez más, señora de los ofidios y los felinos,
no pierda el tiempo y eleve sus manos desnudas, qué uñas, sí, qué bello
el espinazo, qué uñas tan largas, eleve
al fin sus manos en esta ceremonia
de lo grávido penetrando en lo sólito, este ritual de lo ingrávido
navegando en lo insólito, la soldadura
y la desnudez casi original de nuestra belleza indomable, ¿cosa más linda?

 

LA COMEDIA DE LOS HIPERTENSOS

Ahí va el abrazo del hipertenso, aquí viene, por ahí viene
como un Lobo Sapiens el abrazo de la hipertensa.

Prodigio es el abrazo en el aire: figura neumática
y puro émbolo que va y viene, va y viene
sobre la piel de los vencidos por el amor, nunca humillados.

Puro vaivén es el abrazo de los nacidos, los vencidos, los desnacidos
por el impulso y la hermosura de los hipertensos
en su gracia, en su amor, los resucitados, de pronto,
en la festiva desventura de una piel que baja
y sale buscando oxígeno, que sube, sube y entra
por más oxígeno, que nuevamente sube
y es comedia del más puro émbolo: sólo fuimos comediantes.

Ahí va el abrazo de la hipertensa, por acá viene
como un Lobo Sapiens el abrazo del hipertenso
con sus colmillos de rigor absoluto: la gracia de su aventura.

Prodigio, una vez más, es el abrazo en la dimensión aérea
de los hipertensos acostumbrados al amor en estos valles
donde la figura neumática se anuda y se desnuda
como aquel émbolo que solitario va, que solitario viene
sobre la piel de los vencidos por la gracia del amor en su vuelo,
por la gracia que sube y entra buscando oxígeno,
más oxígeno que nuevamente sube
y hace de nuestro vaivén una comedia, la más antigua
y tierna comedia del amor, un ritmo de agónicos
que aún respiran con dificultad, un ritmo
de resucitados que al fin sollozan y cantan
como nadie ha cantado en este mundo todavía.

 

LA LECHE DEL AMANECER

Te digo en serio que la muerte
No existe. De pronto lo descubres…

Jaime Sabines
 
 Algunos dicen que sólo existe la muerte, aquel sonido puro,
tal vez sólo existe la muerte inaugural, eso dicen,
aquel sonido en la luz donde todo, casi todo se origina:
luz verde y violeta, un verde arcaico, de roca milenaria,
el arcaísmo del musgo que nace y muere
en la región umbilical de las rocas, esa luz verde y violeta,
casi todo se inaugura en el ámbar
de aquella luz anfibia, el vértigo, sólo el vértigo
en los huesos de la luz más antigua, sonido impuro, y más ambigua.

El escándalo de la muerte en silencio, un silencio casi absoluto
donde solamente se escucha el latido de la luz de color ámbar,
mientras las huellas van subiendo, suben y bajan
las huellas de la luz con el zumbido de la muerte,
aquella luz de ojos de gato, los gatos nocturnos
con la luz entre las uñas, el silencio de la muerte que existe
y ya no existe, aquel sonido en la memoria,
el desliz cuando tal vez sólo existen los huesos
cuyo temblor es un río subterráneo de luz ingobernable,
la lengua de los moribundos, el cántico, aquel zumbido
más allá de la lengua del júbilo, aquella respiración que todavía es alabanza.

Una vez más el espectáculo de la muerte en silencio,
aquella luz más antigua y más anfibia,
ese rumor en la luz de las aguas que se pierden sin descanso,
aquellas aguas maternales, tan lentas y viscosas
como la leche del amanecer, cuando todo respiraba y respira en todo.

El esplendor de la muerte más o menos moribunda, entonces,
feliz y en movimiento perpetuo, como el viaje
de aquellos trenes, el espectáculo de la muerte
en estado de gracia, el más ambiguo
de los viajes a través de la lluvia, el viaje más antiguo a través del túnel
de la lluvia, el movimiento solitario, verde es el viaje, luz verde
y violeta, aquella luz diurna y nocturna en estado de gracia,
sólo el viaje y aquel soplo, aquel viaje al país de nunca
jamás, de tal vez nunca, allí donde llueve
y las tórtolas son más pálidas y más pensativas que los difuntos,
allí donde sólo aquellos árboles se alumbran desde el fondo de sus raíces
enterradas en el agua materna, ese verde arcaico, de roca anfibia, la roca
en su luz, los latidos de aquella luz, la luz más líquida.

Llueve y llueve sin principio, hasta el fin del mundo:
lloverá y llueve y seguirá lloviendo
sin principio y sin fin, hasta el fin del mundo.

Ahora cantan lo muertos, aquella memoria, la desnudez del origen,
los latidos de aquella memoria, verde es el río, el soplo,
ahora cantan los muertos y sopla un sonido
en el corazón de aquella luz, ahora cantan más allá de la lluvia
y todo es vertical y umbilical en el río de  los moribundos
que seguirán cantando desde la luz de aquellas velas apagadas,
la luz más líquida en el abismo de las tumbas abiertas:
aún hay oxígeno en las tumbas y sopla el viento
del anochecer en la luz, aquella luz de ojos de gato,
los gatos nocturnos con la luz entre las uñas verdes, aquel sonido
en la luz donde casi todo se origina, luz verde
y violeta, casi todo es oscuro, todo se alumbra en un soplo,
aquella memoria, cantan los muertos, la desnudez en la memoria,
cantan los muertos y todo se alumbra
una vez más, aquella luz en el silencio de la muerte
que no existe, sólo el vértigo.

 

ALABANZA DE TU CUERPO

Me esconderé en la comedia de tu cuerpo para siempre,
sin preguntar quién eres, por qué se ríen los pájaros
en el vuelo inmortal de la bugambilia,
dónde empieza la desnudez de los comediantes
y qué hará tu cuerpo para no desaparecer del mundo
entre una sonrisa, el péndulo de tus ojos, y otra sonrisa.

También es pendular el movimiento de los árboles
que participan en la escena, dando origen a la hipnosis
de una nueva estética donde el éxtasis no es algo inmóvil:
sólo circulan los labios como aquella sangre
que aún circula y palpita en el vaivén de los insectos.
 
Brincan las mariposas blancas, azules y amarillas
alrededor del mandarino, brincan en su desnudez como pulgas
que están cada vez más felices por su identidad aérea:
cada mariposa es más antigua que tu cuerpo,
aunque tu comedia es génesis de este mundo
y del otro, pureza original, humor de Dios, visión apocalíptica
entre el ritmo de tu respiración que nunca muere
y el ritmo de mi respiración que a cada instante se nos muere
y a cada instante, como tejido en la luz, resucita.

Tú apareces de pronto en medio del bosque,
desnuda y umbilical al estilo de aquella luz del alumbramiento
que todavía nos protege, nos oculta y nos persigue
como la loba a su lobezno de respiración vacilante, equívoca,
y mirada muy nebulosa, profundamente humana:
cada mariposa es un temblor en el aire de tu cuerpo,
cada mariposa es la comedia, es la luz de la comedia
en el temblor de tu cuerpo, esa parodia de Dios, aquel soplo
que fue imaginado con audacia por las abejas más antiguas,
cuánta ambigüedad en el mundo de las abejas libidinosas
cuyo tejido de miel se extiende
alrededor de las palpitaciones del mandarino.

Aún eres el sol deslizándose hacia la piedra más oscura,
eres el musgo de Dios, la humedad, el principio
y el fin de la mansedumbre, el péndulo del sol en los ojos
de la primera y última lagartija, eres el viento supremo que viene del mar, siempre
vendrá de la perseverancia del mar más antiguo, más ambiguo, más anfibio,
y ya se sabe, todo es memoria, que el mar es el origen del fin del mundo.

Aún circula la sangre en tu cuerpo, aún circulan tus labios
en la comedia del amanecer que nunca muere:
labios, neblina y más neblina, labios que circulan
como la sangre en el desliz de los insectos
acostumbrados al vuelo inmortal de la bugambilia, ese soplo,
aquel viento donde nace y muere la desnudez de los comediantes.

 

OTOÑO EN NUEVA YORK
(Visiones de 1983)
 

  1. El Espíritu Mayor de Nueva Guinea

Es fálico el Espíritu Mayor de Nueva Guinea en el Metropolitan Museum:
es demencial el color de los ojos en el vientre amarillo, sólo amarillo,
donde lo más profundo del ombligo es la boca,
el ombligo siempre es la boca de una figura
que acaba por parecerse demasiado a sí misma,
como aquellos pájaros que sólo pueden volar entre las nubes de Nueva Guinea
y cubren los ojos del ombligo, los ojos del primer vértigo
y del último, al modo del Dios de los Espíritus:
todo es ocular y umbilical en Nueva Guinea.

Oscuridad en el ritmo, amarillo en las líneas
que se curvan, muy cerca del azul, hacia el fondo de sus límites
donde cada figura termina por esfumarse en círculos concéntricos:
el Espíritu Mayor tiene tres metros de altura,
boca en forma de ombligo múltiple, la boca siempre es el ombligo
que acaba en una trompa, costillas como espátulas,
rótulas divertidísimas, como de espectro antediluviano,
y el sexo transfigurándose poco a poco en nebulosa.

Ocres, negros, amarillos en el azul de unos labios
cuya única virtud es extraviarse como aquellos pájaros que todavía cantan
y sólo pueden volar entre las nubes de Nueva Guinea:
qué fuerza centrífuga en los círculos concéntricos
donde los ojos del Espíritu Mayor agonizan y resucitan para siempre.

.....  2.-Desnudos en el sótano

Elisabeth se desnuda en el sótano del Aberdeen Hotel:
tiene la cabeza chica, como de tórtola,
y nació durante el invierno en un sótano de Hamburgo,
diez años después de la última guerra.
Su cabeza es erótica, como de tórtola ensimismada por el miedo,
y a menudo se burla de sí misma
sin que nadie pueda saber en qué momento
se burlará de los huéspedes que se burlan de ella.

Sigmund, el único nieto de la señora Helen,
se desnuda con entusiasmo en el rincón más húmedo del Aberdeen Hotel:
su cabeza es un fenómeno sutil, ni muy grande ni muy chica,
y nació durante aquel otoño, diez años
después de la última guerra, en una clínica de Salzburgo.
Su lengua es muy confusa, como de gran filósofo
ensimismado por el espíritu burlón y el miedo de su tórtola.

De pronto se abrazan y bailan desnudos entre botellas vacías
como si recién hubiese terminado la última guerra.

..... 3.-El Puente de Brooklyn cumple 100 años

No hubiéramos perdido el equilibrio bajo estos arcos góticos,
pero el frío del otoño es inclemente:
fiestas del centenario en el humo de las torres de granito,
la calzada y la cestería en los cables del Puente de Brooklyn
donde la pirotecnia de John Roebling, el ilusionista,
acabó por convertirse en esta arquitectura de espirales de hierro.

Fuegos de artificio donde la piedad casi no existe
y al fin se eleva, como sombra de un espacio vacío,
la taumaturgia de los nuevos colonos.

Otoño de 1883 en el Puente de los Desamparados
donde esta nueva Edad Media
--en lo que al enjambre del hierro se refiere--
es una estructura construida por hombres,
más que por máquinas:
delirio levantado a mano, tejedura
por tejedura, hilo por hilo, y no importa
que Montgomery Schuyler, el crítico principal de la época,
se muerda los labios en señal de angustia
y manifieste al fin su absoluta desconfianza.

Catedral tendida como un esqueleto
en su propia hamaca, un esqueleto que tiembla
sobre el precipicio de la noche:
cama o columpio, cama o trapecio,
hipertrofia del gótico en el espíritu de los inmigrantes,
y la inquietud o el júbilo de la piedra
que en la aguja más alta de los rascacielos
descubre la naturaleza fluvial de los dioses.

Tal vez hubiéramos perdido el equilibrio, más allá del otoño,
si triunfa el criterio de Montgomery Schuyler
--“Esas torres de piedra son retrógradas…”--,
pero finalmente el humo se convierte en el acero de las torres
que suben al cielo y fundan la época de la transfiguración virtual.

Última visión del siglo XIX en medio de la lluvia:
desde el Puente de Brooklyn alcanzamos a ver a Groucho Marx corriendo
bajo la pirotecnia de John Roebling, el gran ilusionista,
el taumaturgo que al fin nos hizo perder el juicio
y ganar toda la gracia en el tejido de esta catedral de espirales
donde el gótico es la primera y la última imagen
de la naturaleza fluvial de los dioses
extraviándose en el Puente de los Desamparados.

..... 4.-Mundo de caricaturas

Lo patético y burlón, lo muy burlesco de esta comedia
donde la travesura y el asombro son una luna de miel
en los rincones del Aberdeen Hotel, muy cerca de los hindúes
que balbucean el español junto a los saltimbanquis
cuyas sombras se deslizan, noche a noche, por la Avenida Broadway.

Un mundo de caricaturas
encima de la cama de nuestra habitación donde los cuerpos
con sus narices muy largas, apenas se reconocen en medio del espectáculo.

Cuna y tumba de los amantes que desconocen
las buenas o malas arte de la carne transfigurada en música
de fin de siglo, como en un ritual que purifica.

Ellos sólo devoran palomitas de maíz
mientras observan a Michael Jackson en su movimiento
sinuoso y recurrente, la peristalsis
en la pantalla casi líquida del televisor:
hipnosis, cuna y tumba de los amantes, hipnosis
como en un acto de eucaristía, descubriendo el latido de Rhapsody in blue
con la Filarmónica de Nueva York, y Gary Graffman al piano.

Un tobillo iluminado por otro, un violín deslizándose
a través de las nubes como la sombra de un perro bajo la lluvia,
una rodilla que de pronto pierde su equilibrio.

--Déjame hundir esta lengua en tus labios--
sonríe el aprendiz cuya memoria es un elogio de la melancolía.

--Sería como hundirnos en la solemnidad--
sonríe la novia del aprendiz cuya memoria
es un espectáculo sinuoso, pendular, de ritmo intermitente.

De pronto suena el teléfono y Michael Jackson
es una serpiente bajo el poder de la hipnosis.

Alguien grita, se oye un disparo, un tobillo se descuelga
del tobillo que aún lo sostiene y lo acaricia, lo cubre, una rodilla
tiembla y al fin cae como si fuese el cráneo de un conejo
sobre la alfombra azul con círculos, triángulos,
rectas que se confunden y curvas que se disparan
como la más lamentable imitación del estilo mudéjar.

Nuevamente suena el teléfono y un muslo casi de pájaro,
gracioso y leve, desaparece del escenario con ligereza
en medio de la incertidumbre de otros muslos
que quisieran huir de este cuarto con olor a ciruelas agridulces.

No hay más remedio que volver a los hindúes de Broadway,
hundir el ojo en la cerradura del Aberdeen Hotel
y regresar de inmediato, mañana, siempre a lo mismo.

..... 5.-Memorias de Alberto Giacometti

Del final del zoológico son estas carnes moribundas:
diremos que sólo es posible el impulso de la muerte
en el último rincón de aquella jaula
donde todos los animales se confunden
como si se ahogaran de pronto en una fiesta de disfraces
que puede celebrarse de un momento a otro, mañana, esta noche,
mañana por la noche o durante los días del Juicio Final.

Subway del último rincón del zoológico
y su lengua de víbora enredándose en los vagones
de aquella jaula donde los animales
no podrán escapar de sus propios colmillos.

A pesar de los residuos de un tono azul, todo es gris
en estas carnes donde hasta la fosa palpita
con las gesticulaciones de Alberto Giacometti
hundiéndose en el túnel del tren subterráneo
encadenado al desliz demencial de sí mismo:

--Sólo recuerdo que por las noches
yo estrangulaba la arcilla, el tejido sensible de la arcilla,
y brotaban de mis manos unos espectros filiformes
y asexuados, atraídos por el cosmos,
que yo arraigaba en unos pedestales sólidos, de pies inmensos,
para que no pudieran huir en medio de la sombra.
Obsesionado por el rostro de las figuras, con el lápiz
y el pincel convertidos en estiletes, como si fuese un verdugo,
me encarnizaba entre los pliegues del papel y la tela.

Ansiedad de conferir un soplo antropomórfico
a la materia ríspida, convulsa y llena de humor,
desde los espasmos de una visión muy profunda.
Visceralidad irónicamente alada, desgarradura casi monstruosa,
desvarío digital huyendo sobre el barro, tragicomedia
en los dedos y en las uñas que la arcilla jamás olvidaría:
dedos del demonio, uñas del demonio, zozobra como un tropel de ratas
con el arte de Dios escondido en las fragilidades del barro.

Espectros, flacura casi mística, parodia, cadavérico
signo, parodia de la arcilla y de los dedos
cuyas uñas al fin se convierten en otro fenómeno filiforme:
la arcilla y los dedos de Giacometti se derriten en su viaje al infinito,
y sólo aparece en el espíritu del barro esa nariz, el dibujo
de ese cuello, esa nariz tan solitaria,
y una vez más la locura en la filigrana de esas piernas
con el temblor de los ángeles, con el mismo temblor de los ángeles ocultos
en aquella jaula donde el subway es diariamente un gusano
que sólo tiembla en su locura:
multitud de ojos que ya no ven, labios
que ya no hablan, y al fondo el aleteo de las manillas
o el rumor de un enjambre de sordomudos.

Qué zarpazo en este zoológico donde aún está lloviendo
y cada uno puede cebarse con opulencia
en el río, en el abismo, en el río abismal de las carnes moribundas:
aquí la vida es como el vuelo subterráneo de la lombriz
en el asombro de la muerte que nos confunde desde aquella jaula
cuyas ondulaciones son las del subway
perdiéndose en la noche más larga y más lluviosa de Nueva York.

..... 6.-Extracción de la muela del juicio

Casi a punto de que te vuelen el juicio,
tu dentista de nariz lanceolada, Leonardo D’Ambrosio,
sufre y sonríe como una parturienta.
De repente pone ojos de cuervo, más bien de lechuza,
y de tu calavera escapan las mandíbulas
cuando tu cráneo acaba por escaparse del cráneo.

La ceremonia se ha vuelto infernal en una calle
del Soho, no muy lejos de Chinatown.

--Por favor, sufra usted conmigo-- parece decir el dentista
con sus ojos más de cuervo que de lechuza, y en un lapsus filosófico.

De cabeza muy grande, orejas caídas
y hocico más bien cilíndrico, la víctima no sabe
qué hacer con su verdugo, y sólo se atreve a poner ojos de lechuza
cuando están a punto de volarle la muela del juicio.

--Por favor, ríase usted conmigo-- parece decir la calavera
del dentista, una calavera que también huye
de sus mandíbulas hacia la medianoche,
la sonrisa de una calavera
que tal vez desearía hundirse para siempre
con ojos de cuervo, más bien de lechuza, en otro lapsus filosófico.

La ceremonia se ha vuelto irreal, casi, por tanto patetismo:
el dolor es como una lengua que sube
desde el foso donde no hay nadie, una lengua
de vaca muy vieja y moribunda,
o la más antigua imagen del calvario
que ha sido inaugurada por Leonardo D’Ambrosio
con sus juegos malabares.

--Por favor, muérase usted conmigo,
pero siga inmóvil-- parece decir el dentista
desde el precipicio donde nuestras calaveras
ponen ojos de lechuza, de cuervo, de lechuza,
y los cráneos, al fin, más allá del asombro
de un nuevo lapsus filosófico, acaban por escaparse de los cráneos.

.....  7.-Carnaval en Park Avenue

Cada treinta minutos, el extranjero
se convierte en la víctima de una aguja hipodérmica
cuyo zumbido es más intenso que el de un moscardón con hambre.

Cada treinta minutos, la aguja cultiva en nuestra piel
las artes no siempre benignas del tábano,
aquel zumbido que aún nos atormenta.

Al fondo de una clínica escondida en Park Avenue,
junto al centelleo de algodones y jeringas,
se efectúa el baile de máscaras de la sangre,
la orgía del vampirismo que nunca se interrumpe.

Sufren y gozan, casi nunca locuaces, más o menos vírgenes
de ojos y labios, estas enfermeras con sus cofias monjiles:
de pronto el destello de sus muslos, la gracia en el colmillo
y ese rictus de antropófagas más o menos vírgenes
bajo aquella luz un tanto enrarecida de la Diosa Hipodérmica.

Después de todo, tal vez de casi todo, fue locura del cuerpo
la puesta en escena, cada treinta minutos,
de una transfiguración de la sangre que a nadie dignifica:
compra y venta en el túnel de la clínica donde el plasma
no es una simulación dentro del carnaval de las jeringas
que abruman al extranjero en este lugar oculto de Park Avenue. 

..... 8.-La camisa de fuerza

Todos te miran de reojo en la Catedral de San Patricio
y descubren con desencanto, sin descuido,
tu perfil antediluviano que trata de ocultarse
inútilmente bajo un sombrero calañés de color caoba.

“Reumático, pero con dignidad,
queriendo ocultarme bajo el peso de esta cabeza
ligeramente inclinada como un caballo de circo”,
piensa el extranjero que alguna vez navegó del sur de Italia
hasta Buenos Aires, y desde allí al cielo de Manhattan:
--Algunos dicen que sufro de sonambulismo, migraña
casi mortuoria, y que estuve loco de remate,
pero no sé, nunca se sabe, ¿quién puede saberlo?
Fui profesor de dibujo a mano libre
en la Escuela Nocturna del Sagrado Corazón de Jesús.
Otros dicen que todavía estoy loco
y soy un insecto nauseabundo,
¡la camisa de fuerza o nada, los piojos en el abismo
de la camisa de fuerza, la única, la última!

Nadie abandona su lugar bajo estas bóvedas
donde incluso la muerte ha perdido su naturaleza de carnaval
o fiesta de disfraces, y el esqueleto
de los seglares, los clérigos, los feligreses,
no es más que un tubo sin médula, sin luz, sin oxígeno,
un inmenso tubo con gérmenes patógenos.

“Sólo pepinos alargados entre los ojos de la multitud
que me observa con su mirada de alcornoque
--¡la camisa de fuerza, la única, la última camisa!--
y de gaznápiro, de imbécil y de superalcornoque.
Nuestra memoria se debilita, los dioses se angustian,
la herida va cerrándose penosamente y la realidad es un engaño.

Ya no salgas de tu casa, me digo, pienso,
algunos creen que todavía pienso,
ya no salgas de tu casa, los árboles del jardín
fueron abandonados por sus mariposas de cabezas transparentes
y por sus ardillas de colas casi blancas:
vuélvete solitario y con la lengua como un coleóptero.
Escuchemos, no, mejor no escuches
porque nada se oirá nunca, nada se oye, ¿quién oyó alguna vez algo?
El mundo está por desenmascararse, aunque no, nadie, tal vez
no, nunca, nadie sería capaz de permanecer de rodillas
y sin el vértigo de su máscara de carnaval nocturno.
Bóvedas casi azules en el incienso de San Patricio
donde la realidad, aquel mito olvidado, es todavía una luz ilusoria.
Por lo que sabemos, nuestra memoria se debilita
pero hay esperanza, habrá mucha esperanza, aunque no para nosotros”.

Ahora todos vigilan tus aspavientos, dibujan
el signo de la cruz en el aire, te saludan, sonríen,
agitan el cuello, y como pepinos muy alargados
abandonan su espacio bajo estas bóvedas
sin que nadie pueda descifrar, después de todo,
lo que está sucediendo más allá de la camisa de fuerza.

 

ALABANZA DE AQUEL VUELO
(Fragmentos)

Tal vez yo soy aquel niño que observa los movimientos
de la lagartija durante el verano de 1947.        

Ella es veloz, muy tímida, y levanta el cuello para descubrir,
desde su luz, el nidal de las perdices a los pies del castaño. 

Mi padre respira con dificultad sobre su cama de cedro:
es un lagarto de respiración moribunda.

Ya casi no abre los ojos y no puede levantar la cabeza
para descubrir el nidal de las perdices:
hay humedad en los vidrios de la ventana
y también hay un poco de musgo con algunas gotas
de agua sucia, como sucede sobre la piel de la lagartija.

Julio Lavín Cayuso está muriéndose, inmóvil, paso
a paso, aunque el misterio en mí lo niega y no lo percibe:
su mirada es del color de la perdiz durante el otoño.

Ya no hay huevos en el nidal, casi no sopla el viento,
y de pronto cantan los canarios desde aquella jaula de mimbre.

 

                                               ***

 

Aún estoy cumpliendo mis primeros ocho años
bajo esta higuera que es mucho más que una higuera:
los cumplí hace quince minutos
y todavía es el verano de 1947.

Tal vez nada transcurre, aunque el silencio
cruza frente a la ventana de los vidrios húmedos,
cruza en silencio como una nave religiosa,
como un olor que al fin podría ser abominable.

La muerte será como aquellos calamares
en el vértigo de su propia tinta:
una muerte que nos abruma desde lejos,
aquí, desde la antigua Cantabria donde nació mi padre,
desde muy lejos y junto a nosotros, aquí, en aquel silencio,
más bien desde el pulso de este silencio que nunca
dejará de transcurrir en memoria del nidal de las perdices,
aquel silencio cuya figura es un calamar hundiéndose
bajo el aire marítimo de la higuera.

Ya no hay huevos en el nidal, casi no sopla el viento,
pero esta higuera es un soplo que viene del Cantábrico, la cólera
en aquel soplo de los dioses más antiguos,
el esplendor y la cólera en aquellas aguas oscuras
donde los cántabros pusieron los primeros nidos
apoyándose en las más antiguas aves migratorias:
cardumen de huevos, nidal de merluzas muy finas y muy frías,
cardumen de peces voladores con sus ojos
de perdiz, ojos lentos y veloces, ojos casi líquidos, aquellos ojos migratorios,
aquellos ojos del color de la piel del océano Atlántico.

Tal vez nada transcurre, ni siquiera la muerte, aunque el silencio
cruza el espacio de la habitación, un silencio en cruz,
complicidad de la memoria, silencio en la figura, todo el cuerpo
de aquella cruz volando sobre la cama de cedro de mi padre
que alguna vez me dijo desde su silla de mimbre, cuna
y tumba, junto a la jaula donde los canarios
cantan alegres, tristes y alegres, todavía:

--Nunca te subas al árbol sagrado, hijo mío, nunca
trates de subir con ojos de ave rapaz
hacia la higuera que se pierde
en las alturas del cielo donde todo es abundancia:
el higo mayor, el higo de la ciencia religiosa,
los higos supremos, los higos de la Nueva Alianza, el higo
inagotable de los eremitas, aquellos higos de Dios.
Los dioses no permiten que cualquier mortal se suba a la higuera.
Sólo puedes subir con la mirada, esa mirada
que siempre llegará lejos, mucho más lejos
que nuestros huesos de olor aborrecible, hijo mío.

                                                     ***

Religiosa es la ciencia de la higuera rupestre, aquel árbol sagrado
que reinará secularmente sobre los otros árboles:
la higuera de las Pagodas, el baniano, la higuera de Bengala,
el árbol del mundo que une la tierra al cielo,
aquel cielo en espiral como sucede con el corazón de los zorzales,
aquel cielo que se estrella a sí mismo y se vuelve arborescente,
cuánta profundidad y transparencia como el árbol de Buddha.

Se ha vuelto humo la muerte y todo es conocimiento
superior, vida no sólo arbórea, no solamente longeva
sino también fecundante y acuática, fértil y aérea:
hay que envolver con paja la placenta de la becerra, de inmediato,
habría que colgarla de la rama de un baniano para que la vaca del Universo
tenga todas las leches del mundo y sea muy fecunda, como todo arborícola
cuyo espíritu es religioso y palpitante y aéreo como el párpado de Dios,
aquel párpado sin principio y sin fin, aquel párpado
como toda la belleza incendiada:
ojo en espiral, ojo de luz, aquel párpado único.

Revelación de los higos del árbol sagrado cuya memoria
se extiende, toda memoria es lactancia, sobre los otros árboles:
con sigilo avanza la música de las serpientes en el movimiento
pendular de la memoria, y en cada higuera se puede ver el perfil de Dionisos:
recojamos la leche de la higuera después de una incisión en la corteza
que todavía se estremece como el párpado
de algún dios perdido en la noche:
los higos son el esplendor en la fecundidad diurna, vespertina
y nocturna, esa fecundidad que viene de los muertos,
aquella fecundidad en los higos de semilla múltiple, higos
que son tan sagrados como la sangre de la higuera más antigua 
y están llenos de semillas innumerables:
son los higos de Dios, los higos de la ofrenda y de la fiesta.

                                                      ***

Sospecho que nunca dejaré de cumplir ocho años
junto al nidal de las perdices, allí donde casi no sopla el viento:
aún hay musgo con algunas gotas de agua sucia,
como sucede sobre la piel de las lagartijas.

No sopla el viento y nunca dejaremos de cumplir ocho años,
ochenta veces ocho, como mi padre en su cama de cedro
y junto a los canarios que sólo cantan, tristes y alegres, en aquella jaula
de mimbre, la jaula del equilibrio cósmico, de la rosa
de los vientos, la jaula de la rueda céltica, de la rueda búdica, la jaula del ocho
en su equilibrio impulsado por las leyes de rotación y traslación, el ocho,
siempre el ocho extendido como un puente que une al cuadrado
con el círculo, la cuadratura de la tierra con el impulso circular del cielo:
los  brazos de Vishnú son ocho, como los guardianes del espacio,
y ocho son los planetas bautismales
alrededor del sol, aquel octágono en llamas eternas,
y son también ocho los sueños de la Santísima Trinidad, ocho
son las formas de Shiva, y Buddha se sitúa en el centro
de ocho capillas radiantes como el ojo de las águilas
en aquel paisaje del cosmos tan alto y tan profundo.

                                                        ***

Julio Lavín Cayuso está muriéndose, inmóvil, paso
a paso, aunque el misterio en mí lo niega y lo percibe:
su mirada es del color de la lagartija durante el verano de 1947.

Ya no hay huevos en el nidal de las perdices, casi no sopla
el viento, una luz cruza frente a la ventana
de los vidrios húmedos, y aquel viento es el espíritu
de la lagartija, un viento muy débil que busca la luz,
aquella luz casi moribunda junto a la ventana.

Mi padre respira con dificultad sobre su cama de cedro:
tal vez nada transcurre, ni siquiera la muerte,
aunque el silencio, aquel origen de la muerte, cruza el espacio de la habitación:
es un silencio convertido en cifra más bien indescifrable, un escándalo,
la algarabía muda, el silencio de la muerte original, aquel silencio
en cruz, la más antigua cruz geométrica, la primera y la última,
un escándalo mudo, la complicidad de toda memoria, aquel silencio
en el asombro de la figura paterna, todo el espíritu terrenal y volátil
en el cuerpo de la lagartija, imagen del principio y del fin, todo el cuerpo
de aquella cruz volando sobre la cama de cedro de Julio Lavín Cayuso,
quien alguna vez me dijo desde su vieja silla de mimbre:

--Toda muerte es un escándalo, hijo mío, no te olvides de mí, nunca
trates de subir hacia la higuera con esos ojos de ave rapaz, nunca te subas
al árbol sagrado que se pierde en las alturas del cielo donde todo es abundancia:
el pulso en el ojo del higo, aquel ojo del lagarto mayor, el impulso
en el ojo del higo, aquel ojo del lagarto en su ciencia religiosa,
el pulso en los ojos de los higos, aquellos ojos
de los lagartos supremos, aquel impulso en los ojos
de la Nueva Alianza, aquel ojo pulsátil
del lagarto mayor, el vuelo, aquel ojo inagotable de los eremitas,
aquel impulso en el ojo de Dios, el vuelo, hijo mío, aquel vuelo
en la higuera de Dios, higuera insular y múltiple, árbol sagrado.
Los dioses no permiten que cualquier mortal se suba
al lagarto mayor, aquel árbol de los higos cuyo vuelo
no tiene principio ni fin:
sólo puedes subir con la mirada, esa mirada que siempre llegará lejos,
mucho más lejos que nuestros huesos de olor aborrecible, hijo mío.
De lo diverso, no te olvides, habrá de surgir la más bella armonía,
pues todas las cosas se originan en el espacio de la discordia.
Ruega por mi alma, todo hombre es un suspiro, ruega
y nunca me olvides, nunca jamás:
ya me voy a dormir, aunque el sueño no aparece
con su cara de niño, todo sueño es un niño
que corre hacia la niebla en aquellos días del Cantábrico,
y tal vez la muerte es todo lo que vemos, higuera
de Dios, cuando estamos despiertos.




 

Proyecto Patrimonio— Año 2010 
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e-mail: letras.mysite.com@gmail.com
LA MÚSICA DE HERNÁN LAVÍN CERDA: SUBVERSIÓN IMAGINATIVA, FIESTA DEL INTELECTO.
(De la antología Música de fin de siglo, colección Poetas Chilenos en Tierra Firme,
Fondo de Cultura Económica, 1998. Selección de poemas en verso y prosa, sin un estricto orden temporal).
SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE