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Apariciones de Rosario Castellanos 
“No invento lo que digo Sólo estoy recordando”

Rosario Castellanos, Solo este día. Antología poética, Selección y nota introductoria de Vicente Quirarte,
Joaquín Mortiz, México, 2013, 279 pp.


Por Hernán Lavín Cerda
Publicado en Revista de la Universidad de México. N°158, Abril de 2017


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¿Rosario Castellanos una vez más? Dime, Chayito, cómo y por dónde empiezo, como hubiera dicho el inolvidable maestro y amigo Jaime Sabines. Aún transcurren los días 18, 19 y 20 de agosto del año 1969 en Santiago de Chile, y acaba de inaugurarse el Encuentro Latinoamericano de Escritores. Como fantasmas muy vitales aparecen en nuestro recuerdo algunos poetas, novelistas y ensayistas. Si la memoria no me es infiel, desde la Ciudad de México los veo a todos ellos, como pude verlos en aquel tiempo, hace casi medio siglo, así es, los vi en genio y figura. Ay, Dios mío, no me pregunten cómo pasa el tiempo, para decirlo con palabras de José Emilio Pacheco, aquel inolvidable artista de la palabra. Desde Argentina aparecieron como por arte de magia Leopoldo Marechal, David Viñas y Marta Traba. De Uruguay tuvimos la presencia de Juan Carlos Onetti, Ángel Rama y Carlos Martínez Moreno. Jorge Enrique Adoum, aquel ecuatoriano de muy amplia cultura que residía en París. Mario Monteforte Toledo, de Guatemala. Mario Vargas Llosa y el poeta Antonio Cisneros, de Perú. Salvador Garmendia, de Venezuela. Juan Rulfo, Rosario Castellanos y Emmanuel Carballo, de México. Y como observadores estaban Camilo José Cela y José Hierro, de España, y el novelista francés Claude Simon. También apareció por allí otro personaje muy singular: novelista, poeta, ensayista y maestro universitario. Me refiero a Fernando Alegría, quien ejercía la docencia en la Universidad de Stanford, allá en California.

Por aquel tiempo, yo trabajaba en la Sección de Literatura Hispanoamericana de la Biblioteca Nacional, en Santiago de Chile, y ya escribía artículos o ensayos literarios en periódicos y revistas. Recuerdo que asistí a varias mesas redondas donde participaron aquellos escritores. Entrevisté a más de alguno de ellos, si la memoria no me es infiel, para periódicos y revistas donde colaboraba. Tomé muchas notas en libretas o cuadernos que desparecieron en aquel infausto año de 1973, cuando la confabulación interna y externa acabaron con la presidencia del doctor Salvador Allende y se instauró, a sangre y fuego, la dictadura castrense. A partir del 13 de octubre de 1973, un mes después del golpe de Estado, ya estábamos en México: Vuestro Inseguro Servidor, alias Hernán Lavín Cerda, mi esposa Nora Figueroa de la Fuente, maestra de literatura hispanoamericana, y nuestro hijo Boris Iván, con sus siete años en el alma y en el cuerpo. Muy pronto tuve la fortuna y el honor de incorporarme como maestro a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, nuestra máxima Casa de Estudios, así es, la Santa Madre unam, como la llamo desde aquellos días del dolor, del asombro y del renacimiento.

La maestra Cristina Barros, hija del inolvidable rector Barros Sierra, me invitó cordialmente a sostener un diálogo con sus alumnos de la Facultad. Fue una mañana inolvidable y, ¿por qué no decirlo?, al borde de las lágrimas por tantas emociones encapsuladas hasta ese momento. Viví una especie de logoterapia existencial por dentro y por fuera. Un ejercicio doloroso y estimulante con aquella luz universitaria al final del túnel. Cuánto dolor y cuánto agradecimiento a México y a su máxima Casa de Estudios. Sospecho que fuimos pumitas desde aquel amanecer del Génesis para todos nosotros. Recuerdo que en algún momento le pregunté a Cristina si era posible que me comunicara con Rosario Castellanos. “Por ahora no es posible, mi querido Hernán, porque Rosario es la embajadora de México en Israel. Cuando regrese, te prometo que nos reuniremos con ella”. “No sabes cómo la apreciamos y queremos en Chile”, le dije sin ocultar la emoción, “desde que tuve la fortuna de conocerla en aquellos días del Encuentro Latinoamericano de Escritores”. Por desgracia, no pude verla y hablar con ella una vez más. Rosario se nos fue accidentalmente de este mundo y, ¿por qué no decirlo?, nos quedamos un tanto huérfanos, sin su compañía corporal, aun cuando siempre nos acompaña su voz tan antigua, en el sentido más puro de la riqueza, y tan contemporánea. De su ser brotan y palpitan varios tiempos. El del México antiguo que brota como un surtidor desde lo más profundo de Comitán, en Chiapas, y el del México más o menos contemporáneo. Digo más o menos, pues lo contemporáneo siempre emerge desde honduras prehispánicas.

—Suéltate el pelo, Chayito —le dijo alguna vez Jaime Sabines, quien también venía de aquellas tierras—. Sin duda que tu poema “Lamentación de Dido” es notable. Giras sinuosamente alrededor de aquel Eneas de la Antigüedad grecolatina, y tus palabras iluminan aquellas atmósferas. Sin embargo, yo me atrevo a sugerirte que te sumerjas a fondo en tus propias circunstancias vitales. A ti te suceden cosas, como nos pasa a todos, y algunas no son muy gratas. ¿Por qué no sacas a flote esas experiencias? Hay un poder sensorial e iluminante en muchos de tus poemas. Funciona muy bien en ellos el sonido y el sentido. Aunque te duela, enfréntate a esos demonios y transfigúralos o más bien ilumínalos con ese ímpetu medular de tus palabras.

Por lo que sabemos, aquella conversación con Sabines fue un verdadero estímulo, el gran impulso para Rosario Castellanos, quien indudablemente poseía todo el vigor o la temperatura del lenguaje en su más alta función poética. Además de ello, siempre tuve la impresión de que en lo más profundo de Rosario palpitaba una especie de elegancia de espíritu. Una elegancia a menudo desgarrada por la incertidumbre permanente en el campo del amor. No fue bien correspondida. Vuelvo a recordarla en aquella mesa redonda celebrada en Santiago de Chile, junto a Leopoldo Marechal, Jorge Enrique Adoum y Salvador Garmendia, si la memoria no me es infiel. Cómo leía Rosario con su voz fresca, de buen timbre, y respetando las pausas entre cada verso. Sus palabras caían a plomo. Hasta lo adjetival, como por arte de magia, se volvía luminosamente sustantivo.


APARICIÓN DE SOLO ESTE DÍA

Ahora tengo en mis manos Solo este día  (Joaquín Mortiz, México, 2013), la antología poética cuya selección y nota introductoria pertenecen a Vicente Quirarte, quien fuera en aquel tiempo uno de los alumnos más destacados en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, y a quien vimos crecer y multiplicarse con luz propia en la docencia como en la investigación, y asimismo en su propia literatura que se extiende desde la poesía hacia el ensayo, la narrativa y el teatro. Tengo la impresión de que Rosario Castellanos fue abandonando, paulatinamente, las huellas de la estética romántico-modernista. Los tonos coloquiales fueron apareciendo de un modo gradual en su poesía. Esta apertura muy enriquecedora puede apreciarse en la serie de seis textos bajo el título de “Kinsey Report”. No me resisto a transcribir, al menos, el primer poema: “—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir / que se levantó un acta en alguna oficina / y se volvió amarilla con el tiempo / y que hubo ceremonia en una iglesia / con padrinos y todo. Y el banquete / y la semana entera en Acapulco. // No, ya no puedo usar mi vestido de boda. / He subido de peso con los hijos, / con las preocupaciones. Ya usted ve, no faltan. // Con frecuencia que puedo predecir, / mi marido hace uso de sus derechos o, / como él gusta llamarlo, paga el débito / conyugal. Y me da la espalda. Y ronca. / Yo me resisto siempre. Por decoro. / Pero, siempre también, cedo. Por obediencia. // No, no me gusta nada. / De cualquier modo no debería de gustarme / porque yo soy decente ¡y él es tan material! // Además, me preocupa otro embarazo. / Y esos jadeos fuertes y el chirrido / de los resortes de la cama pueden / despertar a los niños que no duermen después / hasta la madrugada”.

Como puede verse de inmediato, la escritura poética se aproxima a otros tonos donde la presencia metafórica no es lo predominante. Pudiéramos decir que estamos en presencia de un fenómeno mucho más cercano al coloquialismo ¿antipoético? Tal vez así lo diría un especialista en estos asuntos.

El poeta y maestro Vicente Quirarte señala con lucidez que “pocos escritores mexicanos —sin distinción de género— fueron tempranos dueños de una escritura tan sólida como bien dirigida. La fuerza de Rosario Castellanos es producto de su capacidad para transformar lo vivido en palabra poderosa y permanente. Persistió en el crecimiento orgánico de su escritura y de su vida, se transformó en ejemplo de tesón y honestidad, representó a México y su cultura en el extranjero y abandonó este mundo de manera tan contundente como llegó a ocuparlo. Xavier Villaurrutia señaló que cuando un escritor es poeta, toda su escritura está regida por esa exigencia. Los primeros libros publicados por Rosario Castellanos son exclusivamente de poesía. Sin embargo, con el paso de los años es la parte menos estudiada de su obra. Al volver a esta parte de su escritura, a su cultivo incesante del verso, está dedicada la presente antología”. Digamos que cuando Quirarte se refiere a Rosario Castellanos está de algún modo refiriéndose a sí mismo, puesto que toda su escritura, más allá de los géneros literarios, se origina en el vientre materno de la poesía. Siempre tuvimos la certidumbre de que Vicente Quirarte no tenía y no tiene y no tendrá más remedio que aceptarlo, humildemente. Aleluya por él y por los que lo acompañamos en su crecimiento de cada día. Debo reconocer que Vicente escribió un prólogo muy lúcido, “La música de Hernán Lavín Cerda: subversión imaginativa, fiesta del intelecto”, que aparece en mi antología Música de fin de siglo, dentro de la colección Poetas Chilenos en Tierra Firme, publicado por el Fondo de Cultura Económica en Santiago de Chile, en 1998. En su texto, Quirarte ejercita el arte de una lectura luminosa, no academicista, y tocada por la sutileza de un humor muy fino e inaugural.

Vuelvo a Rosario Castellanos y me detengo en estas reflexiones suyas, cuando no sabía muy bien qué camino tomar en su etapa universitaria. La escolástica filosófica dejó de ser atractiva. ¿Qué hacer, entonces, por qué caminos nos vamos? “Cuando me di cuenta de que el lenguaje filosófico me resultaba inaccesible y que las únicas nociones a mi alcance eran las que se disfrazaban de metáforas, era demasiado tarde. No sólo estaba a punto de concluir la carrera sino que ya no escribía ni endecasílabos ni consonantes ni sonetos. Otra cosa anfibia. Ambigua. Y, como la cruza de especies diferentes, estéril. ¿Evidencias? Una infinidad de manuscritos destruidos y los dos primeros poemas del volumen de que hemos venido hablando: ‘Apuntes para una declaración de fe’ y ‘Trayectoria del polvo’ (…) El pecado sin remisión de ambos poemas es el vocabulario abstracto del que allí hice uso. Me era indispensable suplirlo por otro en el que se hiciera referencia a los objetos próximos, en el que los temas tomaran una consistencia que se pudiera palpar. Para salir del callejón no encontré mejor manera que poner frente a mí un dechado, un ejemplo. Y luego, laboriosamente, copiarlo con la mayor fidelidad posible. Elegí a Gabriela Mistral, a la Gabriela de las ‘materias’, de las ‘criaturas’ y de los ‘recados’. A la lectora de la Biblia. Lectura a la que, desde luego, me apliqué yo también. La buena sombra de tan buenos árboles (y aun mucho de su follaje) cae sobre las páginas De la vigilia estéril. Infortunado título que permitió a mis amigos hacer juegos de palabras. ¿Estéril o histéril? Y yo era soltera contra mi voluntad y el drama del rechazo de los aspectos más obvios de la feminidad era auténtico. ¿Pero quién podía adivinarlo si lo cubría tan estorbosa hojarasca? Había yo llegado a la misma conclusión del escultor: la estatua es lo que queda cuando se le ha quitado todo lo que le sobra de piedra”.

Podemos ver, entonces, que la estética romántico-modernista no era el camino adecuado para llegar al fondo de su angustia. Las relaciones sentimentales iban pareciéndose cada vez más a un callejón sin salida. Pero el cambio en su escritura ya era, como dirían los clásicos, un secreto a voces, al menos para ella. Como lo hemos señalado anteriormente, las visiones de su serie “Kinsey Report” germinaban en lo más profundo de su ser, ¿como dirían los especialistas?, y el salto hacia adelante sólo era una cosa de tiempo. “¿Hay algo más trivial que una mujer burlada y que un hombre inconstante?”. Podríamos detenernos aquí y darle vuelta a lo mismo de lo mismo, aunque con otras palabras, pero lo más adecuado, sí, lo que más nos ilumina es su propio testimonio: “Entre tantos ecos empiezo a reconocer el de mi propia voz. Sí, soy yo la que escribe ‘La velada del sapo’ tanto como el ‘Monólogo de la extranjera’ o el ‘Relato del augur’. Tres hilos para seguir: el humor, la meditación grave, el contacto con la raíz carnal e histórica. Y todo bañado por la ‘Lívida luz’ de la muerte, la que vuelve memorable toda materia”.

Atreverse a atreverse, entonces, la cosa está muy clara. Las sinuosidades del mundo clásico-romántico-modernista pueden llegar a ser un peligro no sólo en privado sino también en público. Por supuesto que no se trata de partir de cero. Hay todo un mundo por delante, no sólo en el ámbito escritural, y es preciso abrirse a otros modos de decir (¿de otro modo lo mismo?) lo que hay que decir antes de que estalle esa especie de bomba de tiempo que llevamos por dentro y a partir de la región umbilical, donde al parecer todo se cocina sin misericordia, como sin duda hubiese dicho aquel Oliverio Girondo con su energía, su sentido del humor y su des/equilibrio que todo lo perturba, iluminándolo.

“Digo que me demoro en esta etapa porque no me gusta reconocer que me estanco”, dice Rosario Castellanos con humildad. “Tiene que venir un fuerte sacudimiento de afuera para que cambie la perspectiva, para que se renueve el estilo, para que se abran paso temas nuevos, palabras nuevas. Muchas de ellas son vulgares, groseras. ¿Qué le voy a hacer? Son las que sirven para decir lo que hay que decir. Nada importante ni trascendente. Algunos atisbos de la estructura del mundo, el señalamiento de algunas coordenadas para situarme en él, la mecánica de mis relaciones con los otros seres. Lo que no es sublime ni trágico. Si acaso, un poco ridículo. Hay que reír, pues. Y la risa, ya lo sabemos, es el primer testimonio de la libertad. Y me siento tan libre que inicio un ‘Diálogo con los hombres más honrados’, es decir, con los otros escritores. Al tú por tú. ¿Falta de respeto? ¿Carencia de cultura si cultura es lo que definió Ortega como sentido de las jerarquías? Puede ser. Pero concedámonos el beneficio de la duda y dejemos que el lector-cómplice se tome el trabajo de elaborar otras hipótesis, otras interpretaciones”. ¡Más claro ni el agua! Ya está dicho todo o casi todo. ¡Manos a la obra, entonces!, como diría un clásico de la lengua y tal vez no sólo de la lengua.

Ahora les ruego que me concedan un minuto de misericordia para recordar aquellos tiempos de mi grata incorporación como maestro a la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, poco después de llegar a México a raíz de aquel infarto mortal y castrense, con apoyo de la Casa Blanca que algún día visitamos en la ciudad de Washington, contra la democracia en aquel insólito país que aún se llama la República de Chile. Septiembre de 1973 alojado traumáticamente en nuestra memoria. Muerte en Chile y resurrección en este México lindo y querido. La Historia con mayúscula suele ser cruel. Lo cierto es que uno al fin no sabe nada, casi nada, ¿nadita de nada? ¡Vaya uno a saber! ¿Gracias a la vida que me ha dado tanto?, para decirlo con palabras de la inolvidable Violeta Parra.

Y ahorita me despido, paso a paso, más o menos hundido en lo que alguna vez fue esta silla giratoria, con la siguiente anécdota que emerge de la memoria del muy querido Vicente Quirarte:

“Cuando buscábamos un nombre para una nueva revista literaria, comentamos con él” (es decir, con Vuestro Inseguro Servidor, alias ¿Hernán Lavín Cerda?) “los probables títulos. Con el Anciano del Mar pesándonos sobre los hombros, proyectábamos un nuevo galope del Caballo Verde nerudiano, mientras el poeta Héctor Carreto resucitaba la Zona de Guillaume Apollinaire. Hernán nos dijo con la exquisitez y la dulzura que aumenta la eficacia de su terrible agudeza: ‘Son nombres muy serios. ¿Por qué no le ponen algo así como La mantequillera de terciopelo?’. La sugerencia es como una poética que anima la totalidad de su obra: el encuentro fortuito entre materiales que en apariencia no guardan relación entre sí, y por eso crean mundos autónomos y sorprendentes”.


 

 

 

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Apariciones de Rosario Castellanos 
“No invento lo que digo Sólo estoy recordando”
Rosario Castellanos, Solo este día. Antología poética, Selección y nota introductoria de Vicente Quirarte,
Joaquín Mortiz, México, 2013, 279 pp.
Por Hernán Lavín Cerda
Publicado en Revista de la Universidad de México. N°158, Abril de 2017