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BREVE RETRATO DE SU MAJESTAD
EL LOBO SAPIENS, ALIAS ¿HERNÁN LAVÍN CERDA?

(Ciudad de México, primavera de 1979)


 


 


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Se supone, como aún dicen las buenas y malas lenguas, que Su Majestad el Lobo Sapiens, alias el Otro, a menudo el Otro, o tal vez ¿Hernán Lavín Cerda?, nació en Santiago de Chile el 7 de octubre de 1939, poco después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Por lo que aún se sabe a ciencia no muy cierta, hizo sus estudios primarios y secundarios en el Liceo San Agustín, que en aquel entonces se ubicaba entre las calles Estado y Agustinas. Luego cursó sus estudios superiores en la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile (Escuela de Periodismo o Ciencias de la Comunicación), obteniendo su título de licenciatura en 1965.

--Empecé a escribir --sonríe Lavín Cerda-- cuando aún no cumplía los doce años. Esos textos de ficción se publicaron en la revista Toma y lee, dirigida por el padre Alfonso Escudero. Fue él quien me impulsó a seguir escribiendo. Algo similar había hecho antes con otro alumno del Liceo: me refiero al novelista Carlos Droguett. Posteriormente, ya en la Universidad, recibí el impulso de la periodista y escritora Lenka Franulic, así como de Pablo Neruda. Recuerdo que en el 61, con motivo de la muerte de Lenka, escribí un poema de despedida que leí en el Cementerio General, ese infausto día de su entierro. Creo que aquel texto se publicó en la revista En Viaje, de aquellos años, allí donde también escribía, entre otros, el inolvidable poeta y amigo Jorge Teillier. A raíz de todo eso, el pintor Camilo Mori y su esposa Maruja Vargas concertaron una cita en casa de un arquitecto del cual, por desgracia, he olvidado su nombre, para que nos viéramos con Pablo Neruda y Matilde Urrutia. Lo cierto que es que Neruda, quien también leyó en el cementerio su poema inolvidable que empieza con estas palabras “Hoy me puse corbata negra para despedirte, Lenka…” quería conocerme, y así ocurrió. Sin duda que fue un impulso esencial para fortalecer mi vocación incipiente. En cierto sentido, se inauguró en mí el largo camino de la creación literaria que surge del ombligo materno de la poesía en verso o en prosa. Neruda escuchó mi balbuceante poema y al fin nos dijo a quienes estábamos allí esa tarde: “Tienes que seguir escribiendo. Lo que leíste en el cementerio es el mejor homenaje a Lenka Franulic”. Al año siguiente apareció mi primer libro, La altura desprendida (1962). Después vinieron títulos como Poemas para una casa en el cosmos (1963), Nuestro mundo (1964), Neuropoemas  (1966), Cambiar de religión (1967), Ka enloquece en una tumba de oro y el toqui está envuelto en llamas (1968), y La conspiración (1971). Todos ellos se escribieron y publicaron en Chile.

1973, ¿cómo olvidarlo?, fue el año de la gran conmoción, la gran farsa o el estallido sangriento: un estallido con su propia cronicidad. Debimos salir en búsqueda del exilio, pues el desarrollo de otro tipo de locura o de cuerda—locura emergió desde las profundidades del ser nacional. Cuánta capacidad de provocar dolor en lo privado y en lo colectivo. ¿La bestia que todos, potencialmente, llevamos dentro? Año 1973 palpitando aún en estos días del 2015, cuando acaba de irse de este mundo para siempre el recordado y querido amigo Eduardo Galeano, aunque los artistas del idioma como él no se nos mueren. Únicamente resucitan.

“Debimos salir al exilio --prosigue Lavín Cerda--, y pude advertir que el desarrollo de la locura es creciente y colectivo. No aquella supuesta locura de la creación, sino más bien la otra, aquella que siempre nos amenaza: la locura más o menos racional de la destrucción. ¡Qué criatura más creativa y destructiva es el llamado ser humano! Cuánto afán de dominio y poder por todos lados, galopando a diestra y siniestra. Ohhh apocalípticos. Cuánta proliferación de la fuerza bruta por encima de la vapuleada imaginación razonante. Dichas certidumbres fueron constituyéndose en una especie de arte poética. Mis obras editadas fuera de Chile, tanto en poesía como en narrativa, han venido a atestiguarlo. Allí están algunos títulos: Ciegamente los ojos (1977), El pálido pie de Lulú (1977; segunda edición en 1979), Los tormentos del hijo (1977), Ceremonias de Afaf  (1979), La calavera de cristal (1982), y Alucinación del filósofo (1983). Todas estas obras pertenecen al género de poesía, pero algunas como Los tormentos del hijo y El pálido pie de Lulú participan, asimismo, de la narrativa. También se han editado otros libros en prosa –cuentos--, como La crujidera de la viuda (1971) y El que a hierro mata (Barcelona, 1974). Además, se publicó mi libro de estética/ficción Metafísica de la fábula, en 1979.

--Sospecho que todos mis libros persiguen la utopía de la libertad a través del despliegue ¿infinito? de la imaginación. Sospecho que ni la palabra infinito es infinita. Lo cierto es que no podría permitir ninguna esclavitud de las fuerzas de la imaginación sin límites. Algo en mí dice aún que cultivo una escritura del deseo, de la espera, del azar transformándose en convulsión perpetua, aun cuando nada, casi nada es perpetuo en este mundo. Todo habrá de ser inesperado y permanente como el cielo. Confieso, con relativa humildad, ¿cómo negarlo?, que me descompone la literatura rutinaria, ese realismo esclerótico, esa manipulación de los sentidos de un modo burocrático, así es, ese burocratismo verbal y mental. No obstante, lo peor sería legislar en cuanto a qué líneas habría que seguir o no seguir. Que cada quien escriba como quiera o como puede. Acaso el asunto es ver o más bien transver cómo nos vamos cayendo desde la piel al alma. Que nadie se sienta con autoridad como para determinar lo que debemos o no debemos hacer. Por todos lados, con o sin piel de oveja, hay lobos con afán de constituirse en censores no sólo del futuro sino también del pasado, lo cual no deja de ser ridícula o patéticamente peligroso y embrutecedor. Esto sería todo, por el momento. Eso sería. ¿Les parece o no les parece? Hasta la próxima. No vean tanta televisión. Coman frutas y verduras. Caminen y no contaminen. Lo que Vuestro Inseguro Servidor no hace o hace muy poco. ¿Nos vemos entonces mañana o pasado mañana, a esta misma hora y en el mismo canal? ¡Sefiní!



 



 

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(Ciudad de México, primavera de 1979)