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Hernán Lavín Cerda: La apacible violencia de las palabras & Selección de poesía
Por Miguel Ángel Zapata
Publicado en
Inti: Revista de literatura hispánica: No. 26, Otoño-Primavera 1987
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—Miguel Ángel Zapata: Hernán, la incertidumbre, lo inesperado, lo desconocido del origen tanto del ser como del lenguaje, cumplen una función constante en tus poemas, dando así una visión filosófica de un contexto tal vez desconocido para el novato lector de poesía. Esto me intriga, procede de un cierto tipo de lecturas; quisiera saber si viene más de poetas que encumbran la metáfora, edificio sólido, piedra, o de narradores, claroscuros...
—Hernán Lavín Cerda: En tu pregunta señalas que hay una especie de visión filosófica en mi poesía. Te diré que tengo la sospecha de que dicha visión, a su modo, ilumina también mi trabajo ensayístico y narrativo (léase cuentos o novelas). Algunos críticos sostienen que esa tendencia es una constante que aparece en mi escritura desde el principio. Es probable que así sea: creo que no se equivocan totalmente. Desde hace algún tiempo, ya es casi un lugar común; pareciera que los comentaristas se hubieran puesto de acuerdo para insistir sobre la visión filosófica que en mis obras tendría un soporte en una suerte de trípode: 1) Reflexión intelectual; 2) Humor de variada índole; 3) Materia verbal convertida en cuerpo sensible.
¿Y todo esto por qué y para qué? Todo en una pulsión permanente sobre la cuerda floja de la vida transfigurada en lenguaje, el lenguaje de la poesía que para los más antiguos es algo así como el soplo del origen, o, si lo prefieres, el reino de lo indefinible por naturaleza. Me hablas de la incertidumbre, lo inesperado, lo desconocido. Te diré que, para mí, dichas substancias constituyen otra especie de Santísima Trinidad: una trinidad múltiple y camaleónica que podemos concebir o percibir como parte sustancial de nuestra vida y, a estas alturas, me parece que decir vida es casi como decir poesía; digo casi porque esta última se hace con palabras y, para muchos, las palabras (¿aire o soplo en posibilidad de articulación?) pertenecen al campo de lo equívoco. Ellas son componentes de una convención lingüística más o menos arbitraria y, al parecer, no tienen una profunda relación (no son lo que afortunada o precariamente designan) con ese mundo que más o menos entendemos por realidad.
¿De dónde proviene esa Santísima Trinidad? Fundamentalmente de mi experiencia vital no del todo literaria. Vivir o sobrevivir se me ha dado de esa manera: como el reino, sin rey, de la incierta certeza (y no es pura verba en arrebato pirotécnico); como lo eternamente esperado que a menudo se transforma en inesperado; como lo desconocido que acaso nunca podremos conocer. Siempre tengo la impresión/sensación de que una zona esencial de nuestra existencia no alcanza las otras orillas y, quizá por ello, no puede acceder a los campos magnéticos del lenguaje. Nos quedamos en la periferia de un centro enigmático: somos animales centrífugos aun cuando a veces, oh ingenuos, creemos estar tocando fondo de una manera centrípeta. Pero tal vez las palabras no fueron ¿inventadas?, ¿descubiertas?, para esa tentativa extrema del hombre no siempre infinito. ¿Será, en cierto modo, nuestra finitud la que nos impide llegar a ese centro perpetuamente desconocido?
Estamos en lo des(conocido) porque ahí vamos en la aventura de vivir. Lo vital, como ya dije, elevado a la máxima potencia y, por supuesto, las obsesivas lecturas que también constituyen la vital experiencia de cada día. Lecturas, música, pintura, cine: por ahí va el ritmo de nuestra respiración. Una red de vasos de comunicación perpetua. Y el amor, brújula básica, bujía básica, chispa motriz, qué duda cabe. En cuanto a literatura, te respondo que todos, poetas y narradores. Por el lado de los poetas, tanto los órficos, los larvados, los subterráneamente cultos y ocultos, los de pronto oscuros, los herméticamente oraculares, como los otros, los del habla nuestra de cada día, los iracundos, los irreverentes, los coloquialmente furibundos, los de la payasada metafísica (los patafísicos, como diría Julio Cortázar), los del absurdo lúdico y filosofante, los del neosurrealismo buñuelescamente disparados hacia la constitución de una nueva galaxia donde impere el reinado plebeyo del poder imaginante (la nueva sensibilidad, el nuevo ambiente estético, como diría Herbert Marcuse), los del humor popular que descalabra, los que aún buscamos, eufóricos y melancólicos, a Cecilia (Mia Farrow) y a Tom Baxter (Jeff Daniels) por la mágica pantalla de La rosa púrpura del Cairo, la obra maestra del escritor Woody Allen, los que somos in(capaces) de sonreír en una ceremonia fúnebre y lloramos de felicidad cuando podemos ver, no desde muy lejos, al fantasma múltiple de Federico Fellini, de Oscar Wilde, de Francisco de Quevedo, de François Rabelais, de Miguel de Cervantes, de Eugène Ionesco, de Goya, de Ettore Scola, de los hermanos Marx, de Gaudí, de Buster Keaton, de Francisco Toledo, de Chaplin, de Kafka, de Macedonio Fernández, de Francis Bacon, de Samuel Beckett, de Frida Kahlo, de Dámaso Pérez Prado, de Pablo Neruda, de Hieronymus Bosch, de Max Ernst, de Remedios Varo, de Juan Emar, de Felisberto Hernández, de Mathias Grünewald, de George Grosz, de Giuseppe Arcimboldi, de Jorge Luis Borges, de Marin Sorescu, de William Faulkner, de Henry Fuseli, de René Magritte, de Marc Chagall, de Amadeus Mozart, de Fernando Botero, de Paul Delvaux, de Astor Piazzolla, de Gabriel García Márquez, de Giorgio de Chirico, de Elias Canetti, de Dexter Gordon, de Yehude Menuhin, de Leonora Carrington, de Claudio Arrau, de Violeta Parra, de Stephane Grappelli, de Henri Rousseau, de Giuseppe Ungaretti, de Juan Rulfo, de Gato Barbieri, de Stan Getz, de Charlie Parker, de Domenico (Erland Josephson), el clarividente loco de Nostalgia, la obra maestra del cineasta Andrei Tarkovski, y por supuesto la sombra del semiólogo y novelista Umberto Eco, quien intenta descubrir en la biblioteca de una abadía benedictina el tratado sobre la risa que fue escrito por Aristóteles en algún momento de insoportable lucidez. Guillermo de Baskerville es el encargado de tal aventura. Y aquí interrumpo la serie del fantasma siempre inconcluso que fue, libremente, configurando el rostro también multiforme de mi trabajo artístico. Como ves, la lista concluye, por ahora, en esto de la risa.... Galaxia primordial... En fin. Creo que he respondido a varias de tus preocupaciones. Pasemos a la próxima.
—Lo apacible también merodea su propia violencia: el lenguaje. ¿Cómo has venido tratando tu lenguaje desde tus primeras publicaciones hasta Las nuevas tentaciones?
—Qué pregunta, Dios mío: en el fondo de ella, me temo, se oculta una zona de tinieblas que acaso nunca podamos revelar a través de la energía consciente. El lenguaje es cuerpo y alma, encarnación y soplo de aquello que, vagamente, llamamos espíritu. El milagro de la escritura, cuando ocurre, se gesta en el lenguaje y por el lenguaje. Si pienso en mi caso, me parece que la aproximación del ser del hombre al ser del lenguaje se ha dado casi siempre de un modo tenso, pulsional, rítmico, mágico, reflexivo, ¿quizá de sobrenaturaleza? Siempre he escrito en una suerte de rapto no muy lejano de lo mediúmnico. Oigo voces, dictados éticos y estéticos, escucho el registro musical de las ideas, y tengo que ser fiel a esa especie de llamado del más allá. Todavía más: jamás me propuse ser un escritor (me habría gustado cantar), nunca busqué este oficio, pero un buen o mal día aparecieron aquellos fantasmas (¿de qué otra manera llamarlos?) que no han dejado de dictarme imágenes, frases, versos, palabras sueltas, ideas, anécdotas, y en eso estoy desde hace treinta años. ¿La transfiguración más o menos moderna de algún espíritu de otro tiempo? ¿La parodia contemporánea de dicha transfiguración?
Probablemente en tu pregunta esté la combinatoria que se constituye en clave de buena parte de mi obra: el corazón de la apacible violencia. Confieso que no me siento muy capacitado para descifrar dicha clave. ¿Cuál es el punto de unión entre lo apacible y el estallido de una violencia que, me lo sospecho, no es sólo lingüística? Acaso mi literatura (lenguaje en acto, lenguaje metido a personaje que reclama un sitio en el escenario) sea como un gato más o menos apacible a punto de estallar convertido en tigre o, ¿por qué no?, en tigre que se autoparodia y es una oveja que de pronto puede dar lástima o risa en un ámbito de lo más absurdo, cómico, dramático y hasta conmovedor. Algo, eso sí, es común a todos mis libros, desde el primero, La altura desprendida (1962): la movilidad o la respiración un tanto insólita del lenguaje, su arte combinatoria, su estructura morfo-sintáctica. No es un lenguaje uniforme que desde la partida se encuentra a sí mismo y cuyo desarrollo puede ser rutinario; creo que en mi caso no hay una burocracia desde el punto de vista lingüístico. La dinámica es más o menos constante. Se trata, entonces, de un lenguaje en revolución permanente, aun cuando existan, por cierto, algunas constantes. Dichos lenguajes tampoco están en paz absoluta (la paz de los cementerios o de las academias o de ciertas leyes del mercado o de algunas ideologías igualmente sepulcrales). Más bien se trata de un lenguaje en lucha cotidiana. ¿Contra quién? Primero contra sí mismo, a fin de abrirle una salida para que él encuentre su propio oxígeno. Batalla en contra de sus manipulaciones, sus autocensuras, su falta de libertad para imaginar lo supuestamente inimaginable. Este lenguaje ha dado origen a distinto tipo de obras: barroco-satírico-mítico-histórica, como Ceremonias de Afaf (1979); amoroso-ético-erótica , como El pálido pie de Lulú (1977); de transformación narrativo-poético-sintáctica, como La crujidera de la viuda (1971), El que a hierro mata (1974), Los tormentos del hijo (1977), Aquellas máscaras de gesto permanente (en prensa); neuropoéticas como Neuropoemas (1966), Cambiar de religión (1967), La conspiración (1971), Ciegamente los ojos (1977); fragmentario-ensayístico-alucinante, como Metafísica de la fábula (1979); ontológico-¿visionaria? (perdón por la virtual pedantería) como Alucinación del filósofo (1983); mágico-oníricoalumbrada, como La calavera de cristal (1983); humorístico-filosóficoneuropoéticas, como Nueva teoría de la evolución (1985) y Las nuevas tentaciones (1987).
Terminé de responder a tu primera pregunta con aquella alusión a la risa: puente de ida y vuelta hacia la subversión ética y estética. Me atrevo a pensar que ella —en sus múltiples variables— empieza a ser un componente esencial en mis nuevas escrituras (trátese de poemas, cuentos, novelas, y hasta ensayos). Una risa no siempre visible, como es obvio, de payasada física o metafísica, de perpetuo funambulismo circense. De dolor (o de sus máscaras) transfigurado a veces en preguntas presumiblemente infinitas cuya respuesta es otra cadena de paradójicas preguntas... Aquí debo indicar que desde hace muchos años, tanto en artículos como en cartas o conversaciones, algunos escritores vislumbraron (antes que yo me diera cuenta) los deslizamientos de mi escritura: Ángel Rama, Carlos Montemayor, Fernando Alegría, Nicanor Parra, Saúl Yurkievich, Antonio Skármeta, Julio Cortázar. No podría dejar de agradecerles la luz que me dieron en algunos momentos de incertidumbre. También debo incluir a Noé Jitrik, a Federico Patán, a José Kozer, a Alfredo Veiravé.
—En un artículo que he leído de Federico Patán, sobre tu poesía, descubre en carne viva algunos aspectos de tu trabajo poético en forma profunda e iluminadora. Cuando leíste ese trabajo de crítica, ¿te ayudó a ver cosas que ni siquiera presentías que existieran en tus textos poéticos?
—Eso es indudable. Federico Patán es un escritor hispanomexicano múltiple: poeta, novelista, cuentista, ensayista, traductor (Shakespeare , cuentistas ingleses y norteamericanos), y profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde hace varios años se ha ocupado de analizar, con ojo muy profundo, mi creación literaria. El ha señalado, por ejemplo, mis vínculos con la filosofía de Oscar Wilde; asimismo, fue de los primeros que descubrió el carácter permanentemente paradójico de mi literatura; por allí dice que a la locura destructora de la sociedad se responde con la locura liberadora del constante hurgar en los misterios.... Sólo en el ocio de meditar se acaba con la ociosidad de la vida. En fin, son muchas las cosas que ha visto a través de su trabajo de análisis. Posiblemente él reúna estas visiones críticas fragmentarias en un ensayo de mayor alcance.
—Veo que escribes bastante. ¡Tu último libro tiene 218 páginas! No me puedes negar que la influencia de la narrativa se hace presente aunque numeras los primeros, o los 474 (llamémosle "ritmos")...
—En efecto, son ritmos, pero "ritmos del pensamiento". Mi escritura se vuelve cada vez más filosófica, sin por ello estar ligada a una escuela filosófica muy precisa. ¿Poesía a partir del absurdo (no siempre) convertido en instante lúcido y poético? Responderé con algunas palabras del rumano Marin Sorescu: Los niños tenemos la oportunidad de vivir en un mundo poético. El caos es el absurdo en sí mismo. Y claro: el absurdo es muy generoso con la poesía, puede hasta jugarse un poco el papel de Dios. De vez en cuando este absurdo se organiza y sucede la catástrofe. Por eso la visión del mundo en mi poesía es escéptica y rebasa los sistemas filosóficos. Está más allá del bien y del mal, pero siempre en el centro de la palabra, en la profundidad de nuestra alma existe una Palabra. La buscamos siempre y queremos llevarla hasta la luz. Creo que en mí también aparece, a menudo, la visión escéptica, aun cuando tampoco se trata de un escepticismo sistemático sino más bien heterodoxo y vital. Un escéptico con el oído despierto para captar la maravillosa música del universo. Sí, escribo casi diariamente desde hace más de veinte años. Como en un rapto, como poseído por las fuerzas del bien y del mal. Si hubiera nacido en el siglo XVI o antes, quién sabe si hubiese ido a parar a la hoguera de los inquisidores por algún desliz filosófico, por alguna visión mística, por alguna desviación lingüística, por algún balbuceo humorístico, o por excedente lúdico que las leyes profanas o divinas no pueden aceptar. ¿Influencias de la narrativa? Qué duda cabe; constantemente estoy trabajando en escribir cuentos, novelas, ensayos o narraciones breves, así como en el verso de cada día, esa forma que para mí es como la respiración o el sueño, ese sueño infinito que respira casi sin darse cuenta.
—Hernán, ¿cuándo saliste de Chile y por qué? ¿Cómo va tu vida en México? ¿Piensas volver o ya te quedas definitivamente?
—Abandoné Chile a fines de 1973, cuando se interrumpió violentamente el desarrollo democrático en aquel país de Sudamérica. ¿Por qué razón? Me parece obvio. El transcurso del tiempo ha venido a demostrar que el régimen instaurado desde aquella época no se caracteriza por su amor a los artistas. Para nadie es un misterio que tanto la docencia como la creación artística necesitan de un clima de auténtica libertad y pluralidad para desarrollarse con plenitud. Ese clima pude hallarlo en México donde incluso hay un constante apoyo a este tipo de actividades, a pesar de la crisis económica que sufre el país. Acerca de un retorno a Chile, lo veo todo muy nebuloso... tan nebuloso como la democracia. Entre otras cosas, puedo decir que en ese país no circula ninguno de mis libros (y no necesariamente porque estén prohibidos). Poco a poco se van olvidando de uno. Hay que seguir viviendo y ésa es la realidad. Lo otro son falsas ilusiones. Alguien podrá decir "qué egolatría la de este tipo", pero te confieso que no lo siento así: un pintor quiere que vean sus cuadros, un payaso quiere que aprecien o critiquen sus payasadas, un cineasta quiere que vean sus películas, una bailarina quiere que la vean bailar, un cantante quiere que lo escuchen —si es posible— hasta los sordos, y un escritor desea que sus libros se lean o, al menos, que estén en algún sitio. No me parece que este anhelo sea anormal. Y, en este sentido, puedo decir que yo soy una especie de fantasma en Chile. ¿Qué podría hacer allí, como no fuera envejecer hasta morir de tristeza en el banco de alguna plaza pública? Creo que no están dadas las condiciones, y acaso no se den por muchos años.
Por lo pronto, en septiembre de 1987 me fui a España y al fin descubrí en la región de La Cantabria (Santander) a una hermana de mi padre muerto en Santiago de Chile en 1966: me refiero a mi tía Encarnación, que tiene 97 años y que, por supuesto, tiene la mente mucho más lúcida que la mía... Además, aparecieron cinco primos-hermanos que yo ni siquiera sabía que existían. ¿Qué te parece el regalo de Navidad que me dio España? Sentí de inmediato que, de algún modo, también soy de allí, de la España libre e imaginativa, la de esos increíbles tipos quijotescos que uno va encontrando a su paso por ese país de Europa que está muy vivo y lleno de creatividad.
Mi vida en México se mueve en dos direcciones que se comunican entre sí: mi labor como maestro de literatura (Seminario de Poesía Iberoamericana Contemporánea, Taller de Creación Literaria) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y mi trabajo de escritor. De vez en cuando algunos viajes, el cine, la música, la lectura que siempre será inagotable, y sobre todo pensar de un modo asistemático: pensar por pensar, en fragmentos sin ánimo de trascendencia, y te aseguro que salen cosas sumamente divertidas. Es un ejercicio que finalmente provoca risa, aunque ésta se acompañe con algunas lágrimas. Pensar y matar moscas, no sin antes haber apreciado su oído y su zumbido. Son actividades que no cuestan mucho dinero (ninguna Bolsa de Comercio correría peligro) y que sin embargo lo estimulan a uno para seguir en la comedia de cada día.
—¿Y de los poetas, cuáles son los que dieron en el blanco de tus lecturas: los vivos, los muertos-eternos...?
—Esta historia empezó con los chilenos, como era de esperarse: Humberto Díaz Casanueva, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Rosamel del Valle, Jorge Teillier, Efraín Barquero, Gabriela Mistral, Angel Cruchaga Santa María, Eduardo Anguita, Gonzalo Rojas, Vicente Huidobro, Gonzalo Millán, Enrique Lihn, Manuel Silva Acevedo, Oscar Hahn, Waldo Rojas, Jaime Quezada, Federico Schopf, entre otros. Pero también Juan Emar, José Donoso, María Luisa Bombal, Nicanor Parra, Miguel Serrano. Conjuntamente con ellos, Rimbaud, Artaud, Eluard, Prevert, Móntale, Ungaretti, Quasimodo, Ponge, Sorescu, Borges, Vallejo, Paz, Veiravé, Sabines, Celan, Pound, Quevedo, Pessoa , Michaux, Alberti, Aleixandre, Perse, Dante, Virgilio, y tantos otros. La lista será siempre incompleta. Tal vez por ello las listas sean un tanto injustas. Esta es una lista hecha en vigilia y, se supone, apoyada en las fuerzas del consciente. Habría que añadir todos los otros poetas o, mejor dicho, los otros textos poéticos que han influido o están influyendo en el desarrollo de nuestra obra. Visto el problema desde este ángulo, veríamos que no todas las influencias pertenecen al mundo del consciente. Probablemente aquí estarían los aspectos más interesantes acerca de cuáles son las escrituras que, de un modo u otro, nos van configurando como artistas de la palabra.
—¿Tienes inéditos, en qué andas ahora, Hernán Lavín Cerda?
—Hay tres libros en prensa: Aquellas máscaras de gesto permanente (novela que forma parte de una trilogía); La felicidad y otras complicaciones (cuentos y prosas breves); y Crónica del transfigurado (poemas). Hay otros tres libros que están buscando su editor: Juguete casi cómico (poemas); Adiós a las nodrizas (poemas); Esta mujer es inmortal (poemas). Acabo de concluir, en su primera versión, otra obra poética bajo el título de Neuropoemas para la crisis, y estoy en conversaciones editoriales para ver la manera de publicar Historia de Beppo el Inmóvil (libro que está compuesto de cuentos, prosas breves, y la novela corta Crónica de Luis Abundio Martínez). Además, acabo de editar una breve antología de Nicanor Parra en la Colección Material de Lectura (Serie Poesía Moderna) de la Universidad Nacional de México. También estoy preparando una especie de antología de mi obra, bajo el título de El miniaturista se divierte.
—Curiosidad final: si escribimos para gozarnos de nuestros propios errores, de los sonidos y otras locuras mayores, ¿por qué escribimos? Tú escribes: De nuevo La Poesía: / ese montón de palabras estériles / aquel diálogo de mudos... baile de máscaras / ... de la ceremonia casi póstuma; te podrías responder con un mismo poema tuyo: mi amor fue como el agua / que en la noche se bebe a sí misma... ¿Qué me dices, para qué escribir estas cosas, si en realidad sabemos que no son palabras estériles?
—No sé, Miguel Ángel, quizá tengas razón. Pero sucede que a veces uno sospecha o siente, casi por instinto, que su obra no tiene muchos interlocutores. Llegar a saber quiénes son nuestros lectores es casi como descubrir nuestro origen. Aparentemente no es un asunto muy complejo, aunque más allá de las apariencias... no sé por qué escribo: lo único que sé es que no puedo dejar de hacerlo (al menos, por ahora; cómo es posible que lleve treinta años en lo mismo... ¿no es un empecinamiento poco lúcido?) Hay tantos libros en el mundo, libros que casi nadie lee, y sin embargo tratamos de que dicha suma vaya en aumento. ¿No te parece paradójica y extraña nuestra actividad, ese "oficio mayor" como tú le llamas con una fidelidad maravillosa? Te digo todo esto porque llevo tantos años encerrado en un rincón y batiéndome a duelo con las palabras a fin de sacar a luz el parto nuestro de cada día, en vez de irme a respirar buen aire en medio de los bosques que aún nos quedan en este mundo ecocídico. Sea como sea, ya ves que no tengo remedio: sigo amenazando a mis lectores-fantasmas con nuevos libros que responderán, tal vez, a nuestras inquietudes, sembrando nuevas inquietudes...
El espantapájaros
Había una vez un pájaro en la cabeza
del espantapájaros
y el sol desaparecía entre las nubes.
El espantapájaros se burlaba de las nubes
y el sol se burlaba del espantapájaros.
Así transcurrió el tiempo bajo los árboles
y al fin descubrimos que el pájaro era muy inteligente:
desaparecían los rayos del sol en su cabeza
y el espantapájaros, con su sombrero,
era todavía más inteligente:
sollozaba junto a la falsa picardía del pájaro
y terminaba convirtiéndose en el pícaro que a nadie espanta.
Hubo una vez un espantapájaros en la cabeza
del pájaro de plumas amarillas
y el sol se ocultaba entre las nubes.
Pajarito
Este pájaro no es más que un pajarito
cuya locura es digna
del mayor equilibrista:
casi todo es oscuro, líquido, lento
y sólo puedo creer en los sapos, los gusanos, las víboras.
Estoy confuso — piensa el pájaro — y sólo creo
en el pulso, el ritmo póstumo
el impulso de las víboras.
Uno se siente triste y canta sin darse cuenta,
uno sólo cree en los gusanos —piensa el pajarito—
cuando lo real es oscuro, líquido, lento
y frivolamente audaz, insidiosamente cómico.
Estos ojos no existen, esa lengua
es incapaz de soportarme,
aquellos labios desconocen lo que escuchan
y nunca saben lo que dicen.
¿Dónde estoy —piensa el pájaro—, quién canta
de ese modo, de quién es la señal de humo
más allá de aquellos árboles y aquellas piedras?
Historia de la lengua
Tal vez la lengua sirve para todo lo contrario
la lengua sirve para descubrir que la memoria no existe
probablemente la lengua sirve para enmudecer a los vivos:
digamos por ejemplo lo mismo de siempre
digamos tengo miedo cómo me duelen las muelas estoy
. . temblando
y esta lengua ni siquiera sirve para ejemplificar este ejemplo:
digamos Krishnamurti Krishnamurti Krishnamurti
digamos prefiero poner un huevo que robar un cerdo
digamos Lengua Lengua Lengua:
sin duda alguna la lengua es un pedazo de carne
que cuelga de la nariz que siempre cuelga de sí misma
como era en el principio y en el fin de los siglos:
sin duda alguna la lengua se abalanza sobre mi cadáver
sin lugar a dudas la lengua es un animal imaginario
y a lo lejos se escucha el eco de sus alaridos:
repitamos que a veces la lengua es un escarabajo
repitamos que a veces sólo a veces la lengua sirve
para descubrir que somos profundamente imaginarios:
a menudo me duelen las muelas y el arrepentimiento es pura lengua
a menudo vuelvo a lo mismo y descubro que la boca no existe
pero los mudos están felices al recuperar la memoria:
tal vez nunca sabremos qué hay en el fondo
donde el vértigo del sexo es épica sólo épica
y esta lengua se acostumbra al ruido de sus propias uñas:
dolor dolor remordimiento no nos queda más que eso
acaso esta lengua para hundirnos de rodillas
quizá este pedazo de carne para descubrir que nadie vuelve:
digamos serpiente por ejemplo digamos Jesucristo
digamos vuelve pronto es la hora de partir vuelve pronto
digamos que nada se pudre y todo vuelve a lo mismo:
toco tu lengua y no hay nadie la memoria no existe
toco tus párpados y siempre vuelvo a lo mismo
en medio de la incertidumbre de tanto animal venenoso:
a menudo tengo el pie encastillado dicen que tengo pie de mula
a menudo esta lengua no sabe lo que sabe
puesto que nadie canta o se duerme junto a ella:
digamos todo lo contrario lo inmóvil lo asesino
digamos por último que tal vez la lengua sirve
para borrar lo nunca dicho y bostezar después de muertos.
Divertimiento
Eres un escarabajo
en estado mental precientífico:
ay, Dios mío,
qué divertido es todo esto:
eres un cucurucho
en estado mental deplorable:
ay, Dios mío,
qué repulsivo es todo esto
y qué gracioso, Dios mío,
qué moscón, qué mosconeo
cuando a la nariz respingona
se me subió la mostaza.
Una mariposa en la nariz
Amarillo es el vuelo de la mariposa
que sin escándalo, más bien triste,
desaparece bajo los eucaliptos.
De pronto reaparece, salta en el aire
como todo animal convaleciente
y se detiene sobre mi nariz de trompetilla.
La mariposa canta, silba
y se muere de risa.
Sospecho que le doy pena, sin embargo.
El viaje
El color de los ojos de los perros
era como viajar en automóvil.
Viajábamos entre flores azules
y las mariposas aparecían
y desaparecían sin ningún pudor.
Así éramos bajo la luz de la mañana:
cadavéricos y fatuos bailarines.
Nadie sabía de la inmensidad
en el ojo de los perros.
Nadie, aunque viajábamos en la muerte.
El cuello del pelícano
Toco tu cuerpo sobre la arena.
Deberíamos ocultarnos:
diáspora, únicamente diáspora
junto al mar, casi de noche.
Todo es memoria, nada se olvida.
Desde la playa toco tu sangre
en el cuello del pelícano
y aún permaneces desnuda sobre la arena.
Entonces descubro, como en un vuelo,
el sobresalto de la muerte
más allá de tus labios.
Sombra
Sin duda estoy muerta
pero no puedo cerrar los ojos,
nunca podría dormir en esta casa:
quédate conmigo hasta que pase el terror.
Quisiera quedarme a tu lado, Sombra,
pero es imposible:
estas manos no me obedecen
cuando se oye el graznido de la lechuza
y estalla el relámpago entre las nubes.
Heredero de Van Gogh
Aún me duele este vacío
en la sombra de la oreja
que hemos perdido para siempre.
— No oigo nada, no me oigo:
afuera cantan los pájaros
queriendo escapar de su propia zozobra
y adentro cae la lluvia
como en el principio.
Aún me duele este vacío
y somos la fuga secular del agua
—como hubiera dicho mi sombra—
en esta religión que todavía me enloquece.
Garfio en la funeraria
Perpetuidad en los Mausoleos del Ángel:
enganche de sólo tres avemarías
o su equivalente en moneda dura.
Perpetuidad sin límites, ahora que cuelgas del garfio
como en la carnicería de la esquina.
Esplendor de tu cadáver, lujoso
en sus detalles de carne juvenil.
Palpitación del garfio inmóvil, destello
de una cruz sin límites.
Aviso en Los Ángeles
Rento ataúd silencioso en 50 dólares:
esta gran oferta incluye el transporte,
además del arreglo con flores de plástico.
Sin embargo no habrá música, es una lástima,
ni a la llegada ni a la salida.
Soy el último inventor de mí mismo, no hay duda,
pero cómo me duele esta cabeza.
Rento ataúd sin ningún ruido,
con aire acondicionado, agua potable, luz indirecta
y el oleaje subterráneo que nunca se interrumpe.
El tecolote
Hoy amanecí tecolote:
me espío, ceremonioso, burlándome de mí mismo.
Hoy amanecí vespertino, lúgubre, casi nocturno.
No sé quién soy, en un avemaría me desconozco.
No hay nadie en esta figura
que pierde el equilibrio
cuando se habla a sí misma.
"Procuro desnudarme de lo que aprendí,
procuro olvidarme del tecolote
y decir lo que siento
sin pensar en lo que siento."
Soy la imagen del tartamudo.
No sé quién fui, riéndome, y mi silencio es total.
Nuevamente me espío, con agudeza, y nunca me descubro.
Soy poeta místico
Has descubierto que soy un poeta místico
y no podría dejar de reírme
como quien ha llorado mucho.
Para algunos, los poetas místicos
son filósofos enfermos
cuya sabiduría es la incertidumbre.
Para muchos, los filósofos son hombres locos
que perdieron la razón cultivando el vicio
de pensar bajo las nubes.
Como se ha comprobado, las piedras tuvieron espíritu
en los primeros días del mundo
y los filósofos lo saben
aunque no quieran reconocerlo.