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La muerte del poeta.
En memoria de Hurón Magma (1961-2023)

Por Ricardo Herrera Alarcón


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Asistimos con mi amigo Sergio Spoerer a la presentación del último libro de Hurón Magma Y después el silencio (Bogavantes 2023) un día sábado  1° de abril en la tarde, en la biblioteca de Cunco, donde el poeta era el duende que ordenaba y desordenaba los libros: su propio jefe y caudillo en un apacible espacio, un trabajo que a mí me parecía perfecto y que Hurón solía llevar entre el entusiasmo y el sopor de la burocracia municipal. Temprano en su vida había emigrado a la pre cordillera luego de sus esponsales y no saldría de allí salvo algunos viajes a Temuco, encuentros literarios en Argentina (donde había publicado en Cipoletti su libro Bajo otro cielo) o viajes familiares al sur.

En los veranos solía visitarlo con mi familia, solo o con poetas amigos. La camaradería de Hurón era  noble y su fervor por la palabra se expresaba en la lectura de sus poemas al caer la noche. Era un poeta sencillo, querido por todos. Era un poeta a la antigua, de esos formados al calor de las lecturas lentas, así como sin apuro era también su escritura y sus espaciadas publicaciones.

En su momento, durante los años ochenta, recuerdo que Hurón Magma era un escritor central en la escena literaria de Temuco. O yo lo veía así desde mis ojos adolescentes. Su poesía era íntima y política al mismo tiempo y lo podías ver tanto en el taller literario Pewán del liceo Neruda, como en una manifestación callejera contra la dictadura, una peña folclórica o un encendido recital en alguna universidad. Hurón leía sus poemas políticos y el auditorio se encendía. Siempre imaginé que algo así pasaba con las lecturas de Esenin o Maiakovski en las fábricas obreras en la Rusia pre y pos revolucionaria.

Le perdí la vista por años hasta que nos reencontramos en el Tren de la Poesía en Temuco, cuando Elicura Chihuailaf le presenta El árbol de los sueños y Hurón lee sus poemas en un vagón atestado de gente. Me acerqué a saludarlo y no se acordaba de mí, así que fue una manera nueva de conocernos en ese contexto lárico: un tren, un viaje a Lautaro, un libro nuevo.

Seguimos viéndonos con  frecuencia y llegamos a ser buenos amigos, hermanos quizás. Hurón fomentaba esa cercanía con llamadas telefónicas, gestos de cariño como hacer el pan de la once o decirte que te quería, así sin más, porque los amigos verdaderos se quieren pero no siempre lo dicen.

Fue donde lo invitaron pero nunca mendigó espacio alguno, su estatura moral y su dignidad lo hizo un escritor de quien se hablaba casi en sordina, lejos de las antologías, de los premios, de las grandes convocatorias. Nunca me habló de la fama, de la posteridad, pero recuerdo siempre la dedicatoria que escribió a mi hija en su antología Si mañana llueve: “A Fernanda, te dejo este canasto de cerezas, este puñado de ciruelas, como testimonio de mi paso por la tierra”.

En una de nuestras últimas conversaciones me dijo que estábamos en el tiempo de la cosecha, que todo lo que habíamos sembrado durante años de escritura daba ya sus frutos. Me alegraron esas palabras porque Hurón veía en las pequeñas cosas que le sucedían una manera de agradecer su vida dedicada a la palabra y la escritura. Una manera en que el mundo le agradecía también a él una vida entregada a la poesía. Creo que se habría sentido contento con las palabras expresadas por Jaime Luis Huenún en la última feria del libro en Temuco, donde recordó al poeta y su importancia en la poesía del sur.

Fuimos con Sergio y su esposa a la presentación de su último libro y estaba feliz. Hugo Alíster hizo una detallada presentación de su obra y un amigo actor declamó sus poemas. No pude quedarme esa noche en Cunco y volví a Temuco sin saber lo que después sucedería.

Hurón Magma sufrió un accidente cerebro vascular el lunes siguiente, dos días después de esa presentación en la biblioteca de Cunco. Era como si hubiera organizado todo para despedirse, me dijo Sergio, despedirse de la vida, de los amigos, de su hija Nirvana, de su esposa Mercedes, de su padre a quién visitaba todos los días y que vivía a solo unas cuadras de su casa, que también estaba al lado de un bosque de eucaliptus y un pequeño estero.

Ya no suena el celular los días sábados o domingos porque mi amigo Hurón Magma murió una semana después de caer en coma. Al hospital Hernán Enríquez Aravena  lo fui a ver por última vez, a despedirme del poeta que encarnó mejor que nadie lo que alguna vez dijo su querido Jorge Teillier: La poesía debe ser una moneda cotidiana y debe estar sobre todas las mesas como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.

Su poesía sobrevivirá y será el testimonio genuino de su paso por la tierra. Sus poemas serán leídos por niños y jóvenes en las salas de clases, por parejas de enamorados en las plazas aldeanas, por amigos que entran a un bar de día y salen cuando ya es de noche.

En el poema “Códigos” de Y después el silencio, señala: “En el vaho que sale de la boca de los muertos/ se pierde el camino./ Por ahí se fueron los carros con las flores/ y en la mano derecha le colocamos monedas de plata/ para pagar al balsero./ En su mano izquierda un mapa/ donde están escritos los códigos para el regreso”. Mientras espero tu regreso te doy las gracias por tu amistad, querido poeta Hurón Magma. Gracias por tu poesía cristalina como el agua de una vertiente, gracias por tu mirada de niño abismado frente a las primeras palabras del viento y la lluvia.

 

 

 

 

Marcela Vidal, Luis Riffo, Yasna Balboa, Hurón Magma y su esposa Mercedes

 

 

Hurón Magma, su esposa Mercedes y Ricardo Herrera

 

 

Hurón Magma, Luis Riffo y Ricardo Herrera


 

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