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Héctor Monsalve V. | Autores |












Morir en vano o el imaginario del silencio
Prólogo del libro de poesía Morir en vano (Typotaller Ediciones) de Héctor Monsalve V.


Por Jorge Arzate Salgado


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Una vez más Héctor Monsalve nos sorprende con un libro inquietante. Después de Yo Héctor y Elena, presenta también una indagación, una investigación, por lo tanto, plantea una duda del presente; y que nos lleva a una toma de conciencia que nos desnuda como modernos.

A veces los poetas recurren a las fórmulas exitosas para mantener cierta presencia en el mundo literario; en el caso de Monsalve cada uno de sus libros es una apuesta distinta, tanto en forma como en fondo, y lo único que permanece como hilo conductor de su cuidadosa obra es su método, es decir, la investigación de los hechos a través de la poesía como palabra y pensamiento; en este sentido, Morir en vano es una indagación en el terreno de lo histórico-social, siguiendo a Cornelius Castoriadis, se trata de un pensamiento que, desde la poesía, trata de buscar las claves de la institución de la sociedad y su magma de significado que le da consistencia: permanencia: realidad: institucionalidad: tiempo y acción social; politicidad e ideología: sentido.

En el libro encontramos una serie de voces subterráneas que nos hablan, invocan, suplican; pero sobre todo nos plantan cara al reprochar la inacción, el olvido y el silencio ante la atrocidad y arbitrariedad de la violencia de Estado. ahí están las voces de los que sufrieron tortura, los que fueron secuestrados y desaparecidos; los cuales son los fantasmas eternos que piden ayuda, que imploran sean reconciliados del limbo de la historia en el que se encuentran; estas voces fantasmales recorren el texto de forma escalofriante y simbolizan un no claudicar: un no olvidar: un no estar quietos y cómodos: “Ella, que se apoya aun en mi ventana/ y mira para afuera y para adentro,/ necesita una palabra, un verso./ Como una brisa tibia o leche,/ para olvidar,/ para poder dormir,/ para descansar/ en paz, al fin”.

En la literatura de América Latina hay poesía que ha denunciado las atrocidades del poder, se ha hecho con rabia y contundencia (recuérdese el emblemático libro La ciudad de Gonzalo Millán, citado por Héctor); en este sentido la poesía funciona como la crítica más certera, incluso de la que realizan las ciencias sociales, sumidas en su “normalidad científica”. El libro de Monsalve, si bien hace una aguda crítica social a uno de los momentos históricos más álgidos del Chile contemporáneo, la dictadura, hace algo más: indaga y descubre un imaginario social del silencio que instituyó la postdictadura en tiempos de democracia. “Te incomoda este verso en el bolsillo./ Como una bala que guardaste,/ como un recuerdo estúpido./ [...] Y ese silencio acordado./ Ese pacto brutal de cobarde”.

Regresando a Cornelius Castoriadis, Morir en vano, a través de su indagación poética, va mostrando, nos estrella frente a nuestros ojos, los elementos simbólicos de esa sociedad que, dentro de su cómoda modernidad de papel y plástico, convive con un silencio político e ideológico autoimpuesto e inducido desde el poder a través de sus aparatos ideológicos; por lo que cada poema nos coloca de forma brutal frente a una serie de sensaciones y significados como lo son el olvido, el vacío, el miedo, el terror, la traición de la conciencia, el exilio, la tortura, el odio, la impunidad, la cobardía; pero lo más inquietante es cuando nos damos cuenta que los fantasmas que claman reivindicación no solo son los muertos por el Estado, sino nosotros mismos por nuestra condición de desmemoria, despolitización e inacción; por una suerte de auto-traición a nuestra condición jurídica de ciudadanía; en este punto recuerdo la frase lapidaria de Juan Preciado: “Todos somos hijos de Pedro Páramo”.

El imaginario social del silencio, en paradoja, no es más que una forma de tiempo histórico-social democrático; el cual se encuentra signado por un silencio/vacío que nos acompaña a la compra, a la escuela, a los deberes cívicos, a toda labor, en el momento del beso incluso; es una sordina que nos cubre como un manto delicadamente peligroso: pues no permite escuchar y reconocer el pasado reciente como violencia, arbitrariedad, dominio y control; entonces, el imaginario social del silencio es nuestra zona de confort adosada de luces de neón y deslumbrantes pantallas de plasma; pero que en realidad significa la caverna del esclavo por ciego y sordo; ese esclavo que no reconoce la poesía, aunque la traiga en el bolsillo, y que cree de forma ferviente en un porvenir asido en débiles instituciones jurídicas. “Apacigua tu respirar./ Piensa en la música/ de tu corazón; olvida/ las serpientes verdes del fuego”.

El asunto relevante es que la poesía de Monsalve no solo indaga a través de una serie de voces soterradas, sino que disloca el lenguaje culturalmente condicionado (Michel Foucault) de la democracia, es decir, desnuda todo discurso jurídico que cree una condición de libertades de hecho, pero en donde el “ciudadano” realmente convive de forma cotidiana con un discurso marcado por el autoritarismo de Estado, heredado de los distintos gobiernos autoritarios (dicta/duras o dicta/ blandas); un discurso “invisible” que es en sí mismo una institución del mal como condición moderna (Michel Maffesoli). Realmente se trata de un discurso instituyente, caracterizado por su no-palabra, en la medida que no es posible una expresión lúdica, ya que el silencio del pasado histórico, como explicito olvido, nos cubre los cuerpos como una burka tejida con el vacío de los muertos. “Entonces silencio/ por los masacrados,/ por todos los que fueron./ Silencio como abismo,/ como falta de luz,/ como muda invocación”.

Visto como discurso pedagógico para las generaciones que no vivieron el drama de la dictadura y que más bien han vivido en tiempos de democracia, Morir en vano funciona como un shock de realidad, necesario para aprender a reconocernos como esos otros fantasmas frente al poder y, controversialmente, para descubrir nuestra supuesta condición ciudadana como letra muerta; recordando el pensamiento de Giorgio Agamben, quizá́ por ello es tan fácil instaurar por parte del soberano zonas de excepción en las democracias contemporáneas.

No hay que confundirse, el imaginario social del silencio que devela Monsalve no solo existe en Chile, sino en toda Iberoamericana: una geografía donde el silencio muchas veces es preferible ante el recuerdo de las distintas formas de autoritarismo y totalitarismo históricos y sus saldos: en todos y cada uno de los países ha existido uno o varios Guzmán, Contreras y el innombrable dictador: monstruos colosales que se enseñorean en el imaginario colectivo como titanes de una oscuridad omnipresente: otra vez aquí́ el mal como icono emblemático de la modernidad.

La poesía de Monsalve, como discurso punzante, nos increpa: la poesía tiene que ser puntual en la cita para cambiar “la estructura de la vida”, nos dice; tiene que estar ahí de frente como un enorme mazo y antorcha; la poesía con su poderosa capacidad critica debe acudir a la cita con la historia, sin miedo alguno, para que pueda remover el tiempo hacia otro más humano y democrático; pero si llega tarde no sirve, entonces es solo un fetiche más de la producción e incluso, puede convertirse en parte de, recordando a Erich Fromm, una ideología signada por el thánatos. La poesía no solo debe llorar la terrible experiencia de Auschwitz, sino que debe ser puntual al momento de la denuncia, debe llenar el silencio y su vacío con el discurso de eros, con una contundencia de hierro.

Queda este libro como un ejemplo de que es posible una reflexión lúcida del presente a través de la poesía como discurso desmitificador de realidades jurídicas, las cuales encubren a sociedades instituidas en el imaginario del silencio y la violencia como condición del Estado, hoy, denominado “democrático”. Inquietante, cierto, pero a la vez aleccionador y telúricamente emocionante, Morir en vano, el libro que plantea a la poesía como el tiempo exacto, emergente y necesario de la conciencia y la acción como renovada praxis ciudadana.

En efecto, para Monsalve la poesía no es “política” sino, una corriente de pensamiento signada por el eros; porque sin eros no es posible la libertad ni la democracia: “He soñado con volver/ a correr por la ciudad/ sin el terror de entonces./ Correr, sobrevivir./ Y registrar las calles aún desconocidas/ de libertad, de alegría”.

Toluca, México, septiembre de 2022.

 

 

*El libro Morir en vano fue publicado por Typotaller Ediciones en Guadalajara, México, y presentado en esa ciudad en octubre de 2022.

 

 


 

 

 

Selección de Poemas

 

Ese hombre ahí sentado,
ordenó matar y mató
por odio.

Y esta tarde descansa, ya viejo,
en su sillón.

Con las piernas cubiertas,
ese hombre que mató
y que hoy se duerme,
plácido y oscuro,
no teme al juicio de los hombres.

Y esta tarde descansa, ya viejo,
en un país que limpia por encima.

La luna es el cañón de una pistola
que lo apunta.

En un pasaje del centro
alguien cae al suelo a toda velocidad.
Hunde el cemento unos centímetros.
Se queda tendido.
Siente el dolor del golpe y el aroma
de la calle mojada.

Intenta levantarse.
La mano no se afirma.
El cuerpo no responde, lo traiciona.
Su mente, sin embargo, vuela.

Intenta levantarse, pero teme
cuando escucha que corren a su espalda.
Entiende que todo está perdido.

 

Ella lo que necesita es un poema
solamente,
como un espejo,
para sentir que está,
para volver.

Ella, que se apoya aún en mi ventana
y mira para afuera y para adentro,
necesita una palabra, un verso.
Como una brisa tibia o leche,
para olvidar,
para poder dormir,
para descansar
en paz, al fin.

 

Cuando te torturaron
yo era un niño.

No podía hacer nada
y no hice nada, después
y nunca.

Ahora lo siento tanto.

En sueños
buscaba al que te hizo daño
y sabía quién era.
Lo seguía por las calles
oscuras y largas.

Hasta que se daba vuelta
y me miraba con odio.

Aún así, descubierto,
indefenso,
yo no despertaba.

 

Ahora que ya es tarde
lee un poema a mi memoria,
una noche del mes, de la semana.
En silencio seco y doloroso.

Y recuerda que hay palabras
que contienen mi muerte,
algún informe torpe,
mi sangre sobre el pasto, mi agonía.

No creas nunca que ya se habló
o se dijo suficiente,
que todo pasó hace tanto tiempo.
Por respeto al futuro, a mis nietos
y a mis huesos
que aún no se deshacen.

 

Ese último desgarro, esa corriente,
la devuelve a su cuerpo
la devuelve al dolor
y éste, a la vida.

Se imagina que grita.
Se imagina que llora.

No soporta su sangre,
su propio olor, se da vergüenza.

Pide la muerte, implora.
Se vuelve piedra
mientras le dan
un último golpe en las costillas.

 

Tanto dolor, dices.
Tanta tortura, tanta muerte.
(“¡No debes escribirlo en un poema!”)
Fueron salvajes, crueles, cuentas.

¡No eran humanos!

(“Ahí también entendí que yo
era capaz de hacer lo mismo”).

Deberían cambiar todo, piensas,
el lenguaje, la bandera, la constitución,
el nombre de este país.

Porque fue gente de esta tierra.
Fuimos nosotros.
Somos nosotros los terribles.

 

Sube ese cerro
que desde atrás disparan.

Ya han caído varios a tu lado.

Así, herida, como estás y de rodillas,
escapa con las uñas.

¡Cava o corre!

Sube ese cerro.
Vuela. Hazte invisible.
Regresa de la muerte y sube.

A la poeta Marlene Zertuche

 

Te incomoda este verso en el bolsillo.
Como una bala que guardaste,
como un recuerdo estúpido.
No lo puedes olvidar y te molesta.

Te incomoda porque es como una astilla,
una voz en tu cabeza que da cuenta
de toda esa maldad.

Y ese silencio acordado.
Ese pacto brutal de cobardía.

Te incomoda este verso porque sabe.
Te incomoda este verso porque dice.
Te incomoda este verso porque quema.

 

Dispara hacia la multitud.
La gente corre.
Vuelve a disparar
y le da a un niño.

Se acerca.
Patea a una mujer en el estómago.
La escupe.

Ordena: ¡Que se desangren!
Esto desde ahora es sin llorar.

No mires atrás.
Ya no la busques.

Olvida esa parte de ti
como olvidaste su aroma.

Esa mujer que camina acercándose
en la memoria pero su rostro cambia.

Apacigua tu respirar.
Piensa en la música
de tu corazón; olvida
las serpientes verdes del fuego.

Ya no tienes más monedas
para intentar cruzar.

 

Tuve miedo, hermano. Temí.
¿Soy un hombre si temo?
¿Si me escondo para vivir?
¿Y cómo miro a mis hijos?
Pero estoy vivo,
puedo mirarlos, ¿cierto?

Es que no quise ver
las manos como trapos,
las manos secas,
sobresaliendo.
Sogas, pelos, en la tierra,
zapatos.

Me escondí, no pude ver
sus rostros deformes, homéricos.

Tuve miedo. Temí.
¿Mi miedo provocó sus muertes?

 

He soñado con volver
a correr por la ciudad
sin el terror de entonces.

Correr, sobrevivir.

Y registrar las calles aún desconocidas
de libertad, de alegría.
Correr en el retrato de mi pena.
Huir en la esperanza inútil.

Entonces silencio
por los masacrados,
por todos los que fueron.
Silencio como abismo,
como falta de luz,
como muda invocación.

Para que se levanten.
Para que se recreen.
Sus huesos, su sentido.
Transformando para siempre el territorio,
las ciudades, el lenguaje.

 

Quería que estuvieras aquí
pero te fuiste.
Cruzaste la frontera.

Cuando miré a mi lado estaba sola.

Yo quería que estuvieras aquí.
Que murieras conmigo en esta calle.

 

Odio, odio, hermano.
Miedo, miedo, miedo, adentro.
Rabia, rabia, ¡rabia!

Ya puedo repetirlo.
Morir por la patria. Esa basura.
Morir por dignidad.
Matar al otro.

Y volver orgulloso con la presa.
Como trayendo un gran animal
herido, boca abajo.

A Jaime Fouillioux Maturana


Lo comprendí de pronto en el Cusco.
Lo comprendí de pronto en Santiago.
Lo comprendí de pronto en Sucre.
Lo comprendí de pronto en Buenos Aires.
Lo comprendí de pronto en Brasilia.
Lo comprendí de pronto en Surinam.
Lo comprendí de pronto en Montevideo.
Lo comprendí de pronto en Caracas.
Lo comprendí de pronto en Guayana.
Lo comprendí de pronto en Quito.
Lo comprendí de pronto en Asunción.
Lo comprendí de pronto en Bogotá.

Sueño con balas que vienen hacia aquí.
Una lluvia, una pared de balas
que no vamos a esquivar.

Pienso en todo lo que no podremos ser.
Me dices, sin embargo:
“los besos no mueren”.

Te cubro bajo mi cuerpo.
Gesto inútil.
Te entrego este poema:

 

¿Para qué sirve la poesía?

Lo comprendí de pronto en Barcelona.
Y sé ahora que mi poesía llegó tarde.

Ya no servirá en Chile.
No devolverá la inocencia.
No encontrará a los desaparecidos.

Un solo verso pudo haber evitado la masacre.
Un solo verso cambia la estructura de la vida.

Guzmán tiene un poema tuyo en el bolsillo.
Contreras tiene un poema tuyo en el bolsillo.
Pinochet tiene un poema tuyo en el bolsillo.

Hasta el que te torturó,
se sabe de memoria un verso tuyo.

 

 

 

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