“A mi generación”: así dedica secamente este cuerpo de poemas su autor Héctor Monsalve. La dedicatoria posee su guiño y su emoción. Monsalve ha pegado el oído a los viejos relatos de la dictadura, los ha trasformado en fantasmas que resucitan una y otra vez y le persiguen por los rincones de la memoria. No hay modo de exorcizarlos. Un personaje suyo lo expresa de manera muy directa: “aún teme que en la noche /lo saquen a la fuerza”.
Héctor ha tomado el testigo de esos temores y hace que fluyan las historias que ya son sus historias.
El libro aborda momentos líricos que se mezclan oscuramente con el asesinato. Es muy poderoso el contraste entre estos dos universos. “Aquí entre el manzano y el arroyo/ me enterraron/ después del golpe en la nuca y el disparo”. Hay imágenes simples que funcionan como una descarga eléctrica. “Parece que está muerta./Así toda ensangrentada/ de silencio.” Resulta difícil competir con tanta sobriedad, tierna y trágica al mismo tiempo.
Monsalve sabe del valor de las palabras, es una obsesión suya. Asume que el silencio (ciertos silencios) son una complicidad con el engaño. No quiere permitir que su generación subsista sin prestar voz al tremendo episodio que sus padres y ellos mismos vivieron. Cada época necesita ser contada no solo por sus historiadores, sino también por sus diversos testigos.
Morir en vano arranca por una declaración que deja al vate con el alma en carne viva. Escuchen estos nuevos y tan antiguos versos: “Lo llevó la inspiración a cantar el dolor. /No el heroísmo, no la valentía./ No la rabia y sus colmillos./ Mas el desamor y las verdades rotas”. Esta recusatio (renuncia retórica) tan propia del mundo clásico, va cerrando salidas fáciles y enfrenta al escritor con el territorio prohibido de la tortura y el exterminio. Monsalve se atreve a transitar por esas vías difíciles, desafía al lector a que las enfrente: “Te incomoda este verso porque sabe./ Te incomoda este verso porque dice./ Te incomoda este verso porque quema”.
Morir en vano es un libro incómodo: es dolor convertido en incendio a través de las palabras.
A pesar de todo, trasmite el mensaje radical de que “los besos no mueren”.
Santiago, Julio 2023
Un poeta enfermo de amor por los demás
Marcelo Novoa
Los poemas aquí publicados fueron una revelación para mí, salvo el último, “¿para qué sirve la poesía?”, que lo vi telemáticamente recitarlo en un camión que lo llevaba por lejanos parajes. Toda una emoción tránsfuga por el amigo y su valija conmovedora de amor a lo que sobrevive o malvive aún en nuestros pagos. Porque si algo define a la escritura de Monsalve es un arco inusual de trashumancias y desplazamientos (del sentimiento más puro a la rabia más desolada, del texto citadino y parriano a la oda homérica y helénica, del poeta frente a su hogar al poeta solo en descampado); así vislumbramos su poética, desde esos versos adolescenciales de Poemas reclinables (1997) hasta la relectura en clave urbana y ya madura de los mitos griegos en Elena (2010) y Yo Héctor (2015), hasta ahora que nos deja en la puerta y ya se aleja, un nuevo poemario: Morir en vano.
Mediante versos breves y precisos, va desvelando esas injusticias silenciadas por nuestra Historia, la violación de los Derechos Humanos en Chile (1973 – 1989), y los va alternando con el calvario de una joven activista política, en cualquier lugar del planeta, que siempre deseará cambiar su tiempo, pero que penosamente: “Se las lleva su anhelo, /sus ideas del mundo /se pierden en el tiempo”. Así todo el conjunto avanza más allá de la mera denuncia, pues reivindica la elegía como principio liberador, ya no solo del olvido, sino del oficio mismo de poeta que todo lo desafía con su canto. Y dicha singularidad en sus versos se sustenta en la suma de opuestos como son los vasos comunicantes entre La ciudad de Gonzalo Millán y las Metamorfosis de Ovidio, cuya resonancia de contemporáneos y clásicos en el diapasón de su sangre arrancará nuevas sonoridades resistentes.
Nos hallamos ante la voz atenta de un corazón pensante y una razón sintiente, cuyas palabras devienen en amor, lucidez y resistencia ante la violencia sistémica. Tal como se advierte en el prólogo de Jorge Arzate a la edición mexicana (Typotaller, Guadalajara, 2022): “…una serie de voces subterráneas que nos hablan, invocan, suplican; pero sobre todo nos plantan cara al reprochar la inacción, el olvido y el silencio ante la atrocidad y arbitrariedad de la violencia de Estado”. Justamente, cada una de estas páginas posee su correspondiente gravedad y también su repercusión: “Registros crueles, inalterables. /La foto, la cicatriz, la pena.” Pues el poeta trabaja sobre un territorio aún en conflicto, donde el espacio político y la respiración poética oscilan constantes entre el fracaso del deseo de justicia y la victoria de la realidad más infame; aunque intuimos que cualquier lenguaje asido a la venganza será derrotado finalmente por la voz propia dictada por un ritmo ético insobornable que desborda humanidad doliente.
Desde las primeras páginas este libro apuesta por una clave —imago— que resonará a través del texto completo al hablarnos de “ojos cerrados o ciegos” que luego se transformarán en “bocas mudas o clausuradas”. Cuando el disparo sea “Un vacío redondo, pequeño, / define el ventanal. /Es una boca /por donde entra y sale el viento y silba.” Y dicha cerrazón ya no es aquella que nos impide atisbar la región sin vida, sino justamente Monsalve señala que tal “ceguera” fue voluntaria ante la Muerte enseñoreándose por nuestros actos cotidianos. “Un anillo por donde pasó una bala /y detuvo el almuerzo.” Junto a tantas otras voces de aquella época, convivimos codo con codo con ella, echándole una mano, a veces, sin saber, y otras rehuyendo el gesto por miedo o ignorancia. Y es en ese desequilibrio diario que sus palabras pondrán voz a eso que sigue repicando adentro, llamémoslo irracionalidad o inconsciencia, o llamémosle nosotros mismos, pues varias generaciones fuimos educadas por dicha cultura del exterminio.
Poema a poema, este libro se nos va revelando como un tratado sobre la reparación, ya no el castigo o el perdón, como fuera la tónica de mucha poesía del destierro, el desarraigo o la diáspora. Pues sin ese sutil concepto político nuestras sociedades heridas nunca podrán sanar, en definitiva. ¿Pero justo ahora? ¿Si colectivamente no estamos dispuestos a admitir la culpabilidad de cada cual, entonces cómo llegar al valor humano intrínseco de la verdad? Así jamás podremos iniciar el juicio que unos y otros aún merecen. Pero es justamente ahora que nos debíamos una poesía desde la honestidad y el reconocimiento del fracaso del mundo que soñamos, tal como lo dice cerca del final: “Y sé ahora que mi poesía llegó tarde.” Porque también un fin de mundo es otro inicio y quizás la única forma honesta que halló este poeta para seguir viaje hacia lo desconocido. Porque la vivimos en carne es que no podemos callar tanta violencia, porque no puedes llevar el peso del mundo sin compartirlo. Así, esta poesía bien pudiera ser esa carga compartida.
Si finalmente leemos en voz alta cualquiera de estos poemas, su sonoridad nos conmoverá, a la vez que nos recorre un aire aún más íntimo, solidario y amoroso: “Salir del infierno. / Salvarse, /pero solo, sin ella, / ¿de qué sirve?” Como las palabras inseparables de un amigo, un compañero de viaje, un hermano sorprendido por la vida, este poemario reconfigura los vínculos de antaño y por lo mismo no hallaremos otro gozoso asombro que la escéptica posibilidad de volver a reunirnos bajo los árboles, frente al mar, dentro de bares, amontonados en asambleas, para seguir la revuelta de los que no tienen nada que perder, pues han recobrado su memoria de vida.
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El alma en carne viva, por Rafael Otano. / Un poeta enfermo de amor por los demás, por Marcelo Novoa.
Prólogos de la edición chilena del libro "Morir en vano"
(Mirada Maga Ediciones, agosto 2023) de Héctor Monsalve V.