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El legado de Derrida

Por Hernán Neira
Artes y Letras, diario El Mercurio, Santiago. 17 de Octubre 2004
http://www.neira.cl/

 

Para Derrida, el saber de las generaciones anteriores no sólo constituye una doctrina para estudiar, sino sobre todo la articulación activa de un saber que, como tal, puede ser sometido a una especie de radiografía que trasluzca cómo ha sido montado. Esa actitud supone que dichos saberes no se producen por un simple resplandor de la verdad o de un hecho, sino por medio de la palabra, del diseño y construcción de argumentos.

Derrida llevó a cabo de manera sistemática la radiografía del saber humanístico ya constituido. Con ello pone de manifiesto, quiéralo o no, que su aproximación a los textos de las generaciones precedentes comportaba un interés por el cómo se articula aquello que se llama teoría, verdad, saber, presencia o estructura. En otras palabras, su metodo es ya una doctrina, aunque no en el sentido clásico de la palabra, pues no tiene valores fijos ni cree que exista una diferencia irreductible entre un escrito de ficción y otro que no lo es. Derrida considera las piedras angulares del humanismo (la verdad, voluntad, estructura, etc.) piezas sustituibles de un edificio construido, en un producto humano, cuyo fundamento último siempre huye y siempre hay que suponer.

Entre la interpretación que hace Derrida de la filosofía y la arquitectura puede establecerse una analogía. El filósofo diseña la obra filosófica y, con materiales que son palabras, citas y libros, distribuye en un espacio conceptual las puertas por donde entran y se reúnen las ideas. Ello supone alejarse de las teorías de la verdad como algo inmutable para transformarlo en artificio cuyos conceptos circulan y sustituyen en cada época. A esta práctica derridiana se la llamó, quizás equivocadamente, desconstrucción. Yo preferiría llamarle, por las razones expuestas, arquitectura histórica del saber. Probablemente influido por tendencias descolonizadoras posteriores a la Segunda Guerra Mundial y por el hecho de ser un judío nacido en un país árabe durante la ocupación de una potencia -Francia-, la obra de Derrida expone cómo el edificio teórico de Occidente construye su fachada y patios interiores. Ello lo realiza sobre la base del idioma francés y de la apropiación previa de los recursos críticos que la tradición occidental posee respecto de sí misma.

No es extraño que sus reflexiones abarquen todos los campos: la estética, la escritura (incluyendo su aspecto caligráfico), la política, la etnografía, tomando por paradigma a Lévi-Strauss, y la filosofía misma. Derrida se hizo célebre con sus estudios sobre Husserl y Rousseau. Su interés por Heidegger -ligado al nazismo- contribuyó a restituir a éste un espacio en la discusión filosófica europea tras haber quedado marginado al concluir la II Guerra Mundial. El estilo de escritura derridiano no podía ser el del antiguo tratado de filosofía. A su forma de filosofar corresponde un tipo de expresión específico: el artículo y la recopilación de artículos. Su reflexión toma materiales provenientes de distintas áreas, dedicando a cada uno de ellos textos relativamente breves, sin redactar ningún tratado en sentido estricto. Derrida fue fiel a una tradición, no distinta de la griega clásica, al tomar como material de reflexión los hechos sobre los que la polis discute cotidianamente, incluyendo entre ellos, la filosofía misma.

Otros aspectos lo emparientan con la tradición francesa, que mantiene una permanente preocupación por la contingencia ético-política. La obra de Derrida ha sido fundamental para la filosofía, para los estudios literarios y la teoría textual, repercutiendo en todas las humanidades y artes. En el espacio filosófico europeo y estadounidense ocupó el vacío dejado por Sartre, a cuyo eclipse contribuyó, durante el último cuarto del siglo XX. Con su muerte desaparece uno de los filósofos franceses más fructíferos, interdisciplinarios y leídos de hoy.

 

 

 

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Por Hernán Neira.
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