El cuerpo, aquel dispositivo portentoso, encuentra en esta novela, Hospital, de Marco López Aballay, su más preciado enigma y, al mismo tiempo, su más palpable desborde celular. Los órganos nos resitúan y circunscriben una vital maniobra y también un punzante desperfecto; espejeándonos no sólo esta precipitación que avanza inexorable, sino que enseñándonos, evidentemente, nuestra propia y categórica extinción.
Así, este libro nos propone binomios, que a simple vista parecieran contradictorios, pero que en realidad son un continuum: vida / muerte; salud / enfermedad; encierro / libertad.
El comienzo del texto nos remite a un suceso histórico: la pandemia del coronavirus. Ese es el tono inaugural, que marca implacable el derrotero. De esta manera la gran caída, siempre a cuentagotas, ronda en cada página. Sin embargo el narrador, eminente intérprete en el escenario, nos relata su proceso de hospitalización sin plegarias y sin autocomplacencia.
Nada de cortapisas.
Pero no, el narrador protagonista no se encuentra en aquel lugar debido al coronavirus.
Y gracias a estas tardes en el hospital, gracias a estas mañanas en el hospital, se nos despliega una bitácora del tiempo, un tiempo que es el tiempo del cuerpo confinado; pero que de alguna forma nos pertenece. Lo compartimos no sólo en la hoja y en sus rastros, sino que lo compartimos en su perfecto itinerario.
Cabe señalar que, para combatir la tristeza, el narrador va y vuelve en su vida; desde eso que llaman vida, desde eso que llaman salud y su aciaga carencia.
Vibrante opacidad, estación de paso.
El narrador no está solo. Una bitácora es siempre un compendio de amigos conocidos y desconocidos. Por ende, desfilan en estas páginas desde Virginia Woolf hasta Adolfo Couve, desde Ricardo Piglia hasta Emily Dickinson, desde Paul Auster hasta Pilar Donoso, y tantos otros y otras. Toda reflexión es puesta en evidencia y clarividencia. Todo cuerpo con órganos y sin órganos, con amor o sin amor, nos muestra sus padecimientos y sus amplitudes.
Un punto a considerar en este cuerpo hoja y en este cuerpo resistido, es la historia del escritor Salvador Benesdra, que une contundentemente tinta y espesura, océano y remolino. Acá es preciso el enganche y las huellas. Destaco la historia de Benesdra porque me parece lo más representativo de este misterioso afán, este cruce entre escritura y desborde celular, entre signos en suspenso y fatal desenlace.
Lo de fatal es incierto.
Otro de las tramas que sobresalen en esta novela es la potencia del cuerpo. Partículas elementales que se desorganizan y se engarzan, una y otra vez. Acá el cuerpo- autor y cuerpo- textual se fusionan del mismo modo que se fusionan el cuerpo sufriente y la potencia de ese mismo cuerpo. Entonces, el espacio vacío y las posibilidades que abre el estado de enfermedad, posicionan, en el narrador un estado otro, no plañidero ni tampoco belicoso; sino que siempre autoconciente y sosegado, sin aspavientos y sin exasperaciones. Y no hablo de los saberes que entrega la enfermedad, porque a veces el dolor nada enseña; hablo de las significaciones que ese dolor trasunta, de forma múltiple. De este modo, el narrador nos revela sus recuerdos, sus compañías pasadas y actuales, los talleres a los que asistió, sus amigos rockeros y no tanto, sus amigos que escuchan a The Sunday hasta el hartazgo, siempre tiernos en la borrachera. Sin lugar a dudas, se establece un dominio del cuerpo a través de las remembranzas. Encuadre exacto, recuento de daños. Un cuerpo para amar y para establecer enlaces. Organismo otro; propio y ajeno; ciertamente mío y entregado a las vehementes instrucciones.
Quisiera también referirme al rol de la madre. Amor incondicional y cuidado incondicional, siempre alejado de dramatismos. Se podría hablar latamente del rol de cuidadoras que ostentan las mujeres en nuestra sociedad, a raíz de lo que nos narra esta novela; pero por ahora solo esbozaré estos mezquinos hilos. Madre cuidadora y madre guardiana que, con agudeza y templanza, establece otro vínculo con el hijo vulnerable y herido.
Hospital se configura, entonces, como una novela encierro. Bitácora del cuerpo y su metal, bitácora de ciertos escritores y sus síntomas, bitácora del hastío y sus posibilidades, bitácora orgánica y sus ansiadas plataformas. Por último, bitácora de la letra y su estela, aquel vestigio que nos acompaña cuando oteamos el crepúsculo y luego volteamos la cabeza.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com A veces siento que mi cuerpo se convierte en una pieza de cristal.
Apuntes sobre "Hospital" (Ediciones Inubicalistas, 2023),
de Marco López Aballay.
Por Pablo Ayenao