A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una epoca dificil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lagrimas
para que contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmacion, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos dificiles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construccion o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de mno,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazon, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.
Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.
EL DISCURSO DEL MÉTODO
Si después que termina el bombardeo,
andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo
entre las ruinas
que en el sombrero de tu Obispo,
eres capaz (lo imaginar que no estás viendo
lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,
o que no estás oyendo
lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;
o (lo que es peor)
piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio
para evitar que un día, al entrar en tu casa,
sólo encuentres un sillón destruido, con un montón
de libros rotos,
yo le aconsejo que corras enseguida,
que busques un pasaporte,
alguna contraseña,
un hijo enclenque, cualquier cosa
que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe
(porque ahora está formada
de campesinos y peones)
y que te largues de una vez y palo siempre.
Huye por la escalera del jardín
(que no te vea nadie).
No cojas nada.
No servirán de nada
ni un abrigo, ni un guante, ni un apellido,
ni un lingote de oro, ni un título borroso.
No pierdas tiempo
enterrando joyas en las paredes
(las van a descubrir de cualquier modo).
No te pongas a guardar escrituras en los sótanos
(las localizarán después los milicianos).
Ten desconfianza de la mejor criada.
No le entregues las llaves al chofer, no le confíes
la perra al jardinero.
No te ilusiones con las noticias de onda corta.
Párate ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente,
y contempla tu vida,
y contémplate ahora como eres
porque ésta será la última vez.
Ya están quitando las barricadas de los parques.
Ya los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna.
Ya el perro, el jardinero, el chofer, la criada
están allí aplaudiendo.
ORACIÓN PARA EL FIN DE SIGLO
Nosotros que hemos mirado siempre con ironía e indulgencia
los objetos abigarrados del fin de siglo: las construcciones
trabadas en oscuras levitas. Nosotros para quienes el fin de siglo fue a lo sumo
un grabado y una oración francesa.
Nosotros que creíamos que al final de cien años sólo había
un pájaro negro que levantaba la cofia de una abuela.
Nosotros que hemos visto el derrumbe de los parlamentos
y el culo remendado del liberalismo.
Nosotros que aprendimos a desconfiar de los mitos ilustres
y a quienes nos parece absolutamente imposible
(inhabitable)
una sala de candelabros,
una cortina
y una silla Luis XV.
Nosotros, hijos y nietos ya de terroristas melancólicos
y de científicos supersticiosos,
que sabemos que en el día de hoy está el error
que alguien habrá de condenar mañana.
Nosotros, que estamos viviendo los últimos años
de este siglo,
deambulamos, incapaces de improvisar un movimiento
que no haya sido concertado;
gesticulamos en un espacio más restringido
que el de las líneas de un grabado;
nos ponemos las oscuras levitas
como si fuéramos a asistir a un parlamento,
ientras los candelabros saltan por la cornisa
y los pájaros negros
rompen la cofia de esta muchacha de voz ronca.
LOS POETAS CUBANOS YA NO SUEÑAN
Los poetas cubanos ya no sueñan
(ni siquiera en la noche).
Van a cerrar la puerta para escribir a solas
cuando cruje, de pronto, la madera;
el viento los empuja al garete;
unas manos los cogen por los hombros,
los voltean,
los ponen frente a frente a otras caras
(hundidas en pantanos, ardiendo en el napalm)
y el mundo encima de sus bocas fluye
y está obligado el ojo a ver, a ver, a ver.
CADA VEZ QUE REGRESO DE ALGÚN VIAJE
Cada vez que regreso de algún viaje
me advierten mis amigos que a mi lado se oye un gran estruendo.
Y no es porque declare con aire soñador
lo hermoso que es el mundo
o gesticule como si anduviera
aún bajo el acueducto romano de Segovia.
Puede ocurrir que llegue
sin agujero en los zapatos,
que mi corbata tenga otro color,
que mi pelo encanezca,
que todas las muchachas recostadas en mi hombro
dejen en mi pecho su temblor,
que esté pegando gritos o se hayan vuelto
definitivamente sordos mis amigos.
EL HOMBRE AL MARGEN
Él no es el hombre que salta la barrera
sintiéndose ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo
oculto en el vagón que jadea
o que huye entre los terroristas, ni el pobre
hombre del pasaporte cancelado
que está siempre acechando una frontera.
Él vive más acá del heroísmo
(en esa parte oscura);
pero no se perturba; no se extraña.
No quiere ser un héroe,
ni siquiera el romántico alrededor de quien
pudiera tejerse una leyenda;
pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra,
fatalmente condenado a su época.
Es un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro,
como un enorme viento que apenas sobrevive con el viento de afuera.
Cada mañana recomienza
(a la manera de los actores italianos).
Se para en seco como si alguien le arrebatara el personaje.
Ningún espejo
se atrevería a copiar
este labio caído, esta sabiduría en bancarrota.
PARA ACONSEJAR A UNA DAMA
¿Y si empezara por aceptar algunos hechos
como ha aceptado —es un ejemplo— a ese negro becado
que mea desafiante en su jardín?
Ah, mi señora: por más que baje las cortinas; por más
que oculte la cara solterona; por más que llene
de perras y de gatas esa recalcitrante soledad; por más
que corte los hilos del teléfono
que resuena espantoso en la casa vacía;
por más que sueñe y rabie
no podrá usted borrar la realidad.
Atrévase.
Abra las ventanas de par en par. Quítese el maquillaje
y la bata de dormir y quédese en cueros
como vino usted al mundo.
Echese ahí, gata de la penumbra, recelosa, a esperar.
Aúlle con todos los pulmones.
La cerca es corta; es fácil de saltar,
y en los albergues duermen los estudiantes.
Despiértelos.
Quémese en el proceso, gata o alción; no importa.
Meta a un becado en la cama.
Que sus muslos ilustren la lucha de contrarios.
Que su lengua sea más hábil que toda la dialéctica.
Salga usted vencedora de esta lucha de clases.
SIEMPRE HE VIVIDO EN CUBA
Yo vivo en Cuba. Siempre
he vivido en Cuba. Esos años de vagar
por el mundo de que tanto han hablado,
son mis mentiras, mis falsificaciones.
Porque yo siempre he estado en Cuba.
Y es cierto
que hubo días de la Revolución
en que la Isla pudo estallar entre las olas;
pero en los aeropuertos,
en los sitios que estuve
sentí
que me gritaban
por mi nombre
y al responder
ya estaba en esta orilla
sudando,
andando,
en mangas de camisa,
ebrio de viento y de follaje,
cuando el sol y el mar trepan a las terrazas
y cantan su aleluya.
DICEN LOS VIEJOS BARDOS
No lo olvides, poeta.
En cualquier sitio y época
en que hagas o en que sufras la Historia,
siempre estará acechándote algún poema peligroso.
SOBRE LOS HÉROES
A los héroes
siempre se les está esperando,
porque son clandestinos
y trastornan el orden de las cosas.
Aparecen un día
fatigados y roncos
en los tanques de guerra,
cubiertos por el polvo del camino,
haciendo ruido con las botas.
Los héroes no dialogan,
pero planean con emoción
la vida fascinante de mañana.
Los héroes nos dirigen
y nos ponen delante del asombro del mundo.
Nos otorgan incluso
su parte de Inmortales.
Batallan
con nuestra soledad
y nuestros vituperios.
Modifican a su modo el terror.
Y al final nos imponen
la furiosa esperanza.
MIS AMIGOS NO DEBERÍAN EXIGIRME
Mis amigos no deberían exigirme
que rechace estos símbolos perplejos
que han asaltado mi cultura.
(Ellos afirman que es inglesa.)
No deberían exigirme
que me quite la máscara de guerra,
que no avance orgulloso sobre esta isla de coral.
Pero yo, en realidad, voy como puedo.
Si ando muy lejos debe ser porque el mundo
lo decide.
Pero ellos no deberían exigirme
que levante otro árbol de sentencias
sobre la soledad de los niños casuales.
Yo rechazo su terca persuasión de última hora,
las emboscadas que me han tendido.
Que de una vez aprendan que sólo siento amor
por el desobediente de los poemas sin ataduras
que están entrando en la gran marcha
donde camina el que suscribe,
como un buen rey, al frente.
POÉTICA
Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.
ESE HOMBRE
A J. Fucik
El amor, la tristeza, la guerra
abren su puerta cada día, brincan
sobre su cama
y él no les dice nada.
Cogen su perro y lo degüellan, lo tiran
a un rincón
y no les dice nada.
Dejan su pecho hundido
a culatazos
y no dice nada.
Casi lo entierran
vivo
y no les dice nada.
¿Él qué puede decirles?
Aunque lo hagan echar espuma
por la boca,
él lucha, él vive,
él preña a sus mujeres,
contradice la muerte a cada instante.
A J. L. L.
Hace algún tiempo
como un muchacho enfurecido frente a sus manos atareadas
en poner trampas
para que nadie se acercara,
nadie sino el más hondo,
nadie sino el que tiene
un corazón en el pico del aura,
me detuve a la puerta de su casa
para gritar que no,
para advertirle
que la refriega contra usted ya había comenzado.
Usted observaba todo.
Imagino que no dejaba usted de fumar grandes cigarros,
que continuaba usted escribiendo
entre los grandes humos.
¿Y qué pude hacer yo,
si en su casa de vidrio de colores
hasta el cielo de Cuba lo apoyaba?
HOMENAJE A HUIDOBRO
No pudimos hacerla florecer en el poema
y la dejamos en el jardín,
que es su lugar natural.
ANTONIA EIRIZ
Esta mujer no pinta sus cuadros
para que nosotros digamos: “¡Qué cosas más raras
salen de la cabeza de esta pintora!”
Ella es una mujer de ojos enormes.
Con estos ojos cualquier mujer podría
desfigurar el mundo si se lo propusiera.
Pero, esas caras que surgen como debajo de un puñetazo,
esos labios torcidos
que ni siquiera cubren la piedad de una mancha,
esos trazos que aparecen de pronto
como viejas bribonas;
en realidad no existirían
si cada uno de nosotros no los metiera diariamente
en la cartera de Antonia Eiriz.
Al menos, yo me he reconocido
en el montón de que me saca todavía agitándome,
viendo a mis ojos entrar en esos globos
que ella misteriosamente halla;
y, sobre todo, sintiéndome tan cerca
de esos demagogos que ella pinta,
que parece que van a decir tantas cosas
y al cabo no se atreven a decir absolutamente nada.
EL ACTO
Impulsado por la muchedumbre
o por alguna súbita locura; vestido como cualquiera
de nosotros, con una tela a rayas
(ya demasiado pálida); la cara larga
que no podría describir
aunque me lo propusiera, y todo el cielo arriba
de modo que cuando sonreía
estaban todo el cielo y su locura,
el pobre hombre soportó el ataque.
Y antes de que corriera medio metro
ya estábamos pensando que éste sería el último
acto que retendríamos de él
(porque usualmente gente de su calaña
se pierden en los barrios, se mueren
y aparecen un día, de pronto, en los periódicos).
Pero lo cierto es que resistió el ataque
y se lanzó al verano, al vacío.
O lo lanzaron
(estas cosas nunca se saben bien).
El hombre estaba allí, cuando lo vimos, ensangrentado,
tambaleándose, en el jardín.
Se lo llevaron medio muerto.
Pero el intenso azul no desaparecía de sus ojos,
de modo que aunque no sonreía, ahí estaban
todo el azul del cielo y su locura.
La noche entera se la pasó gritando, hasta el final.
PAISAJES
Se pueden ver a lo largo de toda Cuba.
Verdes o rojos o amarillos, descascarándose con el agua
y el sol, verdaderos paisajes de estos tiempos
de guerra.
El viento arranca los letreros de Coca-Cola.
Los relojes cortesía de Canada Dry están parados
en la hora vieja.
Chisporrotean, rotos, bajo la lluvia, los anuncios de neón.
Uno de Standard Oil Company queda algo así como
S O Compa y
y encima hay unas letras toscas
con que alguien ha escrito PATRIA O MUERTE.
LA VUELTA
Te has despertado por lo menos mil veces
buscando la casa en que tus padres te protegían contra el mal
tiempo, buscando
el pozo negro donde oías el tropel
de las ranas, las tataguas que el viento hacía volar
a cada instante.
Y ahora que es imposible
te pones a gritar en el cuarto vacío
cuando hasta el árbol del potrero
canta mejor que tú el aria de los años perdidos.
Ya eres el personaje que observa, el rencoroso,
cogido, irremediable, por lo que ves
y mañana te será tan ajeno como hoy le eres
a todo cuanto pasó sin que fueras capaz
de comprenderlo,
y el pozo seguirá cantando lleno de ranas
y no podrás oírlas
aunque peguen brincos delante de tu oreja;
y no sólo tataguas, sino tu propio hijo
ya ha comenzado a devorarte
y ahora lo estás mirando vestido con tu traje,
meando detrás del cementerio, con tu boca
y tus ojos y tú como si tal cosa.
LOS QUE SE ALEJAN SIEMPRE SON LOS NIÑOS
Los que se alejan siempre son los niños,
sus dedos aferrados a las grandes maletas
donde las madres guardan los sueños y el horror.
En los andenes y en los aeropuertos
lo observan todo
como si dijeran: “¿Adónde iremos hoy?”
Los que se alejan siempre son los niños.
Nos dejan cuerdecillas nerviosas, invisibles.
Por la noche nos tiran, tenaces, de la piel;
pero siempre se alejan, dando saltos, cantando
en ruedas (algunos van llorando)
hasta que ni siquiera un padre los puede oír.
HÁBITOS
Cada mañana
me levanto, me baño,
hago correr el agua
y siempre una palabra
feroz
me sale al paso
inunda el grifo donde mi ojo resbala.
EN LUGAR DEL AMOR
Siempre, más allá de tus hombros veo al mundo.
Chispea bajo los temporales.
Es un pedazo de madera podrida, un farol viejo
que alguien menea como a contracorriente.
El mundo que nuestros cuerpos
(que nuestra soledad) no pueden abolir,
un siglo de zapadores y hombres
ranas debajo de tu almohada,
en el lugar en que tus hombros
se hacen más tibios y más frágiles.
Siempre, más allá de tus hombros
(es algo que ya nunca podremos evitar)
hay una lista de desaparecidos,
hay una aldea destruida,
hay un niño que tiembla.
UNA MUCHACHA SE ESTÁ MURIENDO ENTRE MIS BRAZOS
Una muchacha se está muriendo entre mis brazos.
Dice que es la desconcertada de un peligro mayor.
Que anduvo noche y día para encontrar mi casa.
Que ama las piedras grises de mi cuarto.
Dice que tiene el nombre de la Reina de Saba.
Que quiere hacerse cargo de mis hijos.
Una muchacha larga como los gansos.
Una muchacha forrada de plumajes,
suave como un plumón.
Una cabeza sin ganas de vivir.
Unos pechitos tibios debajo de la blusa.
Unos labios más blancos que la córnea de su ojo,
unos brazos colgando de mi cuello,
una muchacha muriéndose irremediablemente entre mis brazos,
torpe, como se mueren las muchachas;
acusando a los hombres,
reclamando, la pobre, para este amor
de última hora
una imposible salvación.
EL ÚNICO POEMA
Entre la realidad y el imposible
se bambolea el único poema. Retenlo
con las manos, o con las uñas, o con los ojos
(si es que puedes) o la respiración ansiosa.
Dótalo, con paciencia, de tu amor
(que él vive solo entre las cosas).
Dale rechazos que vencer
y otra exigencia
mucho mayor que un límite,
que un goce.
Que te descubra diestro, porque es ágil;
con los oídos alertas, porque es sordo;
con los ojos muy abiertos, porque es ciego.
LA VISITANTE
Mi absurda persuasión abriéndole cada noche la puerta;
pero la poesía no entra.
Ella no elije noches para entrar. Ningún
dominio impone —como afirman— de noche.
A cualquier hora el mundo la desplaza
y ella mete en los ojos un círculo perplejo.
Es que llega del polvo,
involuntaria.
¿Quién va a pararse entonces?
¿Quién va a asomarse para verla?
¿Quién es capaz de abrirle,
de hablarle a esa extranjera?
ESCRITO EN AMÉRICA
Amalo, por favor, que es el herido
que redactaba tus proclamas,
el que esperas que llegue a cada huelga;
el que ahora mismo tal vez estén sacando de una casa
a bofetadas,
el que andan siempre buscando en todas partes
como a un canalla.
AÑOS DESPUÉS
Cuando alguien muere,
alguien (ese enemigo) muere
de frente al plomo que lo mata,
¿qué recuerdos,
qué mundo amargo, nuestro, se aniquila?
Porque los enemigos salen, al alba, a morir.
Se les juzga.
Se les prueba su culpa.
Pero, de todos modos, salen luego a morir.
Yo pienso en los que mueren.
En los que huyen.
En esos que no entienden
o que (entendiendo) se acobardan.
Pienso en los botes negros
zarpando (a medianoche) llenos de fugitivos.
Y pienso en los que sufren y que ríen,
en los que luchan a mi lado
tremendamente.
Y en todo cuanto nace.
Y cuanto muere.
Pero, Revolución, no desertamos.
Los hombres vamos a cantar tus viejos himnos;
a levantar tus nuevas consignas de combate.
A seguir escribiendo con tu yeso implacable
el Patria o Muerte.
FUERA DEL JUEGO
A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.
¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.
¡A ese tipo, despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre
le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.
Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Amstrong.
Tararea, a lo sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes,
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos por la escena;
cuando las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
“pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí...”
y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
¡A ese tipo, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
LA SOMBRILLA NUCLEAR
A R. F. R.
Los viajeros tal vez,
pero yo no estoy seguro de que pueda encontrar una zona de
protección.
En el mundo ya no quedan zonas de protección.
Cuando subo escaleras de cualquier edificio de una ciudad
de Europa,
leo con indulgencia: “Shelter Zone”
y respiro confiado;
pero al llegar al último escalón
me vuelvo hacia el cartel
que sobrevive como las antiguallas.
Los anuncios de protección
son artilugios que decoran nuestra moral desesperada.
Ni siquiera hay ciudades modernas.
Todas las calles están situadas en la antigüedad,
pero nosotros vivimos ya en el porvenir.
Más de una vez compruebo
que estoy abriendo las puertas y ventanas
de una casa arruinada.
Los toldos de los cafés al aire libre han echado a rodar
Los comerciantes sobrevuelan las calles,
cortan el tránsito como una flor.
Pero yo no soy un profeta ni un mago ni un logrero
que pudiera deshacer los enigmas contemporáneos,
explicar de algún modo esta explosión.
No soy más que un viajante de Comercio Exterior,
un agente político con pasaporte diplomático,
un terrorista con apariencia de letrado,
un cubano (sépanlo de una vez),
el tipo a quien observa siempre la policía de la aduana.
Hace tres horas que están registrando desaforadamente mi equipaje.
2
Usted,
señor viceministro de Política Comercial,
joven, ligeramente hepático, admirable, con experiencias
del pasado,
no podía sospechar esta escena.
Usted discutió el plan, señaló el viaje
para el 20 de enero de 1966;
pero ignoraba
que todos los proyectos estarían arruinados este día.
Mi único error
consistió en no advertirle que un veinte de enero nací yo.
3
De la adivinación,
de la pequeña trampa de la inmortalidad,
vivieron los antiguos;
y nosotros somos su porvenir y continuamos
viviendo de la superstición de los antiguos.
Nosotros somos
el proyecto de Marx, el hedor de los grandes cadáveres
que se pudrían
a la orilla del Neva
para que un dirigente acierte o se equivoque,
para que me embarque y rete a la posteridad
que me contempla
desde los ojos de un gerente
que ahora mismo
leyó mi nombre de funcionario
en su tarjeta de visita.
4
Las horas van tan rápidas que me atraso a mi vida.
Ya tengo hasta el horror
y hasta el remordimiento de pasado mañana.
Me sorprendo, de pronto, analizando el mecanismo de mi serenidad,
viajando
entre el este y el oeste,
a tantos metros de altitud,
observado, sonriente, por la azafata que no sabe
que soy de un continente de luchas y de sangre.
¿Es que la flor de mi solapa me traiciona?
¿Y quién diablos puso esta flor en mi solapa como una rueda
insólita en mi cama?
5
Ese hombre que fornica desesperadamente en hoteles de paso.
Ese desconcertado que se frota las manos,
el charlatán sarcástico y a menudo sombrío,
solo como un profeta,
por supuesto, soy yo.
Me estoy vistiendo en un hotel de Budapest, deformado
por otra luna y otro espejo.
Feo; pero el Danubio es lindo y corre bajo los puentes.
Viejo en sotana, Berkeley, yo te doy la razón:
esas aguas no existen, yo las recreo igual que a esta ciudad.
A un lado Buda,
al otro lado Peste,
un poco más allá está Obuda.
Aquí hubo una contrarrevolución en 1956;
pero sólo los viejos la recuerdan.
Intente usted decirlo a estos adolescentes que se devoran
en los cafés al aire libre, en el pleno verano.
Una muchacha judía me dice que tiene visa para ir a Viena
(y con cincuenta dólares).
Un poeta me cuenta que ya circulan por el país
libros de editoriales extranjeras
(“y han regresado muchos exiliados”).
Bebe; se achispa y me recita la Oda a Bartók, de Gyulla Illyés.
Otro me dice que casi está prohibido hablar de guerrilleros,
que él ha escrito un poema
pidiendo un lugar en la prensa
para los muertos de Viet Nam.
Luego vamos al restaurante; bebemos vino con manzanas;
comemos carne de cordero
con aguardiente de ciruelas,
“Pero esta paz (grita Judith como quien emergiera del lago
Lobaton).
Esta paz es una inmoralidad.”
6
Yo he visto a los bailarines de ballet, en París, comprar
capas de Nylon.
Las vendían después a cien rublos en Moscú.
En una plaza enorme
me querían comprar mi capita de Nylon,
Era un adolescente. Se dirigió a mí en inglés.
Le dije mi nacionalidad
y me observó un instante.
Súbitamente echó a correr.
En medio de la fría, de la realmente hermosa y fría
primavera de Moscú,
yo he visto las capitas
azules,
ocres,
pardas.
Las estuve mirando
hasta que terminó el verano. Flotaban
sobre los transeúntes,
occidentales, tibias,
(parecían orlas)
a bajo precio en Roma, a bajo precio en Londres,
a bajo precio en Madrid;
la industria química esforzada
en las astutas combinaciones del mercado
para que un bailarín las compre apresuradamente,
a la salida de un ensayo,
en los supermercados de París;
miles de bailarines revendiendo, comprándolas, ocultándolas
como demonios diestros en las maletas anticuadas.
7
Imposible, Drumond, componer un poema a esta altura de la civilización.
El último trovador murió en 1914.
Imposible detenerse a encontrar, no diré yo la calma
que uno se tiene de sobra desdeñada,
sino una simple cabaña de madera,
una ventana sin radar,
una mesa de pino sin mapas, sin las reglas de cálculo.
¿De qué lado caerá algún día mi cabeza?
¿Cuánto dará la CIA por la cabeza de un poeta, vivo o muerto.
¿En qué idioma oiremos una noche, o una tarde, el alerta
en la áspera voz de los gramófonos?
Porque nadie vendrá a calmar a los amantes o a los desesperados.
(Se salvará el que pueda, y el resto a la puñeta).
Ya ni siquiera es un secreto que los conjuntos folklóricos
fueron adoctrinados
y cualquier melodía predispone al desastre.
¿Dónde pudiera uno meterse, al cruzar una esquina, después
de haber oído las últimas noticias?
Efectivamente,
alguien puede ocultarse en los tragantes,
o en las alcantarillas,
o en los tiros de las chimeneas.
Han visto gente armada saliendo de las cuevas, calándose
las gorras desteñidas;
hacen rápidos mapas en el polvo, son expertos
en la feroz alianza de un palo y de una piedra
(todo cuanto arruine y devaste).
Somos los hijos de estas ciudades maravillosamente adecuadas
para la bomba.
Lo mejor
(y lo único que podemos hacer por el momento)
es salir de nuestras bibliotecas
a ventilar los piojos que se abren paso en nuestras páginas;
porque ya para siempre
hemos perdido el único tren que pudo escapar a la explosión.
ESTADO DE SITIO
¿Por qué están esos pájaros cantando
si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación
y están pidiendo silencio?
Muy pronto el guardabosques tendrá que darse cuenta,
pero será muy tarde.
Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres
y el sitio en que se ocultaba la familia
fue descubierto en menos de lo que canta un gallo.
Dichosos los que miran como piedras,
más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible.
La vida hay que vivirla en los refugios,
debajo de la tierra.
Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos
escolares siempre conducen a la muerte.
Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?
LOS ALQUIMISTAS
Cuando la magia estaba en bancarrota,
en esos días que se parecen tanto a la dimisión
de los cuervos
(ya sin augurios la piedra filosofal)
ellos cogieron una idea,
una formulación rabiosa de la vida,
y la hicieron girar
como a la bola del astrólogo;
miles de manos desolladas
haciéndola girar
como una puta vuelta a violar entre los hombres,
pero ya de la idea sólo quedaba su enemigo.
CANTAN LOS NUEVOS CÉSARES
Nosotros seguimos construyendo el Imperio.
Es difícil construir un imperio
cuando se anhela toda la inocencia del mundo.
Pero da gusto construirlo
con esta lealtad
y esta unidad política
con que lo estamos construyendo nosotros.
Hemos abierto casas para los dictadores
y para sus ministros,
avenidas
para llenarlas de fanfarrias
en la noche de las celebraciones,
establos para las bestias de carga, y promulgamos
leyes más espontáneas
que verdugos,
y ya hasta nos conmueve ese sonido
que hace la campanilla de la puerta donde vino a instalarse
el prestamista.
Todavía lo estamos construyendo
con todas las de la ley
con su obispo y su puta y por supuesto muchos policías.
TAMBIÉN LOS HUMILLADOS
Ahí está nuevamente la miserable humillación,
mirándote con los ojos del perro,
lanzándote contra las nuevas fechas
y los nombres.
¡Levántate, miedoso,
y vuelve a tu agujero como ayer, despreciado,
inclinando otra vez la cabeza,
que la Historia es el golpe que debes aprender a resistir.
La Historia es este sitio que nos afirma y nos desgarra.
La Historia es esta rata que cada noche sube la escalera.
La Historia es el canalla
que se acuesta de un salto también con la Gran Puta.
UNA ÉPOCA PARA HABLAR
A Archibald MacLeish
Los poetas griegos y romanos
apenas escribieron sobre doncellas, lunas y flores.
Esto es cierto, MacLeish.
Y ahí están sus poemas que sobreviven:
con guerras, con política, con amor
(toda clase de amor),
con dioses, por supuesto, también
(toda clase de dioses)
y con muertes
(las muchas y muy variadas formas de la muerte).
Nos mostraron su tiempo
(su economía, su política)
mucho mejor que aquellos con quienes convivían.
Tenían capacidad para exponer su mundo.
Eran hombres capaces en su mundo.
Su poesía era discurso público.
Llegaba a conclusiones.
Esto es cierto, MacLeish.
Y de nosotros ¿qué quedará,
atravesados como estamos por una historia en marcha,
sintiendo más devoradoramente día tras día
que el acto de escribir y el de vivir se nos confunden?
ESCENA
—¡No se pueden mezclar y las mezclamos.
Revolución y Religión no riman!
Se desgarraba el pobre bajo los reflectores,
agachado,
contraído,
esperando
el último bofetón.
EL ABEDUL DE HIERRO
YO VI CAER UN BÚHO
Yo vi caer un búho
desde las ramas altas,
hecho polvo,
hecho ruina;
lo miraba caer continuamente
a las puertas de Rusia.
Lo vi como estiraba
la pata negra al sol.
Franqueaba la ilusión,
las añagazas,
y el ala,
el pico roto
por la nieve
volaba siempre, el incesante.
INSTRUCCIONES PARA INGRESAR EN UNA NUEVA SOCIEDAD
Lo primero: optimista.
Lo segundo: atildado, comedido, obediente.
(Haber pasado todas las pruebas deportivas).
Y finalmente andar
como lo hace cada miembro:
un paso al frente, y
dos o tres atrás:
pero siempre aplaudiendo.
ACECHANZAS
¿A quién doy realidad
cuando bajo de noche la escalera
y veo al impasible caballero
—con su ojo gris de estaño—
esperando, acechando?
Y hasta pudiera ser irreal,
el polvillo de unos zapatos,
al día siguiente, es siempre la única huella.
Pero entra ya en mi casa
—hombre o deidad—
que ahí están mis poemas, listos al fin,
y esperan.
EL ABEDUL DE HIERRO
En los bosques de Rusia
yo he visto un abedul.
Un abedul de hierro,
un abedul que lanza como los electrones
su nudo de energía y movimiento.
Y cuando cae la lluvia de sus ramas
el bosque se estremece
con un ruido
más lánguido
y más lento
que los yambos de Pushkin.
A caballo,
metido por la maleza,
a ciegas,
oigo el rumor que llega
desde el centro del monte
donde está el abedul.
Las ortegas escalan por su tronco,
los pájaros confunden sus hojas con las ramas,
las ardillas rehúyen su corteza;
encandila el espacio de su sombra.
Si alguien lo mueve
él pega saltos increíbles.
Si alguien lo corta
él entra, súbito,
en el horror de sus batallas.
Si alguien lo observa,
él se vuelve un centinela de atalaya
(en Narilsk o Intá).
Los uros lo olfatean,
pero su sangre se cristaliza
como las aguas en invierno.
En los bosques de Rusia
yo he visto ese abedul.
En él están todas las guerras,
todo el horror,
toda la dicha.
Un abedul de hierro
hecho a prueba de balas y de siglos.
Un abedul que sueña y gime.
Que canta, lucha y gime.
Todos los muertos que hay en Rusia
le suben por la savia.
BAJORRELIEVE PARA LOS CONDENADOS
El puñetazo en plena cara
y el empujón a medianoche son la flor de los condenados.
El vamos, coño, y acaba de decirlo todo de una vez,
es el crisantemo de los condenados.
No hay luna más radiante
que esa lápida enorme que cae de noche entre los condenados.
No hay armazón que pueda apuntalar huesos de condenado.
La peste y la luz encaramadas como una gata rodeando la mazmorra;
todo lo que lanzó la propaganda
como quien dona un patíbulo;
el Haga el amor no haga la guerra
(esos lemitas importados de Europa)
son patadas en los testículos de los condenados.
Los transeúntes que compran los periódicos del mediodía
por pura curiosidad, son los verdugos de los condenados.
CANCIÓN DEL JOVEN TAMBOR
Para seguir la música
en las líneas de fuego,
ensayé tantos ritmos
torpes y olvidados.
Para aumentar la marcha
andando entre los hombres,
redoblé en tantos pueblos
destruidos o muertos.
En las noches de invierno
estuve muy enfermo.
Me contentaba el baile
de las niñas rapaces.
“Hay un color extraño
en los árboles nuevos”—
grita el joven poeta
que se va a proclamar su certidumbre.
“El aire está podrido
encima de los techos”—
chillan las viejas europeas flacas.
Pero yo (no lo digas a nadie)
me oculto como un niño,
aceito bien la trampa,
adivino soldados dondequiera,
oscuridad, y rezos.
CANCIÓN DE LA TORRE SPASKAYA
El guardián
de la torre de Spáskaya
no sabe
que su torre es de viento.
No sabe
que sobre el pavimento
aún persiste la huella
de las ejecuciones.
Que a veces
salta un pámpano sangriento.
Que suenan las canciones
de la corte deshecha.
Que en la negra buhardilla
acechan los mirones.
No sabe
que no hay terror que pueda
ocultarse en el viento.
CANTO DE LAS NODRIZAS
Niños: vestíos
a la usanza de la reina Victoria
y ensayemos a Shakespeare:
nos ha enseñado muchas cosas.
Sé tú el paje,
y tú espía en la corte, y tú
la oreja que oye detrás de una cortina.
Nosotras
llevaremos puñales en las faldas.
Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.
Del carruaje
ya han bajado los cómicos.
¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés,
o la farsa es realmente pretexto,
un bello ardid contra las tiranías?
¿Y qué ocurre si al bajar el telón
el veneno no ha entrado aún en la oreja,
o simplemente Horacio no ha visto al Rey
(todo fue una mentira)
y ni siquiera Hamlet puede dar fe
de que no existiera
esa voz que usurpaba
aquel tiempo a la noche?
Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.
CANCIÓN DE UN LADO A OTRO
A Alberto Martínez Herrera
Cuando yo era un poeta que me paseaba
por las calles del Kremlin,
culto en los más oscuros crímenes de Stalin,
Ala y Katiushka preferían
acariciarme la cabeza,
mi curioso ejemplar de patíbulo.
Cuando yo era un científico
recorriendo Laponia,
compré todos los mapas en los andenes de Helsinski,
Sarikovski paseaba su búho de un lado a otro.
Apenas pude detenerme en el Sur.
Las saunas balanceándose al fondo de los lagos
y en la frontera rusa abandoné a mi amor.
Cuando yo era un bendito,
un escuálido y pobre enamorado
de la armadura del Quijote,
adquirí mi locura y este viejo reloj fuera de época.
Oh mundo, verdad que tus fronteras son indescriptibles.
Con cárceles y ciudades mojadas y vías férreas.
Lo sabe quien te recorre como yo:
un ojo de cristal
y el otro que aún se disputan el niño y el profeta.
PARA MACHA, QUE CANTABA BALADAS
¿Qué balada puedes cantar ahora,
Macha, en pleno invierno, sin recordar la casa
que abandonaste aprisa, ágil como un demonio,
por no perder el tren de Odessa,
que fue, después de todo, nuestro último tren?
¿En qué balada
tu linda voz tristísima subiendo, abriendo
el techo, mientras combas la cintura de avispa?
Baladas a la guerra, muy simples:
sangre y llanto.
Y tú,
bajo los reflectores,
entre gente habituada a tu melancolía.
¿En qué balada que no escuché
te extremas, te demoras?
¿Quién viene cada noche a esperarte y abre
la portezuela de su coche para que te reclines?
¿A quién cubres ahora de artimañas, de besos?
LOS ENAMORADOS DEL BOSQUE IZMAILOVO
La primavera le da la razón.
El viento lo inunda y puede descifrarlo.
Los árboles pueden comprenderlo.
La vida quiere dialogar con él.
¡Porque hoy este hombre ama!
Inmenso tren, detente
en medio de la vía
para que veas al dichoso.
El poeta rompió su caja de penumbras,
huyó de pronto aquel dolor que traicionaba su poesía
y hoy lo acoge este bosque
donde ella se reclina
y el temblor de su pelo en el aire salvaje.
Su sangre es más ligera
cuando siente su piel. Sus labios
se abren dóciles al roce de estos labios,
la claridad del mundo resbala por su sien,
cae a trozos en la yerba,
transparenta el abrazo,
y entre los poros de esta muchacha él vive,
en toda soledad busca su forma única,
sobre los hombros débiles de niña
él sueña que se apoye la fuerza de la vida.
Detente, explorador,
y de una vez enfoca
tu catalejo escéptico
para que veas a éste: el triste, el solitario
quiere plantar los abedules
que hagan más ancho el cielo de Izmailovo,
con su tibia penumbra de hojarascas y pájaros.
¡Porque hoy este hombre ama!
Y el cartero que sale de un local desolado
lleva su nombre ardiendo en el bolsillo
las ortegas que huyen presurosas,
la ardilla que contempla el fruto aún verde
la elogian, la celebran;
las flores de Tashken, las crujientes
brujitas de Lituania,
los grandes arcos ucranianos
tejen guirnaldas para su sorprendente
cabeza de hechizada.
Y él anda loco, habla con todo el mundo;
la lleva de la mano, la conduce.
Y al regresar en metro hasta su casa,
sube corriendo, alegre, la escalera,
desde la buhardilla
contempla el sol que pica
sobre la plaza enorme,
pero al abrir los libros de Blok y de Esenine
descubre nuevos agujeros,
y hoy siente piedad por la polilla.
LOS HOMBRES NUEVOS
Cuando los últimos disparos
resonaban en el turbio canal,
y a través de los vidrios deshechos
se empezaba a borrar el humo negro;
miramos, anhelantes,
sin advertir siquiera
que junto a la caserna abandonada,
bajo los parapetos corroídos
por la sangre y la lluvia,
ellos habían crecido
(sus ojos y sus manos y sus pelos)
y salían gritando hacia el jardín desierto:
“¡La vida es este sueño! ¡La vida es este sueño!”
Pero la vida, ¿era este sueño?
¿De verdad que pensabas en serio, mi viejo
Calderón de la Barca, que la vida es un sueño?
LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA
No sabemos exactamente
lo que hicieron contigo todos estos años,
y siempre que te alzaste sobre nuestra impaciencia
de echarte a andar entre los hombres,
saltaba tu cabeza de títere perplejo
a repetir el círculo vicioso de lucha y de terror.
EL HOMBRE QUE DEVORA LOS PERIÓDICOS DE NUESTROS DÍAS
El hombre que devora los periódicos de nuestra época
no está en un circo como los trapecistas o los come
candela.
Si hace un poco de sol se le puede encontrar en los
parques nevados o entrando en el Metro, arrastrado
por sus hábitos de lector.
Es un experto en la credulidad de nuestro tiempo este
reconcentrado.
La vida pasa en torno a él, no lo perturba, no lo alcanza.
Los pájaros lo sobrevuelan como a la estatua de la
Plaza de Pushkin.
Habitualmente, los pájaros lo cagan, lo picotean como
a un tablón flotante.
ARTE Y OFICIO
A los censores
Se pasaron la vida diseñando un patíbulo
que recobrase —después de cada ejecución—
su inocencia perdida.
Y apareció el patíbulo,
diestro como un obrero de avanzada.
¡Un millón de cabezas cada noche!>
Y al otro día más inocente
que un conductor en la estación de trenes,>
verdugo y con tareas de poeta.
LA HORA
“El, ella o ello...”
Unamuno
A Haydde y Gustavo Eguren
Mi hora vendrá,
hará una seña en la escalera
y subirá a mi cuarto
donde arderá la estufa;
si en Londres,
estará el té dispuesto para ella;
si en Moscú,
tendrá todos los metros de mi casa
frente a la plaza de Smolensk.
Mi hora vendrá
(mi sola hora de gloria)
se asomará a la puerta,
y al mirarme dormido
cerca de la ventana de cristales
por donde puedo ver
el puente Borodino,
echará su elemento
entre mis ojos raros
y no sentiré el peso
como si me tocara
un ala en pleno vuelo.
Mi hora vendrá
me llamará despacio
con el zurrido ajeno
de las bocas que han dicho
mi nombre en todas partes,
de las bocas hundidas
en aquel sótano de Lyons,
de las bocas cansadas
de un barrio de New York,
de mi boca de niño
desenredando el nombre
sombrío de las cosas.
Pero sé que vendrá.
Lo mismo que una madre.
Se sentará a mi lado,
ciñéndose la falda con la mano huesuda,
el seno breve
se agitará de prisa para decirme:
“Todos los trenes que esperaba,
se retrasaron tanto,
niño mío...”
Y estará fatigada
(siempre se está después de un largo viaje)
y buscará
(debajo de mis gafas nubladas)
la víspera asombrosa
de verla vieja y niña.
Entonces
todas las casas que conozco
serán su única casa,
todas las furias de mi vida
serán su única furia,
todos los miedos de mi madre
serán su único miedo,
todos los cuerpos que he deseado
serán su único cuerpo,
todas las hambres que he sufrido
serán su única hambre.
Y yo estaré callado
para que no descubra
el sobresalto de mi piel
atenta al ruido de su paso.
II
Te esperaré,
hora mía entre todas las horas de la tierra.
No habrá sueño o fatiga
que depongan el párpado entreabierto.
De espiar tu señal
siempre ha dolido mi ojo en vela.
Ahora espero de ti mis proezas, mis magias.
Como bajo la carpa de los circos,
del trapecio más alto
cuelga tú mi cabeza ardiente y elegida.
Como en las noches de Noruega
dora al fin mi vestigio de tu lumbre más alta.
Soy el viajero que va al Sur,
descúbreme, cantando, la tierra de tu paso.
Este es el centro del invierno,
cúbreme ya de todo el fuego.
Haz que mis libros tengan
tu fuerza y mi vehemencia. Di al mundo:
“amó, luchó”.
Arráncame la costra impersonal.
Redúceme, aterido,
entre tus manos diestras.
Que de algún modo sepan
que no todo fue inútil,
que tuvieron sentido mi impaciencia,
mi canto.
PARA ESCRIBIR EN EL ÁLBUM DE UN TIRANO
Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres.
LOS VIEJOS POETAS, LOS VIEJOS MAESTROS
Los viejos poetas, los viejos maestros realmente
duchos en el terror de nuestra época, se han puesto
todos a morir.
Yo sobrevivo, lo que pudiera calificarse de milagro,
entre los jóvenes.
Examino los documentos:
los mapas, la escalada, las rampas de lanzamiento,
las sombrillas nucleares, la Ley del valor,
la sucia guerra de Viet Nam.
Yo asisto a los congresos del tercer mundo y firmo
manifiestos y mi mesa está llena de cartas y
telegramas y periódicos;
pero mi secreta y casi desesperante obsesión
es encontrar a un hombre,
a un niño,
a una mujer
capaces de afrontar este siglo
con la cabeza a salvo, con un juego sin riesgos
o un parto, por lo menos, sin dolor.
NO FUE UN POETA DEL PORVENIR
Dirán un día:
él no tuvo visiones que puedan añadirse a la posteridad.
No poseyó el talento de un profeta.
No encontró esfinges que interrogar
ni hechiceras que leyeran en la mano de su muchacha
el terror con que oían
las noticias y los partes de guerra.
Definitivamente él no fue un poeta del porvenir.
Habló mucho de los tiempos difíciles
y analizó las ruinas,
pero no fue capaz de apuntalarlas.
Siempre anduvo con ceniza en los hombros.
No develó ni siquiera un misterio.
No fue la primera ni la última figura de un cuadrivio.
Octavio Paz ya nunca se ocupará de él.
No será ni un ejemplo en los ensayos de Retamar.
Ni Alomá ni Rodríguez Rivera
Ni Wichy el pelirrojo
se ocuparán de él.
La Estilística tampoco se ocupará de él.
No hubo nada extralógico en su lengua.
Envejeció de claridad.
Fue más directo que un objeto.
VÁMONOS, CUERVO
y ahora,
vámonos, cuervo, no a fecundar la cuerva
que ha parido
y llena el mundo de alas negras.
Vámonos a buscar sobre los rascacielos
el hilo roto
de la cometa de mis niños
que se enredó en el trípode viejo del artillero.