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Heberto Padilla: Los héroes pueden pastar tranquilos

Manuel Quiroga Clérigo
Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos N° 406, 1984



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Lo cierto es que los héroes pueden llegar a cansarse... También las revoluciones terminan por agotar el entusiasmo de los propios revolucionarios y se convierten en algo árido y confuso. El relatar los avatares de los héroes hasta la culminación de su cansancio, pasando por etapas de despotismo y otras miserias, y el analizar los cauces abúlicos y degradantes de una revolución, pueden conformar la mejor de las historias.

Sobre todo puede ser una historia sencilla y magnífica en esta época de pretendidas grandes historias o de gigantescas violencias. Algo de todo ello le falta a una buena novela firmada por un hombre que vivió los gérmenes de la revolución cubana y que, más tarde, fue perseguido, apartado y expulsado de su quehacer dentro de la misma sociedad que había contribuido a edificar. El hombre, Heberto Padilla, importante poeta en español, había nacido en Pinar del Río (Cuba) en 1932, había escrito en su juventud (1948), Las rosas audaces, algo después, en los mejores inicios de la nueva Cuba (1962), El justo tiempo humano y en 1964 La hora. Al tiempo iba ocupando importantes puestos en el entramado político-cultural de su patria. En 1968 dio a la imprenta el título Fuera del juego y, posteriormente, en 1971, Provocaciones. A estas alturas ya existía el germen narrativo de lo que llegaría a ser En mi jardín pastan los héroes[1], aunque los acontecimientos posteriores a la publicación de Fuera del juego, en el cual se veía una actitud demasiado crítica e inconformista en torno al curso de la revolución cubana y al endiosamiento de su líder máximo, rodeado de una corte de héroes tan poco humanizados que producen la «ilusión» de pastar en el jardín inmenso de un régimen que, nacido como una explosión de libertad, se veía muy condicionado por circunstancias adversas y por crisis continuas.

Pero el «caso Padilla» no quedó circunscrito a su enfrentamiento con el líder, pues mientras el poeta era encarcelado en 1971 y se le obligaba a abjurar de sus críticas, los intelectuales que lo habían apoyado sin paliativos tomaban posturas varias en torno al momento, entre histérico y decepcionante, que vivía la isla del Caribe. Como se dice siempre, desde entonces ya nada sería igual, sobre todo para Heberto Padilla, pues al cabo los amigos o los enemigos mantenían posturas afines o enfrentadas al poeta, pero para éste suponía un desgarro, un rompimiento con el propio pasado y el verse recluido dentro de una especie de cárcel de cristal que antes había contemplado como el abierto campo de la libertad. Durante cerca de diez años Padilla se dedicó a labores de traductor y al fin fue autorizado a abandonar Cuba.

«Estaba yo acostado en uno de esos tablones de madera, típicos de los calabozos medievales, adosado a la pared por dos gruesas cadenas, en la estrechísima celda del Departamento de Seguridad del Estado de Cuba, cuando sentí que crujía y se abría la gran puerta de acero al tiempo que un policía me ordenaba que me pusiera en pie.» Así comienza, en el llamado «prólogo con novela» la obra de Padilla, a modo de enfervecido relato sobre las circunstancias dramáticas y conmovedoras que le llevaran a su reclusión y en cuyo fondo está la propia supervivencia del manuscrito de En mi jardín pastan los héroes a través de la más ominosa censura y de un enfrentamiento vitalista y total con las autoridades cubanas. En este prólogo, tal vez de más sustancia revolucionaria que el propio libro, se anotan todas las características del proceso personal que llevó a Padilla a su enfrentamiento, convirtiéndole, según la tesis oficial, en un contrarrevolucionario peligroso y detestable, posiblemente por esgrimir conceptos que chocaban con el oficialismo reinante en el callejón sin salida de una política ciertamente impuesta tanto por las circunstancias y adversidades exteriores, en las cuales no debe olvidarse el férreo bloqueo estadounidense, como por un mal entendido culto a la personalidad que convertía en héroes a simples gestores, a veces desorientados, de la política nacional. Sin embargo, la persecución a Padilla se basa en postulados varios; así comenta el autor: «De mi novela se decía que sólo buscaba un nuevo escándalo internacional. Les indignaba el título En mi jardín pastan los héroes, porque pastar sólo pueden las bestias, por ejemplo, el caballo, que era el nombre que entonces la gente daba a Fidel Castro», y más adelante, añade: «Puedo decir del título de mi novela, que lo extraje de un brevísimo poema de Roque Dalto, que empieza y termina con el mismo verso: En mi jardín pastan los héroes.

Al fin el manuscrito sale de Cuba. «Cuando el avión despegó, cobró altura, se estabilizó y oí la voz de la aeromoza que nos rogaba que no fumásemos mientras durase el ascenso, miré a través de la ventanilla la gran extensión brillante, aquella mezcla de verdor y de luz que era también mi patria. No sé qué haya de Cuba en estas páginas; pero algo, sin duda, debe haber.»

Sí, En mi jardín pastan los héroes, que contiene aquel manuscrito y tal vez posteriores retoques y ampliaciones, ya que está fechado entre La Habana 1970 y Washington 1980, hay mucho de Cuba, porque la isla caribeña gravita en torno a los personajes protagonistas más como una ilusión que como una realidad, más a través de papeles ilusorios en un universo cambiante y disímil que como actores de una maravillada comedia, posiblemente porque el escenario de las políticas contemporáneas se alejan cada vez más de los tonos de comedia y sean parte permanente de dramas negros o de tragedias inacabadas. La historia de Gregorio Suárez, que Padilla relata en su novela, o el contrapunto de Julio es lo que menos importa en nuestro comentario. A través de sus circunstancias nace una buena novela, mediocre en algunos aspectos al no ofrecer un interés continuado, pero llena de vitalidad al mostrar los propios pasos del autor por un mundo denigrado y lleno de caducidades. Tampoco puede decirse que sea una novela confusa, sino más bien irregular, pero mantiene un entorno narrativo agradable y sitúa los problemas en dimensiones de una exacta comprensión para el lector no preocupado por problemas políticos o de otro orden. Es decir, que sin buscar ninguna reivindicación y sólo al atisbo de una buena narración, En mi jardín pastan los héroes, puede considerarse una buena novela. Otra cosa es el buscar incitaciones clarificadoras al proceso de la revolución cubana, que esta novela no ofrece con intensidad, ni tampoco tiene por qué ofrecerlos, aunque su propia existencia y el entorno en que nace ya son suficientemente connotadoras del desenlace árido de un movimiento deshumanizado en su conjunto y tal vez implicado en cuestiones más sociales y represivas que de verdadera «iluminación» revolucionaria.

Tampoco este título cierra ningún capítulo en la vida de su autor ni en el proceso cubano: antes bien pueden ser el nuevo inicio para una toma de posturas en torno a las revoluciones tercermundistas y, si cabe, como una propia posibilidad de hacer del idioma un vehículo de expresión hábilmente utilizado para lograr lugares comunes por los cuales la Historia transcurra hacia la libertad de los pueblos. Si así fuese, todavía los héroes podrían pastar tranquilos. En cualquier jardín.

 

 

[1] Argos Vergara. Barcelona, 1981, pág. 270.


 

 

 

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