Y ¿hacia dónde vas poeta chilensis del tercer milenio?...
Por Hugo Quintana Q.
Profesor y Poeta.
Es esa la pregunta que pareciera surgir luego de transitar por las páginas y pliegues que configuran la muestra de la prestigiosa Revista de Literatura Hispánica INTI, que en sus números 69 – 70, se encuentra íntegramente dedicada a ofrecer un ‘paneo’ de las producciones literarias de nuestro país, al menos, entre los años 1973 al 2008. Una mirada que parte desde el quiebre producido por el Golpe Militar, y que termina ubicándonos en el umbral y los primeros fraseos de este tercer milenio.
Se trata de una revista sólida, con variados estudios (monografías) sobre poesía, narrativa, dramaturgia, ensayo y crónica, y por supuesto, creación, e incluyendo a destacados académicos nacionales como Pedro Lastra, Naím Nómez, Eugenia Brito, Sergio Mansilla Torres, Mónica Barrientos, Juan Villegas, Roberto Hozven o Marcelo Coddou, por mencionar algunos. Todo ello condimentado con detalles o reproducciones del trabajo pictórico de Mario Toral, que le imprime a la edición un sello de calidad inmejorable.
Interesante y compacto ejemplo de nuestro quehacer, que bien significaría quedar absolutamente informado e interiorizado de los pormenores y preocupaciones más relevantes de nuestra literatura. Muestra que nos exhibe, a mi modo de ver, en una saludable actualidad, ya que además refrenda lo expuesto con una breve panorámica de nuestra poesía en el apartado de creación que agrupa a Luis Correa-Díaz, Francisco Véjar, Sergio Rodríguez Saavedra, Marcelo Pellegrini, y Rafael Rubio Barrientos, además de una pequeña muestra de poesía chilena joven a cargo del poeta Eduardo Llanos Melussa.
Esta selección de creación ofrenda entre otras cosas, la variedad de temáticas y estilos en los cuales ha devenido el ejercicio del oficio de nuestros poetas en las últimas décadas. Cuestión que ha sido suficientemente descrita, analizada e interpretada por innumerables trabajos teóricos, entre los que destacan los estudios de Sergio Saldes en los noventas, o los de Patricia Espinosa en la primera década del siglo XXI, por ejemplo.
Tal muestra, no hace más que confirmar esta tendencia hacia la diversificación, a la variedad de tonos y colores usados en la conformación de las poéticas de cada autor. Es por ello que me parece acertada la serie. Con un Véjar algo más lírico que los otros compilados, más cercano al sujeto que contempla una realidad y que la presenta desde su particular óptica (“No es simple constatar la indiferencia de los amigos ante el paisaje”); un Rubio Barrientos más ocupado de lo diminuto, ensayando un lenguaje a partir de paradojas o del correcto uso de recursos retóricos (“No para mí la miel de las abejas / ni el sol de las colmenas”…); o con un Rodríguez Saavedra que nos sorprende en un giro más inclinado hacia lo fragmentario, una apuesta más cercana a lo experimental (“lápiz en la palma de la mano. sólo lápiz. después / aguardiente. plaza. noche. alicia. cuerpo. largo invierno”).
En ese mismo tenor, la muestra de poesía chilena joven, da señales de la misma predilección. El mismo derrotero. E incluso consigno que ha sido grato encontrar a jóvenes promesas como Joaquín Zuleta o Roberto Aedo, con poemas que confirman y dan aviso de haber decantado hacia una voz más propia.
Es curioso darse cuenta que nuestro estado de cosas en materia literaria, despierte tal interés en países y universidades en Norteamérica y Europa, a propósito que desde algún tiempo se vienen realizando antologías, estudios e investigaciones que intentan asumir una revisión de las producciones más recientes con el ánimo de constatar si acaso la partida de nuestras grandes voces habría socavado eso de que Chile es un país de poetas. De hecho, creo que es todo lo contrario, en ausencia de líneas poéticas más visibles o escuelas –como ocurría antaño-, la diversidad y variedad de cuerdas, tonos y propuestas, ha dado paso a un verdadero enjambre de múltiples posibilidades que no hacen más que confirmar el bullente y auspicioso presente por el que atraviesa nuestra literatura, y de manera más específica, nuestra poesía.
Quizás si lo que enmudece la panorámica sean los esquivos medios para difundir todo cuanto se está haciendo y creando. O más bien, la casi nula preocupación de las vías massmediáticas, porque desde todos los rincones pueden verse innumerables esfuerzos por fundar revistas, colectivos, ferias alternativas, encuentros, etc., donde la ausencia de lo oficial se compensa con la inauguración de esfuerzos a través de internet, incluyendo lanzamientos de libros virtuales, o de sitios que lentamente se están transformando en verdaderas bibliotecas de nuestro quehacer en materia escritural.
Finalmente, no me queda más que celebrar el enorme esfuerzo, el concienzudo trabajo realizado desde la Penn State University y el Providence College, el agradecimiento como lector, a propósito del muestrario que significa la aparición de este número especial que demuestra la validez y relevancia de nuestra literatura en otras latitudes.
