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Homenaje a Víctor Jara

Por Hugo Quintana.
Del libro “Tornasol”, Ortiga Ediciones, 2009

 

 

.. .. .. ...... .. ..  

(Instrucciones de vuelo:
para desarrollar ejercicio de lectura
imprescindible escuchar como telón de fondo
“Te Recuerdo Amanda”).

                                                          
(uno)
La vida es eterna
en cinco minutos…

Ojalá yo hubiera tenido acceso
a esa eternidad de golpe
cuando la calle
cuando la lluvia
cuando unos ojos nos bloquean el destino
en algo menos que cinco destellos.
Entonces suena la sirena
la acera se despoja de su cotidiano trajín
el destemplado eco de las llantas de los microbuses
las sombras de las temibles decisiones
que se despeñan
hacia la palidez de la desesperanza.

 

(dos)
Lo que todavía no entiendo
es cómo fue que se les ocurrió dañarte.

Incapaces de sentir las hojas
cayendo desde los árboles
la pasividad de la lluvia
la fragancia de la humedad
que se colaba a través de tus canciones
y que habías heredado de tu aldea natal:
el trozo de inmensidad azul
que llevabas en los bolsillos.
Y a pesar de todo aquello
lo más terrible
es que siempre tuviste razón:
            “la vida es eterna en cinco minutos
y es esa medida
la que besa tu nombre
a través del eco de los tiempos…

 

(tres)
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
los tacones que juguetean
mientras caminas
a la vez te florece en el rostro
un encanto de sábanas y roces
que se atraviesan bajo los párpados de las nubes grises.
En el brazo la cartera repleta de cartas
y en medio de los ojos
un canto que se desnuda detrás de las asoleadas tardes
los paseos por avenidas atestadas de gente presurosa
mientras en el oído se te repiten
miles de palabras multicolores.
Todo se queda estático.
Desde las entrañas te vuelan cientos de palomas
apuras más los pasos porque con urgencia ansías
este nuevo encuentro:
suena la sirena
el conserje del edificio 412 te sonríe como siempre
al abordar el ascensor.

 

(cuatro)
Fue como destrozar un pájaro
aplastarlo con la dura suela de la indiferencia
con la impavidez de la nieve
con la absurda ceguera del cemento.
No hay palabras que puedan dibujar siquiera
la estupidez que consumió a ese puñado de hombres
y me pregunto:
¿qué podría haber hecho tu canto en sus cerebros?
¿acaso balas eran tus acordes?
¿amargas consignas eran las cuerdas en tus dedos?
no sabían que los pájaros
vuelan fuera de sus alas
toda vez que caen apedreados
producto de la falta de pulcritud
que a menudo muestran los hombres
no adivinaban que serían tus notas musicales
las que incendiarían el atardecer
en nuestras emociones
a la espera del infinito que nos prometiste
esos cinco minutos
que relumbran junto a las estrellas
porque la luz que ahora te sostiene
es el eco diáfano de la eternidad.

 

(cinco)
Todo es eterno en cinco minutos:
el olvido
la nostalgia
el aroma de las rosas
que se despiden del otoño
el sonido en las hojas de los árboles.
Todo es eterno
mientras no nos devore la emoción contenida
el fuego de aquello que no queremos que los otros miren.
Todo es interminable
mientras no se nos llueva hacia adentro en el alma
mientras no nos inmovilice
el hielo destemplado del reloj
una mirada transparente
que se disuelve bajo la oscuridad
una mordedura de labios
que te desparrama los ojos
un cerebro traspasado por diminutas estalactitas.

Este atardecer es todo lo que puedo señalar
en comparación a tus dedos ágiles y tibios.
Pero el tiempo hará los honores
y este puñado de pájaros
seguirá voceando tus partituras
como si se tratara de postales
para que nunca volvamos a extraviarnos
en ninguna despreciable ruta.



 

 

 

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Por Hugo Quintana.