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“El gallo rojo”, de Sergio Pravaz
Vela al Viento – Ediciones Patagónicas, Comodoro Rivadavia, 2012.

Por Hugo Quintana

 

 

 


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Sin duda que no es fácil conseguir el tan ansiado oficio literario. Atesorarlo, forjarlo, saber administrarlo, ejercitarlo a través de cada trazo, dejar que trasunte la cotidianeidad que dibujamos sobre la cuerda floja del tic-tac del tiempo, el precipicio abismal de nuestro esfuerzo por existir. Muchos de nosotros apenas si conseguimos algo de luz para la faz de un par páginas absurdamente diseminadas.

Por ello, es que no son tantas las ocasiones en las que se puede leer un texto bien escrito, con un trabajo escritural acabado, el huidizo equilibrio entre la forma y el fondo, entre estructura y contenido.

Pravaz nos demuestra que ha conseguido la fórmula, la exhalación que permite avizorar lo oculto, como bien sostiene en “No sé de árboles”:

“Desconozco la historia
                               de la luna
no sé de árboles
e imagino que un puente
es también el gajo de una mandarina

aún así
cuando sacudo el silencio
puedo ver palabras
                               que brillan”.

La fisonomía del texto se mueve a través de tres partes que parecieran asumir temáticas distintas, pero que resumen sus miradas y particulares preocupaciones. Cabe destacar en este comentario, la segunda parte, donde se ofrece a sí mismo el espacio para homenajear a algunas personalidades que para su propia construcción han resultado relevantes: Borges, Whitman, el Che, Edith Piaf, Vallejo, Camus, Lorca, Neruda, por ejemplo.

El ritmo se hace cada vez más intenso a medida que transcurren las páginas. Se pasa de un tono algo tímido y austero, a uno más seguro y delirante, donde las palabras terminan entrelazándose conformando gruesos nudos, donde el colorido y la multiplicidad de recursos afloran con naturalidad, donde la plasticidad del oficio va configurando una arquitectura que denota y declara en todos sus contornos el uso, la aplicación de quien sabe manejar los propios voceos en el devenir de un texto poético.

Si no conociese a Pravaz, pensaría que es precisamente en “El gallo rojo” donde alcanza su mejor expresión, debido al fluido manejo, y a ese no dejarse seducir por el entusiasmo adolescente de la pretensión desmedida, de envanecerse mostrándose como un poeta de excesiva genialidad y talento. Pravaz opta por algo mejor, deja que sus versos hablen, les deja desprovistos de adulaciones innecesarias, de incrustaciones y juegos de verbosidad enervante.

Pravaz apuesta por una infusión más controlada, de mayor sobriedad, para decirnos aquello que es único e irrepetible, como en “Égloga de otoño”:

“Sobre una cantidad inexacta
de flores
mis gotas de lluvia miran
las nubes
y recuerdan lo bello de las mañanas
cuando en tu cuerpo ardían
los colores del
abismo

todavía es posible amar
en nuestras ruinas
-que no cesan de latir-
aunque el tiempo maneje
su látigo
con la eficacia de un orfebre”.

Quien realiza esta pieza poética infalible es un poeta y periodista argentino de amplia trayectoria, gran animador y gestor cultural en la Provincia del Chubut, Patagonia Argentina, y que ya tiene cerca de 7 libros de poesía a su haber, además de un libro de crónicas. Nacido en la ciudad de Córdoba, en 1960, reside desde 1988 en Rawson, desempeñándose profesionalmente en la actualidad en el poder judicial de nuestro vecino país, en el área comunicacional (para indagar un poco más, he aquí un link: http://www.artepoetica.net/Sergio_Pravaz.htm).

Pravaz es alguien con oficio, con manejo escritural, es un sagaz titiritero que mueve los hilos de su poética en una suerte de atrapamiento hacia el ojo interpretativo del lector, de modo de hacer de su ejercicio una visita, un viaje hacia el universo planteado en cada página. En otras palabras, es un libro que podría ser leído “en una sentada”, haciendo alusión al viejo y querido Cortázar (quien definía de ese modo la lectura de un buen cuento).

Al finalizar este comentario, no puedo dejar de mencionar el hecho de que el gallo rojo pudiera interpretarse como aquel sol del amanecer que se puede divisar por sobre el horizonte del Atlántico, experiencia que puede vivirse si alguna vez se ha estado en la Patagonia Argentina en este tipo de contemplación. Algo que de paso me recuerda la letra de una canción que hicieran famosa “Los Miserables”, “Los dos gallos”, donde puede escucharse: “si cantara el gallo rojo / otro gallo cantaría”.



 

 


 

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“El gallo rojo”, de Sergio Pravaz
Vela al Viento – Ediciones Patagónicas, Comodoro Rivadavia, 2012.
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