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Santa María de las flores negras de Hernán Rivera Letelier:
narración, memoria y crimen en las salitreras. A propósito de una nueva conmemoración
de la matanza de la Escuela Santa María de Iquique

Por Carlos Hernández Tello


.. .. .. .. .. .

¿Sabrán estos hijos de perra la
magnitud del crimen que han cometido?
H. R. Letelier.


1. A modo de exordio

La novela Santa María de las flores negras (2002) de Hernán Rivera Letelier viene a robustecer una tradición narrativa en Chile de obras que han intentado representar, en diferentes contextos y a través de procedimientos poéticos heterogéneos, las distintas masacres perpetradas por la milicia nacional cuyo receptáculo fueron las masas proletarias del país. Hijos del salitre (1952) de Volodia Teitelboim, Martes tristes (1983) de Francisco Simón Rivas o Actas de Marusia (1993) de Patricio Manns, constituyen ejemplos señeros de esa tradición a la que aludimos. Más allá de repetir o parafrasear el hecho criminal que la novela de Rivera Letelier relata, el propósito de las reflexiones que intentaremos esbozar pretende establecer los procedimientos poéticos (Dolezel) empleados en la narración de ese crimen, pues como veremos, la indagación en tales modalidades revelará problemas esenciales que se vinculan, por ejemplo, a una apropiación del referente histórico, el lenguaje de los sujetos representados y la constitución de un narrador complejo que se instala como sujeto representativo de voces múltiples, a la vez que nos transportará a la problematización de categorías históricas y sociales fundamentales en la cultura chilena y latinoamericana.

2. Representación, referente y una verdad

Siguiendo las tesis de Thomas E. Lewis en relación al referente, observamos que en Santa María de las flores negras se aprecia una apropiación del hecho histórico que denota naturalmente una parcialidad ideológica, ineludible al momento de la creación poética, e ineluctable también si pretendemos realizar un ejercicio crítico en torno a esta novela. Como unidad cultural, la novela de Rivera Letelier propone un esquema narrativo que adscribe a cierta “impureza representacional” en perspectiva de que asume la visión ideológica del sujeto proletario, de las enormes masas de trabajadores que arribaron a Iquique en demanda de mejores condiciones laborales. Ese sería el punto de partida para un examen de esta novela, pues al internalizarse en el enunciado el lector asiste, en efecto, al relato de un crimen, pero hay abiertamente una opción por los sujetos anónimos que fueron víctimas del genocidio. En este sentido, y como se desprende de las anotaciones de Antonia Viu en cuanto al concepto de “representación”, en Santa María de las flores negras se despliega un proceso selectivo de los acontecimientos a relatar, así como también de los sujetos que formarán parte de ese entramado narrativo que dará vida a lo que la novela plasma en sus páginas. 

Aludíamos en el título de este apartado a la idea de una verdad en esta novela. Esto nos lleva a la clásica dicotomía verdad literaria / verdad histórica, o si se quiere, a la oposición que plantea Gérard Genette en relación a la ficcionalidad o factualidad del relato. Esto es importante si consideramos el contenido histórico de la novela, pues si nos remitimos a la categoría de Antonia Viu, ésta sería una narración encasillada en la categoría de la nueva novela histórica chilena que esta autora denomina “memorial [1]”. En un carril similar la ubicaría Fernando Moreno, quien categoriza la obra de Rivera Letelier en la clasificación de un pasado histórico “fundacional [2]”. El planteamiento del problema de la representación de hechos históricos en Santa María de las flores negras tiene su respaldo metodológico en la idea de representar una verdad, la de aquellos sujetos anónimos que no figuran en los textos o manuales de historia. Tales sujetos serían la masa proletaria, la multitud encarnada en personajes como Olegario Santana, Domingo Domínguez, José Pintor, Gregoria Becerra, sujetos que formaron parte de un proceso histórico pero que no han sido recordados por la historia oficial. Ésa es la opción representacional en la novela de Rivera Letelier, ésa vendría a ser la opción ideológica expuesta en la novela, asumiendo críticamente la verdad de un grupo de trabajadores que pagaron el precio de sus demandas por una vida digna.

3. La dimensión del lenguaje: retórica proletaria y retórica militar

La novela de Rivera Letelier que estamos sometiendo a examen estructura una pugna, como señalábamos, entre dos bandos completamente antagónicos. Por un lado, el narrador nos remite a un universo de sujetos proletarios como Santana, Domínguez, Pintor, Becerra, Montaño, la Confederación Perú Boliviana, entre muchos otros, sujetos que encarnan las demandas laborales de los obreros del salitre a principios del siglo XX, los que naturalmente despliegan una forma discursiva que les es característica, fuertemente semantizada por los oficios o categorías laborales de los salitreros (calichero, herramentero, carretero, barretero), pero sobre todo en la que se plasma toda una carga ideológica determinada por su condición de clase:

Éramos más de ochocientos los huelguistas reunidos en torno a los hermanos Ruiz, que no paraban de arengarnos y darnos ánimo para que no entregáramos la oreja al capitalismo, compañeritos; que lo que pedíamos era justo, que ya era hora de poner coto a la explotación y a la rapiña sin control de los oficineros abusadores. Mientras nosotros, eufóricos y vociferantes hasta la afonía, asentíamos a grito pelado enarbolando palas, machos, barretas y martillos como las más nobles banderas de lucha (Rivera Letelier 19).

Valga el extracto anterior para ejemplificar el tenor discursivo e ideológico de la dimensión lingüística de la masa obrera que arriba a Iquique para exigir a los capitalistas condiciones de trabajo más humanas. Discursos como el que transcribimos abundan en la novela y reflejan lo que hemos denominado retórica proletaria.

Por otra parte, irrumpen en Santa María de las flores negras un conjunto de sujetos que nos son presentados como los representantes de la clase burguesa, el capitalismo extranjero que personifica John Thomas North; la oficialidad política, en este caso el Intendente Carlos Eastman, en representación del gobierno de Pedro Montt; y por último, el Ejército de la República, el cual deposita toda una tradición bélica y patriótica en la figura señera del General de Brigada Roberto Silva Renard. Este último individuo es capital para comprender la retórica militar en la que se sustenta el crimen que avasalla a los obreros en la Escuela Santa María. Observemos un ejemplo:

Luego, endureciendo aún más el cerco azul de su mirada, bajo el inclemente sol de la siesta nortina, arengó enérgicamente a los soldados. Entre otras cosas, les dijo que los que estaban atrincherados en la Escuela Santa María y en el sitio de la plaza Montt, no eran chilenos, sino una turba de subversivos y facinerosos, unos antipatriotas indignos y hostiles a la sociedad y al orden establecido. Que a ellos, como soldados de una patria libre y soberana, no les debía temblar la mano ni flaquearles el espíritu para disparar sus armas contra ese tropel de rotos apátridas que seguramente estaban pagados por el oro peruano. ‘Ellos son el enemigo de esta batalla’, terminó rugiendo el general (234).

Como puede desprenderse del fragmento citado, y así lo ha corroborado el accionar militar a lo largo del siglo XX en Chile, las Fuerzas Armadas han mantenido un discurso absolutamente patriota, nacionalista, católico [3], el cual justifica cualquier accionar de sus miembros mientras éstos actúen en defensa de los “sagrados intereses de la Patria”. Si se toma en consideración lo anterior, la lectura de Santa María de las flores negras permite dilucidar precisamente estos elementos de la ideología militar, a tal punto de que el genocidio perpetrado en la Escuela Santa María se justifica en defensa de la patria y contra los facciosos que pretenden vapulearla. La retórica salvacionista que instala al soldado como individuo que defiende el suelo nacional, elevándolo a un estadio metafísico de sacralidad; la tesis de “guerra interior ” que muestra a Silva Renard convencido de que los obreros apostados en la Escuela Santa María son un enemigo antipatriota, el cual antepone sus intereses personales a las necesidades esenciales y básicas de Chile; son ejemplos que refuerzan el planteamiento de que en la novela de Rivera Letelier se configura una retórica militar que, articulada pero a la vez en franca pugna a la jerga de los obreros, enriquece la dimensión del lenguaje que se constituye como eje trascendental en el entramado narrativo de Santa María de las flores negras.

4. El narrador de las salitreras o el obrero de las voces múltiples

Una de las problemáticas centrales de las narrativas que intentan desplegar un relato que refiera hechos traumáticos, o si se quiere, acontecimientos en los que se perpetran crímenes, es lo que Idelber Avelar ha denominado “crisis de la transmisibilidad de la experiencia”, esto es, la insuficiencia del lenguaje para expresar la magnitud de esos crímenes, del dolor o del duelo que corroe la emocionalidad de quien organiza narrativamente dicha experiencia. Aludíamos anteriormente a una selectividad ideológica en términos de los sujetos representados, la que también se refleja en el enunciado literario mediante un trabajo con el lenguaje. Ambos procedimientos poéticos se articulan a un tercero, que en el caso de Santa María de las flores negras vendría a ser el narrador de la novela. Este narrador es un sujeto complejo, que denota voces múltiples según la materia narrativa de la que se trate. Así, éste pareciera ser una construcción híbrida en el sentido de que se caracteriza por ser tres narradores, sin dejar de ser el mismo.

En primera instancia, va a ser un narrador omnisciente, pues necesita expresar lo que pasa por la mente de los personajes en muchos momentos, sobre todo cuando se produce la masacre. Cuando se requiera, va a ser un narrador personaje, pues son abundantes las referencias a un “nosotros” que da cuenta de que este narrador es uno más de los que están en la huelga, aunque no interactúe jamás con los personajes protagonistas de la novela. Y finalmente, también será un narrador testigo, pero no en el sentido tradicional de entenderlo como un sujeto que presencia un hecho pero no participa de él, pues claramente este sujeto sí presenció la masacre y sobrevivió a ella. Más bien este narrador es testigo en el sentido de que el crimen que él padeció, observó y del que sobrevivió, lo comunica ahora a un lector hipotético como un testimonio:

Sin embargo, los que caímos en la escuela —junto a los que murieron después a causa de sus heridas, y a los que se fueron muriendo con el tiempo, de pura tristeza—, sabemos bien que, aunque se esgrima toda clase de pretextos para negar o justificar esta aniquilación feroz, y los responsables pasen a convertirse en héroes patrios, y con el tiempo se llegue a bautizar calles, plazas y regimientos con sus nombres, con el nombre del general asesino —que ordenó hacer fuego sin tener nada que reprimir, sólo impresionado por el agitar de las banderas y la gritería de la muchedumbre— y con el nombre del presidente cómplice que lo premió enviándolo de agregado militar a Alemania (…); que aunque se eche mano a todo para olvidarnos —incluso a la ignominia de levantar un monumento al capitalismo sobre la fosa en que descansan nuestros huesos—, sabemos que nuestra muerte no será del todo inútil, y que más tarde o más temprano será cantada y contada al mundo entero, y el mundo entero sabrá que esta matanza perpetrada un 21 de diciembre de 1907, en los recintos de la Escuela Santa María de la ciudad de Iquique, fue la más infame atrocidad que recuerde la historia del proletariado universal (Rivera Letelier 284-285).

Como queda claro, “los que caímos en la escuela” expresa la presencia del narrador en la Escuela Santa María al momento de la matanza, lo cual nos permite también identificarlo con ese “nosotros” que aparece desperdigado en todos los capítulos de la novela. En este sentido, y si sumamos el carácter de personaje y testigo del narrador a sus peregrinajes por la conciencia de cada uno de los sujetos que constituyen el universo humano de la novela, comprobamos la complejidad de este narrador de las salitreras, este sobreviviente que por medio de múltiples voces intenta expresar el crimen y las fracturas de la sociedad proletaria de la que forma parte.

5. Memoria y testimonio: el crimen de la Escuela Santa María como diagnóstico de la sociedad chilena

En Chile el problema de la memoria histórica es realmente conflictivo, básicamente porque ésta busca que los crímenes sean recordados, así como también quiénes los han perpetrado. El problema pareciera residir en que aquellos sujetos que han participado en el crimen representan a un sector de la sociedad que se incomoda con el hecho de recordarlo y promueve el olvido, o bien, la reconciliación. Al respecto señala Hernán Valdés, en el prólogo a la reedición de 1996 de su libro Tejas Verdes. Diario de un Campo de Concentración en Chile (1974):

…nunca nos ha gustado mirar el pasado, si todavía no ha sido heroizado por los historiadores de turno. Somos un pueblo optimista, eternamente joven, que sólo mira hacia delante. La sociedad chilena, por lo demás, está bastante ocupada con su presente y su futuro, con sus alianzas tácticas o estratégicas, con sus negocios, con su reconquistada “normalidad”. La reconciliación es una realidad, por lo menos para los reconciliados económicamente, y el pasado, testimonios como éste, hacen el papel de aguafiestas (Valdés 4).   

De acuerdo a la reflexión de Valdés, Chile sería un país que preconiza el optimismo y la reconciliación como principio esencial para la construcción de la sociedad. En este sentido, el crimen de la Escuela Santa María aludiría una concepción prospectiva de la historia y de la historiografía, así como también constituiría un discurso literario que dignostica una perspectiva social enraizada en relación a los hechos trágicos del pasado. En términos de una oficialidad cuya potestad central se anida no sólo en el poder político, sino también en el discursivo, el manejo historiográfico y político de la matanza de los obreros del salitre sintetiza una concepción de país encasillada en la desmemoria. Examinemos un ejemplo de la novela:

Eludiendo el paso intermitente de las patrullas, Olegario Santana se interna en las calles desiertas. La ciudad le parece muerta. Al pasar, agazapado, por el frente de la Escuela Santa María, se da cuenta de que no queda ningún rastro de la inmolación, ni el más leve indicio. Todo ha sido barrido, limpiado y desmanchado prolijamente. Sólo atestiguan la matanza las tablas agujereadas por las balas y el aire impregnado de ese olor a rosas azumagadas de la sangre. Después los agujeros de las balas serían tapados meticulosamente con masilla, pero el olor de la sangre de los muertos no pudieron erradicarlo con nada (Rivera Letelier 271-272).

Precisamente lo que sintetiza el fragmento anterior constituye la pugna que se establece entre los sobrevivientes al crimen y las fuerzas que administran el poder político y discursivo. Es más, ya el epígrafe de la novela nos adelanta el problema de la desmemoria y la lucha por mantener presentes los hechos de violencia que se relatarán (Señoras y señores / venimos a contar / aquello que la historia / no quiere recordar). Asimismo, los permanentes monólogos de Olegario Santana en torno al destino oscuro que le vaticina a la huelga, las reprimendas insistentes de sus camaradas al acusarlo de pesimista, o las declamaciones del poeta ciego Rosario Calderón disgregadas a lo largo del relato y que instalan el futuro de los obreros en el imaginario oral de los mineros, anticipa en gran medida el problema de la memoria y el olvido que le está reservado a los hechos que acaecerán en el recinto escolar. Por ello no es casual que el capítulo 21 de la novela, paralelo evidente con el 21 de diciembre de 1907, sea el segmento de la obra en la que se relate en extenso el sitio de la Escuela Santa María y el posterior genocidio. En este capítulo se consolidará, en definitiva, la propuesta de la novela respecto al problema de la memoria y el olvido, a la vez que resolverá discursivamente la opción testimonial que prevalece en el enunciado literario:

Mientras le ata el pañuelo [un joven que ayuda a Olegario Santana], el hombre comienza a hablar diciéndole que hay que grabarse firme en la mollera cada detalle de lo que está sucediendo; estarcirlo a fuego en la memoria. Que después los mandamases van a querer echar tierra sobre esta masacre horrenda, pero ahí estarán ellos entonces para contársela a sus hijos y a los hijos de sus hijos, para que éstos a su vez se lo transmitan a las nuevas generaciones. ‘Esto lo tiene que saber el mundo entero, compañerito’, dice conmocionado el hombre (269).

De este modo se consolida el proyecto testimonial en Santa María de las flores negras, a través de la convicción de un obrero que ha sobrevivido a la masacre, así como también mediante una promesa de difusión que pretende romper las barreras generacionales y las del poder.

6. El espacio y sus resemantizaciones

Paul Ricoeur, en su libro La memoria, la historia, el olvido (2000), ha establecido que uno de los problemas que surgen ante el estudio de la memoria es la relegación del “qué” se recuerda, para reemplazarlo por el “quién” reconstruye o rememora los acontecimientos del pasado. En este sentido, la reconstrucción de la memoria anularía cualquier tipo de proyecto que implique la configuración de la memoria colectiva de una sociedad determinada. Sin embargo, tras la lectura de la novela Santa María de las flores negras de Hernán Rivera Letelier, surge una pregunta más amplia que se incorpora a las dos que se plantea Ricoeur: la pregunta por el “dónde” ocurren los procesos que se recuperan a través de la memoria, interrogante que nos traslada inmediatamente a la Escuela Domingo Santa María de Iquique. Efectivamente, respecto a este hecho, la novela reconstruye el acontecimiento (el “qué” se recuerda) y quiénes participaron en él, pero una lectura minuciosa nos permite indagar e inferir una reflexión en la obra sobre el espacio de construcción de la memoria. En base a esto, el examen de la novela permite dilucidar que a este espacio de reconstrucción de la memoria le ha sido asignada una carga semántica, ideológica y simbólica de la que carecía antes del 7 de diciembre de 1907, es decir, el sentido social de dicho espacio era diametralmente opuesto antes de ser convertidos en una ratonera de exterminio de manifestantes.

Revisemos dos ejemplos de la novela que nos permiten acercarnos a la reflexión antes esbozada: (1) “La escuela estaba construida para albergar a mil alumnos y nosotros éramos más de cinco mil almas; cinco mil cristianos que, en su mayoría, nunca antes en su vida de pobres habían entrado a una escuela” (Rivera Letelier 98). El siguiente proporciona otros datos:

(2) Las dependencias de la escuela – disponibles en esos momentos porque los alumnos se hallaban en espera de sus exámenes de fin de año -, conformaban una inmensa casona de madera construida en los tiempos en que la ciudad pertenecía a la República del Perú. Cubierta con techos de calamina y un mirador que daba a la plaza Manuel Montt, tenía además dos amplios patios de tierra y un gran portón antepuesto a un pequeño jardín adornado con faroles de gas. En el centro del jardín se erguía una pérgola, también de madera, muy similar a los kioscos de música de las plazas pampinas (99).

Al revisar estos fragmentos se corrobora la tesis de la resemantización. Así, observamos que la finalidad del espacio en el que se perpetró el crimen tiene una carga semántica, ideológica y social muy distinta: la Escuela Domingo Santa María es un establecimiento educacional, recuperado por el Gobierno chileno, y que tiene la importante función social de formar a sus estudiantes. En función de esto, el espacio en el que se ejecuta el crimen es resemantizado, es decir, por los hechos que acontecieron ahí la historia le ha asignado un nuevo significado social: el de ser un lugar en el que se asesinó a mujeres, hombres y niños. Incluso hacia el final de la novela, el espacio donde se ejecuta el crimen cumple un rol asociado a la memoria cuando, pasado muy poco tiempo luego de la masacre, las autoridades de la época ordenan limpiar el lugar y tapar con masilla los agujeros de bala en las tablas del recinto, las cuales evidenciaban lo ocurrido momentos antes. En síntesis, la novela de Rivera Letelier trabaja literariamente la coordenada espacial, aspecto esencial también en la narración poética, como lo es el narrador o los personajes, para expresar lo acaecido ese 21 de diciembre de 1907.

7. La consumación del proyecto modernizador

En el mundo actual resulta casi imposible pensar la experiencia cotidiana en términos no capitalistas. Es más, ni siquiera podemos pensar en un concepto que categorice la realidad en perspectiva de una concepción sobre la organización de las sociedades que se instale como una alternativa a ese patrón capitalista y moderno. Hoy por hoy, el proyecto capitalista y moderno de la existencia, instalado en América desde la invasión europea, está arraigado en nuestras vidas y, lamentablemente, cualquier alternativa a dicho proyecto homogeneizador cae de bruces frente a la barrera de la modernidad.

Aníbal Quijano, respecto al concepto de “modernidad”, ha señalado: “…la humanidad actual en su conjunto constituye el primer sistema-mundo global históricamente conocido (…) Lo que su globalidad implica es un piso básico de prácticas comunes para el mundo, y una esfera intersubjetiva que existe y actúa como esfera central de orientación valórica del conjunto. Por lo cual las instituciones hegemónicas de cada ámbito de existencia social, son universales a la población del mundo como modelos intersubjetivos” (Quijano 214-215). De este fragmento se desprende que la modernidad ha sido, desde sus instalación y consumación en América por el mundo europeo, un proyecto homogeneizador que desatiende y reprime las voces y proyectos alternos. Así, no es de extrañar que entre los rasgos del eurocentrismo Quijano vislumbre “una articulación peculiar entre un dualismo (precapital-capital, no europeo-europeo, primitivo-civilizado, tradicional-moderno, etc.) y un evolucionismo lineal, unidireccional, desde algún estado de naturaleza a la sociedad moderna europea” (222).

Si entendemos la modernidad como la sumatoria de un sistema homogéneo y una concepción binaria de entender el mundo, el resultado al que arribamos será inevitablemente el del crimen. Al parecer ese es el único puerto posible y así lo ha registrado también Rivera Letelier en Santa María de las flores negras, pues al adentrarnos en la narración percibimos esta pugna entre dos perspectivas radicalmente opuestas, las cuales pueden sintetizarse en una concepción capitalista que no escatima en la explotación de los recursos de la naturaleza con un fin de acumulación y enriquecimiento, cuya explotación se extrapola por su puesto a la masa de obreros que integran Santana, Pintor y muchos otros. De este modo, el conflicto al que asistimos en la novela de Rivera Letelier se funda en este patrón de organización social en el que la extracción del salitre por el capital extranjero es asumido por el gobierno de la época como una posibilidad de “progreso” para el país. De ahí que la huelga de los obreros sea vista como una amenaza para el desarrollo de la patria y requiera el aporte de la institucionalidad militar, la que como pudimos comprobar al examinar su retórica, funda su existencia en un “nacionalismo” que, paradojalmente, permite el saqueo de los recursos de Chile por firmas extranjeras. Para ellos, los que administran el poder político, económico y militar, la modernización del país “requeriría” de ese insumo extranjero. En eso se sustenta el crimen de la Escuela Santa María: los obreros pasarían a constituirse en un obstáculo para el progreso del país.

En perspectiva de lo anterior, la consumación del proyecto modernizador presupone una linealidad progresiva, unidireccional. El avance científico técnico está al servicio de ello y ese conocimiento científico pondrá todos sus esfuerzos en llevar a la práctica el proyecto de modernización. Así quedará esbozado en la novela:

Pero era sólo que las ametralladoras, esos terribles armatostes que la mayoría de nosotros no habíamos visto ni oído jamás antes en nuestra precaria vida de salitreros, esas monstruosas armas que después supimos eran de fabricación alemana, de diez cañones giratorios, con un alcance de 2.100 yardas y una cadencia de tiro de 400 cartuchos por minuto, capaces de partir a un caballo por la mitad, sólo estaban cambiando de posición y ahora giraban y apuntaban sus bocas de fuego a la carpa del circo repleta sobre todo de niños y mujeres que comenzaron a caer desde las graderías sobre la pista de aserrín, unos encima de otros, cercenados por esos cartuchos pavorosos que, por la corta distancia de tiro, atravesaban de hasta a seis cristianos a la vez antes de perforar también las tablas de las casas más cercanas (Rivera Letelier 263-264).

Como observamos, el proyecto modernizador sustentado en la tesis del progreso material, el cual esconde una careta en extremo violenta, se consolidada en la novela de Rivera Letelier por medio de la descripción del armamento empleado en el genocidio, con lo que constatamos que la razón instrumentalizada [5] opera como piedra de toque en la conformación de la instalación definitiva del capitalismo no sólo en Chile, sino por sobre todo en América Latina.

8. Colonialidad del poder: el proyecto criollo de Estado – Nación chileno

Los procesos independentistas de lo que hoy conocemos como Latinoamérica, se desarrollaron, como es sabido, en un gran porcentaje entre los años 1810 y 1825 según el país del que se trate. Sin embargo, dichos procesos de independencia sólo implicaron para los países en cuestión un cambio de administración político-gubernamental, pues el poder recayó en aquellos sujetos representantes de una aristocracia criolla, españoles nacidos en América, franceses o ingleses. Esto implicó que se mantuviera en las nacientes repúblicas independientes un sistema colonial distinto, ya no dependiente de las metrópolis europeas, sino de dichos sujetos descendientes de europeos que mantuvieron los patrones de dominación colonial aplicados de una manera “no violenta”. En este sentido, la independencia de los países americanos, la cual implicó un desligamiento a nivel político, no fue tal a nivel cultural e intelectual. En este marco, la permanencia y perennidad de las formas coloniales de dominación tras la independencia es lo que Aníbal Quijano ha denominado colonialidad del poder. Según Quijano, esta idea se manifiesta en los países americanos a través de tres ejes, a saber, el eje de raza, el eje eurocéntrico y el eje económico capitalista.

Para el caso de Santa María de las flores negras, los ejes de dominación colonial que son más pertinentes de aclarar son el de raza y el económico capitalista. Quijano plantea conceptualmente el primero en los siguiente términos: “la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza, es decir, una supuesta diferente estructura biológica que ubicaba a los unos en situación natural de inferioridad respecto de los otros. Esa idea fue asumida por los conquistadores como el principal elemento constitutivo, fundante, de las relaciones de dominación que la conquista imponía” (Quijano 202). Dado que en la novela de Rivera Letelier el indígena no tiene participación, pues ha sido completamente avasallado y barrido por el criollo del proyecto de Estado – Nación chileno, el sujeto que ocupa su lugar ahora para ser nuevamente avasallado es el obrero del salitre, a quien tanto el criollo como el representante del capital externo pasará a denominar “roto”. Así verificamos entonces el primer elemento de la colonialidad del poder explicado por Quijano. Respecto al eje económico capitalista, Quijano señala: “…en el proceso de constitución histórica de América, todas las formas de control y de explotación del trabajo y de control de la producción-apropiación-distribución de productos, fueron articuladas alrededor de la relación capital-salario y del mercado mundial. Quedaron incluidas la esclavitud, la servidumbre, la pequeña producción mercantil, la reciprocidad y el salario” (204). Y luego agregará: “La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nuevas identidades raciales de los colonizados con las formas de control no pagado, no asalariado, del trabajo, desarrolló entre los europeos o blancos la específica percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos. La inferioridad racial de los colonizados implicaba que no eran dignos del pago de salario” (207).

Si asociamos lo anterior al contexto narrativo de Santa María de las flores negras, podemos corroborar algunos elementos de lo que plantea Quijano. Primero, la inferioridad racial y social del obrero, el roto, el sujeto proletario, naturalmente lo pone en condición natural de inferioridad frente al amo criollo y al capitalista extranjero. Segundo, dado que las salitreras eran propiedad de un grupo minoritario de ingleses, sólo interesaba la explotación del mineral para satisfacer las necesidades económicas de las grandes potencias europeas. Así queda establecido en la novela: “Pero sucedió que un monopolio de gringos rapiñosos se adueñó de las oficinas salitreras de mayor riqueza, y las ganancias se van ahora en su totalidad al extranjero. El Gobierno chileno sólo recibe el derecho de exportación, que es una porquería si lo comparamos con las utilidades que deja el salitre. Y los trabajadores, para qué les digo nada, apenas recibimos el escuálido jornal de hambre por el que estamos luchando” (Rivera Letelier 131). De este modo, el eje económico capitalista adquiere presencia, pues, en este contexto, los obreros chilenos son doblemente colonizados: por una parte, por los criollos chilenos, defensores de sus propios intereses económicos; y por otra, por un inglés cuyo despacho se encuentra a miles de kilómetros de Chile, y cuyo interés en mejorar las condiciones de trabajo de los obreros, de los rotos, es por supuesto, inexistente.

9. A modo de cierre

El esquema de análisis presentado se propuso delinear una lectura inicial de la novela Santa María de las flores negras de Rivera Letelier en perspectiva de cómo en ésta se articula una poética en la que los modos de representación, la estructura y el lenguaje, dan cabida a un relato de hechos criminales acaecidos en Chile a principios del siglo XX. El examen de la novela nos permite observar que en su organización discursiva residen elementos creativos interesantes en términos de cómo en ella las voces testimoniales, la constitución de un narrador heterogéneo, el trabajo de la coordenada espacial, pero también la reflexión sobre la consumación del proyecto modernizador y la colonialidad del poder, expresan problemas esenciales no sólo para la historiografía nacional y latinoamericana, sino también para la consolidación de un pensamiento crítico y literario que dé cuenta de un locus específico, vinculado naturalmente a su proceso de enunciación.

 

 

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Bibliografía

Avelar, Idelber. Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2000.

Bilbao, Francisco. El Evangelio Americano. Francisco Bilbao 1823-1865. El autor y la obra. Ed. José Alberto Bravo de G. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2007.

Dolezel, Lubomír. Historia breve de la poética. Trad. Luis Alburquerque. Madrid: Editorial Síntesis, 1990.

Genette, Gérard. “Relato ficcional, relato factual”. Ficción y dicción. Barcelona: Editorial Lumen, 1993.

Lewis, Thomas E. “Hacia una teoría del referente literario”. Texto Crítico VIII (1983), 4- 31.

Moreno, Fernando. “Novelar y revelar la Historia”. Revista de estudios iberoamericanos. 2 (2005): 78-84.

Quijano, Aníbal: “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Buenos Aires: CLACSO, 2000.

Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008.

Rivera Letelier, Hernán. Santa María de las flores negras. Santiago: Alfaguara, 2013.

Valdés, Hernán. A partir del fin. Santiago: LOM Ediciones,  2003.

Viu, Antonia. Imaginar el pasado, decir el presente. La novela histórica chilena (1985 – 2003). Santiago: RIL Editores, 2007.

 

 

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Notas


[1] Antonia Viu define el memorial en los siguientes términos: “El memorial es utilizado en el sentido de un tipo de monumento que conmemora los mártires de una tragedia colectiva, de la cual se responsabiliza a un agente determinado. En él se distingue una doble función: homenajear a las víctimas y denunciar a los victimarios, también diluidos en el anonimato de un agente colectivo. El memorial instala una presencia, y obliga a enfrentar los excesos y la impunidad que muchas veces acompaña este tipo de tragedias erradicadas de la historia oficial. El memorial activa la memoria de un evento traumático, pero también constituye un registro de la codificación cultural que ese tipo de evento tiene entre los sobrevivientes, y de cómo su interpretación va siendo reelaborada con el tiempo. Como memoria del trauma, el memorial se aleja de lo narrativo y épico de otros tipos de monumento y se acerca a la memoria de lo sensorial, a la experiencia reprimida, constituyendo al mismo tiempo un eslabón imprescindible para rearticular la historia individual y colectiva” (Viu 158).

[2] En relación a las novelas que proponen representaciones de hechos históricos, Moreno observa: “Por una parte, los textos se vuelcan hacia el pasado inmediato, hacia la dictadura, “su escuela” y sus secuelas; por otra, hacia un pasado más o menos lejano, hacia períodos fundacionales o significativos de la historia chilena. Finalmente, hay textos que engarzan presente y pretérito, restableciendo vínculos y desplegando significaciones que señalan y establecen las posibles lecciones de la historia y advierten sobre la necesidad de recurrir al recorrido para hacer o rehacer el camino” (Moreno 80).

[3] “Erguido en su cabalgadura [Silva Renard], con el sol prendido en sus arreos militares, tras persignarse levemente, levantó la mano para dar la orden de fuego” (246). Llama también la atención cómo el crimen de los militares que ha recaído en el pueblo se ha sustentado en el catolicismo como doctrina protectora del suelo patrio.

[4] Valga el siguiente fragmento para profundizar en la convicción de guerra interna que operó como justificación para perpetrar el crimen: “…lo veíamos impávido [a Silva Renard] sobre su corcel blanco, como cincelado a granito, sin que le temblaran un ápice las puntas de sus mostachos retorcidos, contemplando con sus fríos ojos de vidrio esa masacre despiadada, y acaso pensando que tal vez la Historia lo iba a recordar en los libros póstumos como el gran vencedor de ‘La batalla de Iquique’, como comenzarían a llamar al día siguiente, en los círculos militares y de gobierno, a esa cobarde matanza de obreros indefensos” (264).

[5] Nos parecen muy valiosas las reflexiones que Francisco Bilbao propone en su libro El evangelio americano (1864) a propósito del aplastante avance moderno, de las cuales extraemos un fragmento que complementa la reflexión de este apartado: “¡Qué bella civilización aquella que conduce en ferrocarril la esclavitud y la vergüenza! ¡Qué progreso, el comunicar una infamia, un atentado, una orden de ametrallar a un pueblo por medio del telégrafo eléctrico! ¡Qué confort! ¡Alojar a multitudes de imbéciles o rebaños humanos, en palacios fabricados por el trabajo del pobre, pero en honor del déspota! ¡Qué ilustración! ¡Tener escuelas, colegios, liceos, universidades, en donde se aprende el servilismo religioso y político, con todas las flores de la retórica de griegos y romanos! (…) ¡Qué adelanto! ¡Esos caminos, esos puentes, esos acueductos, esos campos labrados, esos pantanos disecados, esos bosques alineados y peinados, esas magníficas praderas bien regadas, para que pastoree contenta la multitud envilecida del pueblo soberano convertido en canalla humano, para aplaudir en el circo, para sufragar por el crimen, para servir en los ejércitos, para esclavizar a sus hermanos, para contribuir a la gloria y prosperidad, y civilización de los imperios! (…) ¿No veis que todos los progresos materiales son armas de dos filos, y que los cañones rayados sirven del mismo modo a la libertad o a la opresión? ¿Y no veis que presentar como símbolo o idea de la civilización, lo que se llama progreso material, es hacer consistir la civilización en la transformación de la materia?” (Bilbao 742-743).
 



 



 

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Por Carlos Hernández Tello