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LA ARMADURA MAGENTA
Comentario sobre Magenta, de Fernando Ortega

Por Wenuan Escalona


 



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Magenta (Libros del Pez Espiral, 2014)es el segundo libro de Fernando Ortega (Viña del Mar, 1983), luego de la entrega su ópera prima titulada Cian, (autoedición, 2012). Y aunque sabemos de obras que no tienen o necesitan una correspondencia evidente con la que les precede, ciertamente no es el caso trazado por Ortega, puesto que tanto Cian como Magenta pretenden situarnos en un imaginario preciso: Los colores sustractivos primarios (cian, magenta, amarillo) a partir de los cuales y según la calibración de su mezcla, se pueden obtener todos los demás registros cromáticos, como ya advirtió Andrés Urzúa en su reseña de Cian; imaginario o soporte discursivo, a juzgar personalísimo, que relaciono con la propia actividad del autor como ingeniero de productos.

Siguiendo esta lógica planteada como proyecto poético aún en construcción, cada color-libro debería referirnos a una caracterización, circunstancia o definición más o menos determinadas y cerradas en sí mismas, para luego dar paso a la superposición de estas unidades de manera reveladora y diversificada, justamente la propiedad central de estos colores. No obstante, tras su lectura, tengo la sensación de que este Magenta ya viene algo diluido en otros pigmentos, dada la dificultad de establecer un hilo conductor en sus 25 poemas, varios de ellos brevísimos (una o tres líneas), más allá de que el lenguaje, calculadamente seco, resulte gravitante en este corpus. Otro dato donde encuentro reafirmar esta idea, dice relación con la presencia de varios poemas de Cian en este nuevo texto. Si tomamos en cuenta los años de publicación de estos trabajos como otro antecedente (2012-2014), podremos preguntarnos legítimamente si en realidad Ortega logró o no singularizar ambos textos de modo que se justifique una vida por separado, por decirlo de alguna manera, o bien, estamos en presencia de un solo proceso escritural que por distintas razones quedó fragmentado. Acá, reconozco, entro al terreno de la especulación, fundamentalmente porque no he leído íntegro el primer texto, pero no deja de ser llamativo este diálogo entre ambos trabajos y creo que es bueno poner a la consideración de los lectores estas observaciones.

Y aunque son varios los poetas que relativizan el valor de escribir “el libro unitario” (recuerdo ahora el poema de José Emilio Pacheco titulado “A quién pueda interesar”) creo que en el caso de un poemario breve como este, algo de esa contundencia se extraña. No obstante lo anterior, que sin duda es una cuestión de gustos, es posible ver algunos ejes interesantes que surgen al aceptar el dialogo ofrecido por Magenta:

1.- Los poemas “Reducción de restos” y “Ojos de Claudio Arrau”, nos revelan una interesante pugna-contradicción entre dos dimensiones nítidas: el escenario biográfico desarrollado en torno a las figuras del padre, la madre y la tía, v/s el lenguaje destinado a la expresión de este espacio confesional, que tiende a ser pragmático y seco, al menos en la superficie. Lo que veo acá, es un intento consciente por reducir la fuerza gravitacional de la familia, y acaso el dolor de las pérdidas asumidas, a través del recurso de una fina ironía, y la relación del sujeto poético con artefactos y situaciones cotidianas desprovistas de estas cargas: el valor monetario del nicho donde yace el padre de espalda al mar (espacio laboral, vocacional); o el aprendizaje-recuerdo de la música-tía, sus vinilos y algunas constataciones en youtube. En ambos poemas el flanco de lo afectivo trata de suplirse con la distancia de la ironía y una aparente sequedad lírica. No obstante esta intención (o debido a ellas) éstas son unas de las piezas mejor logradas del poemario, porque precisamente apelan a una dimensión subjetiva esencial en las personas-lectores: la muerte física de los seres amados; todos podemos reconocernos en el temor al misterio de la muerte. Cioran lo explica mucho mejor: “Las experiencias subjetivas más profundas son así mismo las más universales, por la simple razón de que alcanzan el fondo original de la vida”.

2.- Otro momento bien definido del libro está constituido por 7 poemas que, (desde la página 8 a la 14) sin llegar a problematizar el amor, intenta un juego ingenioso en esta área: la muchacha de la bicicleta, correos y ventanas de chat, el trozo de hilo en la toalla, que, como pequeñas señales, trabajan con elementos de humor, brevedad y factor cotidiano. Es en este apartado donde más dudas tengo respecto del aporte que estos poemas le hagan a un libro que, según los puntos altos del mismo, tiende a apuntar hacia otra dirección.

3.- El resto de los poemas parecieran moverse dentro de un territorio metapoético, pero no de aquel vasto cuestionamiento que se pudiera tener respecto del oficio. Más bien sobre parcelas bien acotadas, como si el lente del poeta fuera capturando instantáneas en situaciones y lugares que llamaron su atención en el deambular por este no-territorio. La extrañeza y la necesaria carencia de una verdad que defender, y por tanto, que abrume, me parece que está en frecuencia con ese primer Millán de “Relación Personal”. Por otro lado, el tratamiento de ciertas substancias asociadas a su decodificación neuronal y la despersonalización vigente en poemas como “Limites de una migración específica” y “Óptica de la nostalgia”, ciertamente me trasporta al perpetuo movimiento sensorial de Carlos Cociña. “Maite me pregunta si escribo con inspiración”, así termina un poema que interpela al lirismo entendido como la mecánica o acto común, que resulta en la creación de un poema.                

Incluso, en “Costa escarpada” el autor trae a colación a Rey Ayanami, un personaje del animé “Evangelión”, que si me apuran un poco, podría decir que mucho tiene que ver con la configuración de la narrativa ambiental y psíquica de este poemario. (En mis tiempos de universidad y como amante del género, también le escribí poemas y reseñas a esta atractiva First Children del Eva 0-0).

Antes de concluir, me gustaría señalar respecto del libro-objeto, que es una edición bien cuidada tanto en sus materiales como diseño en general, con dimensiones que hacen cómoda la lectura. Se nota cariño por el trabajo y eso se agradece un montón, porque la falta de prolijidad, aunque sea una editorial pequeña, independiente, autoedición, libertaria, mapuchista, etc, debe ser evaluada tanto como su contenido. Aunque los recursos sean pocos, siempre se puede hacer un buen trabajo. Tal vez, lo que nunca está demás y que incluiría de todas maneras, es una numeración (que sobre todo sirve a los reseñistas eventuales como yo) y agrandar la tipografía para aprovechar mejor los espacios que da el papel.

En resumen, me parece que Magenta es un poemario tentativo, en tanto el cazador-poeta, que al descampado aguarda, aún no sabe si hacerles puntería a los patos, ciervos o leones que por ahí circulan y que ciertamente tiene a su alcance. Pero claro, la munición-lenguaje a utilizar no nos sirve para el mismo objetivo, y Ortega, que en este libro ha demostrado tener buena puntería, debe ir definiendo, optando. La principal dificultad, creo, se genera cuando Ortega define a priori un área rígida para desplazarse (Magenta en tanto color y metáfora) como ya dijimos en un comienzo, pero que en su desarrollo pareciera querer salir de ésta, y de hecho así lo hace, invalidando en la práctica esta armadura, y trayendo producto de esta fuga, los puntos más altos del libro. Lo forzado no solo tiene que ver con cierto aire barroco (por ejemplo), sino que también con el exceso de minimalismo que puede terminar cortando todo vuelo expresivo.

Hay, no obstante, un acierto enorme a considerar en Magenta, que como poeta de región detecto, empatizo y defiendo. Hasta hace muy poco entre un grupo de, cada vez menos, poetas jóvenes capitalinos, (bien contactados, onderos, y con un sofisticado dolor), se incrustó la conveniente moda de arrogarse representatividades simbólicas en distintos planos: culturales, territoriales y sociales. En efecto, títulos grandilocuentes y gestos políticos-performáticos, nos encerraron en sus “chiles”, “ciudades”, “patrias” y “sueños mesiánicos”. Ciudades, chiles, sueños y patrias que nacieron y morirán en el ombligo que se llama Santiago. Ortega, consciente o no de esta situación, deja a un lado lo aspiracional, y se atreve en una búsqueda que me parece valiosa, precisamente porque reivindica la gran república de la subjetividad, justo en momentos en que se apresuran a caer las bengalas y van quedando los que algo tuvieron que decir.

Ojalá Fernando Ortega deje en fragua el tiempo necesario su próximo trabajo; ya demostró buen ojo, buena mano. Estos convencido que, de vencer los apuros, volverá con sus obsesiones resueltas en un libro contundente. Se lo agradeceremos. Se lo exigimos. ~



 



 

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