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HERNÁN VALDÉS, POETA
Y NOVELISTA
"La comisión
debe reparar sus omisiones"
Por
María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de
El Mercurio, 5 de febrero de 2005
Tejas Verdes conmovió
al mundo como el primer testimonio de las atrocidades cometidas por
el régimen militar. Su autor, víctima de la tortura,
reclama un espacio en el informe de la Comisión Valech. Desde
Alemania, rompe su silencio.
Para él no era fácil vivir en Chile. Su
espíritu escéptico, independiente, y sobre todo crítico,
lo hacía entrar rápidamente en conflicto con las verdades
anquilosadas y con los mitos históricos. En el barco que lo
trae desde París en 1970, reflexiona sobre el sentido de este
regreso. "Desde lejos, Chile se ve como el mundo que está
por hacer, como la oportunidad geográfica e histórica
de crear otra sociedad (...). Las posibilidades de Allende y la UP
parecen esta vez más ciertas que antes y, por lo tanto, la
disposición a creer que ahora uno se dirige a un país
donde realmente se podrá participar en la construcción
de una nueva vida, se amplía", escribe en su diario. Apenas
un fragmento del texto que bajo el título de Navegación
con Neruda y conflictos de la admiración sería recogido
por Hernán
Loyola en un número especial de los Anales de la Universidad
de Chile dedicado al poeta, en 1972. Porque en el mismo barco venía
Neruda, y la mirada libre y aguda de Valdés también
lo alcanzó a él. "Es divertido que Neruda siga
siendo tan susceptible a las opiniones locales sobre su persona escribe,
que emocionalmente dependa de juicios de conciudadanos perfectamente
anónimos frente a la amplísima gama de sus relaciones
y admiraciones internacionales". La confirmación a sus
palabras vino poco tiempo después, con la desproporcionada
ira que Neruda vertió en el poema (H.V.).
Entre 1962 y 1964 Valdés había estudiado cine en Praga.
A principios de los setenta y tras un par de años en París,
volvía animado por los vientos de cambio y con los originales
de su novela Zoom. Cuatro años más tarde, la
decisión de vivir en Chile ya no dependería de él.
El mismo 11 de septiembre de 1973, el Centro de Estudios de la Realidad
Nacional, de la U.C., donde trabajaba junto al sociólogo Manuel
Antonio Garretón, sería allanado y desmantelado. Hombre
de izquierda, aunque sin militancia política, no alcanzó
a medir el peligro en el que él mismo se encontraba en los
días posteriores a esa fecha; en cambio, cumplía rigurosamente
con el encargo de su ex jefe de preparar un documento sobre la situación
del país. En forma paralela, avanzaba en un nuevo libro, A
partir del fin (Era, México, 1981; Lom, Santiago, 2004),
el cual, de existir alguna justicia literaria, deberá ser reconocido
como la gran novela sobre el golpe militar.
Informe y novela quedaron interrumpidos el 12 de febrero de 1974.
Hombres armados entraron violentamente a su departamento de Victoria
Subercaseaux buscando algo, pero ni ellos ni Valdés sabían
qué. Pese a la gravedad de la situación, es imposible
no asociarla con una comedia de equivocaciones o con el mejor teatro
del absurdo.
Un día preso en lugar desconocido, un mes en un campo de concentración,
el asilo en la embajada de Suecia y, finalmente, el viaje sin retorno.
Y una urgencia: escribir, denunciar, contar. Traducido inmediatamente
a varios idiomas, Tejas
Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile
(Ariel, Barcelona, 1974; Lom/Cesoc, Santiago, 1996) cumplió
su objetivo. A través de sus páginas, fechadas día
a día entre el 12 de febrero y el 15 de marzo de 1974, el mundo
pudo conocer de primera mano los horrores de la tortura y la arbitrariedad
del encierro. Y aun más, en ellas se reconoce la prosa de un
talentoso escritor.
Valdés nunca volvió a Chile, aunque se mantiene informado
a través de internet. Fue así como supo del Informe
de la Comisión de la Tortura. Buscó su nombre en la
lista, y no se encontró. ¿Era necesario que él
declarara ante la Comisión, en circunstancias de que su testimonio
fue publicado tempranamente? Airado, lanza la pregunta desde su hogar
en Kassel, Alemania, donde cultiva su huerto y vive inmerso en la
música, los libros y el cine.
¿Por qué no volvió al país?
A diferencia de otros, cuando se dio la posibilidad de volver,
yo no tenía ninguna razón para hacerlo, nada que recuperar
o reanudar en Chile, ni bienes, ni amores, ni trabajos.
¿Hay algún vínculo que no se haya roto?
Casi el único vínculo intacto es el de la memoria.
Ustedes han convivido con una nueva realidad durante más de
tres décadas y miles de acontecimientos se han superpuesto
a las experiencias del terror. Muchos han nacido después y
sólo saben de aquello por referencias, cada vez más
vagas. Para mí, en cambio, al no haber vivido ese transcurso,
todo queda intacto y "presente" de 1973 hacia atrás.
Muchos vínculos personales han sido rotos por la desaparición
de las personas o por la extrañeza de la distancia física
y temporal.
¿Quiere decir, entonces, que no ha cambiado su percepción
del país en estos años?
Mi percepción sólo se ha modificado por las
referencias de lo que oigo o leo: todos me dicen que ése es
otro país, que la forma de convivencia es distinta, agresiva,
que el abismo entre las clases sociales se ha profundizado, que el
provecho ha prevalecido sobre las consideraciones ambientales.
¿Qué sintió al encontrarse con el Informe
sobre Prisión Política y Tortura en internet?
Me enteré de la decisión del Presidente de
enviar al Congreso un proyecto de ley para indemnizar a las víctimas
de la tortura sólo después del informe. Aquí,
antes nunca se oyó una palabra sobre este asunto. Y he de hacerle
ver que dispongo de una buena recepción de todos los medios
de comunicación, TV Chile incluida. Luego investigué
en internet y supe, con asombro, que había existido una Comisión
encargada de recoger testimonios de esas víctimas, tras lo
cual había establecido una lista definitiva de ellas. Miré
esa lista y no encontré mi nombre. Así que escribí
al Embajador en Berlín (Mario Fernández), protestando
por no haber difundido oportuna y públicamente el hecho de
la creación de esa Comisión e informado de la posibilidad
de testimoniar ante ella. Por su indicación, me respondió
el Cónsul General de Chile en Frankfurt (Pedro Aguirre B.),
explicándome que sí había transmitido esa noticia
a los chilenos inscritos en el Consulado. Ahora bien, ¿no es
un poco fantasioso suponer que los asilados debíamos inscribirnos
en el Consulado de un gobierno enemigo o que había alguna necesidad
de hacerlo después, cuando tantos optamos por otras nacionalidades?
Una información de esa naturaleza debería haber sido
hecha pública y no comunicada por vías privilegiadas.
¿Considera una paradoja que su caso no haya sido considerado
por la Comisión?
Por cuanto sé ahora, esa Comisión tenía
atribuciones limitadas, que le impedían incluir en su lista
de víctimas testimonios o hechos de su propio conocimiento,
a menos que ellos fueran ratificados personalmente por los afectados.
Ahora bien, una Comisión encargada de una tarea semejante no
debería haber aceptado restricciones. La Comisión leyó
y utilizó Tejas Verdes como "fuente informativa",
pero desestimó incluir a su autor en la lista. He ahí
una primera contradicción, yo diría, no sólo
de procedimiento, sino también moral, que invalida, en parte,
la credibilidad de su cometido. Esa Comisión debería
haber tenido las atribuciones, o debería habérselas
tomado, de invitar a declarar ante ella, en vez de esperar a que las
víctimas se informaran de su existencia. Ante un hecho así,
cualquiera podría sospechar una intención del gobierno
de limitar el número de víctimas y, consecuentemente,
de economizar. Además, con esos criterios, una vez establecida
su lista, la Comisión y el Gobierno que la creó, ponen
a todas aquellas personas no reconocidas o ignoradas en la grotesca
situación de tener que exhibirse y justificarse a sí
mismas en la situación de víctimas. No todos tienen
la posibilidad de hacerlo. Ésa es una doble humillación.
¿Habría estado dispuesto a dar su testimonio?,
¿no habría pesado más su desconfianza hacia el
sistema judicial y político chileno?
Si lo hubiera sabido, no me habría cabido dudas de
que una tal Comisión, entre otros testimonios, habría
considerado, sin necesidad de mayores trámites, consignar al
autor de Tejas Verdes, que fue el primer texto y el más difundido
sobre la tortura. La necesidad de una ratificación personal
de lo escrito allí me habría parecido una broma de mal
gusto.
Tanto en Tejas Verdes como en su novela A partir del fin
queda en claro su falta de complacencia con el gobierno de la Unidad
Popular así como con los partidos políticos y las personas
que apoyaron el golpe. ¿Ha pagado los costos de ser un independiente?
La independencia, la conformidad con la propia conciencia,
siempre han conllevado costes. Impedimentos, silencios, que en parte
he descrito en el prólogo a la edición chilena de A
partir del fin. Pero no tengo que reprocharme ninguna complacencia
oportunista con lo que antes se llamaba la derecha o la izquierda,
y que hoy son un caldo de ingredientes indiscernibles.
Entiendo que esto también le trajo consecuencias con
el exilio chileno. Mirado con la perspectiva del tiempo, ¿cree
que fueron inoportunas sus críticas en momentos en que se buscaba
el apoyo internacional?
El apoyo internacional no necesitaba de una mitificación
del período de la UP, como suponían algunos exiliados.
Se trataba de defender la legalidad de una revolución social,
con todos sus defectos, contra los usurpadores y opresores, y así
lo entendían todas las organizaciones de solidaridad. Presentar
el período de la UP y luego la resistencia de forma idílica
y epopéyica quizás llevaba ventajas individuales o partidistas,
pero también implicaba que muchos de nuestros anfitriones nos
consideraran con miradas de adultos condescendientes. Mis críticas
fueron consideradas oportunas por nuestros invitantes, perjudiciales
por algunos chilenos.
En A partir del fin, el narrador critica las características
de una supuesta "reconciliación", ¿en qué
se basaba para tener esta idea?
En síntomas concretos. En la conducta cautelosa, ondulante,
a veces atenuante de la gravedad de los hechos de muchas personas
que antes uno tenía por decentes. Personalmente, tuve encuentros
con un par de diplomáticos de la UP que excusaban los hechos
o se negaban a condenarlos, en espera de un trato favorable. Los oportunistas
y tornachaquetas fueron los padres de la reconciliación.
¿Cree que la reparación a las víctimas
de la tortura es un aporte real a la reconciliación?
Digamos que es un primer intento, tardío e inconcluso.
Es importante que el Estado reconozca su responsabilidad en los crímenes.
Es incluso notable, pues raros son los países que han actuado
así. Pero, si ha tomado esta iniciativa el Estado chileno debe
ir hasta las últimas consecuencias. Si hay una lista de víctimas,
también debe haber una de victimarios. Y las reparaciones,
morales y económicas, deben ser indiscriminadas y alcanzar
a los descendientes de los muertos. Si usted entiende por reconciliación
una atenuación de la humillación y el dolor, un sentimiento
real de que se ha hecho justicia, sí, creo que con ello se
daría un gran paso.
¿Qué tipo de reparación espera?
Una reparación debe consistir en una restitución.
Porque el secuestro, las humillaciones, las violaciones, la tortura,
la angustia constituyen un robo. Exactamente un robo de la personalidad.
Se nos ha robado con ello la dignidad, la humanidad, las emociones.
Se nos ha robado parte de nuestras vidas, la confianza en los fundamentos
de un Estado de derecho, un espacio importante de nuestra memoria.
Todo eso tiene un precio, moral y material. Si el Estado chileno está
dispuesto a pagarlo, que lo haga sin reservas.
Usted tenía 39 años al momento del golpe, ¿cuántas
cosas quedaron inconclusas?
Quedaron inconclusas, o más bien cerradas, otras posibles
vertientes del destino. Le respondo con uno de esos artefactos que,
antes de Parra, ya fabricaban los dadaístas:
Habría tenido quizás otros amores
Escrito libros más amenos
Obtenido los premios a que sois tan adictos
Muerto falta de asistencia médica
Nombrado cónsul honorario en Jamaica
Me habría vuelto tonto, por cortesía
¿Cuál fue la pérdida que más
lamentó al salir al exilio?
Cuando uno despega del país, luego de salir de las
mazmorras militares, se siente todo lo contrario de una pérdida.
Se recomienza la vida y el exilio se presenta como una delicia. Yo
no tenía mucho que lamentar. Quienes no éramos militantes
de los partidos del gobierno, ni teníamos propiedades, ni grandes
dotes histriónicas para habernos hecho destacar en la vida
pública, ya éramos medio exiliados en Chile. En realidad,
yo nunca he sabido de qué fui exiliado.
En su novela trata con ironía el rol de los intelectuales
de izquierda respecto del proceso revolucionario de la UP, ¿con
qué escritores compartía en esa época?
Quienes nos reuníamos no éramos militantes,
pero en general estábamos deseosos de participar en los cambios.
El más activo entonces era Enrique Lihn, que en las pausas
de su caos personal era capaz de convertirse en un brillante organizador,
en un intelectual lúcido y exigente. Creo que hacía
un último esfuerzo para escapar de su individualismo, por integrarse
en la acción social, por desempeñar un rol en los cambios
por venir. Llegamos a determinadas conclusiones, ofrecimos nuestra
colaboración en proyectos concretos. Pero en la UP existía
una franca desconfianza hacia los intelectuales, especialmente hacia
los "independientes", esos mismos que tantas veces habíamos
sido usados por la izquierda. Así, fuimos ignorados, y ello
fue particularmente grave para Enrique. Quedar marginado de toda actividad
literaria pública bajo un gobierno de izquierda, cuando se
ha simpatizado toda la vida con la izquierda, es algo que crea resentimientos.
Tras el golpe, su reacción fue la indiferencia ante todo compromiso
político opositor. Por supuesto, vistas las cosas con perspectiva,
nuestras discusiones y proposiciones resultaban candorosas y harto
cómicas.
En estos dos libros sorprende la ironía que los recorre.
¿Cuánto le ha ayudado contar con ese recurso?
No se puede escribir sobre el horror o sobre las propias
experiencias dramáticas sin humor. Imagínese todo eso
dicho con tonos patéticos, sería insoportable. La distancia,
física o mental, hace ver incluso lo odioso con una sonrisa.
Por lo menos en mi caso.
¿Se ha informado en estos años de la trayectoria
de Augusto Pinochet?
De vez en cuando los noticieros informan de nuevos capítulos
de la comedia. ¡Pero qué obsesión con Pinochet!
El tipo no fue otra cosa que una máscara, reemplazable por
cualquier otro portador, entre sus secuaces calzabotas. Los chilenos
han personalizado en este individuo todo lo que hubo detrás,
las agencias que le apoyaron, los partidos que fueron sus cómplices,
una parte considerable de la población. Se morirá tranquilamente
en su cama, como Franco, supongo, luego de haber dejado, como éste,
"las cosas bien atadas". Y con él ustedes habrán
olvidado a sus mandantes y los intereses a que sirvió.
Una pregunta recurrente en Tejas Verdes es "¿por
qué me detuvieron a mí?".
Muchas veces las detenciones eran arbitrarias. La idea era
que entre diez siempre habría un par de quienes sacar algo
mediante la tortura. En mi caso, en el barrio donde vivíamos
mi amiga y yo, éramos conocidos como izquierdistas. Lo más
probable es que hayan venido por una denuncia de los vecinos. No excluyo
que haya sido consecuencia del desahogo de algún rencor femenino.
¿Que significó revivir cada instante de la
tortura al escribir su libro?
En el estado en que me hallaba, fue para mí una especie
de autoterapia. Escribiendo todo aquello me expropié, por así
decirlo, en gran parte del problema. Se lo traspasé a otros,
a los lectores. Fueron ellos quienes sufrieron por un tiempo las pesadillas,
y no yo. Pero además esa denuncia, que era también colectiva,
era un acto de venganza pública, de derropamiento del gobierno
militar. Que tuvo su efecto. Durante muchos años ya no me pertenecía,
estaba vertida y contenida en los libros, como algo ajeno a mí.
Por cierto, a veces todo recurría, especialmente después
de la llamada "vuelta a la democracia" en Chile, al ver
la impotencia de los gobiernos para esclarecer y asumir la verdad,
para juzgar a los responsables de la barbarie e indemnizar a sus víctimas.
Y ha vuelto a emerger ahora, al enterarme de la voluntad del Gobierno
de establecer una lista de víctimas y al ver que el autor de
Tejas Verdes, entre otros seguramente, no figura en ella. Al
no ser mencionado tengo la sensación de haber sido eliminado
de la propia experiencia. Es como si para el Gobierno este caso y
sin duda otros no hubiera existido. Tejas Verdes queda
reducido, pues por lo menos en Chile, a una pura ficción
y su autor queda considerado como un fabulador. La verdad, y la responsabilidad
por la verdad, no pueden ser establecidas y asumidas a medias por
parte del Gobierno chileno. Esa Comisión, encargada de tal
grave responsabilidad, debe reparar sus omisiones, u otra Comisión
debe ser creada para hacerlo.