El autor del primer testimonio de la represión política en dictadura y de novelas como A partir del fin y Zoom.
Indagación de objetos perdidos murió a los 88 años en Alemania. Nunca volvió de su exilio.
Logré ubicarlo en Kassel, Alemania, hace poco menos de veinte años. A tres décadas del Golpe, había llegado el momento de cumplir la promesa hecha a Carlos Cerda (1942-2001) en 1995. En una entrevista, el autor de Morir en Berlín había declarado: "En Alemania vivieron, escribieron y publicaron una decena de autores (...). Siguen allá Omar Saavedra, Hernán Valdés, Luis Sepúlveda. La mayor parte de esa literatura no ha sido sometida al juicio crítico, no existe como texto publicado en nuestra lengua ni mucho menos en nuestro país. (...) Y esto, que yo puedo conocer por mis doce años viviendo en Alemania, es lo mismo en Estados Unidos, en Francia, en España, en países de América Latina". Dijo entonces con tono imperativo: "Tienes que hacer un reportaje sobre la literatura chilena en el exilio".
Una vez publicado el artículo, ese año 2003, vino la búsqueda de un autor que me intrigaba: tras salir al exilio en 1974 y escribir con urgencia Tejas Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile, el primer testimonio de la represión en dictadura, Hernán Valdés se había convertido en una suerte de fantasma. Nunca volvió al país, nadie sabía su paradero —después de vivir un tiempo en Barcelona se trasladó a Inglaterra y luego a Alemania— y tampoco se conocían nuevos libros suyos, salvo la primera edición chilena de Tejas Verdes, que Lom publicó en 1996, 22 años después de su aparición en España. Ahí había una pista: los editores de Lom me dieron un contacto. Y la "carta de presentación" fue Manuel Antonio Garretón, Magus, su jefe —hasta el 11 de septiembre de 1973— en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) de la Universidad Católica.
Con esas credenciales llegué hasta él vía correo electrónico y llamadas telefónicas. No fue fácil convencerlo de hablar en un periódico chileno. Después de sufrir la prisión política y la tortura y de asilarse en la embajada de Suecia, su salida del país fue traumática y definitiva. No quería volver sobre el tema y tampoco disimulaba su desconfianza respecto de todo lo que viniera de esa tierra que ya le era ajena. Finalmente aceptó que le enviara unas preguntas con la condición de que no cortara sus respuestas. Le aseguré que si debía hacerlo por falta de espacio, se lo comunicaría antes. "¿Cómo podría volver a Chile?", dijo en aquella entrevista del 13 de septiembre de 2003. Y con una ironía que al poco tiempo se me reveló como un rasgo esencial de su carácter, agregó: "Imagínese que voy sentado en el Metro y sospecho que mi vecino de asiento es un antiguo torturador. O que me encuentro con alguna de mis antiguas amigas (todas bellísimas) y constatamos ambos que estamos a punto de convertirnos en unos vejestorios". Se reservó, sin embargo, toda referencia a su vida personal y familiar; no me contó que estaba casado con una alemana, que había tenido un hijo con ella y que vivían en Kassel desde los años ochenta.
Pero seguimos en contacto. Y muy lentamente la desconfianza fue cediendo. Preguntaba por escritores y amigos que había dejado en el país y que nunca más intentaron ubicarlo. Muchos de ellos ya muertos. Así, un día envió este mensaje: "USTED ME ESTÁ RESUCITANDO TODOS MIS FANTASMAS. Quizás debería escribir sobre eso". El resultado fue Fantasmas Literarios. Una convocación (2005), donde recreó con una memoria privilegiada la bohemia literaria de los años 50, 60 e inicios de los 70. El libro recibió el premio Altazor y fue ampliamente celebrado, aunque hubo quienes se molestaron por su mirada aguda y descarnada sobre algunos personajes convertidos, al parecer, en intocables.
En los años siguientes, Hernán Valdés publicó en Chile A partir del fin (México, 1981), La historia subyacente (Alemania, 1984)
y su novela inédita Tango en el desierto (2011). Y a partir de 2019 empezó a cerrar un círculo literario y vital. Enviudó en marzo de ese año y la ausencia de Ulrike, su mujer, lo sumió en una soledad que ya había olvidado. Escribió entonces tres relatos o novelas cortas, aún inéditos. A principios de 2021 apareció por FCE Zoom. Indagación de objetos perdidos, la edición definitiva de su novela de 1971, y en agosto de ese mismo año, la edición también definitiva de A partir del fin, por Ediciones UC.
El deterioro físico se le iba haciendo cada vez más evidente e incómodo, al tiempo que soñaba con nuevos proyectos. Uno de ellos, urgente: si bien se había iniciado como poeta, publicando Salmos (1954) y Apariciones y desapariciones (1964), dos libros de gran repercusión en su época, luego se volcó a la novela y más tarde se hizo conocido sobre todo por Tejas Verdes, un testimonio no solo temprano, estremecedor y fidedigno, sino también de una gran calidad literaria. Nunca, sin embargo, dejó de lado la poesía y, vislumbrando sus horas finales, se impuso volver a publicarla. Con prólogo de Pedro Lastra, Reunión de versos (Ril/Aérea, 2022) recoge parte de Apariciones y desapariciones más sus poemas inéditos escritos desde 1975 a 2018 y un largo poema incluido en su novela Zoom.
Sucesivas hospitalizaciones hicieron difícil la comunicación por correo electrónico o WhatsApp. "Al parecer estoy en mi cuarto. Maleta roja encima ropero", respondió escuetamente el martes 7 de febrero, cuando le pregunté si ya estaba de vuelta para continuar nuestra conversación de tantos años. El miércoles 15 murió en el sueño. No necesitaría maleta para este último viaje, como tampoco llevaba una cuando, el 15 de marzo de 1974, después de permanecer un mes prisionero en Tejas Verdes, fue arrojado desde un camión en el camino de San Antonio a Santiago.
María Teresa Cárdenas, Hernán Valdes y su señora Ulrike
(Kassel, Alemania, 2017)
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Por María Teresa Cárdenas
Publicado en El Mercurio, 26 de febrero de 2023