“Conozco una calle que se parece a ti
y tiene bar, por supuesto, que tiene bar”
Así decían y repetían dos poetas que me hablaban de Harry Vollmer, una vez que la poesía de la noche nos seducía en sus delirios. Aunque también contaban otras historias que le dan sentido al libro que se presenta.
Ahora bien, mi propósito es sencillo: intentar exponer una visión global de su creación organizada en tres partes: el contexto, su obra y el poeta.
El Contexto histórico y cultural: poesía y realidad
En una entrevista publicada el 2009 aproximadamente, le consultan a Vollmer: ¿Cuál es tu relación con los poetas de tu generación? a lo que responde:
-Poca, escasa, casi nula a nivel nacional, hay un par de artículos y antologías que me ubican dentro de un grupo generacional, pero muchos de ellos ni los conozco. Son caso aparte Sergio Parra, Yanko González, Jesús Sepúlveda, Alexis Figueroa, gato Mardones, Jenny Paredes y otros. Mi afinidad siempre ha estado con la generación posterior y los escritores del sur, y ese es un lote muy grande, nos respiramos en el mismo aire, Colipán, García, Velásquez, Huenún, aunque no me guste Huirimilla, Torres, Rosabetty, Riedemann, Maha, Contreras, Mansilla, etc. Pero la verdad de las cosas que mi relación con los escritores es muy mala, pésima, casi siempre las cago y digo las hueas que pienso, meo en los maceteros a pleno almuerzo, robo el copete, … me voy hecho mierda.
Si bien, Vollmer se ubica dentro de los poetas chilenos que, por generación, son aquellos que vivieron la fractura del golpe de estado, crecieron en ese momento histórico y empiezan a publicar a fines de los 80 y durante los 90; su conciencia poética o afinidad ha estado con sus coterráneos. Estos dos elementos, a mi juicio, son sustanciales para comprender las coordenadas históricas y culturales en las que se mueve su obra.
La instalación de una ciudad atravesada por un modelo económico o expansión de una modernidad que se robustece con la ideología del mercado y corroe la identidad cultural, provoca una estructura de sentir que tiene resonancias en las diversas sensibilidades poéticas que comienzan a esgrimir sus lenguajes durante ese tiempo. Es decir, 1973 es un signo ineludible al momento de abordar a los y las poetas de esta promoción. Se publican durante este tiempo, estudios y compilaciones (no antologías) que son fundamentales para examinar la sensibilidad colectiva de ese momento, la que transita desde la dictadura a la postdictadura: Las plumas del colibrí: Quince años de poesía en Concepción (1973-1988), publicado en 1989, Ciudad poética post: Diez jóvenes poetas chilenos (Galindo y Cárcamo, 1992), Desde Los Lagos. Antología de poesía joven (Loncón, 1993) Zonas de emergencia (Colipán y Velásquez, 1994), por nombrar algunos.
En este escenario, la ciudad que emerge de la palabra poética tendrá diversos rostros, dimensiones y funciones. La ciudad metaforizada -insertada en el mundo global- dará cuenta de poéticas que buscan rescatar voces o formas de decir de ciertas zonas específicas de la ciudad. Así por ejemplo, Vollmer, en sus textos, rescata un registro para representar la existencia en entornos precarios. A través de la descripción y narración construye un mundo literario realista, crudo, sucio, pero también tierno. Sus poemas exponen las zonas de agonía de la ciudad, sujetos atravesados por la naturaleza o ruralidad. Seres impulsivos, carentes de afectividad, con la hostilidad de la naturaleza virgen, en los vericuetos de su ser; la que generalmente se expresa de manera silenciosa, fugaz, violenta. Sin embargo, en ocasiones también se expresa como un espacio de revitalización de la interacción humana a través de la ternura y afectividad.
De esta manera, como dice Sergio Mansilla en su libro Sentido de lugar… “Vollmer se las arregla para instalar la idea de que la poesía se enfrenta al reto moral de hacer visible la oculta y abyecta marginalidad del neoliberalismo chileno, sin que deje de ser una forma significativamente bella de comprender los trágicos alcances del destino de personas cuyas vidas no han acontecido, no acontecen ni acontecerán en un lecho de rosas” (p. 75).
Vollmer elabora un lenguaje a partir de una etnografía poética en la que registra la oralidad y gramática de las calles. El tono descriptivo y narrativo son recursos que se emplean para contar las historias de los sin voz.
Evidentemente, encontramos en esta poesía una función social y una manera de acceder al conocimiento de la realidad por medio de la sensibilidad. Aquí, la poesía es un acto de solidaridad y búsqueda de la belleza en la desventura; pero también, un testimonio de cómo la globalización y sus tentáculos intervienen en la intimidad del territorio sur.
2-Sobre su obra: La cicatriz del desamparo
Son de su autoría los libros Barrio adentro, Chaucha, Con ajo, Con el mismo veneno que te matas revives y El puerto que habito en coautoría con Rafael Arenas (fotógrafo). Y ahora este nuevo libro, Mala clase (Aparte, 2023) que es una antología que reúne poemas de los libros mencionados; excepto de El puerto que habito; más, algunos poemas inéditos.
Mala clase expone una visión panorámica del mundo poético de Vollmer: La periferia de la ciudad y sus personajes o personajes en sus propias cárceles físicas o psíquicas. En síntesis: la vida, un viaje desde la infancia a sucesos que llevan a los personajes a la decadencia o exclusión social; sin olvidar la ternura, que funciona como un mecanismo para aproximarse al otro/a desde el afecto y empatía.
En general, la temática desarrollada en la obra de Vollmer sigue la huella de escritores que exponen el realismo urbano y marginal dentro de la literatura chilena. Nicomedes Guzmán, Max Jara, Alfredo Gómez Morel que escribió El Río; Armando Méndez Carrasco que publicó Mierda, Juan Firula, Chicago chico entre otros. Y varios autores más que plantean en la literatura una forma de mostrar y/o denunciar las injusticias, la miseria, la pobreza y las consecuencias en sociedades que establecen una relación de amo a esclavo, en varios ámbitos, tanto en la relación humana, como con la naturaleza. Sin embargo, también rescatan la viveza de los que sobreviven y la choreza del lenguaje en lugares altamente brígidos, donde caminan los bravos entre los bravos.
Harry Vollmer: El poeta
Una vez, durante la pandemia, estaba junto a Oscar Petrel cerca de un manzano que había frente a su antigua casa, era otoño y el manzano se nos presentaba triste, abatido y mustio. Mientras compartíamos una conversación, de repente, aparece una epifanía: la imagen de Vollmer como un manzano, pues veíamos que en primavera volvía a florecer. Eso sucedió por varios periodos; pero, la vida y sus vicisitudes nos hizo presenciar “el manzano de otoño”, en primaveras y veranos.
Hablar de Harry Vollmer, el poeta, es entrar en un mundo donde emerge una línea muy delgada y tenue entre la realidad y la ficción, no por nada hay alusiones de él y sus historias en cuentos como La cura, escrito por Yuri Soria-Galvarro, en el que de soslayo narra la historia de un caballo blanco y su intempestivo carneo. O Pollok, relato escrito por Cristian Geisse, donde se narra la experiencia de un poeta que debe ser el único que no dejaron entrar a la presentación de su propio libro.
O sea, las leyendas urbanas en torno a su persona son muchas, es cosa de encontrarse con algún escritor o escritora o alguien que lo conozca o haya coincidido con él en algún encuentro o festival de poesía para que comiencen las anécdotas. Digo anécdotas, porque además de esa fabulación sabrosa que se puede construir en función de su personaje, Harry ha sido un activo gestor cultural y formador o deformador de nuevos creadores de la provincia de Llanquihue. De manera directa o indirecta ha compartido con Melisa Castillo y Nino Morales, ambos publicados por editorial aparte, 2021 y 2022 respectivamente. O con el rapero Pashecko Brunett que en su Mansión del vagabundo elabora un lenguaje de alto vuelo poético en comparación con otros raperos/poetas más directos y explícitos en su mensaje.
Es decir, Vollmer, más allá de ese personaje de narraciones, ha tenido una participación activa en el desarrollo literario y cultural de la ciudad de Puerto Montt. Participó activamente en los Arcoíris de poesía, escribió reseñas en el diario El Llanquihue como miembro de la Sociedad de escritores de Puerto Montt, comentando por ejemplo Los peces que vienen de Nelson Navarro Cendoya por el año 1995. Creó junto a Marcelo Paredes la Revista Pájaro Verde, mítica revista de la cual solo aparecieron 4 números, 2 entre 1996 a 1997 y 2 entre 2009 a 2010 aproximadamente. Fue compilador del libro Línea gruesa: Reunión de súrdicos poetas chilenos (2000). Ha realizado talleres en “Balmaceda Arte Joven”. Algunas de sus obras han sido llevadas al teatro. Ha asistido como escritor a más de un puñado de escuelas, liceos y colegios de nuestra ciudad y sus alrededores, acercando a niños(as) y jóvenes a la poesía. Fue reconocido como creador destacado de La Región de Los Lagos por el Ministerio de las Culturas, Artes y el patrimonio durante el 2018. Y así, varios hechos y situaciones que dan cuenta de su actividad como creador dentro de nuestro territorio.
Sí, hay un Vollmer mala clase, tormentoso y ácido.
Hay un Vollmer profesor, trabajador social y gestor de la cultura.
Hay un poeta que bajo del Olimpo y compartió con indigentes, delincuentes y sus callejones y laberintos, en los cuales a veces se perdió.
Pero sobre todo hay un creador, que de vez en cuando, después de alguna tormenta, aparece con una que otra obra.
Hace poco, una amiga pintora me escribió, un tanto preocupada, consultándome por el poeta donde me expresó: “Él tiene mucho por aportar aún”. Creo, que varias personas tenemos esa impresión. En lo particular, espero en un tiempo no muy lejano, poder leer ese texto sobre “La Carretera austral” que más de alguna vez ha sido mentado.
Son más de 30 años en la actividad literaria, y aunque el poeta diga que no ha valido la pena, no le creamos al poeta, mejor leamos y observemos las frutas de ese manzano.
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Presentación del libro "Mala clase" del poeta Harry Vollmer:
El poeta que vuelve al corazón de la ciudad
Por Mauricio González Díaz