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La integración de la naturaleza,
el campo y la ternura en dos poemas de Harry Vollmer

"Con el mismo veneno que te matas… revives" (2020)

Por Mauricio González Díaz


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Un lugar de tránsito

Una característica importante de Puerto Montt es que en sus alrededores hay varios lugares y localidades donde aún se practican labores relacionadas con el mar y el campo, por lo que hay formas de productividad que mantienen una estrecha relación con la naturaleza. Por ejemplo, en lugares como Coihuín o las islas aledañas como Tenglo, Maillen o Huar la gente realiza actividades de recolección de pelillos, choritos o almejas, por consiguiente sus labores están determinadas por el tiempo de las mareas. Digo esto porque constituye un elemento que se debe considerar al momento de pensar en cómo es la ciudad de Puerto Montt; es decir, no podemos imaginar esta ciudad pensando sólo en su componente urbano, sino que también debemos tener en nuestro horizonte el componente rural, por ello, en la representación imaginaria de Puerto Montt ambos componentes son constitutivos en la identidad de este lugar.

De esta manera, no es azaroso que en la poesía de Harry Vollmer encontremos bandurrias, bueyes, ríos, leña, pangues, lluvia, mar, etc. Diversos elementos funcionando en su contexto. Aquí observamos un hablante que va al campo y su existencia está constituida por este elemento; o sea la subjetividad se forja a partir de la “transitividad” que esta posee: ir de la calle al río, del bar al campo, del vertedero a la huerta y viceversa. En otras palabras, la subjetividad posee la cualidad sine qua non de estar en movimiento y dar cuenta del campo inserto en la globalización; o, más bien dicho, en la relación de sus habitantes con sus experiencias que fluyen del campo a la ciudad y de la ciudad al campo. No olvidemos que la proliferación de habitantes en estos territorios se originó con la migración de colonos en un primer momento, luego los chilotes, los calbucanos y sus islas, etc.; ulteriormente sujetos de centros urbanos como Santiago. No obstante, esta cualidad de ser un territorio habitado por sujetos transitivos es un factor sustancial a la hora de caracterizar el espacio, dado que en la interacción de estos con su entorno se va configurando la identidad del lugar.

Del campo a la ciudad y de la ciudad al campo

Concretamente, Vollmer incorpora en su última obra Con el mismo veneno que te matas… revives (2020)  textos que figuran esta estrecha interrelación del hombre y su entorno.

Atajen la chancha que se metió a la huerta
Después de tanto insistieron
y la paz en la casa es mejor que la paz en el mundo,
fuimos al campo a ver unas vaquillas con diarrea,
mucha agua en el pasto nos dijeron los vecinos
que hay que inyectarlas, que algunas cayeron al barranco,
que un cordero a los pacos en su aniversario
que están robando leña en el monte
que no hay ripio, que el barro, que las camionetas de las pesqueras
que no habrá agua este verano, que no hay señal,
ni alambre púa, ni estacones.
Y el llanto y el Tadeo y mucha lluvia, mucho viento, mucho sol
y ya los pájaros no son los mismos pájaros de antes
y ni hay flores para llevar el cementerio
y no hay manzanas ni chicha pa los choroi que son borrachos
todos ellos
y sus gallinas empollan en los cerros entre los calafates
que el terreno no sirve
que hay muchas brujerías
que el diablo ya está que viene a buscarnos
que sus llamas y las monedas que enterraron y la hoja de la biblia
y que la tierra ya no es tierra buena
y que nunca pero nunca olvidemos a los parientes
que lleven leche, papas, queso
y que por favor vengan más seguido a vernos…
y que allá atrás junto a la arboleda
hay un río muy bonito para bañarnos (Con el mismo veneno […], p.9).

El poema se estructura mediante la enumeración de situaciones que refieren la relación del hablante (un nosotros) con el campo: “fuimos al campo a ver unas vaquillas con diarrea”, luego representa, digamos, la anomalía que experimenta el lugar en sus distintas relaciones, las cuales se han ampliado en relación con lo tradicional; es decir, el campo ya no es un lugar que opera única y exclusivamente con el movimiento interno de este grupo, sino que se orienta en parte a las dinámicas urbanas y al movimiento exterior, por lo tanto hay una “ampliación del campo de las relaciones sociales y la estructura misma del espacio habitado”, pues “invitan a comportamientos urbanos y suscitan preocupaciones, intereses y aspiraciones ciudadanas” (Bourdieu y Sayad, 2017, p.177). En concreto, esta anomalía la entendemos como la alteración del ritmo espacial y temporal, o también como el campo en su relación con una sociedad globalizada:

que no hay ripio, que el barro, que las camionetas de las pesqueras
que no habrá agua este verano, que no hay señal (Con el mismo veneno […], p.9)

Las pesqueras y la señal simbolizan la industrialización y globalización respectivamente. De esta forma, la ruralidad es atravesada por la extensión de la urbanidad que se manifiesta mediante el mercado, ya que surgen nuevos artículos comprados ahí. En nuestra observación directa por distintas localidades, la gente va a la ciudad donde compra yerba mate, combustible, tabaco y otros productos que se ofrecen en la ciudad. Este movimiento externo, por una parte diversifica las actividades de sus habitantes; y por otra, se manifiesta un malestar por la pérdida de tradiciones, debido a las condiciones materiales que la vida moderna modela y suscita en aspiraciones ciudadanas, como dijimos anteriormente. Sin embargo, a pesar del malestar y alteración de los ritmos, se manifiesta en el texto, la presencia de la naturaleza como un espacio que posibilita una experiencia agradable: “y que allá atrás junto a la arboleda / hay un río muy bonito para bañarnos”.

Hacia una estética de la pareja

En este sentido, el hablante encuentra en la naturaleza un espacio que permite la revitalización de las relaciones humanas y experienciar la ternura; esto último es importante resaltarlo, porque en las obras anteriores de este autor predomina un hablante enfadado, cuya crítica viene desde la rabia, el dolor se transfigura en seres desposeídos y desamparados que habitan las calles. No obstante, advertimos que cuando el hablante transita por espacios naturales y/o rurales emerge una subjetividad afectiva, pues tiende a imaginar un espacio amigable y habitable. Veamos el texto:

El viento se llevó el invernadero que construiríamos…
En la huerta soñada, entre repollos gigantes y almácigos,
espero abrazarte algún día sin amarras, entre chalotas,
perejil o cilantro, bajo un pangue recién llovido,
ahí será nuestro amor entre los zumbidos y abejas,
y el vapor de nuestras bocas al hablarnos.
Prometo grosellas y mosquetas para la once, la red y la marisca
estar pendiente de la marea baja, aprender la pega de matarife.
Ahí desde el balcón de ciprés que no construiremos,
miraremos la ciudad al otro lado y sus fuegos de artificio en los festejos,
me ayudarás con la escalera al podar los árboles, a clavar una tejuela,
miraremos atentos entre qué matas ponen las gallinas de los vecinos
y hablaremos en silencio, de a poco.
Siempre seremos uno solo, pues siempre queda algo de nosotros
en el cuerpo del otro,
y en el alma queda impregnada la otra alma,
siempre se doblará el primer clavo de la casa que no construiremos,
pasarán cometas y no será necesario pedir deseos,
solo un sorbo de tus labios y una mirada azul profundo de océano
nos permitirá juntar los dedos, las manos, los brazos, los ojos,
junto a las vigas que no hemos bajado y que no bajaremos del monte, ahí estoy pensando en el barbecho,
y en que nadie tirará las semillas para el próximo invierno (Con el mismo veneno […]. p. 67)

La huerta es el lugar de los deseos, esperanzas y añoranzas truncadas, el nosotros se representa como una relación interhumana en un entorno natural. La naturaleza es un componente integral en las conciencias que habitan el lugar, pues se adaptan a los movimientos que este exige: “Prometo grosellas y mosquetas para la once, la red y la marisca / estar pendiente de la marea baja, aprender la pega de matarife”. El hablante compromete acciones orientadas a la comunión afectiva, las cuales se ejercen mutuamente entre el hablante y el ser amado; o dicho de otra manera, la subjetividad es un complejo bio-socio-cultural en directa relación con la naturaleza que se construye. En este caso forja una relación de dependencia y singularidad en la convivencia que se desea construir.

La negación de la acción conjunta (no construiremos) como una posibilidad material, no imposibilita imaginar una manera de habitar ese lugar. Advertimos que la posición del hablante se invierte —si consideramos los anteriores textos poblados por hablantes y seres que habitan la ciudad— ya que ahora observa la ciudad desde la distancia, en la oscuridad, al otro lado. Desde ahí emerge esta subjetividad afectiva que se concreta con amor sensual, corporal y sensible: “espero abrazarte algún día sin amarras, entre chalotas, / perejil o cilantro, bajo un pangue recién llovido, / ahí será nuestro amor entre los zumbidos y abejas, / y el vapor de nuestras bocas al hablarnos”. Destacamos nuevamente la integración de la atmósfera sureña campesina en la intimidad. Asistimos a una estética de la pareja; es decir, se representa en el texto la presencia de una intimidad que se va desarrollando en un lugar en el que se tiene una relación directa con la vida rural, aquí la naturaleza cobija y protege el lazo afectivo que se agudiza en la sincronía de la actividad humana en función de su entorno. La individualidad se transforma en una colectividad, por lo tanto la subjetividad afectiva se forja en la comunión de las sensibilidades que operan en una doble simbiosis: en la interrelación humana presentada como un movimiento de interdependencia mutua y con la naturaleza. Entonces, cuando hablamos de la estética de la pareja, nos referimos a la posibilidad de construir una relación de complicidad, de protección y de singularidad; un diseño de ser y estar en la intimidad desde una comunidad afectiva, cada vez más ensombrecida por los movimientos de la urbanidad: la vida de turnos, horarios, supermercados, malls y los demás ritmos de la ciudad que predominan en la interacción y fluidez de cómo se habita; sin embargo, mediante el texto imaginamos otra manera de habitar, una que se construye con la ternura de dos seres que como dice el texto, “siempre seremos uno solo, pues siempre queda algo de nosotros / en el cuerpo del otro, / y en el alma queda impregnada la otra alma” (Con el mismo veneno […], 67). La ternura es el acto de imaginarse uno con el otro como un cuerpo que convive en dependencia con su entorno, pero de manera singular, a partir de la huerta, símbolo de fertilidad, productividad y belleza, terreno que es barbecho para iniciar un nuevo cultivo, a partir de aquí emerge la subjetividad bio-socio-cultural; es decir, el ser en su relación con el ambiente natural, humano y social, en la triple operación de establecer una manera de interactuar.

Elucubraciones finales

Aquí hay un punto que se puede profundizar. Sin embargo, solo lo mencionaremos, nos referimos al tipo de relación que se genera con la naturaleza, este hablante construye en y con la naturaleza, no la contempla, sigue contemplando la ciudad, a diferencia de otros hablantes que generan relaciones contemplativas y místicas con esta.

Cabe preguntar ¿por qué el hablante se niega a la materialización del deseo? Tal vez en el fondo el hablante siente una especie de derrota porque los tentáculos de la ciudad, tarde o temprano, modifican las maneras de habitar en el campo, o quizás siente un dolor epistémico que nace de la conciencia que el mundo natural está siendo vorazmente amenazado. Lo que sí queda en evidencia, es la figuración de la naturaleza como un espacio de vitalidad, vigorosidad y posibilidad creativa, en la que lo humano, afectivo y sensitivo constituye una comunidad de sentido y de pertenencia, en la que predomina una conciencia consciente de su entorno, por lo que la naturaleza permite al yo ser consigo mismo y con el otro simultáneamente.

Para ser justos, queremos decir que en esta última obra hemos resaltado en nuestra lectura ciertos textos que instalan a la ruralidad como material activo; sin embargo también hay textos que siguen en la línea de cobijar y amparar al caído, y otros provenientes de la infancia y su tímida y silenciosa experiencia amorosa, a la brutal e hilarante experiencia escolar por ejemplo.

En fin, nuestro propósito es exponer la presencia de la naturaleza que cada otoño e invierno florece y humedece las calles del puerto, así como el poeta se abriga en sus calles con la extensión de su cuerpo, tal vez con el afán de cobijar el alma de algún “manito” que verá el invierno sobre el mar por última vez.

 


 



 

 

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