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"Chaucha", de Harry Vollmer Cáceres
Por Walter Hoefler
Diario El Día, Sábado 16 de Marzo de 2002
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Conocí un poema antes que al poeta, un texto que se iniciaba así: "Después de violentar su propia madre/ Cariman Nahualquin/ Ebrio, regresó por los senderos/ Por la huella de los perdedores/ Hasta el retén más próximo/ Y al oficial de turno/ Mantileo González, supongamos/ Le habló del cuerpo, del tierno cuerpo/ Que la deseó siempre más que a su propia hija".
El poema en cuestión estaba incluido en una antología de poetas chilenos y argentinos, traducidos por Paul Dresman al inglés y publicados en la revista Helicóptero N°2, patrocinada por la University of Oregon y codirigida por el traductor y poeta chileno Jesús Sepúlveda, responsables de su selección. Como fechas límites de nacimiento de los autores se daban 1963 y 1971. Como promedio se daba entonces 1967/8, concediéndose a esta fecha una significación articuladora.
Atribuyéndoles un plazo de maduración prudente como poetas, éstos comenzarían y de hecho empezaron a publicar recientemente, sus primeros libros de emergencia y de consagración preliminar están apareciendo o por aparecer. Quienes acostumbran a los motes generacionales los clasificarían como poetas de la generación de 2002.
Los de 1987 son ligeramente mayores, ésos que algunos llaman auténticas voces de los ochenta, y que han sido consagrados con el premio Pablo Neruda como Diego Maquieira, Andrés Morales, Teresa Calderón, Clemente Riedemann, Rosabetty Muñoz y Carlos Alberto Trujillo, o con el Casa de las Américas como Alexis Figueroa o Tomás Harris. Los recién citados suelen ser experimentales, aunque no tan radicales como Juan Luis Martínez, se los suscribe a la transvanguardia, a un clasisismo paródico, hacen de Velásquez un comic, culteranos irónicos, hasta regionalistas de modo profesional, practican una intertextualidad indiscriminada, es decir sus fuentes pueden ser el rock, el cine, las figuras públicas.
El poema de Vollmer se nos revelaba como intenso, brutal. Veamos su continuación:
Ahora entrega su arma, sus aperos
Su cargo de cabo segundo
Y distante entra al calabozo
Pero él, hoy no cierra la puerta
No cruza el candado Odis
Y espera de pie a que los ojos bajen
y alguien sin gloria cierre la puerta.
Un pequeño temblor
Un maremoto le recorre el cuerpo
Ante esto, los poemas de Nicanor Parra nos parecen inocentes. No nos explicamos por qué el padre Salvatierra, uno de sus primeros críticos, le ofreció el tacho de la basura.
Vollmer tiene la habilidad aquí para cruzar instancias e instituciones, convocar temas polémicos, como si se tratara simplemente de contar un cuento: violencia policial, imprevisibilidad étnica, violencia intrafamiliar hasta nuestra esencia sísmica psicologizada. No pensemos que aquí se instalan probables prejuicios: contra los carabineros, los mapuches o los pobres. El poema remeda otros discursos que consideramos más verdaderos, juega a ser un informe sociológico o un resumen de una denuncia policial ficcionalizada. Las dos versiones del poema parecen redaccionalmente descuidadas, para no distanciarse de su materia prima. Disfraza de indagación su crudeza. Esto lo comparte con Malú Urriola y Yanko González. Hecho marginal, aparentemente lo conceptualizamos hasta como más marginal, para impedirnos creer en él, en lo que relata.
Cualquier semejanza con la realidad, no es responsabilidad del poeta, sino de quienes no queremos creerle. Los poemas son la realidad, pero también simulacros de ella, se instalan sobre una nada aparente. Rara confluencia. El poema abre ahora su libro titulado "Chaucha", con su doble acepción de moneda de baja estima y advertencia, en coa. Libro patrocinado por la Universidad de Los Lagos, con un sesgo sociológico, justificado como un estudio poético de conductas marginales. ¿También nuestro país, también nuestra poesía?