La casa derrumbada
Ahí está mi casa
las ventanas ojerosas agonizan.
Mírala:
se derrumba hoja a hoja
la casa de la infancia.
No hay horas
los niños que fuimos
aún se ocultan entre las ramas del palto
mientras la noche amenaza
y la fría estrella empieza a arder.
No volverán.
Enterrados en el barro del tiempo
sólo vuelven los blancos fantasmas
su silencio amargo.
Y la abuela enciende la vela de la madrugada
para borrar unas cuantas sombras de tu pieza.
Pero no esta vez.
No podrá guardarla
la casa se derrumba
los niños que fuimos
seguirán jugando sobre los mismos árboles
mientras tu casa desaparece.
Cada vez que lees
una tras otra
estas palabras.
Tu casa, la de entonces
desaparece para siempre.
Agoní
Recíbeme Cristo:
el cuerpo
la lengua
la sangre sin dormir
que avanza día y noche
ciega
como culebra
que se traga a sí misma
reptando el esqueleto luminoso.
Ya abrí todos mis costados
el vinagre lo bebí oscuro
nómbrame doloroso como la noche
recíbeme así
media sombra y media muerte
ya quebré mi cuello en las higueras
y fenecí mirando el humo de las constelaciones.
Υιαλός*
Desnudo tras la ventana
pienso en el rearme de la bomba atómica.
Roosevelt agoniza pálido en Yalta
frente a las pantallas amarillas.
El televisor resulta una máquina perversa.
Stalin una piedra un Dios.
Cómo se escuchará la marcha
de trescientos batallones
sobre el negro hielo de las calles.
En invierno el mínimo reflejo
en un copo de nieve
puede brillar como el sol.
Contemplación del poema
El agua turbia o el rayo traspasan mi mano
esta tarde han venido a mi mesa
he servido el té y mi espejo es una pared que no devuelve sombras.
Se espera la lluvia con el miedo de siempre
la cortina da un tajo al mundo si la cierro:
un ojo casi muerto que intuye la dureza de no morir aún.
Están reunidas en rebaños las palabras
están sobre la mesa
elegirlas es para el demiurgo
no para el condenado a repetirlas para siempre
el poeta es una segunda mano
un hilo perdido del cable telefónico
apenas un espejo que no devuelve sombras.
La mitad del día
Parece cualquier hora menos las doce.
La sirena insiste
su metálico aullido
el viento es un perro que va mordiendo al mundo.
El pueblo parece vacío
nadie en las ventanas esperando nada
ni sobrino ni madre ni amor.
Ayer se fueron los últimos hombres a la mar
no han vuelto.
La última vez los encontraron en Melinka
bebiendo en un bar miserable
algunos murieron acuchillados
otros se enamoraron de las putas y tuvieron hijos
luego se marcharon.
Pero esa huida era cada vez un reencuentro de este lado del mar
cuando no se esperaba ni sobrino ni madre ni amor.
Contemplación
No te herrumbres tiempo
los ángeles van cayendo
en una hebra de luz
y hay un forado permanente en mi cabeza
para mirar cenizas de estrellas derribadas
mientras la luz hunde sus espinas
alrededor de mi frente.
No te malgastes luz
porque un ángel asciende
empuñando su espada de cristal
partiendo esta lengua en dos
o tres palabras.
Tiempo
Es tarde, afuera arden los duraznos
tus pequeños soles de la infancia.
Iremos en marcha otra vez al río
los niños del barrio
los días duran semanas
el tiempo no existe.
Las gallinas cruzan elegantes
el patio de tierra
miro un cielo enorme tragándose los árboles
ya es tiempo, me dice
es hora de enterrar los volantines
los soldaditos morirán en las acequias
y el pequeño invierno
cubrirá de óxido
el interminable girar de la bicicleta.
Tras los rieles de la noche
El incendio en los morales*
va creciendo y quemando la noche.
Alguien ha encendido el fuego
las sombras huyen de la despiadada luz
como mi mano de los insomnes rostros que apenas me aman.
De pie entre los durmientes de la vía
vemos estrellas desprendidas de la tierra
(confiemos en que no vendrá el ruido del tren)
Seguiré al viejo astro
sin embargo la baliza de los bomberos
ciega la oscuridad
y de la tierra vuelven a renacer los pasos
de los muertos que sólo vieron la agitada luz del tren.
Algunos ángeles caídos beben a orilla de los rieles,
no tienen de qué hablar, no se aman
no saben que la muerte
les ha servido otra copa.
Y que la noche empieza a arder
y que el alma se embriaga de tanto ardor de crepúsculos
de tanta sangre desechada en los labios
y no hay palabras, no hay palabra que decir.
Al amanecer la tierra ha cambiado de color
las sombras se extinguieron a cenizas,
podremos ver qué se escondía tras los matorrales.
Y los pequeños ángeles sucumbirán a la postrera luz.
Una linterna apaga las últimas sombras que agonizan.
Una linterna es el principio de la inútil realidad.
* Planta de la mora o zarzamora.
Nadir
Triste noche que tuerce sus patas como una cordera
y tropieza
y cae
su pelaje desprende aullidos
fulguran estrellas como piojos
un ángel ciego cruza mi habitación
la luna se hunde de cabeza en mi ventana
levantamos los ojos
para no perdernos el espectáculo
genital del universo.