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La niña santa que vivía en la punta de un cerro
"Jeidi" de Isabel Bustos. Libros del Laurel. 160 págs.
Por Amelia Carvallo
Publicado en
http://www.australtemuco.cl/ 27 de agosto de 2017
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Corre 1986 y Jeidi es la estrella del coro. Su canto es pura devoción en la misa y gracias a su extraña fe, como un juego de su soledad, comienza a dialogar con un viejo pañito amarillo que encarna a un Dios temperamental que le hace trampas, pero la protege. Sin madre ni padre, a punto de cumplir once años y criada por un abuelo de pocas palabras, comparte largas jornadas con sus amigos Vicky y Ariel por las orillas del río Mataquito, alternadas con un VHS de Terminator, hasta que un suceso místico altera el cotidiano del pueblo de Villa Prat, que aguarda un milagro de santidad. En su casa viven además la vaca Pituca, el perro Vladimir y el caballo Casorio.
Isabel Bustos, la autora de "Jeidi" (Libros del Laurel), es santiaguina, pero ha vivido en Paraguay, Estados Unidos y España. La selva paraguaya y el lado norte de Miami son los paisajes de su infancia, una muy entretenida, llena de libros y de juegos inventados. "El amor por los libros me viene de mi abuela paterna, que nunca me regaló otra cosa que no fuera un libro (desde Verne hasta Orwell) y siempre se preocupó de achuntarle a la edad, así que no fue ningún esfuerzo leer-, comenta.
— ¿Qué querías hacer saliendo del colegio?
— Yo siempre quería ser escritora, escribí mi primera novela a los doce, una novela que se leía en mi colegio, con nota y todo.
— ¿Y cómo se llamaba?
— Es que el nombre es tan terrible que ni te lo quiero decir, no quiero que nadie se acuerde de eso.
POESÍA Y BLOG
Isabel Bustos entró al ciclo básico de Letras a la Universidad Católica. Ahí mismo cursó Estética, después hizo un máster en guión en la Universidad de los Andes y hoy es flamante alumna de Psicología. "Era mi sueño ejercer como psicóloga y la psicología de los personajes es algo que me fascina y que descubrí cuando estudié guión. Ahí me di cuenta de lo complejo que era construir personajes", explica Bustos, que el 2003 publicó "Zurda y muda" (RIL), un libro de poemas. "Jeidi" es su primera novela.
— ¿Cómo llegaste a la poesía?
— También por mi abuela, que me regalaba antologías de poesía española. Yo era súper enamorada, como entre los 15 y los 20 lo único que hacía era enamorarme, entonces la poesía era lo más cercano a eso. Después conocí a Parra y me volví loca, lo iba a ver a su casa.
— Llegabas a su casa de La Reina.
— Si, me recibió como dos veces, tomamos té y estuvimos toda la tarde conversando, muy amoroso él.
— ¿Hoy lees más ese tipo de poesía o los clásicos españoles?
— No, hoy rescato más la poesía que se aleja un poco del chiste. Llegué al humor por otro lado, porque es algo que siempre me ha atraído mucho como género, como todo, pero sentí que tenía que haber un lugar un poco más solemne en la literatura. Siempre escribo poesía, pero como que ya no tengo el ánimo de publicarla, es más intima, uno se pone más triste, más profundo, más viejo, me da un poco de miedo ese contacto.
— Fuiste una de la blogueras más ilustres en la época de oro. ¿Cómo partió tu blog de "La muy perra"?
— Fue muy fascinante, porque casi no existían, fue como la primera red social que tuvimos. Me acuerdo que leí en una revista sobre los blogs y le dije a mi marido de entonces "¿Sabís qué? yo voy a hacer un blog y voy a salir en la tele y de ahí me voy a retirar"; y él me dijo: "Estái loca, qué chistosa". Y empecé el blog y efectivamente salí en la tele. Fue muy entretenido. Lo escribía porque era una manera de estar en contacto con personas, de escribir, que se rieran y comentaran.
— ¿Cómo ves ahora esa experiencia?
— Bien, pero los blogs amigos se terminaron cuando apareció Facebook, porque ya nadie quería ir a una página particular. En Facebook puedes bloguear desde ahí mismo.
— ¿Y tienes Facebook?
— No, nada, creo que se abrió demasiado el abanico de posibilidades de lecturas y de memes y de todo. Participo más como un espectador, buscando saber quién está hablando. Creo que me puse vieja.
SEIS AÑOS EN PENCAHUE
"Jeidi" partió como un guión de cine. Cuando esta historia empezó a despuntar, ella vivía en Pencahue, un lugar de Talca hacia la costa que fue azotado con furia por el terremoto de 2010. Ahí pasó seis años y tuvo a sus dos hijas. Luego, regresó a Santiago.
"En Pencahue empecé a escuchar cosas divertidas, como que si andaba con ascos la guagua saldría muy velluda o que si te lavas el pelo cuando estás con la menstruación te vuelves loca. Todas las cosas que salen en la novela, como la señora que arrienda el ataúd y el niño que se llama Güindsurf, que es de Rupanco, donde veraneaba mi marido, son verdad-, dice Isabel.
— ¿Y la partera que se llama Juana?
— Sí, era una señora que vivía cerca de las acequias como con puros coipos.
— El personaje de Jeidi, ¿apareció como una voz, una imagen o un recuerdo?
— La Jeidi apareció como una voz, nunca me la he querido imaginar.
— ¿Por qué situaste su historia en 1986?
— Porque como yo crecí en esa época, tenía las referencias más nítidas. Además, quería que fuera más realista esto de estar tan alejados y ser tan huasos. Hoy hay pocos caseríos como el de "Jeidi" en esos años.
— ¿Qué te atrae y cuál es tu relación con Dios, lo mistico y la fe?
— Siempre he tenido muchas dudas y me sentí muy traicionada cuando, como a los nueve años, caché que tenía todos los pecados mortales que se necesitan para ir al infierno: quería matar a alguien, hacer un par de cuestiones graves. Entonces dije "cagué, ya, chao, me voy", y de ahí me quedó esa cosa como medio infantil, media retrasada, media Jeidi en ese sentido, de confrontar: ¿cómo que Isaac vivió 120 años si nadie vive esa cantidad de tiempo? Pelear por leseras, detalles huevones y la virginidad, era todo un tema.
— ¿Qué estás escribiendo ahora?
— Una novela que se llama "El concho de su madre", que también es chistosa, porque es el regalón de su mamá, es el último óvulo de una mujer. Lo tuvo a los 50 años y está puesto en un escenario que es todo lo contrario a "Jeidi": el concho es un niño de 12 años que vive en el Santiago de 1930 y es lo más elegante que hay, es así como "ya, broma que tiene ropa de terciopelo".
— Un pequeño dandy.
— Si, es un pequeño dandy, elegantísimo, medio enano y medio terrorífico.
— ¿Hay algún libro, escrito por otra persona, que te gustaría haber escrito?
— "Oración para Owen" de John Irving, las últimas páginas especialmente. Ese libro me encantó, me sacaba carcajadas. Es chistosísimo Owen, es como un antihéroe, porque es corno un enano malvado, pero lo amaba, amaba a Owen. También me habría gustado escribir alguno de la Elena Ferrante y "Un mundo para Julius" de Bryce Echenique.
— ¿Qué necesitas para ponerte a escribir?
— Necesito que sea de noche, escribo siempre de noche.
— Cuando todos duermen.
— Exacto, sí, como que no te llaman, aunque más que todo soy yo la que catetea a las personas, soy yo la que no suelta el teléfono, entonces a esa hora no puedo molestara nadie.