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Trasandina de Ivonne Coñuecar: [el desarraigo de los hielos]

Por Álvaro Pereira Molina
Poeta, psicólogo y licenciado en psicología


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“Derretirse o quebrarse
Jamás inmóvil”
Trasandina, Ivonne Coñuecar


Era el año 2008 y por circunstancias meramente poéticas, o sea absurdas, nos presentan con Ivonne Coñuecar para colaborar en la organización de un encuentro Nacional de Poesía, llamado Riesgo País. El nombre no pudo ser más preciso para una bandada de poetas jóvenes y desbordados dando sus primeros pasos en el impreciso mundo de la escritura. Entre recitales en boliches de segunda y tercera, y  voceos poéticos en los trenes abandonados del Barrio Estación, se podía advertir a algunos trabajos con una estética y una propuesta literaria más definida.

Una de ellas era Ivonne, su inagotable energía de  compromiso político y social encontraba a través de su apasionada escritura un desahogo catártico y eléctrico.  Aquellos  primeros proyectos poéticos tampoco esquivaron los temas pendientes de la vida post dictadura en la aislada y geográficamente hostil Coyhaique, no, estaba claro que a la Coñuecar  no se le da aquello de esquivar. Enfrenta a través de los ojos de una adolescente – adulta-mapuche, las heridas y lesiones  un territorio despojado de su continente. Esa fuerza creativa vino a dar forma al proyecto Catabática (2008), Adiabática (2009), ambos publicados, y una tercera parte Anabática (2011), que darían cuerpo a la trilogía  Patriagonia (Lom ediciones, 2014).

Enraizada en Valdivia entre el 2000 y el 2011, comenzó sus estudios en  la Universidad Austral de Chile en la carrera de Derecho, sin embargo, fue el camino del periodismo el que siguió como formación, sus posibilidades, el lenguaje y el ritmo claramente encajaron mejor con su pasión en el mundo de las palabras. En la universidad Austral de Chile finalizó también el Magister en Literatura Hispanoamericana y su tesis se relacionó con literatura aysenina, patagónica.  

Los retornos a su territorio son parte de las vestimentas que cubren  a Ivonne.

A principios del 2016 e instalada en la ciudad de Rosario, comenzó  a gestarse su actual trabajo, Trasandina (Ñire Negro Ediciones).  Y aunque esta distancia  geográfica se produce  como un paso necesario en su crecimiento personal y profesional, también la instalan de frente a una nueva y conocida tensión en el ámbito del desarraigo, de la muerte, de la infancia y sus relaciones fundacionales quebrantadas. Pero es la propia Ivonne en estado puro, quien nos acercará a este nuevo registro, donde parece que el cuerpo dictamina con voz propia sus dictaduras, sus delirios, sus propios desarraigos.

— Ya en los primeros poemas de Trasandina pareciera que el ejercicio de escribir se te impone o se te presenta como una cuestión de vida o muerte, como una expresión de suma urgencia psicológica.
Pues, porque lo es. Escribir para mí es urgente. No es necesario, es urgente. Algo que debo resolver como un acertijo que trasciende lo escritural, tiene que ver con leer la realidad, con aprehender al otro, lo que veo. Dudo de todo, por eso creo que tengo el derecho a inventar mis propias fórmulas, sin temor a perderme. Aprendí a perderme, a dejarme llevar, a aceptar esas imperfecciones y obsesiones, lo trasladé al modo en comprender el lenguaje, sus dimensiones, sus quiebres, sus abismos.

¿Es posible habitar en las palabras? ¿en los autores? Como lo enuncias al inicio de Trasandina, ¿o es un intento fallido de sobrevivir?
Las palabras son icebergs, eso es parte de mi alma patagona, de mi amor por el frío y sus colores, esa intensa imagen de que sólo vemos un tercio de esas moles de hielo mientras el resto lo mantiene a flote y permanece en el agua gélida, y avanzan, no se nota muchas veces, pero avanzan, o retroceden, pero se mueven, y en eso hay pasión. Es como comienza el libro: “Derretirse o quebrarse / Jamás inmóvil”. Las palabras parecieran no tener movimiento hasta que aceptas el peligro de existir y habitar sus campos semánticos, u otra imagen en Trasandina sobre las nubes, “que pesando toneladas creemos que flotan”, vivimos rodeados de peligros que no interpretamos, por eso a mi me gusta detenerme en las palabras. Hay música y hogar. Sí que se puede vivir en las palabras, un ejercicio apasionado, que transporta, que crea espejismos, que a veces te distancia, por eso hay que estar dispuesta a tranzar esa dinámica, sí, se puede vivir, pero creo que no es algo que se busque de ese modo tan racional, o como que voy a un taller o curso una carrera. Yo siempre viví de las palabras, desde pequeña, no había otra opción, supongo que estuve muy sola que aprendí otras conversaciones, luego aprendí a escribir.

En ese sentido, en Trasandina parece haber un conflicto con las diferentes zonas  de contacto, tanto física y emocionalmente, la piel, lo que está adentro y afuera, parece ser un mapa sobre el que se traza este poemario ¿Lo ves así?
Trasandina es un texto que tejí desde la exploración, me sumergí en el lenguaje, me perdí en las palabras, nadé, tuve miedo de ahogarme, tuve que aprender a aparecer de nuevo en las palabras. Es un trabajo íntimo, e incómodo. Mis letras suelen ser incómodas, no se podría definir mi escritura como “bella”, a mi me gusta incomodar, me gustan los acertijos, me gusta ser espía, me gusta perderme y entregarme a lo clandestino y a la misantropía. Pero es un ejercicio, un modo de vida y de muerte, luego sonrío cuando pienso que el único problema de los suicidas es seguir vivos. 

Vemos como se presentan al menos dos desarraigos, el del cuerpo femenino y el del territorio geográfico,  y en ambos  diálogos poéticos, la tensión entre el salir y el regreso a casa juega un papel fundamental.
Sí, la casa es una representación esencial. Yo viví siempre en la misma casa en Coyhaique, era un lugar con muchos significados, un lugar intenso, un lugar oscuro cuando caminabas hacia ella, en una esquina de mucho viento, en una calle llamada Gabriela Mistral, y un lugar que nunca me gustó, pese a que era estructuralmente bella, cómoda, moderna y cambíamos todos. Nunca estuve cómoda, siempre me pareció fría, podíamos tener las dos chimeneas prendidas y había frío, crujía, se colaba el viento, se escuchaban cosas, una de mis hermanas murió ahí, entonces era un lugar con estigmas, con señales, con ecos, con abandonos, sobre todo. Me gustaba el patio, el olor de las hojas secas del álamo en otoño. La nieve de la entrada. La casa, el “adentro” representaba claustrofobia. Y, a su vez, siempre dibujaba casas, mi casa, la que yo construiría desde sus planos. Siempre me sentí una mosca en la sopa, soñaba con situaciones en un país donde ser homosexual era un castigo, te convertía en un paria. Yo quería mi casa, quería mi casa con una mujer. Un lugar donde los rincones fueran míos y pudiera controlar la temperatura y cocinar. Con los años comprendí que todos esos verbos tiene que ver con el modo que una misma se habita. Mi casa era mi cuerpo, era yo. Mi casa se había vuelto habitable cuando la descubrí. Ese es el regreso, que finalmente es un eterno viaje.

 

 

Poemas de Trasandina (Ivonne Coñuecar)

[2]

A ella, imaginaria
no hay abismos en los ojos
una, simplemente cae,
a mi no es necesario ponerme a prueba
no soy de las que lamen
soy de las que comen y tragan
yo no hablo, me quejo
yo no zozobro, me ahogo
yo no consuelo, olvido
yo no me calmo, acaricio           
yo no miro, invado
yo no beso, atrapo
yo no excito, congelo
yo no toco, entro
yo no acabo, me parto en dos
yo no traiciono, observo
yo no odio, alimento
yo no deseo, vienen por mi
yo no me escapo, peregrino
yo soy cordillera, siempre estoy

 

[3]

las palabras se evaporan
si al nombrarlas
dejan huellas de algo líquido
como por ejemplo cuando digo
lágrimas o sudor
en cualquier verbo desaparecen

estuve paralizada
antes que descubriera
los límites de la jaula
mis monstruos en su jauría
y la madera del ataúd

mi corazón se escapó
yo veía los gestos y las palabras
no quería oír,
me resultaban ininteligibles
los ojos y las bocas desencajadas

notaron que no hablaba
me estremecieron
hasta que abrí la boca
y salió sólo aire.
Había gritos en mi cabeza
que me hicieron pensar que decía
pero mi boca estaba cerrada

tengo palabras clave
no les puedo bajar el volumen
las veo pasar como ráfagas
me toman del pelo, intentan montarme
se meten en mi cuerpo
tumbada en la electricidad
marcan ritmos en mis sueños,
latir es romperse
presión en la garganta
un corazón mortal dijeron
los sustos que te dará

pero a ti te gusta la soledad
también dijeron
mis calles quedaron vacías, la gente no era nombrada
mi corazón desde entonces late, se estruja y
amenaza de muerte

no hay metáfora en la anatomía

 

[16]

Eres el libro que abrí buscando esa palabra, pasando mi dedo por las hojas, olfateando tu neblina, letras que aparecen en diccionarios, desconocidas.
¿Y dónde está tu pasaporte? ¿Qué dirás en la frontera? Vivir un país a diario es intentar vestir ropa mojada. Dirás, una mujer se ha vestido de mi, mientras doblegaba sus ansías en el espejo, luego tu silencio se perderá en la ciudad.
Yo no soy de la ciudad, vivo fuera de tu patria e intenté el ejercicio de saberme sinónima y antónima. Me encontré sin voz en un lugar deshabitado. Era un fantasma que me llevaba por las escaleras a un lugar con altura para buscar mi tierra, debes volver a la Patagonia dice  y duelen los ojos recreando la pampa donde corría, entonces yo era un niño y jugaba en lugares deshabitados. Nadie podía ver mis anhelos de no pertenecer. Me pregunto cómo alguien puede comerse el corazón de un animal indefenso tan pronto miro mi pecho abierto y digo aún me quedan los ojos.

 

[28]

hay un pájaro que se adelanta en el vuelo
cada mañana pasa por sobre mi cabeza
soy una jaula con una mujer adentro
una calle por donde caminan las mendigas
escarban los paisajes en búsqueda de recados,
dejaron las huellas de sus itinerarios

unos dientes filosos brillan
cada vez que digo infancia
cada vez que nombro mi nombre en el espejo
cada vez que la sed deja mi lengua inmóvil
e intento decir lo que no quiero decir
a esa niña viendo volar un pájaro
mientras una mujer habita mi cárcel

 

 

 


 

 

 

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