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Chagas de Ivonne Coñuecar

Alejandra del Río


El presente texto corresponde a la presentación del libro realizada por Alejandra del Río, en el ciclo de lecturas
Los Desconocidos de Siempre (LDDS), el 18 de junio de 2010, en el Bar Estación, Santiago.-


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La guerra es la madre de todas las cosas
Heráclito


Cuando Ivonne me preguntó si podría presentar su poemario Chagas, después de mi tradicional entusiasmo primero, me surgió una tremenda duda de si sería capaz de hacerlo. “Es que es horrible”, le digo y ella me responde; “hasta lo horrible merece su categoría estética”. Con eso me lanzó un guante que me apresuré a recoger.

Y es que mi temor se fundamentaba en una cierta música que escucho de fondo y que es la idea que propone Freud en su artículo sobre el poeta y la fantasía en cuanto a que el poeta se diferenciaría del común de los neuróticos porque presentaría su neurosis de manera tan seductoramente bella que nosotros, los lectores, olvidaríamos que se trata de un desequilibrio mental y hasta nos veríamos complacidos por él.  Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente de las ciencias y el hecho de que el escritor utilice su arte en cierta medida como un factor sanador de sus dolores más intensos es ya hoy algo que muchos aceptan (a excepción de los estudios literarios, claro).  Pues no sólo los dolores emocionales pueden ser mitigados por la escritura, también los físicos. Como prueba somera y a la rápida están los testimonios de Kafka, que sólo escribiendo aliviaba su jaqueca crónica, o de Dostoievski, que creía mantener a raya sus ataques epilépticos en tanto escribiera. La relación entre enfermedad y escritura es estrecha y productiva. Se basa en la transformación del contenido insano (que normalmente en la medicina y en la sociedad se preferiría extirpar, combatir, hacer desaparecer) en uno que sea atractivo –digerible- para el otro y, por cierto, para sí mismo. De esta manera vemos que la sanación que ofrece la palabra poética no  hace desaparecer el síntoma sino que éste es transformado en otra cosa. La transformación se realiza a nivel simbólico y responde a un impulso energético, que es, en definitiva, la emoción básica que late en un poema.

No somos una entidad trifásica en la que mente, cuerpo y espíritu no sólo no tienen nada que ver los unos con los otros, sino que además se entorpecerían mutuamente, como nos lo ha hecho creer cierta doctrina platónico-católica. En realidad conformamos una compleja unidad. Por otra parte, la salud y la enfermedad no son opuestos; están sometidas a procesos en los que una se funde en la otra y viceversa.  También es hora de reconocer que la poesía es uno de los pocos ámbitos de la vida humana en que la enfermedad es percibida de manera positiva. Sin embargo, no es tarea de la poesía hacer desaparecer la enfermedad sino sacar provecho de ella y esto, estoy convencida, confiere dignidad y sentido a un oficio a menudo cruzado por calvarios difíciles de explicar de otra forma que no sea a través del lenguaje poético.

Por eso cuando recibo un poemario como Chagas que duele, da asco y sorprende al mismo tiempo, me pregunto dónde quedó la seducción a la que se refería Freud cuando creyó develar el secreto de los poetas. Y es que Chagas no regala al lector una fachada hermosa detrás de la cual hieden los cadáveres. Esta es una escritura despiadada que no pretende esconder nada, al contrario, ella exhibe las heridas sin titubeo, las saca a relucir impúdicamente, pues como la misma autora me ha confesado, persigue abiertamente un fin curativo.

Pero, ¿por qué tanto esfuerzo? ¿Por qué escribir un poemario así y presentarlo para ser leído? ¿Por qué hacer pasar la propia cuita por literatura? Es una buena pregunta, ¿no? Por qué no decir simplemente “mi madre me contagió de Chagas en la placenta y tengo mucha rabia por eso”.  Por otro lado, yo podría decir “su madre la contagió de Chagas y por eso ella está rabiosa” y ustedes se enojarían conmigo porque no habría sido capaz ni de acariciar las posibilidades de lectura que ofrece este complejo poemario.

Sucede que el lenguaje ordinario no tiene el mismo poder que el lenguaje poético. El efecto sanador surge tras la elaboración, no es sólo el decir, sino el cómo se dice lo que cura. Por eso celebro y me fascino frente a un texto que muestra sus estrategias verbales como abiertamente terapéuticas. Estamos frente a una rara muestra de proceso sanador que atrae por eso mismo. La enfermedad revela salud, la enfermedad hace sincero.

Voy a tratar de morder, aunque sea superficialmente, al proceso que se trasluce en Chagas. Recordemos que el mal de Chagas se transmite tras la picadura de un insecto repugnante que vive en las casas, mayoritariamente de zonas rurales muy pobres. Dicho habitante del planeta, no contento con picar e hincharse de la sangre de sus víctimas (he leído que este insecto queda tan ahíto de sangre que tiene que volver arrastrándose lentamente a las grietas de donde salió ¡volando!) defeca en la misma herida que ha provocado. Son las heces del bicho las que contaminan con el parásito que infecta la sangre, afecta al sistema nervioso y a otros órganos, en especial, el órgano cordial.  La enfermedad infecciosa que provoca es degenerativa y muy difícil de curar. Esta enfermedad puede transmitirse también de madre a hijo o por transfusiones de sangre contaminada. Por ser una enfermedad que afecta principalmente a la población pobre desde el sur de Estados Unidos hasta Chile no ha habido mayor prioridad en conocerla, combatirla y erradicarla. (Aunque según pude averiguar el mismo Charles Darwin la habría padecido, contagiándose en su paso por Chile). En las estadísticas sobre esta misteriosa enfermedad ella habría sido erradicada, pero como su flagelo se deja sentir hasta en tres generaciones -como una plaga bíblica producto del pecado- la enfermedad está entre nosotros y cobra sus víctimas inocentes que en algunos sectores toma característica de pandemia.

El punto de partida del poemario, el punto de hablada -ya que en cierto modo esta poesía hace cruces con la narrativa en tanto se encarga de establecer una verdad biográfica- es el de una hija que hereda el mal de su madre. Esta herencia está teñida de descuido, de abandono y de lo que derechamente aparece como una situación familiar catastrofal. Una hermana mayor muerta en la cuna, probablemente a consecuencia de la enfermedad aunque esto no se reconozca sino en reproches escupidos en la histeria. Una hija que desilusiona desde el nacimiento por no ser rubia, no ser flaca, no ser hombre. Una madre que desaparece cuando quiere y aparece sólo para instaurar un régimen de absurdo, golpes y carencia. Una madre que huele a abandono y a comida que nunca dará. Una madre desequilibrada pero con una estrategia bien definida para abrirse paso en la vida: “estaremos locas por generaciones / pero si seguimos lindas / encontraremos a alguien que nos mantenga”.  La madre es identificada con la vinchuca; porta ella misma el mal y lo transmite; y el mal ataca el corazón, la metáfora histórica para el afecto. Por otra parte un padre que trata de mantener el status quo con muecas de cariño y justificaciones que revelan la desintegración del mundo familiar. Una familia que es una pústula abierta sobre la que alguien ha cagado su veneno. “Las heridas se llaman padre y madre”, dice Coñuecar y no hay nada más elocuente que aquello para reconocer que la identidad original es el dolor. Este es el mundo de la hablante, ella no nos evitará la impresión de asistir a ese calvario. Este es el mundo en que el  adentro está marcado por la sensación del error, de ser el error, de haber nacido a destiempo pues si hubiera nacido un poco antes a ella se la recordaría en el memorial familiar y eso es infinitamente mejor que acarrear la lepra de la infección. Y el afuera está marcado por la fachada, el arribismo, el blanqueamiento por la fe histérica según la cual se lavará el pecado pues “hay demonios chagásicos que acercan a dios”. Y una ciencia que no puede dar solución al mal, una ciencia que incluso lo da por erradicado. Amargo sarcasmo del olvido.

¿Qué puede hacer la infectada, la contaminada de condena ante este panorama?¿Dejarse convencer de un destino predeterminado de antemano? ¿Ser la niña obediente que cumple con su herencia de vinchuca? ¿Volar hacia sus presas, chuparles la sangre hasta quedar ahíta para infectarlas luego con excremento?

Hay algo de resignación en el discurso de Coñuecar, de imposibilidad; el poemario se cierra con un guiño intertextual al Lihn de “nunca salí del horroroso Chile”. Y sin embargo lo que hay de gesto en esta poesía indica una voluntad de remontar el río de la culpa y parar el orden heredado del dolor. Al menos denunciarlo, al menos vociferar lo que se descascara en la fachada. Tal vez no logra la curación del Chagas (y todo lo que para el Chagas es aquí metáfora), pero recordemos que estamos ante un proceso que se muestra.

Pues bien, los signos de la sanación son varios. En primer lugar la víctima busca romper su aislamiento. Busca inscribir su mal en una genealogía sudaca que cobra ribetes de movimiento identitario. El Chagas es latinoamericano, tercermundista, llaga del vulnerado. Al sacarlo de la patología familiar e instalarlo en una realidad político-social la víctima ya no está sola en la injusticia, hay muchos como ella. No ser un caso aislado da la fuerza para denunciar, no ya por sí mismo, sino por los contagiados, todos los que han sido olvidados por la ciencia y la higiene capitalista. La herencia que se comparte regala pertenencia, la herencia individual arroja irremediablemente a la soledad.

En segundo lugar el tono rabioso del poemario, la ira que destila esta poesía, como un vómito de cuchillos, me parece completamente saludable en este contexto. La ira no suele agradarme en poesía pero aquí está justificada por reproducir estilísticamente el proceso de la enfermedad infecciosa. Cuando una infección penetra el cuerpo, éste se defiende produciendo fiebre. El cuerpo se transforma en un campo de batalla. Si el sistema inmunológico triunfa, la enfermedad desaparece, si no, el paciente muere o la enfermedad permanece en él en forma latente.  Sabemos que el mal de Chagas a menudo transcurre así, durante años los pacientes no muestran síntomas hasta que súbitamente mueren o son atacados por una degeneración del organismo irreversible. Creo, como lo han postulado Edward Bach, Ruhdiger Dahlke y hasta la somatología, que una enfermedad es la materialización de un conflicto interno de la persona. Esta visión puede ser rebatible en el campo de la medicina, pero es perfectamente utilizable en el campo literario. Creo que el tono denunciante, de confesión rabiosa, de cruda ironía, de reproche que ahoga su compasión son las armas inmunológicas que la infectada esgrime para sacar a la enfermedad de su estado latente. Hay algo de febril en el tono, de una fiebre que arremete contra la fachada y explota contra el status quo. Hay enfrentamiento abierto con el conflicto, toda la fuerza se está movilizando para encarar al enemigo. La agresión a veces es necesaria. Se podrá sucumbir en la batalla o quizás surja algo nuevo.

El tercer y último elemento que leo en este proceso poético de sanación es la utilización de la imaginación como paréntesis o refugio frente a la carencia. En cierto momento la hablante nos cuenta de una madre otra, una muy distinta a la suya, una madre adoptiva

no es mi madre a fin de cuentas
me han sacado toda la sangre de la otra
adquirí un apellido con la vuelta de la democracia
se abrieron los escondites ideológicos
y vino mi madre a rescatarme
sin conocernos
vi sus ojos
era mi madre
sin parirme supo de mis heridas
limpió los agujeros dejados por la vinchuca

Da la impresión de que esta madre es producto de la imaginación, que la hija infectada imagina una madre como puerto de llegada. En este paréntesis del poemario se concentran los anhelos  de acogida y seguridad que toda persona tiene, aún las que no han sido cagadas por la vinchuca. El anhelo de amor incondicional y protección es tal vez lo más básico y universal que existe. Este lugar seguro que al parecer rara vez encontramos en el mundo, lo podemos encontrar en nuestro interior. Podemos rescatarnos a nosotros mismos completando lo que nos falta con el poder de nuestra imaginación. Lo que la psicología sabe desde Jung, lo sabe el poeta desde siempre. Allí radica la gran posibilidad de la poesía, el beneficio que puede encontrar en ella el hombre y la mujer que sufre.

Junio 2010


 

 

 

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"Chagas" de Ivonne Coñuecar.
Presentación de Alejandra del Río