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“Quemar las Alas” de Mauricio Osorio
Ñire Negro Ediciones, 2015

Por Ivonne Coñuecar[1]

Pese a la nostalgia, la poesía siempre es en presente


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La poesía es exorcismo me ha dicho el tiempo, desde el tejido de letras vamos cociendo el alma y las hendiduras donde se cuela la nostalgia. Osorio es viaje y fuego que no amenaza. Habita en su obra una complejidad mayor que solo el verbo quemar, se apela a la fragilidad de la memoria, la luz que se mantiene para mirar hacia adentro, también símbolo de cambio y de lo irreversible, quemar las naves para no volver atrás en la odisea, forzar el alma para habitar con las alas la amenaza del viaje, el daño

¿Qué ave de rapiña me muerde?
Esta carne húmeda en el llanto
esta zozobra este amuleto
necesario como la memoria del espanto (11)

Osorio proviene desde las escrituras que nos trasladan a un tiempo remoto, o de un espacio lejano que se entrecruza con la realidad que abruma y hace que la nostalgia se adelante para conquistar sus letras. Es un recién llegado endémico, a pesar de habitar lo cotidiano. Habita simultáneamente un territorio del adentro y otro del afuera, en ambos se exilia, se encripta. Sus letras se acercan a Teillier (60), en la propuesta de la pérdida del paraíso, comprendido como el relato que se sostiene para que los miembros de este espacio descrito por Osorio, mantengan una relación con su pasado histórico y su tradición cultural. Es ahí donde radica la fibra de Quemar las alas, la tensión presente entre modernidad y cambio; también se evidencia la tensión entre la nostalgia y lo cotidiano, entre los elementos que describen la naturaleza y la urbe, e incluso, el hablante establece una posición como si fuera un único habitante y testigo de fenómenos de la naturaleza que parecieran no ser relevantes para otros que habitan como sombras en sus letras,

“Nadie sentirá siquiera ese sonido a silencio
que llena la tarde con vocación de eternidad.

Cae invisible el primer copo de nieve.
Su tristeza infinita corre a destrozarse
irrepetible sobre el pavimento.”
(48)

El hablante aparece con sus alas, a pesar de los vientos y de la escarcha, arrastra las nostalgias, y le fue concedida la certeza de que pertenecía a la naturaleza más que a los hombres, se enfrenta con la misantropía, reconoce la dureza del contacto con otro, llevar las alas y poder volar a pesar del otro,  

“Porque cargar mis alas con sus alas y rozarse luego,
provoca dolores en los huesos, el esqueleto entero,
del mundo y su espejo.”(7)

Es así como acomoda aquellos intersticios o fisuras donde pudiera doler antes que duela, se adelanta, pero tampoco el sujeto rehúye del dolor, se entrega, reacciona al espanto. El devenir de saberse adentro y afuera lo vuelve también escurridizo, como sus letras, que se vuelven por momentos mensajes encriptados para otro que lo visita en silencio, para ese otro que es también su alter ego, Rosamel Gaete. Osorio se pierde en una chispa cuando observa el fuego, que también ayuda a secar lágrimas. No hay una evidencia del fuego, sino que lo rodea, lo prende, lo alimenta; es el sol lo que esquiva, lo evidente que hace encontrar la herida, mirar y mostrar la herida sin exhibirse víctima. Nos entrega entonces los rastros humanos de Rosamel Gaete, que aparece y desaparece, el sujeto del sujeto poético, el que actúa antes que Osorio y traslada la melancolía a su otredad, como un espejo,

“Gaete sabía. Le quedaba poco. Sabía.

Entonces comenzó a relatar la historia de su madre. Y
lloré.”(26)

En la añoranza de su propia memoria también recuerda su partida desde ese espacio seguro, ese espacio remoto que conocemos cuando menciona a los padres y objetos que evidencian el inicio del viaje,

“-Me voy al Sur-.
Deja que me lleve la maleta negra,
aquella que guarda viajes que no hicimos
que se ha endurecido con las costras de nuestro silencio”(8)

Entonces, como un colono, emprende su encuentro con la naturaleza que amenaza, que no se domina, hay tiempo para todo, es un desterrado de la urbe, de sí mismo, exilio e insilio, mientras recorre el sur inexplorado, mientras se recorre a sí mismo inexplorado. Llega entonces con apenas la piel y el cuidado que le procuran sus alas, sus alas con las que vuela por esta odisea donde no hay engaño, ni la ciudad, ni lo que acontece, ni la naturaleza, ni la gente lo sorprenden, el deseo es aprender a encajar con sus alas bajo los techos. Alejándose de la madre que representa todo aquello que no se hizo. El sujeto circula con la fibra expuesta, el quiebre y la lejanía, el desafío, es habitar el cielo y el viento, procurar no emprender vuelo al sol, porque también hay ángeles que caen, pierden las alas y hacen de la costumbre un destierro. Se acaricia las alas Osorio antes que se cumplan las profecías ¿Todo lo que vuela demasiado alto está condenado a quemarse? ¿Es la nostalgia un par de alas? La poesía siempre es en presente. Su pecho abierto atrapa el viento,

“Simplemente camino un día
más por el paisaje congelado y triste que elegí para
hundir mi semilla y aquel grito que la acompaña.”(23)


Rosario, enero 2018

 

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Sobre el autor

Mauricio Osorio Pefaur nació en Santiago en 1971, llegó a la Patagonia en 1996, tras titularse de Antropólogo Social en la Universidad de Chile, y movido por el ímpetu de habitar la Patagonia, ese desafío. Como investigador es autor de “La tragedia obrera de Bajo Pisagua. Río Baker, 1906”, publicado de Ñire Negro Ediciones, trabajo que ha sido ampliamente reconocido por su aporte en la recuperación de la memoria de la historia y el patrimonio de Aysén y ha devuelto la dignidad de los trabajadores provenientes de Chiloé víctimas de estos hechos que dieron origen a la Isla de los muertos. También publicó “Antiguas historias del valle Simpson” (2014), y “Otras Narrativas en Patagonia” (en coautoría con los antropólogos Gonzalo Saavedra y Héctor Velásquez), ambos a través de la misma editorial. En poesía, “Quemar las alas” es su segundo trabajo publicado, antecedido por “Mirada Intrusa” (2009).

Actualmente, es director de Ñire Negro Ediciones, y ejerce como antropólogo independiente realizando investigaciones, asesorías, estudios e intervenciones socioculturales en las áreas de la artesanía, identidad y cultura aysenina.

 

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[1] Escritora y editora coyhaiquina, Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea y Periodista. Actualmente reside en Argentina, donde cursa la Maestría en Literatura Argentina en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), a través de la Beca de Perfeccionamiento del Fondo del Libro 2017.


 

 

 

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“Quemar las Alas” de Mauricio Osorio Pefaur.
Ñire Negro Ediciones, 2015.
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