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Apuntes de lectura sobre La mal agestá, de Ingrid Escobar
Editorial Piedra, diciembre 2015.
Por Alberto Moreno
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Hacer poesía allí donde no hay poesía. Esa es la cuestión.
Esta tierra en que nacimos, a nadie le garantiza en principio, un pasar muy poético, metafórico, ni tampoco muy lúcido. Luego, ser o estar (lúcido, metafórico, poético) ahí donde no pasa nada, o donde sólo quedan los escombros, esa es la cuestión ¿Ser un poco loco, no…? como dice uno de los hermanos Lamborghini, allende Los Andes. Por ahí va la cosa, el meollo del retruécano.
Tengo la marea alta
tengo la tormenta en reposo
(pág. 27)
¿No pretender salir intacta, cierto Ingrid? Estrujarse el coco, el seso, el mate, partirse el lomo, para salir del estanco donde no pasa nada, y si a eso le sumamos pasión y una verba atronadora, al ritmo de calles y espacios del margen, espacio semi-fabuloso donde aún es posible amar y llorar por igual, bueno, por ahí sí que va la cosa.
Tengo la tormenta alta
tengo mi cerebro en reposo
(ídem)
En estas brevísimas páginas se descorre el velo de una amante desesperada, la “enamorada absoluta” que aúlla en medio del bosque de la noche, que resopla en medio de su cabalgata nocturna de amores.
Deseada, demonizada
Fiel candidata al exorcismo
En las catacumbas de los bares
Repletos de espejos
Enajenada por los vocablos
Que pronuncian tu nombre
Perturbada por el cuerpo desnudo
Que reproduce tu mente
(pág. 25)
En esta iniciación poética, hay gran ternura, junto a una nitidez matinal despiadada, sinceridad frente al espejo, cosa mental a prueba de literatos de academia y de editores astutos negociantes. También hay desparpajo, hay flores en un jarrón, hay pasajes en bus a la playa, hay despertares y amaneceres en lugares olvidados, pero vivos, demasiado vivos, como estos versos licenciosos, profanos, escritos con mano firme, confiados en su inspiración.
Es la deriva de una poeta con carácter, eso tan extraño hoy, en medio del laboratorio de aspirantes, que, a duras penas, parlotea -e imita- tres monosílabos por celular, en la calle y a cada segundo en “el feis”.
Te bebo
te nombro
te rapto
te esbozo
te llamo
te cojo
te arranco los ojos.
Te masco
te soplo
te miro
te rompo
te abrazo
te giro
te cargo en los hombros
Te escucho
te olvido
te rasgo
te aspiro
te chupo
te beso
te erecto muy lento
Te quiero
te embriago
te siento
te miento
te arrojo
te toco
te mato, te pierdo.
(pág.31)
Poemas como una canción de amor, que nos muestran historias recargadas de imágenes, sobre lo que sería ese amor que no pudo ser; memorias impregnadas de celo y recelo, de pasión y espejos, de sueños y no- te- olvido, de ritmos y cadencias amatorias sin tregua.
Es notable una poesía que se lanza al vacío, a la mañana siguiente de la creación verbal, sobre todo, cuando no le pediste nada a nadie, para lanzar esos versos al aire. Ingrid parece escribir sin deberle nada a nadie – todavía- y ese es un comienzo envidiable. Este poemario te asalta, sin más, como un final inesperado, que supera la fatalidad de su postergación anunciada.
Ella cierra los ojos
con el pecho ardiendo
difama tu nombre
mientras salpicas su vientre
deambula en la oscuridad
las fauces del que te atormenta
…
ella es todos los días
que decidiste ignorar
ánfora sagrada de tus cenizas
píldoras mágicas para enamorar.
PD
Si hubiese que trazar una línea poética, una tradición escritural desde donde conjugar esta primera entrega de la autora, pienso en la arrolladora obra de Alfonso Alcalde, por ejemplo, y sus Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte.