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Muchas hormonas, pocas neuronas: Realismo sucio a la chilena
Eskizoides.
Ignacio Fritz. Editorial Cuarto Propio, 2002, 155.
Por Milton Aguilar
“Revista de Libros”, diario El Mercurio. 17 de mayo 2003
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El desfile de criaturas urbanas surgidas de todas las clases sociales es incesante en los cuentos de Eskizoides, primer libro de Ignacio Fritz (Santiago, 1981): homosexuales, prostitutas, alcohólicos, asesinos, pervertidos, mafiosos, traficantes y drogadictos revelan hasta qué punto la condición humana se ha vuelto infernal en esta época.
La visión de mundo de Fritz es descarnada; retrata el aislamiento absoluto, la soledad, el desgaste y la deshumanización de personajes acechados (de un comportamiento neurótico, ligado al tráfago de la ciudad moderna) en entornos y escenarios en los que la inocencia se torna peligrosa. Pero no nos engañemos, en estas catorce historias abundan también la simplificación de las estructuras de composición; un lenguaje despojado de ornamentos, un vocabulario limitado, y la imposición de temáticas como las calles, la violencia, la soledad, la indiferencia, el sexo y las drogas.
Demasiado homenaje al cine o admiración por Bukowski, Easton Ellis, Mañas, Loriga, Fuguet & Cía. Que se solaza en una marginalidad artificial; demasiada literatura “Mac-Ondiana” que ha convertido a la marginalidad en una postal decorativa que no cuestiona ni la identidad ni el lenguaje de sus protagonistas.
El veinteañero Ignacio Fritz, pese a su agilidad narrativa, comete el error de presentarnos algo ya demasiado trillado: esa obligación para todo escritor cool de frecuentar y escribir sobre y desde los antros, burdeles y cantinas de las clases bajas. Que el protagonista muchas veces sea un joven oscuro, maltrecho, descolocado, con esa sensación de pérdida de centro de gravedad, y que se enfrenta al naufragio de lo real y cotidiano. Un nihilismo cada vez más agudo, con temáticas que abarcan todas las miserias de la cotidianidad y van dirigidas a un público cada vez más joven del tipo “No estoy ni ahí”, “A la deriva”, “Odio este mundo de mierda que enseña principios que no se aplican”, y que critica fuertemente al mundo adulto o que escucha rock en grandes cantidades para amortiguar sus angustias.
En Fritz resulta clara su relación intertextual con realismos sucios o novelas “grunge” de otras partes del mundo (dentro de esta tendencia hay escritores bastante conocidos en los círculos underground tales como Raymond Chandler en Norteamérica, Guillermo Fadanelli y Rogelio Villarreal en México, junto con Ray Loriga en España) y no hace falta que el autor nos explique al final del libro, me parece infantil de su parte, los cuentos y las influencias, pues nos damos cuenta que él comulga con la estética del “mal gusto” (lo afirmo en el sentido positivo para su propuesta) que se entroniza y se va convirtiendo en un “buen gusto” para una gran masa alfabetizada a través de los medios de comunicación y del mercado. El kitsch, Marcel Duchamp, Andy Warhol, el Pop Art, el cine de Pedro Almodóvar, el Pastiche, el cine extremo posmoderno, el snuff cinema, los happenings, el Fluxus, el Body Art, son algunos ejemplos de cómo los artistas encuentran en el “mal gusto” sus fundamentos estéticos.
Pero en lo que no puedo estar de acuerdo es en el tratamiento del sexo y de la mujer, pues demuestra una incapacidad de liberarse de los esquemas mentales del machismo folclórico latinoamericano que contamina las obras con clichés gastados. El sexo presentado parece que sirve principalmente para confirmar la supremacía viril del o los narradores-personajes y eso es criticable mas allá de que rescate lo más putrefacto de nuestra sociedad.