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FABULACIONES
Ismael Gavilán
En la Academia Platónica
Cuando en nosotros el silencio es encendido
el cielo es regreso a una voz original;
máscara de estrellas que abre realidades
más allá de toda transparencia:
belleza de aquella magia celeste
que atraviesa la mirada sugerida por el aire
o ventanal que anuncia el triunfo
de una constelación de escritura perfecta.
Porque detrás de toda imagen
el instante es el rostro móvil de la eternidad.
Un monje de Cluny hace una glosa a su trascripción de la Eneida
Somos silencio que descansa pasado mediodía,
viviendo con el compromiso de no estorbar
momentos venideros,
hundidos en un mundo que antaño fue razón de dioses;
la tortura de Eneas al mirar Cartago a sus espaldas;
nada más que un fulgor oculto
cuando el Libro nos advierte que toda epopeya es fantasía.
Carta a un joven poeta
“El arte no puede ayudar…”
R. M. Rilke
La fragmentación de la realidad, el hundimiento de las cosas; decir que se escabulle por la tarde de invierno como voz sepulcral en el bosque, su rostro de abril cuando el cielo tenebroso anuncia desapariciones; rumor de tinajas en la fiebre del esplendor celeste; Rimbaud y el vértigo de la derrota, el recuerdo de haber visto el mar antes de vivirlo; la huída sin duda tras la derrota en Farsalia (acontecimientos, detalles, aproximaciones temerosas a los motivos de la vida) quizás el orden difuso que sugiere caída en un juego de luces frente a un cortinaje de ceniza o desarraigo.
Donde florece el invierno
La tarde sangra apagando su jardín
y en él, la belleza muere como sombra
u oro envejecido; fantasma de carmín
de marchita boca que ni nombra
al pasado y a su luto, ni a colores
que sueñen con el blanco que canta
al hastiado corazón de tristes flores;
un beso o cicatriz que la mañana
pareciera jamás haber tocado
ni en el intento del desear sereno
ni en el tacto puro, siempre amado,
que el fuego atiza en mil senderos.
El oro envejecido es fantasma de carmín
y siempre oscura la ilusión que nombra
a la Belleza ensangrentada del jardín;
voz callada de la Muerte que es su sombra.
Anotaciones de Sebastián Caboto
El corazón es una quimera que nos guía
hacia el final incierto de cualquier mapa y escritura.
Ni islas, ni ansias que propician música
para que el mar se encienda bajo labios
deletrean las ciudades a las que deseamos arribar.
Para este viaje oscuro no hacen falta mapas
ni es preciso el sextante: basta un velamen rojo
y el agua agria de los sueños olvidados.
En la luz del horizonte
se pueden adivinar paisajes imposibles,
su oro que destella para nuestra sed insaciable
(ilusión que inventa la estéril distancia)
Tal vez a otros príncipes haremos homenajes
en medio del naufragio con tal de oír su silencio de espuma
para alejarnos de reinos ya sin dioses.
L’azur
La yuxtaposición
la ebriedad de la grandeza estética -criticada por Wilamowitz
a ese joven filólogo de Basilea-
música sin duda en la distancia que no quiere decir,
tensión del lenguaje evocada por el silencio
(metáfora siniestra tras la anulación de Celan)
donde giran cristales, biombos japoneses
la orquestación conversacional
que la niñez disuelve
la yuxtaposición
los muertos que mi abuelo trae a memoria
la presencia que destruye lo escrito.
Evocación de Georg Trakl
En el dorso de la noche
duerme la amenaza del mundo celeste.
No porque exista el descenso
de nuestra piel en la interrupción del fruto
o porque podamos vivir a la intemperie de cualquier catástrofe.
Tal vez en la cicatriz del aire
el habla del verdugo sea la facilidad para atraer nuestro rostro
a ese umbral donde la ceguera es preñada
por la respiración que nos viste,
quizás una señal donde gime sereno el corazón que atardece.
Pero los días transcurren ajenos a toda blasfemia,
negando oscuridad en su mensaje difícil:
el tiempo es tentación cuando ninguna estrella
retorna del jardín cultivado por la noche.
Sólo en el sueño se abre el cielo con su apetito voraz
al ser humedecido el país de la muerte
Esbozo para un poema que trate sobre la melancolía
Behold, Terre is no breath:
I and this Love are one, and I am Death
Dante Gabriel Rossetti
Una tarde de lluvia es igual a tus ojos de tristeza, a una sombra de agua sobre el temblor que agita cristales, al placer enmudecido tras un espejo de oro, a la palidez de una cítara cegada por la sonrisa de un ángel, al pensamiento que yace agotado en un labio tibio, a la dulce obsesión que principia con el fuego de marzo, al reino que perdimos en el fragor adolescente, al gesto de la piel sobre el ámbar de una mañana oscura, al fruto del ciruelo en su generosidad indolente, al amor, indistinto y cruel con su magro conocimiento de sensaciones puras, a la corrupción de un perfume exótico amado por D’Annunzio o Baudelaire...
Una tarde de lluvia es igual a tus ojos de tristeza, al clamor de una rosa vencida por la luz, al sueño que no llega y que pensamos volverá en otro rostro.
Lautréamont
Era en la tierra florida de septiembre
forma que arde desnuda como constelación inexplorada
-poema inacabado por la muerte prematura
que asalta el verdor de infancia-
el sistema, la Palabra, la versión,
definitivamente un primer plano deformado
por lo monstruoso (natural falta de experiencia)
destruido por lo monstruoso, tentado en la pureza
que ve la venganza como un acto de sacrificio por antonomasia
y el resto, nada: un fuego entrecruzado,
datos bibliográficos en el cuerpo abierto
como la flor callada de la música,
la fotografía mítica, el quehacer que aguarda
por nosotros en función del coro.
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