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VIOLENCIA
Por Ismael Gavilán
Revisando a inicios de la semana recién pasada (17-11-08), www.letras.mysite.com me encuentro con la muestra antológica Poesía del fin del mundo: 97 poetas chilenos con vida, muestra publicada en el N° 15 de la revista de literatura, arte y cultura La Siega, correspondiente al mes de noviembre del presente año y llevada acabo por Luis Miguel Hermoza y Galo Ghiglioto.
Si leer muestras de autores nacionales elaboradas para el solaz de algún lector extranjero siempre me parecerá oportuno y adecuado, celebrando incluso la aparición de tales muestras dada la riqueza y variedad de la poesía que se ha escrito y se sigue escribiendo en Chile, no dejo de disentir y hasta tomar una distancia que bordea el rechazo, no de esta muestra misma -por lo demás amplia y generosa con nombres y obras- sino más bien del gesto curatorial que la ampara o le sirve de eventual criterio y que encarna, fundamentalmente, en el prólogo escrito por Ghiglioto titulado “La poesía chilena es una bomba de racimo”. Ni boutade de cariz neofuturista, ni menos proclama que semeje algún manifiesto, este título como a su vez el prólogo mismo, muestran no sólo una liviandad para legitimar la falta de tacto e inteligencia crítica que se echa en falta al revisar los diversos sitios donde ésta se ha hecho presente, creando a veces más que dudosas polémicas convertidas en meras descalificaciones personales, sino que también llama poderosamente la atención que esas mismas descalificaciones sean motivo para enorgullecerse de la “vitalidad de la escena literaria chilena actual”.
Que me disculpe Galo Ghiglioto, pero creer o más bien escribir en un prólogo usando como fundamento crítico de una sociabilidad literaria más compleja y vasta de lo que creemos para explicarla y hasta celebrarla a esas aseveraciones de mal gusto y vesania humana, conocidas por muchos de nosotros a través de blogs, revistas y de este mismo portal www.letras.mysite.com, me parece como mínimo una frivolidad teñida de ignorancia que al desear ser “simpática” o “fresca”, “juvenil” o “sanamente descarada”, logra exactamente lo contrario: se hace evidente que esa violencia verbal y descalificatoria no es sinónimo de “vida”, ni tampoco sucedáneo de fe religiosa alguna devenida fanatismo. En absoluto: es más bien muestra de intolerancia, de falta de humanidad fundada en el diálogo de altura, es muestra de exhibicionismo matonesco o megalomaníaco y una carencia de generosidad para disentir del otro con respeto y crear así la posibilidad de un intercambio crítico que se fundamente en torno a obras y no en torno a pasiones demasiado humanas y por ende, efímeras. No, lo que eventualmente celebra Ghiglioto como vivacidad y donde traduce bomba por poema es un equívoco que imposibilita el reconocimiento, pues ¿qué hay detrás de la violencia, ya sea verbal o física y que es del agrado justificativo del prologuista? Estaría dispuesto a pensar que el afán nada poético de imponerse uno sobre el otro, el afán de negar al otro, el afán de anular al otro y no el reconocimiento de la divergencia.
Creo que la vitalidad de una sociabilidad literaria descansa en otras cosas, es posible rastrearla en otras coordenadas, tanto en la densidad crítica de sus productos culturales que adquieren forma como cuento, novela, ensayo o poema, como en el intercambio de referencias que esos mismos productos suscitan en el diálogo que implica la lectura y que tanto escritores como lectores deben cautelar como uno de los escasos espacios de libertad y espíritu crítico que van restando en nuestro país. Por lo demás y entendiendo el gesto de no incluir en la mentada muestra antológica, autores ya canónicos, encontrables en diversas instancias de publicación, ¿cuál es el afán gratuitamente descalificatorio al enunciar Hemos dejado fuera de esta compilación a los grandes dinosaurios de la poesía chilena. Precisamente por eso, porque son fósiles, y sus restos pueden encontrarse en cualquier antología monumental cuya edición tenga aspecto de museo? Porque en una aseveración como ésta sale, nuevamente a la palestra, la vieja discusión entre autor y obra ¿Quién o qué es fósil? ¿un “autor” de carne y hueso cuyos restos se consumen frente al mar en Isla Negra o esa escritura relampagueante como son los poemas de “Residencia en la tierra”? Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo respecto a los “grandes valores de las letras nacionales”, parafraseando a Alone, en lo concerniente a su monumentalización que implica, ni más ni menos, no leerlos críticamente en su exigencia de presente y así , por supuesto, convertirlos en fósiles que nada tienen que decirnos. ¿O acaso “Altazor”, “El poema de Chile”, “La Pieza Oscura” y “La musiquilla de las pobres esferas” cuyos autores son ceniza, son fósiles? La falta de delicadeza crítica para establecer estas distinciones con claridad y pertinencia son las que se vislumbran en el prólogo de Ghiglioto y reflejan la disonancia entre el propósito crítico de esclarecer con generosidad una escena y el escaso voluntarismo para ser rigurosos con su objeto de lectura.