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«Expediente de lectura» de Ismael Gavilán
Viña del Mar: Ediciones Altazor, 2019: 41 pp.

Por Marcelo Pellegrini
Publicado en Anales de Literatura Chilena, Nº 35, junio 2021




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Dentro de una labor ya muy destacada en el ámbito académico, el poeta Ismael Gavilán (Valparaíso, 1973) ha cultivado, de manera igualmente importante, un tipo de ensayo literario que podríamos llamar “clásico”, ya que en sus mejores momentos se remonta a Michel de Montaigne, el fundador del género. Ese clasicismo genológico al que me refiero ofrece una lectura desde la experiencia única de la personalidad de quien escribe. Fruto no de la arbitrariedad sino de los desplazamientos rigurosamente afectivos del sujeto, esa primera persona reconocible en el ciudadano que firma el texto (y no en el narrador de la ficción o el hablante lírico del poema) no teme utilizar la primera persona del singular para contar su experiencia mientras ejerce la crítica. Ese signo inequívoco de modernidad define al ensayo como lo cultiva Ismael Gavilán en este breve e intenso libro.

Lo que se podría considerar como una mera reunión de textos sobre algunos poetas de Valparaíso (lo que daría pie a una lectura “regionalista” de la poesía chilena, algo muy alejado de los afanes de Gavilán) es en realidad una muy diáfana poética de la lectura, articulada en torno al encuentro feliz con los libros y sus autores. “La oculta felicidad de las cosas”, el texto que abre Expediente de lectura, es una reflexión, muy en la línea del Walter Benjamin de “Desempacando mi biblioteca”, sobre el azaroso y feliz encuentro con los libros durante la juventud estudiantil. Época de voracidad de lecturas, muchas de ellas obligatorias por las demandas de la carrera de literatura en una universidad de provincia, los libros son señas en el camino compartido con amistades que poseen las mismas obsesiones. No están aquí ausentes las reflexiones, cargadas de humor, sobre el robo de los libros por parte de esos amigos que envidian los tesoros de la biblioteca personal de los otros, pero predomina la iluminación de las lecturas formativas, esas que nos dan el cimiento de lo que viene en la biografía de esos avatares: “Aquí no hay orden, sino el aleatorio ritmo de la vida”, dice Gavilán, para luego agregar: “Aquí no hay cálculo, sino el necesario asombro de las lecturas intransitivas y arriesgadas” (p. 13).

Los ensayos que siguen son, pues, muestra de ese asombro, de ese riesgo, y de esas articulaciones amistosas. Hugo Zambelli, Ximena Rivera, Rubén Jacob y Ennio Moltedo figuran aquí como signos poéticos de un mapa crítico-afectivo que caracteriza con precisión y lucidez las poéticas de cada uno de los autores. En “Apariciones y desapariciones de Hugo Zambelli”, texto que inaugura la serie, Gavilán caracteriza la  figura de ese poeta como una presencia que se vuelve ausencia no por el inexorable paso del tiempo o la escasez de sus publicaciones, sino porque así lo ha querido él. Zambelli es el practicante de su desaparición. Como dijo alguna vez Emilio Adolfo Westphalen en su ensayo “Para el ocultamiento de la poesía”, “ya hubo alguien—hace algún tiempo— que postuló el ocultamiento deliberado de la poesía”. Ese alguien es múltiple, y entre nosotros ha adquirido los nombres de poetas como Omar Cáceres, Gustavo Ossorio e, incluso, Eduardo Anguita. La desaparición de Zambelli no es realmente una ausencia, o no es una ausencia dictada por la completa mudez de la muerte; como diría el filósofo Vladimir Jankélévitch, el silencio de Zambelli es un “silencio inefable” que transforma el silencio absoluto en “cantos melodiosos”, es decir, en poesía. Es por ello que para Gavilán, Zambelli es “el poeta de las aventuras de orden sigiloso” (p. 17).

“En ausencia de Ximena Rivera” es el texto más breve y sin duda más intenso de los cinco que conforman Expediente de lectura. Se trata casi de un poema en prosa dictado por la total admiración por esa poeta visionaria que era Rivera. Gavilán se adentra en su obra, esa “noche más oscura del lenguaje”, esa “opacidad resplandeciente” (p. 19) donde habita la poeta que en su lucidez abismal no sabe si la poesía realmente es. En Rivera podemos percibir con claridad meridiana el dictum heideggeriano que, vía Mallarmé, señala que no somos nosotros los que hablamos el lenguaje, sino que es el lenguaje el que nos habla. Si el ser humano es lenguaje, lo es porque está atravesado por él, no porque es su dueño. Rivera sabía muy bien esto, y por ello su poesía, dice Gavilán, es ejercicio de despojamiento, de los “indicios” contra el desamparo. 

En “La sonrisa del hombre invisible: Rubén Jacob”, Gavilán articula con solvencia una hipótesis muy enriquecedora sobre este autor que irrumpió en el panorama  de la poesía porteña en 1993, a sus cincuenta y cuatro años, con The Boston Evening Transcript, un libro sorprendente. Jacob publicaría dos libros más (Llave de sol en 1996 y Granjerías infames en 2009) antes de que la muerte lo sorprendiera en pleno uso de sus facultades poéticas. Mucho se ha insistido en las referencias eruditas de Jacob, en sus guiños a Eliot y a Borges, a la música docta y al jazz, pero poco se ha insistido en su oído atento al “speech” eliotiano, es decir, a la “música de la conversación”, que fue tan importante para su poesía como las referencias cultas. Eso es lo que hace de esta poesía “cercana y entrañable” para quienes se le aproximan, porque, señala Gavilán, a lo que ella nos invita es a conversar. Se trata de una perspectiva bastante novedosa sobre ese poeta que, también al modo de Eliot, hizo de la cita literaria su modus operandi.

Finalmente, “Ennio Moltedo: un recuerdo, una conversación y un poema” es el texto más largo y “anecdótico”, por decirlo así, de todo el conjunto. Gavilán despliega aquí sus dotes de narrador (una práctica que el género ensayístico admite y hasta en ocasiones pide) para contarnos la manera en que nuestro autor tuvo una relación marcada por la lejanía admirativa primero y luego por las conversaciones esporádicas con Moltedo en diversos lugares, como la librería Altazor de Viña del Mar o el viejo café Samoiedo de la misma ciudad. Más allá de los encuentros personales con el poeta, destaca en la valoración de Gavilán el lugar que ocupa Moltedo en su formación como lector de poesía. El joven de dieciséis años que era Gavilán a fines de los años ochenta descubre gracias a Moltedo el poema en prosa al leer un texto suyo llamado “Experiencia”. Pero, ¿es poema o es prosa lo que recorren sus ojos? El poeta y ensayista que ahora recuerda desde la madurez su juvenil experiencia formativa ha entrado de lleno en la modernidad tamizada por un género poético que será toda una guía de lectura para el futuro. Eso es Moltedo para Gavilán: la puerta que abrió el paisaje de lo moderno desde aquella provincia que siempre estuvo abierta a esa aventura. La conversaciones con el poeta, esas que vendrían después, no fueron sino la confirmación de ese cosmopolitismo que siempre ha sido la marca registrada de la mejor poesía chilena. Las entrañables últimas páginas que Gavilán dedica a la muerte de Moltedo y su funeral en un día de llovizna pertinaz poseen un aliento poético similar a las dedicadas a Ximena Rivera. La presencia del mar, tan crucial para la poesía de Moltedo, se encuentra ahí: el océano es un compañero en la procesión, cuya mirada grisácea se agitaba en marejada (p. 38).

Mucho hay que aprender de las páginas de este libro. Que no nos engañe su  brevedad: es un libro intenso como pocos, de esos que casi ya no se escriben en nuestras latitudes. Su intensidad no está reñida con el rigor, y es por eso que debiera ser  lectura provechosa para cualquiera que se interese por estos poetas y por la manera que Gavilán ofrece de leerlos. El año 2016, Gavilán publicó, también bajo el auspicio de Ediciones Altazor, un conjunto de ensayos sobre poesía chilena contemporánea titulado Inscripción de la deriva. Ahí el autor terminaba con un “Epílogo crítico” que es una verdadera poética de la lectura. No resulta aventurado proponer que Expediente de lectura es una puesta en práctica del último párrafo de ese epílogo, que dice así: “Pensar la crítica como deseo, es decir, como estilo, es decir como intensidad que desemboca en un horizonte de imágenes que se precipita a un abismo donde habitan las ruinas del lenguaje”. Nunca mejor dicho. Nunca mejor hecho.


University of Wisconsin—Madison

 

 


 





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