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En ausencia de Ximena Rivera

Por Ismael Gavilán
Publicado en Expediente de lectura. Ediciones Altazor, 2019



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En la noche más oscura donde el lenguaje se devela al poeta como presencia de opacidad resplandeciente se cumple la promesa del abismo: el regreso siempre otro desde allí abajo —en el dictum común que hermana a Arthur Rimbaud, a Eduardo Anguita y esa aventura del espíritu que fue el surrealismo— donde lo monstruoso se nos aparece transformado en el rostro del amante, en el quejido del animal herido, en la fugacidad de una imagen soñada o inventada o en el asombro ante las palabras que vuelven una y otra vez a mostrarnos la fragilidad insoportable de su propia transparencia.

En esa noche veo habitar a Ximena y a sus palabras, esas palabras cargadas de alucinante opacidad que recorren el laberinto de la infancia, el aprendizaje sigiloso del dolor, la espesura del cuerpo en las ordalías del deseo, los afanes silenciosos de apostar a conocer rehuyendo la posibilidad racional del conocimiento y que ella optó por convocar de la única manera con que es posible intentar el ejercicio superior de la imaginación: el poema.

En esa noche veo a Ximena en la soledad abismante de esas preguntas —¿trascendencia?, ¿amor?, ¿verdad?, ¿infancia?, ¿Dios?— con la mirada despejada y serena, insegura de sí misma en el gesto humano y necesario de unir videncia y escritura, pero convencida al máximo y sin retribución de lo imperioso de responder en el poema, la acuciante exigencia que no permite dobleces, ni excusas; la exigencia que todo verdadero poeta no puede evitar. Me ha sido dada una tarea. Bienaventurada sea la tarea. Hoy resplandece el mar, me doy cuenta de eso; y la cara de mi amante es una máscara bajo el oleaje, arquitectura del alma sin fondo secreto que me matará. No puede haber esperanza...

¿Será cierto como dice Blanchot que el poeta no sabe que es poeta porque no sabe si la poesia realmente es? Intentar responder aquello marca al poeta desde la ausencia, desde su propia ausencia como subjetividad que se tantea en los intersticios de ese sentido aleatorio y seductor, pero terrible y voraz con que el lenguaje se presta a sí mismo en la orfandad de su propia representacion. Para afirmar la posibilidad de que la poesía sea es que cada poema se vuelve la experiencia del despojamiento, del diálogo vacío que implica conjurar a ese doble que el espejo, en su afiebrada locura, proyecta fascinante y que el lenguaje propone en la intensidad de su distancia.

Así, entre ser y parecer, Ximena está presente en su ausencia como en una red saturada/ Que se distribuye enloquecidamente/ En un santuario que irradia/ Un no se qué/ Y un qué sé yo/ Que fascina. Fascinación que no teme la destrucción, que no teme la pobreza, que no teme la enfermedad, que no teme la necesidad de recurrir a los indicios secretos con que a todo vidente se le promete protección contra el desamparo de su propia intensidad verbal, contra el destello destructivo de su propia lucidez de fuego... redimidos del fuego por el fuego dice Eliot en un verso memorable. Porque lo que hay en la poesia de Ximena. no es el pecado que hay que expiar en la purificación de la llama, sino la interrogante que sacude cada fibra de nuestro ser y que se consume a sí misma para darle a Orfeo la luz necesaria con que pueda iluminar el esquivo beso con que anhela a Eurídice.

Distancia que tensa al lenguaje como promesa de discontinuidad y que deviene una ceremonia que ritualiza la escritura. Así, en Ximena Rivera, el poema se asume como presagio, como ejercicio de demarcación iniciática, como constatación de una negatividad que revierte el sentido cuando se aproxima a su propia frontera referencial. Distancia que es también un gesto adverso para la legibilidad y que muestra en su rostro una especie de "deber ser" indirecto, proclive a la quebrazón del significado y que contempla la destrucción de toda interpretación como un juego de luces que propicia su descendimiento órfico. Distancia que instaura un espacio que no teme verse de revés en el desavío que significaría la configuración de un campo unificado. En Ximena Rivera, el poema va a contracorriente como anulación de un imposible. pues ha "normalizado" la imposibilidad como rasgo escritural hasta llegar a una claridad enceguecedora que se vuelve intensa, destructiva, pero firme en su opacidad deslumbrante.



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Fotografía de Raúl Goycolea


 



 

 

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Por Ismael Gavilán
Publicado en Expediente de lectura. Ediciones Altazor, 2019