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Claro-oscuro de memoria[1]
Claro azar de Ismael Gavilán, Ediciones Bogavantes, Valparaíso, 2017

Por Fernando García


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El verano es una estación engañosa: se supone que es la estación del ocio, las vacaciones, la piel al descubierto, en fin, la estación del placer; el peligro que proyecta esa imagen es que, en caso de no cumplirse (como sucede la mayor parte del tiempo), el verano, por una suerte de inversión en el espejo, corre el riesgo de ser todo lo contrario: ahí donde se supone que debíamos ser felices, solo encontramos la imposibilidad de serlo y la necesidad de buscar en el recuerdo algún momento, alguna escena o imagen que nos informe que efectivamente cumplimos alguna vez con los designios gozosos que el verano augura. Como en esos poemas tardíos de Kavafis, donde el griego anciano rememora la realización secreta de su deseo para así traer al presente el tacto y el olor de esos cuerpos perdidos en veranos remotos, me figuro que este poema de Ismael Gavilán intenta dibujar una parábola mnémica similar. Los primeros tres versos nos introducen de lleno en este escenario en donde el recuerdo prende su mecha. Dice: “Habíamos dejado de estar próximos a la marea; / el rumor cotidiano ofrecía el desplazamiento de cualquier ilusión. / Era verano sin duda”

Tremendos versos con los que comienza el poema. La marea como metáfora del movimiento y el rumor cotidiano como el muro que lo detiene. Así me figuro esa primera imagen. En efecto, la vida cotidiana, con su temporalidad hecha de repeticiones, endurece poco a poco el suelo del corazón y estrangula el ejercicio imaginativo, conduciéndonos a una sensación pantanosa en donde el tiempo carece de novedad, volcado sobre sí mismo, mordiéndose la cola. En ruso hay una palabra que describe muy bien lo que intento decir: byt. En rigor la palabra se traduce como “vida cotidiana”, no obstante tiene connotaciones asociadas a la costumbre, la rutina, lo ya establecido. Con mucha razón los poetas y artistas rusos de la época heroica de la revolución vieron en la byt el mayor enemigo de la vida nueva. La byt paraliza, endurece, inmoviliza, contiene los cambios, carcome el ánimo y destruye los puentes por donde circula, libre, el deseo. La byt, en definitiva, le quita poco a poco el sabor a la vida. Menciono todo esto porque veo que este poema está motivado precisamente por la necesidad de superar esa cotidianidad aplastante a la que el hablante se ve sometido, ese “rumor cotidiano”.

Es verano, nos dice, pero uno donde la cotidianidad acumula ruinas en lugar de deseos. Urge la búsqueda de algo distinto, urge abrir una brecha en el tiempo por donde sumergirse y encontrar ese cuerpo placentero perdido. El viaje, en este caso, está dirigido hacia la infancia, en una suerte de nostalgia por una sensibilidad inocente, una sensibilidad abierta a la carnalidad del mundo, un volver a ese cuerpo de “sentidos-niños”, al decir de Mistral. De algún modo, se trata, como en la Pieza oscura de Lihn, de retornar a un espacio libre del adulto que se es, libre del fracaso de la vida y la frustración del deseo. Se trata, digo, de encontrar “esos escondites bajo el árbol al fondo del patio / que reservábamos para huir de los adultos o de nosotros mismos”.

Sin embargo, este viaje no está exento de problemas. “Habíamos dejado de estar próximos a la marea”, repite una y otra vez, y ese movimiento que sugiere el mar se muestra más como un anhelo que como una realidad. El deseo de viaje se topa constantemente con la imposibilidad de hacerlo, y la representación acaba siendo constantemente cuestionada. De algún modo, el deseo de liberación conduce a la desesperación de no poder hacerlo, a la constatación de que las herramientas con que contamos (la poesía) no están a la altura de esa realidad, no porque sea inútil o desperfecta, sino porque esa realidad está perdida y todo intento de recrearla no es más que un juego de espejos e ilusiones donde, en el mejor de los casos, podemos encontrar un consuelo temporal. Así, el deseo acaba chocando con un horizonte crepuscular: “como un anciano ciego atravesando una tierra estéril”.

Confieso que la primera vez que leí el poema todo esto me causó problemas. Notaba que se asomaba constantemente a una frontera que, sin embargo, no se atrevía a cruzar, como si después de un arduo esfuerzo poético, riquísimo en imágenes, el hablante quisiera echar pie atrás de lo andado. Notaba que el poema se tendía una trampa a sí mismo, cuestionando la posibilidad del viaje justo cuando estaba por cortar las amarras. Me causó problemas, porque soy de quienes piensan que la poesía es riesgo, y que si se abre una puerta hay que cruzarla a ojos cerrados (aunque admito que yo tampoco estoy a la altura de esta proposición). Pero en una segunda lectura esta apreciación cambió. Noté que el riesgo del poema está justamente en la radicalización de esa impotencia, en recorrer la ruina en todas sus aristas con un flujo propio del mareo o la embriaguez verbal. Es como si la incerteza, el azar, la cavilación, la duda liberasen al lenguaje de su necesidad de iluminar un sentido definitivo, impulsándolo a recorrer múltiples senderos alrededor del mismo lugar infranqueable. Esta dificultad lo lleva a sacrificar valientemente la idea de belleza entendida como orden y armonía, para así abrirse paso a la desmesura, a la acumulación de imágenes en tropel, contradictorias y tensionadas, contra-hechas pero vibrantes. Una apuesta que me recuerda unos versos de Michaux que son como un faro: “Hay odio en mí, fuerte y de antigua data / y ya decidiremos después sobre la belleza”.

Claro azar es un poema intenso, exigente, pero al mismo tiempo sensorial y palpable, una suerte de extensa composición musical que se sirve de la repetición para marcar su paso y el del lector, quien se arrastra por las palabras en una suerte de continuum o marejada. Claro azar: una suerte de oxímoron. Se trata de iluminar el fondo oscuro de la memoria en busca de algo claro, aun cuando el camino exija perderse o andar en espiral, cuestionando las respuestas pero guardando como tesoros las preguntas encontradas.
Valparaíso, diciembre de 2017

 

[1] Texto leído en la presentación de Claro azar el 23 de diciembre de 2017 en la Primera Feria Internacional del Libro de Valparaíso



 

 

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Claro azar de Ismael Gavilán, Ediciones Bogavantes, Valparaíso, 2017
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