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Desde el viento y por el viento: observaciones a la poesía de Sara Vial

Por Ismael Gavilán
(Publicado en www.49escaloneswordpress.com)



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En abril de 2021, Ediciones Altazor y la Corporación Cultural de Viña del Mar, gracias a un proyecto financiado por el Ministerio de Cultura, publicó Sara Vial. Obra Poética Reunida, libro que recoge todos los libros publicados por la poeta porteña entre 1958 y 2011, amén de una generosa muestra de poemas inéditos reunidos bajo el título El vuelo del colibrí. La recopilación estuvo a cargo del nieto de la autora, José Antonio Luer quien desde hace varios años, venía trabajando sigilosamente en este proyecto.

Al momento de volver la mirada a la obra poética de Sara Vial, sin duda que adviene un sentimiento de reconocimiento y necesidad. En los últimos años, la edición de la poesía completa o reunida de una serie de autores vinculados de una u otra forma con una idea, imagen o noción de Valparaíso (ya habitándolo, ya imaginándolo) ha sido un acto de justicia poética que ha acrecentado la lectura concienzuda de obras que hasta ese instante, eran de difícil acceso. Tras la edición de Ennio Moltedo (2006), Ximena Rivera (2013 y 2019), Rubén Jacob (2017), Virgilio Rodríguez (2018) A. Bresky (2019) y la edición paulatina de la obra de Godofredo Iommi Marini (2016 y 2018), la presente obra poética reunida de Sara Vial viene a contribuir al bosquejo de una escena cultural y literaria de por sí compleja y llena de vericuetos aun opacos. Sin duda que de esta escena todavía faltan las obras reunidas de autores tan emblemáticos como Hugo Zambelli, Patricia Tejeda, Eduardo Correa o Arturo Alcayaga, entre otros. Pero mientras aguardamos su realización, la lectura que se pueda hacer, en esta ocasión, de la poesía de Sara Vial, será un punto necesario a tener en cuenta.

No parece tan evidente a primera vista y, en los actuales plazos, apreciar el lenguaje poético de Sara Vial (1927-2016) a modo de un amplio recorrido que modula e insinúa levedad y frescura, matices de inocencia y asombro, pero también una paulatina densidad que va enrostrando con sutileza el paso inmisericorde del tiempo. Tal vez el ejercicio retórico de un modo de entender lo poético como una discursividad sin fisuras, ateniéndose, en la mayoría de las ocasiones, al verso medido bajo formas clásicas como el soneto, por ejemplo, es también un ejercicio que al parecer resguarda una subjetividad a primera vista, sin contradicciones, bajo la transparencia de un fraseo verbal sin contrastes aparentes. Esto puede contribuir a una dificultosa recepción lectora que, a su vez, queda anquilosada bajo el prejuicio de lo meramente cliché o del asidero del lugar común.

De todas formas, la poesía de Sara Vial debería volver a leerse para escudriñar qué de cierto puede haber en eso, más allá del facilismo de despachar una obra que tuvo un no menor impacto lector no sólo en un público anónimo, sino que también atrajo la atención a lectores privilegiados que dudaríamos de calificar como “superficiales”: Pablo Neruda, Carlos León, Maria Luisa Bombal, Claudio Solar, Alfonso Calderón, Juvencio Valle.

En principio, a Sara Vial, por lo general, se le incluye en manuales y bibliografías nacionales en la denominada “Generación del 50”. De modo más pertinente, en el pequeño, pero activo grupo de poetas porteños (Zambelli, Moltedo, Tejeda, Solari, Larrahona, entre algunos pocos más) que desde mediados del siglo recién pasado articularon e imaginaron Valparaíso como un motivo, una imagen o una feliz excusa para desarrollar su sociabilidad y sus respectivas indagatorias artísticas.

Ahora bien, en buena parte de la poesía de Sara Vial, llama la atención en primer lugar una especie de invitación, una especie de gentil apertura hacia un viaje: asistimos a un  gesto que va desenvolviéndose paulatino, donde su lenguaje poético no se otorga de inmediato o al menos nos muestra un cariz de singular prestancia. En Vial, ese lenguaje va decantando con los años en una personal manera de aprehender esos destellos iniciales que configuraron y despertaron la temprana admiración en torno a su obra y personalidad en la escena poética de los años 50 y 60. Es así que en varios de sus primeros poemas el gesto exterior de la descripción pulcra, el lenguaje musical y un fraseo rítmico reconocible, nos hace adivinar tras su límpido verbo juvenil,  a Juan Ramón Jiménez, a Antonio Machado, pero también al Neruda de Crepusculario, como asimismo lo mejor de Pedro Prado y Juan Guzmán Cruchaga.  Varios poemas de La ciudad indecible (1958) y de Un modo de cantar (1962) muestran un recorrido por esos mundos expresivos que nuestra autora asimila y reconfigura según su propia sensibilidad. Dos instancias distintas -el poema que le da nombre al primer conjunto y un soneto que forma parte del mismo- pueden servir para ejemplificar, mínimamente lo dicho: “(…) Escapas desde el mar, no te detienen/ las riendas del vacío/¡en ti la gravedad es una rosa/ de fresco desvarío!// ¿Qué fábula te enrosca a lo imposible/ qué cable te sostiene,/ a qué urbanización de las estrellas/ destinarás tus sienes?” (“La ciudad indecible” p.45). “Toqué este día verde, humedecido/en su profundo valle transparente,/ me supo a corazón desde tu frente,/ a fresco pan candeal recién partido/ (“Este día”, p.67)

En estos brevísimos ejemplos, como en otros lugares de estos libros, la joven Sara Vial calibra verbalmente una textura visual de cercanía y sencillez, de cálido cromatismo en los efectos sonoros y perceptivos de sus mejores versos: una ciudad indecible que, en su lenguaje, se atreve a decir y que pinta con matices reconocibles a modo de estampas luminosas como sacadas de algún cuadro de Ignacio Zuloaga o Pedro Lira: balcones, calles, ascensores, organilleros, paseantes varios, una geografía imaginaria más que la plasmación de una realidad hundida en la catástrofe.

Con el correr de las décadas, aquel impulso inicial de fértil impresionismo, desemboca en buena parte de su poesía en una seducción muy singular: no en la evidencia de lo que los sentidos puedan constatar a modo de una mímesis ingenua, sino como instancia que posibilita a la imaginación vérselas con sus leyes fecundas de asociación onírica y belleza singularizada como forma escritural: más que un Valparaíso que se constata en sus recovecos tenebrosos, lo que hay es la idealización de lo palpable, la captación de lo que enaltece, la admiración de lo que se recuerda y la transfiguración verbal de imágenes de infancia. Sin duda, una poesía planteada de aquella manera, podría ser asumida como una poesía que rehuye la gris realidad, una poesía que se esconde de la precariedad humana  o que simplemente hace oídos sordos a la temporalidad destructiva. En Sara Vial, al parecer la poesía se plantea como un intento de rescatar la imagen singular de las cosas antes de su herrumbre, como queriendo hacernos ver el destello preciso y precioso que poseen incluso las fantasmagóricas y decaídas estampas de una decadencia reconocible en el plano urbano como en la sugestión de la hondura anímica. Un gesto delicado, pero no menos problemático para condensar experiencia y trasiego fulminante. Un intento que se arriesga a convertir, en el poema, la sensibilidad en efigie, que se arriesga a plasmar en lo observado no lo que éste es, sino lo que pudo ser o podría haber sido. Esto es tal vez lo que puede apreciarse en la lectura que es posible hacer de sus libros de madurez: Viaje en la arena (1970), En la orilla del vuelo (1973), Al oído del viento (1976),  Mi patria tiene forma de esperanza (1981). En estos libros podemos apreciar, a pesar de la diferencia peculiar de cada uno de ellos, dos constantes que configuran la imagen que se ha hecho de Sara Vial: su predilección por el soneto, como su cada vez más fuerte inclinación a escribir poemas de verso menor vinculados con experiencias de juventud, adolescencia, pero sobre todo, de infancia. Quizás sea muy aventurado e injusto resumir en un solo poema esa transformación que va teniendo esta poesía. Desde el deslumbramiento hacia la introspección. Desde la entrega luminosa hacia la reflexividad del paulatino desencanto.

Pero creo que el poema “Demolición” del libro En la orilla del vuelo, puede representar lo recién afirmado: “No sólo los jarrones se han quebrado,/me siento de cerámica en gran parte./ Hay algo derruido en mi substancia/ y en parte estoy quizás inhabitable.// Hoy día derrumbaron una esquina/ que parecía vagamente intacta./ Los técnicos dijeron “no es posible”./ Yo me sentí caer entre gárgolas.// Yo misma no sabré por dónde empiezo,/ por qué me resquebrajo de repente/ con el vuelo de un pájaro, resulta/ tan extranjero el rostro de la gente.//Acomodé la casa enloquecida,/ biblioteca de bruces, copa rota./ Es preciso volver a sus lugares/ las plantas degolladas en la sombra.//Hay algo de mi ser que no regresa/de la velocidad, alguna ola/ de un suelo que escapaba, una pared/ colgando como un niño que se ahoga.// Una casa sin voz, donde veo/ la forma de dos niñas que dormían/ Huyendo con su cama hacia el vacío/ bajo la obscuridad entumecida.//No puede ser igual la que sonríe/después de algún minuto de mil años,/me cansa tanto peso que no toco,/el suelo no se encuentra con mis pasos.//A veces es de un modo imperceptible,/ a ratos cae adentro una muralla./ no pases, por favor, bajo mis ojos./ Hoy me demolerán por la mañana.”

De aquella manera, en los mejores poemas de Sara Vial, lo que se expone no es tanto la necesidad de un decir verosímil, sino la travesía de las sensaciones. Por ello, no es de extrañar que en varios poemas de esta autora hacia el final de su obra, obra que se configura con Sonetos de espumas y queltehues (1994), Miguel Hernández o la muerte de un ruiseñor (2011) y el póstumo Vuelo del colibrí (2021) se plasme una afectividad y un erotismo nostálgico hacia seres y enseres que bajo el influjo de su verbo, nos hacen aparecer al ser amado como un camino, una ventana o una salida para el entusiasmo, la alegría, el goce, la celebración y el ensimismamiento. Sea el cuerpo del amante, sea la nostalgia del hijo, sea el goce con la materialidad que azota su sensibilidad, aquellos seres entregan por medio de su poesía, un rostro que no es mero realismo, sino una faceta diversa y casi ritual; la celebración de su propia existencia, transmutada en lenguaje como un modo de asir la fugacidad de la belleza. Me parece que un ejemplo de aquel erotismo nostálgico es cuando en un soneto incluido en Sonetos de espumas y queltehues, el cuarteto inicial, entreabre la síntesis entre recuerdo, percepción y autorreflexión en el gesto de tocar una vieja caja de música: “Esta caja de música en mi mano/vuelve a rozar el tiempo sumergido/y lo que estaba ausente y extinguido/torna a ser el océano que hilvano.” (Esta caja de música”, p. 529)

Es probable que por estos motivos esta poesía, en sus instantes más logrados, haga de su gesto estético, su mejor baluarte: he ahí la fuerza de su formalismo, donde el soneto y las estructuras de verso medido de distinta factura, se entrelazan a un juego superior de formas que rehuye lo meramente musical o danzarín, haciendo de su singular marca estructural, su refugio apolíneo para enfrentar las ráfagas del tiempo.

Pero eso no sería nada si acaso, el gesto estético tan característico de esta poesía, no se viera, con el correr de los años, sumergido de modo gravitante en una serena reflexividad que solo se logra cuando las percepciones y las sensaciones son interiorizadas por su propio peso íntimo: “Yo sé que como el sol tengo tu abrazo/y este dolor de hoy que suavizaste/con tan solo la nube de tu paso.// Y menos dolerá lo que dolía/pues eres del dolor esta alegría/ que me das a beber como en un vaso.” (“Paseo con el ángel” en El vuelo del colibrí, p.618)

Aquel peso, sobre todo en sus últimos poemas, como en sus últimas manifestaciones, es sobrellevado con una mente serena, melancólica, despojada de todo brío superficial. En este breve recorrido, es posible apreciar cómo la poesía de Sara Vial  se reconcentra en su capacidad para verse a sí misma como poseedora de  una palabra que no renuncia a su equilibrio, a su afán constructivo de la experiencia y que jamás se desborda en los lindes de la tragedia o la desesperación. Una poesía sobre la que vale la pena volver si acaso deseamos oír una palabra que pretende adentrarse en sensaciones y experiencias que cada vez nos parecen más distantes: belleza y serenidad.

 

 

 

 



 

 

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