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INTEMPERIES, ANTOLOGÍA FUGAZ
de Bernardo González Koppmann Helena Ediciones, Talca, 2017

Por Isabel Gómez


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“Sólo el pueblo es humano”
José Comblin


“Intemperies, Antología Fugaz”, reúne parte importante de la obra de Bernardo González Koppmann, quien nace en la ciudad de Talca, en 1957, y hoy se nos presenta con una vasta creación literaria que lo ha consolidado como uno de los poetas más destacados de la región del Maule.  

En su discurso poético se adentra en la aldea local y nos muestra la idiosincrasia de sus pueblos, su gente y todo el bagaje cultural que hacen de la provincia un espacio particular, que lo diferencia de otros espacios mediante la presencia de subjetividades propias de esos territorios. Es así como el lenguaje se dimensiona más allá de sí mismo para mostrarnos nuestras relaciones de clase, cultura e identidad con aquello que somos y proyectamos a través de la palabra. Bajo esta mirada todo el aparato conceptual de este libro lo mueven las relaciones que se dan entre sociedad y creación literaria, incorporando en sus planteamientos nexos indisolubles entre el sujeto social, las estructuras y las formas literarias. El autor nos dice: “Yo quisiera un país / parecido a ti / donde la paz no sea un crimen” (Pág. 18). En estos versos nos enfrentamos al anhelo de habitar en un país donde la justicia social, la igualdad y la democracia sean principios irrenunciables. Estos anhelos están presentes en este libro donde la poesía es escrita a la “intemperie” de nosotros mismos, siendo la escritura el puente que nos permite alejarnos y acercarnos a la realidad de las cosas. “Se escuchan de muy adentro de la casa / ruidos de ánimas en pena / murmullos de voces sin palabras / atraviesan la pared de donde me apoyo / caricias de unas manos frías / arrullan días viejos / los treiles anuncian en el patio / visitas que se fueron…” (Pág. 15). Aquí lo fantasmagórico y el juego imaginativo se nos muestran como una estructura mental que viene a crear y recrear hechos y anecdotarios que han quedado suspendidos en el tiempo, donde los años no han impedido que las cosas retornen disfrazadas de otras cosas, como deseando volver a vivirlas en este ordenamiento mental inusitado. “Las canciones que estuvieron de moda / hace cincuenta años / las siguen entonando los muebles de la casa”. (Pág. 15).

En estas páginas hay una relación constante con el otro, aquel sujeto social que el poeta González se esmera en presentarnos, traerlo a nuestra memoria desde su verdadera identidad. Esta correlación es crucial para entender las composición de clases e idiosincrasias que van configurando un ser social con imaginarios propios, entregado a un discurso que se construye día a día y que va quedando en la atmósfera poética de nuestras propias subjetividades.

Lukács nos decía que “todo género tiene sus leyes objetivas determinadas de plasmación que ningún artista, so pena de la destrucción de su obra, puede pasar por alto”. Esas “leyes objetivas” dialogan con nuestro ser interior y se sitúan allí donde el ser social es partícipe en la construcción de nuevos imaginarios. Estos planteamientos sin duda, nos llevan a la “teoría leninista del reflejo”, entendiendo por esto, no la representación superficial de la realidad, sino más bien la representación dinámica y vivaz de un reflejo de esa realidad de manera amplia y totalitaria, abarcando todos los puntos centrales para que dicho contexto se plasme en sus fundamentos en una época determinada.

El espacio y el tiempo son tópicos presentes en este libro, la estación plácida de la provincia, aquel período que pareciera que ha quedado suspendido en la atmósfera de todos aquellos acontecimientos que le dieron calidez a nuestra existencia; la lentitud, pero al mismo tiempo la fugacidad de las cosas, el tiempo vivido y aquel que guardamos en nuestra memoria emotiva, alejados de los ruidos y del caos existencial que dificultan la placidez de la contemplación y del ocio como elementos reflexivos, tan necesario en estos tiempos de barbarie y abandono. Cito: “Y parece que nada de esto ha transcurrido / que todo está por suceder / salvo que las fotografías me contemplan” (Pág. 20).

“Intemperies” es un libro que nos lleva a construir nuestros propios diálogos interiores, aquellos que nos permiten reencontrarnos con el ser que viaja en nuestro ser, con aquellas situaciones vividas al amparo de nuestros antepasados; vivencias que muchas veces dejamos suspendidas en lo azaroso de estos tiempos, donde el ser social no se encuentra y se olvida distante de sí, como queriendo volver atrás aquellas miradas que penetraron los rincones de nuestras vidas y que han quedado invisibilizadas por el ruido, el caos y la angustia existencial.

Es así como al adentrarnos por estas páginas volvemos a convivir con nuestros ancestros, con aquellos juegos de la niñez, con el barrio como pieza fundamental y motor de esta poética que nos emociona y nos deja allí donde los caminos se abren hacia nuevos horizontes, poco transitados, en esta nebulosa que no nos permite ver las cosas trascendentales y que omitimos, sin siquiera darnos cuenta. “Vengo sólo de visita al predio del recuerdo / en busca de un par de iniciales / olvidadas en el muro del granero / vengo por tapar la noria que se me quedó abierta / hace ya más de treinta años…” (Pág. 26).
La poesía y la literatura tiene un rol fundamental en estos tiempos, en los cuales el sistema neoliberal nos sitúa en zonas donde la cultura y las artes han quedado rezagadas bajo este modelo; en él, dentro de su dinámica, la dominación capitalista y las leyes del mercado dan las directrices de esta depredación institucional que nos ha llevado a una catástrofe social, cultural y económica. Sin embargo hay autores que nos trasladan a sitios donde la palabra y el discurso poético luchan por transgredir estos espacios de dominio, acercándonos a nuevos escenarios donde la poesía, la belleza y la armonía contribuyen a crear contextos más habitables, más amables, para los seres humanos. Cito: “Ocurre que a la poesía hay que dedicarle tiempo / paciencia, esfuerzo, sacrificio, sangre / y no esperar nada de ella / nada, salvo la felicidad…/ Que la belleza te rescate” (Pág. 31).

En su poema “El poeta”, dedicado a otro gran escritor de la región, Mario Meléndez, González dialoga con sus pares, instalando en su mapa emotivo todas aquellas sensaciones vivenciadas a través de la poesía, adentrándose fraternalmente en estas almas gemelas a la contemplación, el hallazgo y las experiencias en común. Cito: “Nadie sabe que la poesía anda /a pie o en bicicleta, a la intemperie / entre cáscaras y sueños, susurrando / el nombre de las cosas verdaderas / con palabras mojadas de rocío” (Pág. 68).De esta forma el poeta González realiza un encuentro con aquellas voces poéticas que, sin duda, han contribuido en la construcción de un discurso poético sólido. Su relación con estas voces universaliza los contenidos y las formas que trascienden más allá de la palabra escrita. “Hay tanta cosa escrita, tanto espíritu en letra / tanta vida acumulada, que no alcanzo a leer / y, cuando leo, converso con amigos que ya han muerto / que existieron hace siglos, que nunca sospeché / podría amar como a mis huesos…” (Pág. 94).

A la “intemperie” del mundo habita la poesía y los ideales del hombre común, el trabajador, la dueña de casa, el amigo y todos aquellos seres que van construyendo un tejido social imperecedero, imposible de transitar sin que nos detengamos a observar en ellos y ellas nuestros propios anhelos y sueños de vida, porque, como nos dice el autor, “sólo por nosotros / el mundo acaso mañana sea hermoso” (Pág. 99).



 

 

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