Estos días me ha acompañado la lectura de “Cuestión de un minuto”, antología personal del poeta Iván Quezada [Valparaíso, 1969], aparecida en la Colección Escritores Chilenos y Latinoamericanos de Editorial Mago este 2022. Un poemario en que finalmente el rostro del poeta asume su condición de máscara en un viaje desde el hechizo temprano de las letras al desencantamiento estoico de la carrera literaria en una “noble porfía”; desde la Dictadura a la “democracia en la medida de lo posible”; desde cierto provincianismo más o menos feliz a esta capital de no sé qué como decía Gonzalo Rojas… donde la soledad, el escepticismo, el escapismo literario, la corrección de la tergiversada información noticiosa nacional o mundial, la imaginación, la crítica y autocrítica sobre su propio decir o actuar, amar o desamar, afilan la piedra de los sacrificios en que recuesta cada uno de los poemas contenidos en este hermoso libro que me atrevo a leer como un recorrido en forma de cul de sac en que lo público y privado se trenzan para martillar y demoler los cimientos de nuestra realidad personal o colectiva marcada por la pauta de verla como un fin de ciclo o tiempo final. Iván Quezada es un animal literario para el que la literatura es su modo de comprender el presente, el mundo, el país, la vida, nuestra época actual desde su propia posición.
—Iván, has trabajado como poeta, narrador, editor y periodista. ¿Cómo han interactuado estas diferentes facetas en tu vida profesional? ¿Crees que se complementan o cada una tiene su espacio propio? —Creo que hay una noble porfía en seguir el camino más largo y difícil. Como la mayoría de los escritores chilenos (o quizás de cualquier parte), empecé por los versos. Con eso me habría bastado de no ser porque también me gustaba leer cuentos y novelas, además de prensa por necesidad, para informarme o en realidad desinformarme. El desafío de hacer un libro que valiese la pena en cada género literario, me atrajo más que el consabido refrán de publicar un libro, tener un hijo y plantar un árbol. Cada vez que alguien empezaba con el discurso de la superioridad de uno u otro, me rebelaba diciendo que todos tienen el mismo valor: son un ideal imposible. Todo lo que podemos hacer son intentos, pero es preciso tener presente que la lectura perfecta no existe; cada persona entiende nuestros textos de distinta manera. Somos escritores por azar, nuestros aciertos son casuales y los errores causales… Con todo esto quiero decir que, en verdad, existe un solo género literario y muchas variantes.
—A propósito de tu reciente novela "El administrador de almas". ¿Qué te motivó a escribir esta historia y cómo nació la idea original? —Diría que nunca hubo una “idea original”. La escribí con un pie en el subconsciente y el otro en el inconsciente. A esta osadía contribuyó que la hiciese por razones prácticas: un amigo mecenas me propuso crear una novela a cambio de su apoyo económico durante la pandemia. Debo reconocer que no fui del todo honesto: nunca pensé en suplantarlo y escribir la idea que él tenía en mente. Pero, en todo caso, le expresé tras darle una vuelta que sólo podría hacer una novela con mi imaginación y, por consiguiente, con libertad absoluta. Para mi sorpresa, estuvo enseguida de acuerdo. Después mi amigo se enfermó y eso redobló mi motivación al trabajar, para que leyese el libro antes de morirse. Lo conseguí, llegué a la meta. Se rio con la historia que me salió.
—Siendo un poeta con una larga trayectoria, ¿cómo influye tu experiencia en la poesía en la narrativa de tus novelas? ¿Hay elementos poéticos que trasladas conscientemente a la prosa?
—Espero no sonar sacrílego, pero debo admitir públicamente que la prosa poética me parece una fatalidad o bien pura vanidad. Se parece al cuento de la madrastra preguntándole al espejito quién es la más bonita. Sí defiendo que la prosa debe tener un ritmo, una armonía, y el manejo de la métrica numérica es útil en ese sentido, siempre y cuando sea intuitivamente, por oficio y oído. Ayuda mucho en la precisión de la idea, ya que toda redundancia, repetición y reiteración son cacofónicas, implican una adjetivación puramente caprichosa, para dársela de inteligente o culto.
—Valparaíso, tu ciudad natal, es un lugar con una rica tradición literaria. ¿Qué impacto ha tenido este entorno en tu escritura, tanto en poesía como en narrativa? —Por supuesto, he leído a los grandes escritores de Valparaíso, no necesariamente nacidos en la ciudad, como Joaquín Edwards Bello, Salvador Reyes, Pablo Neruda, Sara Vial, hasta Gonzalo Rojas tiene su lado porteño (hizo clases en el liceo en que estudié y de una manera misteriosa llegaron a mis manos adolescentes unos poemas inéditos que él olvidó en la Sala de Profesores). Fueron una motivación para convertirme en escritor también, pero con mis contemporáneos nunca me sentí muy a gusto. El “porteñismo” me causa tanto escepticismo como cualquier otro nacionalismo. Es curioso que esta clase de ideología divida tanto a las personas, si se supone que defiende una identidad común. ¿Cuándo se pondrán de acuerdo para reconstruir tan hermosa urbe?... Por otro lado, siempre me pareció postizo dejarme llevar por el “romanticismo de la bahía”, los “cantos a la luna en el mar”, etcétera. Sin embargo, tengo poemas y cuentos ambientados en el Valparaíso que me tocó conocer y experimentar, como una historia titulada “Los extraños”. Me dicen que es amarga…
—Como editor independiente, ¿cómo seleccionas los proyectos en los que trabajas? ¿Qué cualidades buscas en los autores y textos que decides publicar? —Prefiero los escritores, nuevos o experimentados, abiertos a corregir sus textos cuando es necesario. Da igual la edad o procedencia social. No ando en busca de una “obra maestra”, denominación muy poco halagüeña a esta altura del partido. Si existe el acuerdo de debatir libremente, como sucedió con Armando Uribe y sus magníficas memorias (me dijo: “cambie y corte según su criterio”), entonces me quemo hasta la última pestaña. Soy un editor que lee y corrige hasta el final, pero con una ética. Jamás sobrepaso el límite de transformar el libro en una obra mía. Aunque quizás mucha gente no lo crea, el margen de acción es amplio y provechoso para el autor y el editor, pero especialmente para los lectores. Sin ir más lejos, gracias a las novelas que edité a lo largo de los años (me volví editor independiente en 2005) conseguí hacer la mía propia.
—En tu novela "El administrador de almas", ¿hay alguna conexión o referencia a tus trabajos poéticos anteriores? ¿Podemos encontrar en ella alguna de las temáticas que sueles explorar en tu poesía? —Nunca he hecho un análisis crítico o psicoanalítico de mis textos. A los catorce o quince años quise ser un hombre perfecto, consciente hasta de mis parpadeos… Fracasé rotundamente y desde entonces me tomo con humor mi seriedad. ¿Cuáles serán mis “temáticas”? Supongo que las de cualquier integrante de la especie humana, todos estamos metidos en el mismo lío sin solución.
—Has trabajado como redactor cultural. ¿Cómo crees que el periodismo ha influido en tu visión literaria? ¿De qué manera este oficio ha enriquecido tu escritura? —Cuando terminé la Educación Media, sólo quería tener un año sabático, no hacer nada, dedicarme a reunir experiencias para después escribir de lo “vivido y soñado”… Me creía un héroe. Pero no era lo suficientemente valiente, como para irme en un buque al Oriente, de lavaplatos o lustrabotas. Mis padres me pusieron entre la espada y la pared, y entré a estudiar Derecho en la Universidad de Valparaíso… ¡Fui el más ridículo de los anarquistas, metido en la boca del lobo! Pero afortunadamente me salí pronto y pude disfrutar de una vagancia calculada durante el resto del año. En el siguiente marzo se repitió la historia, tenía que estudiar algo, y entonces las musas me salvaron, soplándome al oído que eligiera Periodismo. En ese momento no sabía lo fácil que serían esos estudios, ni siquiera exigían asistencia. Esa fue la mayor influencia del Periodismo en mi vocación literaria: me proporcionó cinco o seis años con una pensión mínima, sin ninguna obligación de ganar dinero. Me uní al club de los locos en la universidad y realmente disfruté de estar vivo. Tanto, que después en la prensa escribí como me dictaba la imaginación y mi conciencia política, le pasé goles a los fachos de los diarios tradicionales durante quince años y cuando por fin se cortó el elástico, ya tenía un libro terminado, que publiqué en dos partes: el relato “Elefantes y cisnes”, en 2002, y el 2005 el libro de cuentos “Los extraños”.
—¿Podrías compartir alguna anécdota o desafío que hayas enfrentado al escribir "El administrador de almas"? —La soledad es siempre un gran desafío al escribir una novela, ya que uno se mete en un aprieto que suele durar años y nadie te puede ayudar, ni siquiera darte una palmada en la espalda. Pero, con esta novela, la soledad no se debió a la escritura, sino a la Covid. Mi familia es de Concón, con una novia que entonces tenía terminamos cuando empezaba la pandemia (todavía me pregunto si ella no esperó “el mejor momento”…), y por todo eso no tuve más remedio que vivir en completa “solitud”, o sea, en buenos términos conmigo mismo, si acaso algo así era posible. La escritura me dio constancia, hice tres libros y planeé cuatro más, y de esa manera conseguí no volverme loco, como le sucedió a la mayoría de la humanidad. En vez de prepararme para la guerra con malos humores, me dediqué a escribir y leer. La compañía de mi gato también fue clave para no volverme un profeta de la aniquilación.
—¿Qué rol juegan la espiritualidad y la introspección en tu obra, particularmente en "El administrador de almas"? ¿Cómo se conectan estos temas con tu trayectoria poética?
—Mi madre, cuando era niño, quiso convertirme en Testigo de Jehová, como lo es ella hasta el día de hoy. No funcionó, aunque le agradezco la lectura de la Biblia; es un libro de aventuras que me entretuvo mucho. Desde siempre fui agnóstico, aunque en un comienzo me creía ateo. Finalmente, cualquiera que sea tu opción en estos asuntos, siempre tendrás una espiritualidad o al menos una tradición. El agnosticismo, a mí en particular, me ha proporcionado mucha calma ante la estupidez humana, más aún, humor e ironía, cierta nostalgia de no sé qué… Como ya debe ser ostensible, soy poco dado a las abstracciones o academicismos. Mi espiritualidad es existencial, literalmente lo que me pasa, pienso, sueño, deseo, mis deudas, mis frustraciones, hasta mi más absurdo sentimentalismo. Todo vale algo y es mejor que nada.
—La literatura chilena tiene una fuerte tradición tanto en la poesía como en la narrativa. ¿Cómo te ves dentro de este contexto y qué aportes crees que has hecho a la literatura nacional?
—Diantres, cuando niño me imaginaba convertido en un escritor famoso y que un periodista me hacía esta pregunta… ¡Se ha cumplido la profecía!... Bah, no soy en absoluto famoso. Podría nombrar, sin embargo, algunas cosas que critico en la literatura de mi época y he intentado remediar en lo que hago. Como la neutralidad y falta de garra en la narrativa de los noventa en adelante. También en el verso uno encuentra mucho eufemismo, cierta intención velada por congeniar con el poder para lograr alguna prebenda… He insistido en que la mejor retórica es la que no se nota. Ser directo sin ser ramplón. Poner por delante la palabra “precisión”, afirmar que de ella sale el estilo y no del preciosismo, el retruécano o el embrollo.
—¿Cuál es tu opinión sobre el estado actual de la poesía y la narrativa en Chile? ¿Qué desafíos crees que enfrentan los escritores emergentes en estos géneros?
—El desafío es siempre el mismo: escribir con profundidad y precisión, no venderse, desoír las estúpidas tentaciones de los premios, financiamientos, becas, etcétera. Llamemos a las cosas por su nombre en todos los planos, en la intimidad o en la dimensión social, pública o política. No nos escudemos en mitologías…
—Para aquellos lectores que quizás te conocen más como poeta, ¿qué les dirías sobre tu novela "El administrador de almas"? ¿Qué pueden esperar encontrar en esta obra?
—En Argentina, por ejemplo, soy más conocido como poeta. Acá en Chile, otros escritores dicen que soy narrador. Precisamente mi rebeldía ante el encasillamiento es otro de mis motivos para probar en todos los géneros literarios. A toda la gente, más allá de las distinciones que hacen conmigo, les diría que al escribir “El administrador de almas” quise alcanzar las difíciles virtudes de la entretención y el humor, empleando a fondo la imaginación. Hasta la tontería fue útil… pero no sé si lo conseguí. Soy el menos indicado para decirlo.
—"Cuestión de un minuto" es una antología que refleja momentos breves pero intensos, reflexiones profundas de tu diario vivir, chispazos para cambiar la percepción de lo acontecido. ¿Cómo seleccionaste los poemas que forman parte de esta colección? ¿Qué criterios utilizaste para definir qué momentos debían ser capturados en esta obra? —Este libro me lo solicitó un amigo poeta de México, donde fue publicado por primera vez. Él me pidió que fuera “representativo” de lo que había publicado y escrito hasta entonces. Me puse a elegir poemas intuitivamente y luego me pareció ver ciertos intereses que se repetían, los uní o separé de acuerdo a esta pulsión, nunca se me pasó por la mente racionalizar la cuestión. En ese momento se me ocurrió que podía reescribir algunos versos, llevar al límite el afán por la precisión, y además metí al baile una pila de poemas inéditos. Como escribo de la vida diaria, todo tenía relación con todo. Son muchos recuerdos… En el fondo, esta obra está hecha de memoria.
—El título "Cuestión de un minuto" sugiere una inmediatez en la experiencia poética. ¿Cómo manejas la temporalidad en tus poemas y qué significado tiene para ti el tiempo en la poesía? Sobre todo teniendo en cuenta lo que sostiene Carlos Cociña a propósito de este libro que para ti la idea es convertir el lenguaje en un objeto tangible porque ese es el impulso de tu poesía.
—Resulta que en ese tiempo, en mis discusiones con otros poetas, defendía la idea de que se puede escribir un poema en un instante, o sea, sin pensarlo. A partir de una sensación, una palabra o una imagen… En realidad, de cualquier cosa. En “Cuestión de un minuto” es posible escribir un poema que, ojalá, se siga leyendo en el futuro. El futuro es un momento fugaz, que sólo tiene un registro en la poesía. En ese sentido, nuestros poemas son una metáfora de la materia. Esta última no conoce el tiempo, es permanente. Algunos físicos —que también son poetas— afirman que el universo terminará por enfriarse y desaparecer en millones de millones de años en el futuro… Sin duda, es gente muy dramática.
—¿Hay algún poema en particular dentro de "Cuestión de un minuto" que sientas que encapsula la esencia de la antología? ¿Podrías compartirnos el proceso de creación detrás de ese poema? —De hecho, hay un poema con ese título. Cuando lo escribí no sabía que luego haría una antología y emplearía su nombre para designarla. Pienso que es representativo, aunque el libro habla hasta de las salas de espera de los dentistas. “Cuestión de un minuto” es un poema que surgió una tarde en que salí a comprar y a mi regreso, en el patio de mi edificio, se me ocurrió encender un cigarrillo. A la segunda calada me imaginé que era otra persona, alguien imprevisto; las palabras ya no me servían para decir quién era yo.
—¿Cómo ha sido la recepción de "Cuestión de un minuto" por parte de tus lectores y críticos? ¿Hay algún comentario o interpretación que te haya sorprendido o que haya aportado una nueva perspectiva sobre tu obra?
—Respeto la privacidad de los lectores, no creo que nadie esté obligado a decirme su opinión sobre mis libros. De pronto, algunas personas con una amabilidad grata y misteriosa me han dicho que “Cuestión de un minuto” les despertó la curiosidad, que es una poesía dura… Cosas por el estilo. Mis críticos seguro son menos considerados, pero afortunadamente nunca me los topo por la calle. Hay también poetas, celosos de su ascendiente en el gremio, que insisten en calificarme de “narrador que también es poeta”. En Argentina, algunos poetas amigos han resaltado la sencillez de mis versos… Más que una idea, comentario o interpretación, las personas me han sugerido nuevas perspectivas con sus emociones y la principal es que siempre me toman por sorpresa. ¿Quién realmente es merecedor del tiempo de los demás?...
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista a Iván Quezada.
[Valparaíso, 1969]
“Todos estamos metidos en el mismo lío sin solución”.
Por Ernesto González Barnert